Читать книгу Introducción a la clínica lacaniana - Jacques-Alain Miller - Страница 57
ОглавлениеLa salud mental no tiene más definición que la del orden público; es ésta, entonces, la definición que propongo para sintetizar lo que parecen ser las sospechas, incluso el desdén manifiesto, expresado en ocasiones hacia el concepto de salud mental desde el punto de vista psicoanalítico. La salud mental definida según el orden público. Y, en efecto, me parece que no hay criterio más evidente de la pérdida de la salud mental que la que se pone de manifiesto en la perturbación de ese orden.
Normalmente, además, los pacientes de la salud mental son seleccionados a partir de una perturbación de esas características, que puede llegar hasta el orden supuestamente privado de la familia. Es decir –y discúlpenme si esto puede parecer un poco burdo–, que lo más importante en la vida, respecto a la salud mental, es andar bien por la calle. Y más aún atravesarla, cruzarla sin ser atropellado. En el uso común que tenemos en París –el sentido común, por lo demás, siempre tiene razón–, la manera de expresarlo sería decir que es alguien en quien no se puede confiar para cruzar la calle con un niño. Me parece un verdadero criterio de salud mental.
Así podemos ver, por ejemplo, que en el campo, cuando no había calles y menos aún coches, los estándares de la salud mental eran mucho más relajados que hoy, en las ciudades, donde hay una circulación automovilística intensa. Y cuanto más intensa, más podríamos proponer a nuestros amigos científicos: la correlación entre los estándares de la salud mental y el estado de la circulación de los coches.
Se sabe que hay también quienes ya no vuelven a salir de su casa. Pero eso molesta también al orden público en el ámbito de la familia. Puede ser un signo importante que un adolescente, por ejemplo, se quede encerrado en su habitación; puede hacer sospechar algo desde el punto de vista de su salud mental. Y si no tiene familia, una persona que nunca sale a la calle molesta a la portera –importante personaje de la vida ciudadana–; todo el mundo sabe que hay que tener buenas relaciones con la portera. Estoy bromeando aunque es cierto que con la salud mental se trata siempre del uso, del buen uso de la fuerza.
Me parece además un hecho de experiencia, según el testimonio de quienes trabajan en las instituciones correspondientes, que la salud mental es, fundamentalmente, una cuestión de entrar, de salir, y también de volver. De otro modo se trata de fugas. Después de haber salido, es esencial al orden público. Volver a casa a dormir, por ejemplo, puede evitar el divorcio. El problema central en la práctica de la salud mental es a quién se puede dejar salir y que se puede salir si se vuelve para tomar la medicación.
Los trabajadores de la salud mental son quienes deciden si alguien puede circular entre los demás, por la calle, en su país, entre los países, o si, por el contrario, no puede salir de su casa, si sólo puede salir para ir al hospital de día o si no puede salir del hospital psiquiátrico. Y ya sólo queda por decidir si ha de estar atado porque, en algunos casos, la peligrosidad es rebelde a la medicación.
Los trabajadores de la salud mental se reconocen próximos a los de la policía y la justicia, que son trabajadores también. Y esa proximidad les ofusca, tratan de alinearse en otro lado, pero eso es también una confesión. La salud mental tiene, por tanto, como objetivo –no puedo imaginar otro– reintegrar al individuo a la comunidad social.
Al mismo tiempo, conformarnos con establecer la equivalencia entre salud mental y orden público no es suficiente como, de hecho, demuestra la diferencia entre estas categorías de trabajadores. Hay perturbaciones que incumben a la salud mental y otras que conciernen a la policía o a la justicia. Debemos preguntarnos cuál es el criterio que sitúa a un individuo de uno u otro lado de la salud mental y del orden público.
Ese criterio operativo es la responsabilidad. Es el castigo. Lacan escribe que la responsabilidad como castigo es una de las características esenciales a la idea del hombre que prevalece en una sociedad dada. Y quizá pueda parecer sorprendente que, entre sus Escritos, haya un texto sobre «Criminología y psicoanálisis». Pero, al contrario, Lacan acentúa la responsabilidad como un concepto esencial en la distribución de la salud mental, el orden público y el psicoanálisis.
La noción crucial entonces, para el concepto de salud mental, es la decisión sobre la responsabilidad del individuo. Es decir, si es responsable y se puede castigar o, por el contrario, si se es irresponsable y se debe curar. Me parece bastante evidente que la mejor definición de un hombre en buena salud mental es que se le puede castigar por sus actos. Es una definición operativa, no ideal. Ceaucescu, por ejemplo, no tiene una buena salud mental, no se le puede castigar. Si alguien le llama paranoico será encerrado en lugar de serlo Ceaucescu. Es el tema al que pretendo aludir cuando la encarnación, el propio poder de castigar, está en posición de escapar al diagnóstico de la salud mental.
¿Y qué significa irresponsabilidad? Significa que los demás tienen derecho a decidir por alguien, es decir que se deja de ser un sujeto de pleno derecho. El término «sujeto», por tanto, no se introduce a partir de lo mental sino a partir del derecho. Y puede verse ahí la imagen misma del totalitarismo: que otro decide siempre y que, en un estado semejante, todos los demás son los que están locos. La prueba es que no pueden salir del país.
Pero centrémonos en esta idea de irresponsabilidad. Es irresponsable quien no puede dar razón de sus actos, quien no puede responder de ellos. La propia palabra «responsabilidad» incluye «respuesta», es la misma raíz. La responsabilidad es la posibilidad de responder por sí mismo. Si para el psicoanálisis es tan interesante la criminología es porque plantea el problema de si la enfermedad mental llega a suspender el sujeto de derecho.