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Al reflexionar sobre lo que me sirve de trampolín para desarrollar un tema me parece que para mí se trata siempre de resolver un problema. No es algo que vaya de suyo, problematizar la experiencia analítica; vale la pena tomarse un tiempo para iniciar una reflexión epistemológica.

Por una parte, después de cierto tiempo de práctica analítica, ya sea desde la vertiente del analizante o desde la del analista, hay lo que puede llamarse una evidencia. El paciente viene, habla; el analista escucha, habla –habla menos cuando es lacaniano–. El primero habla con abandono, no debe elegir sus palabras; el segundo habla con prudencia, eligiendo las suyas. A veces sucede lo contrario: hay pacientes que eligen con prudencia extrema lo que aceptan decir y también analistas que dicen cualquier cosa. Tomemos la situación supuestamente normal, preferible. Todo el mundo está de acuerdo en que lo contrario no es recomendable.

Así pues, evidencia de una práctica. Pero, por otra parte, permanece el misterio de qué es el inconsciente; el inconsciente se siente, pero no se muestra como tal. Nadie puede preciarse de vivir en conformidad con el inconsciente. A veces hay personas que hacen como si vivieran en conformidad con el inconsciente, pero no es verdad.

Cuando el paciente viene, le saludamos, le damos la mano. A veces conservamos su mano durante unos segundos para significar, por ejemplo, ayuda, proximidad, presencia de los dos. Pero nunca se toca la mano del inconsciente. Cuando uno trata de tocar la mano del inconsciente, ya ha desaparecido. Éste puede ser el sentido del emblema lacaniano de la interpretación: el cuadro de San Juan de Leonardo con el dedo apuntando hacia el cielo, un cielo vacío para indicar que el inconsciente ya se fue. El emblema de la interpretación no es la mano extendida para coger otra mano. Es sólo un índice apuntando a una ausencia.

Cuando los analistas, aquellos que reciben a otros desde la posición llamada del analista, tratan de elaborar sus experiencias, de ponerlas en palabras, me parece que caminan entre la evidencia y el misterio. Hay una complicidad entre ambas en la experiencia de la práctica misma, el hecho de que esa práctica existe, que sabemos que algo pasa en ella y que, cuando no pasa nada, a menudo la experiencia continúa y algo se satisface de todos modos en ella. ¿Qué es lo que se satisface?

El misterio del inconsciente se contrapone a la evidencia de la práctica. La evidencia de la práctica está construida sobre el misterio del inconsciente y, al mismo tiempo, el misterio del inconsciente se sostiene en la evidencia de la práctica. Para salir de esta oscilación permanente, todos los analistas –no solamente nosotros– tienen un recurso usual.

Tanto el misterio como la evidencia impiden hablar, vuelven impotente al decir mismo. Por esta razón el recurso usual para decir algo de la experiencia es la cita. La palabra en castellano tiene una significación interesante: una cita consiste en citar a otro que ha hablado y convocarlo como testigo del inconsciente. Nosotros citamos a Lacan. Los otros también tienen un estilo extraordinariamente citatorio. Y esas citas tienen generalmente el lugar de una prueba. Las elucubraciones teóricas en el psicoanálisis funcionan a través de este recurso a autoridades, a nombres propios. Y no decir los nombres propios no cambia nada –están presentes igualmente–, por una razón estructural, como testigos. En matemáticas no hay citas porque cada uno puede rehacer la demostración por sí mismo, constituirse a sí mismo como testigo. Y no creo que esta función pueda eliminarse.

En la teoría analítica se da prevalencia a otro recurso contra el círculo evidencia-misterio. Este recurso, más que la cita, es el problema. Cuando uno trata de dar con el problema en la experiencia analítica, entre evidencia y misterio, siempre hay obstáculos e impasses porque el decir es tan inadecuado para este misterio como la evidencia. Los efectos de sentido son siempre impotentes para igualarse a la referencia. En este lugar es donde se produce el recurso a la cita que viene a colmar lo imposible de decir. Por eso, en lugar de la cita, es mejor el problema. Es mejor aceptar el obstáculo que encontramos para dar cuenta de la experiencia analítica, reconocerlo, amarlo.

Un problema de psicoanálisis, algo que realmente pueda llamarse así, no surge de la práctica, tampoco del inconsciente. El verdadero problema del psicoanálisis surge del decir, de la inadecuación del decir del analista cuando habla a otros analistas, tanto de la evidencia como del misterio. Un problema surge siempre a partir de lo que uno mismo, u otro, ha dicho antes y de su confrontación con lo imposible de decir. Es lo que podemos llamar un estilo problematizador en el psicoanálisis. Y creo que el estilo del que habla Lacan, el estilo que hay que transmitir, es un estilo problematizador, aunque no lo parezca en su enunciación.

Introducción a la clínica lacaniana

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