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EL PSICOANALISTA Y LA SALUD MENTAL

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Y aquí podemos corregir nuestra primera equivalencia para decir que la salud mental es parte del conjunto del orden público, una subcategoría. Por ejemplo, puede notarse que la neurosis obsesiva es perfectamente compatible con él. Hasta el punto, incluso, de que podríamos preguntarnos si los inventores del orden público no fueron neuróticos obsesivos. Un juez que piensa todo el tiempo en el acto sexual no por ello deja de actuar como juez. Puede judicalizar perfectamente y, mientras tanto, no tener otra cosa en su pensamiento que obsesiones sexuales. También la paranoia, a veces, es perfectamente compatible con el orden público, más en unas profesiones que en otras. Sólo a un paranoico he oído decir, en mi consulta, que estaba en perfecta salud mental. No sé si eso podría decirlo alguien que no fuera paranoico.

Hablo del paranoico precisamente porque es, en psicosis, quien se presenta como sujeto de pleno derecho, es decir, que se presenta para pedir justicia o para hacerla. En ese sentido es creador de orden público, inventor de nuevos órdenes. La paranoia permite una conexión muy estrecha con el problema del lazo social y del semejante. De hecho, hay muchas cosas en la cultura que debemos a grandes paranoicos. Y el paranoico es hasta tal punto sujeto de derecho que parece salirse del análisis; es además un derecho sin culpa.

Creo entonces que, llegados a este punto, podemos tomar una posición unívoca con respecto a la relación entre el psicoanálisis y la salud mental: el psicoanalista, como tal, no es un trabajador de la salud mental y quizá sea éste, precisamente, el secreto del psicoanálisis. A pesar de lo que pueda pensarse y decirse para justificar su papel en términos de utilidad social, el secreto del psicoanálisis es que no se trata de salud mental.

Hay muchas prácticas ahora que pueden incluirse en el campo de la salud mental en tanto que se dirigen a la armonía de lo mental y de lo físico. La «salud mental» tiene el peso de nombrar el lugar donde trabajan muchos practicantes. Pero en razón de su propia estructura, el psicoanálisis no está en esa categoría. El psicoanálisis agrega a ello el pensamiento, es decir, agrega el pensamiento inconsciente que no es de lo mental ni de lo físico, pero que tiene la eficacia de desordenarlos. En ese sentido, Lacan y Freud están en la misma línea de los filósofos y los escritores del siglo XIX que propiciaron el psicoanálisis por haber revelado que el hombre, como tal, es un enfermo. Es una generalización, pero esta frase se encuentra tanto en Hegel como en Nietzsche y forma parte de todo lo que se prepara y acompaña el descubrimiento freudiano. Eso ha permitido al psicoanálisis tomar su orientación porque si es así, si es un animal enfermo, en nuestra tarea curarlo. Como he dicho, en Estados Unidos no tienen ninguna dificultad para incluir al psicoanálisis dentro de las prácticas de la salud mental. Nosotros tenemos una posición no de simple exclusión sino de compleja dialéctica con la salud mental. Pero que, en la práctica, no es operativa, no permite una discriminación más allá de la de si se puede o no cruzar la calle con un niño.

El psicoanalista no puede prometer, no puede dar, la salud mental. Sólo puede dar la salud: saludar al paciente que viene al consultorio. Además, cuando funciona bien, es él quien se queda ahí encerrado, como si se retirara a sí mismo de la circulación.

En psicoanálisis tiene mucha importancia saludar bien. Se dice, por ejemplo, que en su última época la sesión lacaniana se reducía a un saludo. Quizás el saludo analítico sea lo esencial. Podríamos entonces oponerlo a la salud mental. Lo he visto recientemente porque alguien, a quien no había saludado bien, me pidió un análisis muy poco tiempo después. Se trata de que el saludo incide en la propia práctica sin que se pueda anticipar el resultado inmediatamente.

En eso radica la diferencia entre ambos. Y en eso puede interrogarse la utilidad del psicoanálisis ya que, desde el punto de vista del orden público, según se dice la gente que se analiza tiene buena salud. La diferencia y, quizá, la paradoja desde ese punto de vista es que el psicoanálisis es un tratamiento que se dirige al sujeto de derecho como tal, al sujeto de pleno derecho. Es decir, que nuestro trabajo se dirige a enfermedades mentales –si se las quiere llamar así– en las que hay un sujeto de pleno derecho. Un sujeto que responde de lo que hace y de lo que dice hasta el punto de saber que, si no puede hacerlo, las cosas no van bien; no le parece una tontería decir y hacer cosas de las que no puede responder. Quienes se introducen en la enseñanza de Lacan pueden situar el término «sujeto» a partir de esa dimensión de respuesta, de capacidad de respuesta. El sujeto de derecho tomado así, en la vertiente de la respuesta, es el sujeto de la enunciación, como decimos utilizando un término lingüístico. Es el sujeto que responde de su enunciado, para lo cual es necesario no confundirse con él.

Introducción a la clínica lacaniana

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