Читать книгу Para hacer el cuento corto... - Hugo Hanisch Ovalle - Страница 27
El Corporito show
ОглавлениеSería extraño hoy hablar de un show transmitido en vivo por la radio, pero en el año 1970 era algo muy corriente, cuando menos del 5% de la población tenía televisión. Esta era naturalmente en blanco y negro y apenas cubría las zonas urbanas de Santiago y algunas provincias importantes.
Era año de elecciones presidenciales y mi universidad llevaba varios meses en huelga. Primero fueron los estudiantes, después los académicos y, por último, los empleados de la facultad, que con cualquier pretexto se zafaban de su trabajo para dedicarse al proselitismo político. A ese efecto todos los estamentos convocaban a sus bases clamando por peticiones imposibles de resolver.
Al principio trataba de estudiar para ganar tiempo, pero la incertidumbre de cuándo retornar minaba mucho mi disciplina. Después hice clases particulares de matemáticas y traté de vender sin éxito unas micas teñidas para ver “en colores” a los televisores en blanco y negro, hasta que me contrataron en la entonces importante Radio Corporación. La pega era de encuestador en el Corporito Show, un programa de concursos que se transmitía en vivo desde los barrios de Santiago a través de móviles conectados por radiofrecuencia.
Eran varios, y el mío era una camioneta que conducía un periodista brasileño exiliado y un animador que hacían los concursos para la gente. Me sumé como encuestador a cargo de un concurso destinado a medir solapadamente las preferencias presidenciales. El show duraba ocho horas y se desarrollaba a diario en barrios donde sorpresivamente se convocaba a la radio audiencia. La gente se aglomeraba alrededor nuestro vehículo para participar en concursos muy simples premiados con champús, discos de vinilo, ollas de aluminio, artículos de plástico y juguetes para los niños. Aprendí a conocer los barrios de Santiago y hasta hoy me desenvuelvo bien en Carrascal, Renca o La Granja.
A veces nos derivaban a cubrir los hechos noticiosos que cambiaban nuestros itinerarios, como una conferencia de prensa de Miguel Enríquez en la Universidad Técnica, un joven Ricardo Lagos discurseando en Ochagavía, o la toma de las torres de San Borja por los “sin casa”. Todo esto mientras Julito Martínez amenizaba la transmisión con los comidillos del fútbol.
El animador de nuestro móvil era un conocido humorista a quien llamaré Sammy, cuyo triunfo en la incipiente televisión le prodigaba un amor en cada barrio. Tenía grandes habilidades para contar chistes y entretener a una audiencia popular que escuchaba las canciones de la sonora Palacios, Lorenzo Valderrama y Palmenia Pizarro, absolutamente desconocidos en mi admirado Woodstock.
Sucedió una vez que Sammy concurrió a un encuentro amoroso a las diez de la mañana cerca de la calle Recoleta y nos pidió ajustar nuestro programa, que debía salir al aire cada quince minutos en algún lugar al otro lado de la ciudad. Nos instalamos en una esquina desierta a esperar que despachara adecuadamente sus obligaciones imaginando cómo justificarnos. Cumplida su cita en muy corto plazo y aún, enteramente despeinado, Sammy pudo genialmente simular ante su micrófono, un concurrido concurso donde varias señoras participaron entre los aplausos de la gente, los gritos eufóricos de los niños y los consabidos ladridos de perros. Al día siguiente debimos concurrir a la gerencia para explicar por qué tanta gente había reclamado nuestra ausencia en el barrio del que supuestamente habíamos transmitido y nunca habíamos ido. Tuvimos que deshacernos en excusas que ni siquiera entendíamos.
Fue una linda experiencia de cuatro meses que terminé reportando entre tanques el día de las elecciones en que triunfó Allende, quien logró una votación exacta al vaticinio que mi solapada encuesta había entregado.