Читать книгу Poder y destino - Javier González Sanzol - Страница 11

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CECILIA

Cecilia se derrumbó al saber por qué le habían llamado. Estuvo llorando un buen rato. Pacheco le dejó desahogarse. Luego, comenzó a interrogarla.

El día de los hechos, Cecilia había quedado con su novio a las siete de la tarde. La razón: quería romper con él. Le dio las razones, quizás demasiado rápidamente, porque nunca le habían gustado los numeritos del pobre novio abandonado. Y no, no tenía miedo de una reacción demasiado airada. Pedro no era violento, en absoluto. Lo que más le gustaba de él era su tranquilidad, su aplomo en todas las situaciones.

¿Qué por qué rompió con él? Porque solo le gustaba estar metido en casa, estudiar, charlar, leer, y todas esas cosas. A ella le gustaba salir por ahí, con amigos, ir al cine, bailar, divertirse. Y él siempre encontraba alguna excusa para no salir. Muchos fines de semana salía ella sola con sus amigas para no aburrirse con él en el piso.

Ese día, después de hablar con Pedro, Se fue directa al Colegio Mayor. Estuvo estudiando un rato, vio un poco la tele, cenó y se acostó. Claro que podía demostrarlo. En la puerta del Colegio Mayor una monja anotaba sistemáticamente las entradas y salidas. Tardó mucho en dormirse. Esas situaciones eran desagradables, y la verdad es que apreciaba mucho a Pedro.

Si, sabía que le interesaba mucho la política, leía libros de todo tipo, sobre todo novelas, pero también alguno de Lenin, Trotski y de ese estilo. Alguna vez le había prestado algún libro de esos, pero nunca había conseguido pasar de la tercera página. Eran un rollo.

No, él no era de la otra acera, qué tontería. No le había visto amigos “raritos” ni nada parecido. Tampoco era consumidor habitual de drogas. Solamente un par de veces le había visto fumando un porro con sus amigos del piso. Ella no, no le gustaba ese rollo.

El inspector siguió interrogando a Cecilia durante más de media hora, sin conseguir que cayera en contradicciones. Cecilia era una persona inteligente y a la vez superficial. Buena estudiante, nunca había intervenido en política, que se supiera. Tampoco en partidos medio tolerados, como PSOE, o más conservadores, como AP. Iba regularmente a las asambleas, pero no intervenía. Vivía en un Colegio Mayor femenino, sus amigas eran también buenas estudiantes. Había tenido varias parejas, y Pedro parecía ser el más interesante. El resto, jóvenes de buena familia, compañeros de clase que había conocido en la comisión de apuntes o bailando en una discoteca. Relaciones de dos o tres meses, normalmente rotas por ella, que no quería comprometerse tan pronto ni tanto.

Sus padres, gente sencilla, comerciantes con una zapatería en Burgos, ganaban lo suficiente para que su hija estudiara enfermería en una ciudad como Valladolid y fuera a un Colegio Mayor como Dios manda, regentado por monjas. Su única hija, su orgullo en la vida.

El inspector le advirtió que no debía comentar esto con nadie, ni salir de la ciudad, y la dejó marchar.

Poder y destino

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