Читать книгу Vagos y maleantes - Ismael Lozano Latorre - Страница 9
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La primera semana siempre es complicada: acudes al trabajo con ilusión, pero también preocupado. Es una mezcla heterogénea de emociones que varía en proporciones gigantescas según avanza la jornada. Por un lado estás obsesionado por hacerlo bien, pero por otro no quieres destacar en ningún sentido, analizas al milímetro los movimientos de tus compañeros para repetirlos, tienes miedo, estás inseguro.
«Aco, no la cagues».
Acoydan necesitaba una buena nota en las prácticas para obtener el título de Grado Medio de Técnico Auxiliar de Geriatría y Dependencia. Los exámenes los había aprobado, pero no tenía una media brillante. El director de la residencia le había hecho un contrato de dos meses y le había dicho que si obtenía la titulación podría optar a quedarse.
—Solo hay una plaza —le había informado—. Y sois cuatro estudiantes, así que tendrás que esforzarte para ser el mejor.
Competir, hacerlo bien, ser amable, superarse… Eran demasiadas pretensiones para una semana en la que ni siquiera sabía con exactitud cuáles eran sus funciones. Una cosa era la teoría y otra la práctica. El trabajo real era muy distinto a como venía definido en los libros.
Dirígete a los usuarios siempre por su nombre, el trato con ellos debe ser siempre de respeto, no debe confundirse el cariño con tomarse demasiadas confianzas, aunque algunos tengan las facultades mentales disminuidas debes tratarlos como adultos, está terminantemente prohibido gritarles o levantarles en exceso la voz, debes hablarles mirándoles a los ojos y con una sonrisa, está prohibido aceptar regalos o dinero de ellos, debes tener paciencia, mucha paciencia, darles las instrucciones de una en una y otorgarles tiempo para asimilar conceptos y contestar, si alguno presenta delirios no lo contradigas, no te enfades porque influirás en su estado anímico y en la relación con ellos en el futuro…
Normas… Pautas de actuación…
Hacer las camas, recoger las sábanas, llevarlas a la lavandería, dar de comer a los usuarios, asearlos, realizar cambios posturales a los que no se mueven, supervisar que se toman la medicación, limpiar utensilios…
—¿Todos los días es así? —preguntó agobiado, y el gerocultor que lo supervisaba asintió sin ocultar la sonrisa.
—Y puede ser peor… Hoy es un día tranquilo —le contestó—. ¡Así que ve haciéndote a la idea! Los «gero» cobramos una mierda y no paramos ni un segundo, siempre faltan medios y personal, pero no nos quejamos, hay residencias mucho peores que esta.
La Residencia Cumbres Doradas era considerada de gama alta dentro de la comunidad de Madrid. Sus profesores del grado le habían dicho que había tenido mucha suerte por haber sido seleccionado para las prácticas allí.
—No todo el mundo va a centros como el que te ha tocado a ti —le había explicado su tutora—. Vas a tener la oportunidad de quedarte en una de las mejores residencias de la zona, ¡así que tienes que esforzarte! Trenes así no pasan todos los días.
Esforzarte…
Oportunidad…
Trenes así no pasan todos los días…
—Lo más importante son los usuarios —le había dicho la jefa de gerocultores en la reunión inicial—. Nuestro trabajo consiste en ayudarlos a realizar las actividades que no pueden hacer ellos solos, suplir sus carencias. Los lavamos, los alimentamos, les damos paseos… Pero debemos aprender a ser algo más, administrarles un trato personal y suplir también sus necesidades afectivas.
Necesidades afectivas, necesidades afectivas…
—Cuando entráis por esta puerta, los usuarios son lo primero, vuestros problemas y preocupaciones deben quedarse atrás. Aquí venimos a cuidarlos y a hacerlos sentirse mejor, no para contaminarlos con nuestras «mierdas». En esta casa no puede haber ni un mal gesto ni una mala cara. ¿Comprendido?
Acoydan, silencioso, asintió con la cabeza.
—Y tampoco quiero quejas ni faltas injustificadas. Los gerocultores tenemos demasiado trabajo y no podemos perder el tiempo ocupándonos de los niños de prácticas.