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OCHO

El Guadalquivir se secó y del firmamento se cayeron las estrellas. Cuando Ramiro se fue, el cielo se volvió gris y el sol se oscureció para siempre.

Remedios no dejaba de llorar. Se pasaba la mañana en la tienda, detrás del mostrador, intentando contener las lágrimas, pero no lo conseguía. Su madre la miraba preocupada, pero no sabía qué hacer para consolarla.

—Compórtate —le pedía—. No puedes actuar así delante de las clientas.

Pero, aunque Remedios lo intentaba, cualquier cosa que veía le recordaba a él, a sus manos, a sus ojos, a su pecho… Su ausencia era insufrible, la sentía en cada rincón de su piel.

—Llevo mes y medio sin verlo —se lamentaba a su prima—. ¡Mes y medio! Y cada día que pasa me siento más lejos de él.

Encarna la acariciaba con ternura e intentaba tranquilizarla.

—Pero te ha escrito una carta, ¿no?

Remedios, con los ojos encharcados, afirmaba con la cabeza.

—Sí, una carta, pero solo una. Por lo visto está muy ocupado y no puede escribir. Yo le escribo todos los días.

Su prima, enternecida, cogía un cepillo del baño y peinaba su melena para tranquilizarla.

—¿Te falta mucho dinero para el pasaje?

Remedios, desesperada, se llevaba las manos a la cara y ocultaba su dolor.

—Con lo que gano en la tienda necesitaría trabajar dos años para pagarlo, y Ramiro tampoco tiene dinero.

Angustia, sufrimiento… Remedios se tumbaba en la cama y no se quería levantar.

—Quizá… ir a Canarias no es tan buena idea —le aconsejó su prima, intentando hacerla entrar en razón—. Aquí tienes familia y trabajo ¿Allí de qué vas a sobrevivir?

La chica, enfadada, puso los brazos en jarra y la miró acusadora, como si hubiera dicho una blasfemia.

—Buscaré trabajo —le contestó ofendida—. ¡Algo me saldrá!

Su prima, que la amaba con locura y no le gustaba hablarle de esa manera, agachó la mirada antes de continuar. Sabía que lo que iba a decirle era horrible, pero era mejor ser franca y mostrarle la realidad.

—Remedios… ¿de verdad piensas que va a contratarte alguien? —le preguntó entristecida—. Aquí porque tienes la tienda de tus padres, si no…

La joven, furiosa, se levantó de la cama y se fue al salón. ¡No quería seguir escuchándola!

—¡Haré lo que sea! ¿Sabes? ¡Lo que sea! —gritó irritada—. ¡Haré cualquier cosa por estar junto a él!

Vagos y maleantes

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