Читать книгу Para hacer el cuento corto... - Hugo Hanisch Ovalle - Страница 28

Gourmet exótico

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He comido de todo. Empezaré contando que, en 1972, atrapado por un surazo de varios días en la caleta Choen, en Chiloé, debí acostumbrarme a la cocina local. En medio del diluvio me tuve que comer la cabeza de un cordero con sus ojos acusadoramente abiertos, que nadaba en una sopa de navajuelas. Ahí aprendí a ingerir cosas que en mi casa eran desconocidas como los bofes, el ñachi y el cangrejo del erizo. Desde entonces he desarrollado mi propia ruta culinaria.

En Taiwán vi cómo los clientes elegían las culebras de un acuario y el cocinero las descueraba vivas para rebosarlas y freírlas enfrente de los comensales, en un espectáculo tan cruel que me sobrepasó. En el mercado de Bangkok probé un platillo donde servían las serpientes igual que en Taipei, pero picadas en trozos y no supe lo que era hasta haberla devorado. Allí, y a sabiendas, eso sí, me tomé un helado de coco con porotos bayos que me pareció delicioso. En Tailandia, un dicho dice que todo lo que se mueve o crece, se come, como los saltamontes que vendían por las calles, al igual que en Oaxaca donde los crujientes chapulines eran empolvados con ají, igual que los chicles.

En Chile aún no había mayor conocimiento de la comida japonesa cuando en Tokio, por primera vez, en una comida oficial, comí sushi confundiendo el picante wasabi con palta. El humo me salió por las orejas mientras entre lágrimas me hacía el desentendido.

En Bucaramanga, al norte de Colombia, comí hormigas culonas como snack. Son unos hormigones que se fríen y venden como si fueran papitas fritas. En Australia degusté un riquísimo filete de Canguro, un charqui de cocodrilo y otro de emú, así como una sopa de ciruelas en Hungría. En Ecuador disfruté de los cuyes, por más parecidos que fueran a los ratones. En la costa del pacífico de Guatemala comí un maravilloso plato de huevos de parlama, en Sonora el gusano del mezcal, en Coyoacán los escamoles, que son un plato finísimo a pesar de ser larvas de hormigas. En Indonesia manta raya y barracuda, y en Honduras, sopa de tortuga, que es para lamerse los bigotes.

En Budapest comí faisán en el famoso restorán New York cuando se agasajó a alguna autoridad del Banco Mundial. Sin embargo, el menú más caro de mi vida fue en un restorán de exquisiteces chinas en Bangkok. Gané una apuesta a un colega australiano y tuvo que rajarse con una sopa de nido de collocalia y aleta de tiburón, que le costó como trescientos dólares por nuca debido a sus supuestos efectos afrodisíacos. No les hallé mayor gracia.

Encontré pésima la chicha de quinua del Cuzco, que es macerada por horas en la boca de las indias, no solo por el método de hacerla, sino por su sabor avinagrado.

Cuando mis niños estaban chicos, a la entrada de Santiago nos sirvieron unas ricas empanadas, que supimos eran de perro cuando al otro día los periódicos anunciaron la clausura del local.

Con mi esposa no nos hemos ido con chicas y saboreamos un bistec de impala en un safari en Sudáfrica y le dimos el bajo a una iguana a la parrilla cerca de Huatulco.

Mi experiencia más frustrante fue camino a la gran muralla china, cuando compartí mesa ―y un gran plato colectivo― con una docena de comensales locales que, reclinados sobre este, hicieron desaparecer en segundos una inmensa palangana de arroz cocido. Contenía restitos de condimentos pasados por agua y ningún acompañamiento de los que en Chile acostumbrábamos. Mientras trataba de acomodar mis palitos para comer unos bocados de arroz, todo fue engullido.

En Yakarta tomé el famoso café Kopi Luwak que es elaborado tras ser defecado por un gato tropical parecido a un mono y, en Etiopía, comí Ingera, una masa gelatinosa hecha con harina del bíblico teff, una especie de maná que acompaña las delicias culinarias desde el tiempo de los pitecántropos.

En Chihuahua fui invitado a un restorán cuya especialidad eran los tuétanos servidos generosamente. De segundo, me pidieron saborear su venerado y magnífico plato regional: una cazuela idéntica a la nuestra, incluyendo la rodaja de choclo y el zapallo…

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