Читать книгу Para hacer el cuento corto... - Hugo Hanisch Ovalle - Страница 21
Fiesta de la resistencia en Alemania
ОглавлениеEsperando un tren en la estación de Málaga en 1978, me topé con otros mochileros chilenos y coincidimos viajando a Granada en uno local de segunda clase, que se encumbraba por la Sierra Morena entre pueblos andaluces sacados de un libro de García Lorca. Hicimos buena amistad y durante una semana viajamos hasta separarnos en Madrid. Quiso la casualidad que fueran cuñados de un compañero de curso del colegio, que se había exiliado en Alemania y continuaba en Bielefeld su carrera de medicina.
Me pidieron pasarlo a ver pues estaría encantado de verme, pero me penaban nuestras posiciones políticas encontradas y temía pasar un mal rato. Me dieron su teléfono y les indiqué que iría a Alemania al mes siguiente y lo llamaría, pero si tenía alguna objeción que me lo dijera y yo seguiría de viaje. La última vez nos habíamos mostrado los dientes en la toma de Ingeniería, cada uno con un palo en la mano peleando por diferentes bandos.
Seguí viaje y estando un día en Dortmund, lo llamé. Me contestó muy feliz de recibirme, a pesar de recordarle nuestras diferencias. Se echó a reír y al cabo de un par de horas estábamos en su casa tomándonos unas cervezas con salchichas asadas. Su señora estaba en el último mes de embarazo y los acompañaba la suegra, una arquitecta bien famosa que no lo dejaba opinar de política, así que todos terminamos riéndonos de buena gana. Estuve tres entretenidos días reponiéndome de las penurias de mi viaje, aprovechando de lavar mi ropa, tomar sopa caliente y disfrutar de un hogar.
La última noche me llegó la noticia de que habría una reunión de la resistencia chilena del norte de Alemania y estaba cordialmente invitado. Me excusé de inmediato, pero me dijo que les había contado mi posición política y mi condición, e igual estaba invitado pues se trataba solo de una celebración.
Llegamos de noche, con un metro de nieve, a una típica iglesia luterana con campanario de piedra y techos puntiagudos de piedra pizarra. Junto con entrar, me di cuenta de que el edificio oficiaba indistintamente de iglesia, gimnasio, teatro y salón de eventos. Todo era móvil y funcional al objetivo de cada reunión. Esta vez estaba arreglado como una ramada con guirnaldas de papel tricolor y se escuchaba por los parlantes indistintamente a los Quilapayún y los Huasos Quincheros. Había empanadas y encebollado que ofrecían varias huasas muy rubias que apenas hablaban castellano. El pebre no contenía ají y el pino de las empanadas parecía hamburguesa, pero igual fue todo muy grato. No hubo la menor animadversión a pesar de que sabían que yo no era de su lado.
Varios exiliados se presentaron y otros tantos se me acercaron a conversar, entre ellos un controvertido exintendente de Concepción, quien amistoso me pidió lo pusiera al día del campeonato de fútbol chileno. Terminé comiendo junto a un tal don “Toyo”, de quien se decía que era el único que le había parado el carro a los alemanes cuando tiró del cordón de emergencia del tranvía para avisar donde quería bajar y terminó deteniendo todo el sistema de transporte urbano de Hamburgo. Había sido carpintero en la población La Pincoya y tras unas copas de vino, le pregunté si de verdad quería volver a la lucha clandestina en Chile.
Su respuesta me dejó pasmado por la extraordinaria sensatez que es tan ajena a los políticos.
―¿Está loco iñor? Ojalá don Pino se quede pa’ largo. Aquí trabajo en restauraciones y gano una porrada de plata. Tengo casa gratis, un Mercedes Benz y estoy casando a mis hijas con alemanes. ¿Iré a querer volver de carpintero a Chile?