Читать книгу Para hacer el cuento corto... - Hugo Hanisch Ovalle - Страница 9
Los monasterios pintados de la Bucovina
ОглавлениеRumania ha sido siempre un manojo heterogéneo de pueblos que solo se unieron tras la segunda Guerra Mundial. En su actual territorio albergó a búlgaros, valacos, transilvanos, cumanos, húngaros, sajones, gitanos, moldavos, bucovinos, judíos, rutenos, austríacos, turcos, y por supuesto rumanos que, si bien eran mayoría, fueron sometidos por siglos a los boyardos magyares y alemanes.
El país tuvo una fugaz dinastía real hasta que se alineó al eje en tiempos del nazismo, con la terrible deportación de judíos y gitanos, hasta que fue ocupado por Rusia al final de la Guerra e impuso un férreo comunismo en el país que empezó a desgranarse expulsando a húngaros, alemanes y austríacos. Los rutenos y moldavos fueron incluidos en las tierras que se anexó la Unión Soviética y los gitanos emigraron en masa a Canadá cuando triunfó la revolución democrática en 1989 que la integró nuevamente a Europa occidental. Rumania siguió dividida en sus regiones históricas, pero habitadas en forma predominante por rumanos.
La Bukovina, históricamente austríaca, deslinda al norte con Ucrania y al este con Moldavia, y a pesar de tantas desventuras bélicas se mantiene prácticamente aislada del resto del país. No obstante, el nazismo, que despreció la religión, y la dictadura soviética, que dinamitó un tercio de las iglesias y monasterios, no pudieron acabar con los famosos monasterios pintados del siglo XV, por la presión internacional que los consideró patrimonio cultural de la humanidad.
Los monasterios fueron construidos y ofrecidos a Dios por los nobles locales durante el siglo XIV y XV, tras su tenaz resistencia a las hordas otomanas que buscaban invadir Europa por el Este, como antes habían intentado los hunos, los tártaros y los rusos que ambicionaban sus feraces praderas. La gran fortaleza de Suceava era el bastión defensivo de los Cárpatos, región de una belleza difícil de describir. Miguel el Grande, Matías Corvino, Besarab de Valaquia y Vlad III Drácula, pacificaron sus conciencias construyendo estos monasterios que tienen los exteriores completamente pintados con íconos de brillantes colores.
Por razones de trabajo visité la capital de Bucovina, desde donde me arranqué apenas tuve un fin de semana libre y recorrí doscientos treinta kilómetros en un día por entre boscosas montañas, para acceder a los monasterios de Moldovita, Sucevita, Humorulu y Voronet que rodeaban Suceava más allá de los Cárpatos fronterizos con Ucrania. Mis colegas resultaron ser muy cultos y dieron un gran valor agregado a mi visita y, para mi suerte, mi anfitrión rumano sabía de memoria el significado religioso de cada escena pintada en las viejas paredes monásticas que por siglos seguían resguardadas por robustas fortificaciones externas.
La iglesia ortodoxa era muy tradicional y sus construcciones estaban atiborradas de íconos decorados con mucho oro, en especial la iconostásis que equivalía al altar católico que para ellos era una cámara privada extremadamente ornamentada con reliquias e íconos de hieráticas miradas de estilo bizantino. Lo que hacía diferente a los monasterios bucovinos del resto del país, era su pintado exterior que cubría totalmente sus iglesias, en las que predominaba en su fondo un azul tan fino que desde entonces se le denomina Azul Moldavita en los estándares universales de color.
Todos los monasterios pintados albergaban a comunidades de monjas que vivían de la confección de imágenes religiosas, confites, mermeladas, vino de misa y artesanías folclóricas de gran valor por sus finos bordados. Sus ceremonias tenían gran boato y ostentación, las que magnificaban entonando cantos gregorianos en idioma griego. Para convocar a la oración llamaban a su feligresía golpeando tablas para evitar que el tañido de las campanas delatase su presencia ante los turcos, a pesar de que desde hacía siglos no representaban amenaza alguna.
Fue un día precioso y lleno de la paz que irradiaban las comunidades religiosas, cuyos eremitas por siglos apenas supieron de las azarosas políticas de sus monarquías, democracias y dictaduras que tanto transformaron a Rumania.