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Desde Irak con miedo

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Estando destinado a Pakistán no era fácil ser optimista, pues el fanatismo religioso, la pobreza, la corrupción, la crisis política, el agobiante calor, el racionamiento eléctrico, el hedor de la ciudad y un largo etcétera, nos hacía la vida muy difícil. Además, los lugares que frecuentábamos eran objetivos de atentados talibanes que nos mantenían en permanente zozobra.

Durante mi estadía en Islamabad, en tres kilómetros a la redonda hubo más de mil muertos. Al asedio y asalto a la mezquita Roja, se sumaban los atentados con bombas en el Marriott, en la embajada danesa, en la estación de policía del mercado Melody, en el restorán Luna Caprese, en el mercado Khosar, y el asalto al club militar, por mencionar los que recuerdo.

En todo el país, la violencia se ensañaba en las comunidades tribales de la provincia fronteriza con Afganistán, pues los clanes eran muy primitivos y fundamentalistas. En esos días se leían noticias de muchachas apedreadas hasta morir por algún chisme amoroso, el burka se hizo obligatorio y la educación femenina fue prohibida.

Estaba muy desanimado y por casualidad me contacté por Skype con Fernando Restrepo, un buen amigo consultor, ex viceministro de finanzas de Colombia que, en el 2008, el Banco Mundial había destinado al ministerio de hacienda de Irak bajo las fuerzas de ocupación. Su oficina estaba en un antiguo y devastado palacio de Sadam Hussein en Bagdad.

Con cierta frecuencia nos comunicábamos para intercambiar ideas, aprovechando que las unidades militares en Irak tenían Internet. Fernando estaba acantonado en una base italiana de apoyo logístico en las afueras de Bagdad, que tenía prohibido entrar en combate. Según me contaba, parecía más un campamento de vacaciones que un destacamento en Irak, pues no peleaban y eran bien atendidos por expertos cocineros que preparaban las mejores pastas a sus oficiales sin que jamás faltara un buen vino toscano. Los soldados italianos se distinguían por llevar una vistosa pluma negra sobre los cascos del característico uniforme camuflado de las fuerzas de ocupación.

En una oportunidad, la comunicación era entrecortada, había mucho ruido y solo se veían destellos y sombras fugaces. Me contó a gritos que iba dentro de un humvee cuyo convoy camino al centro de Bagdad, había sido emboscado y estaba bajo fuego de artillería. Escuché atónito muchos gritos, tableteo de ametralladoras y ruido de motores por un par de largos minutos antes de que se cortara la transmisión. Quedé impactado y traté en vano de volver a comunicarme, lo que logré al cabo de muchas horas, cuando él ya había llegado a salvo de vuelta a su campamento. Me contó que había sido un ataque al convoy y aunque pudieron replegarse sin bajas, la experiencia había sido aterradora. Lo empujaron al suelo mientras el vehículo se retiraba del peligro disparando, para volver al cuartel apoyado por helicópteros artillados.

Después de esa desventura, me congracié más con nuestra realidad y llegué a pensar que la Secretaria de Estado Americana, Madeleine Albright, había exagerado cuando aseveró que Pakistán era el país más peligroso del mundo.

Recordamos el episodio, acompañados de un buen vino, cuando años más tarde Fernando nos visitó en Marchigüe y ya no queríamos saber nada de las guerras contra los talibanes.

Para hacer el cuento corto...

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