Читать книгу Poder y destino - Javier González Sanzol - Страница 12

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JOSE, MARIANA Y LAURA

El trío fantástico. Los tenía a los tres aislados, cada uno en una celda, más de dos días sin ver a nadie, excepto a un policía que les llevaba un bocadillo de tarde en tarde. Sin permitirles ver la luz del sol, sin un ritmo de comidas. Haciendo que perdieran la percepción del tiempo, del día y la noche. Estaban aislados y solos, el resto del mundo había desaparecido. No tenían ni idea de por qué estaban allí.

Habían irrumpido en el piso a las siete de la mañana, justo antes de levantarse para ir a clase. Se habían llevado panfletos, libros y hasta una vietnamita. La vietnamita era una multicopista casera que había fabricado Pedro y servía para hacer panfletos, unos cincuenta por calco. La noche anterior habían estado hablando de la situación política, del salto cualitativo en la lucha por el socialismo revolucionario, en fin, de todo lo que les preocupaba y la interpretación que Jose les hacía, era el intelectual del piso y de la célula. Terminaron discutiendo por lo de siempre, Jose no había fregado los cacharros, y mañana le tocaba hacer la comida, etc., etc.

Jose tenía miedo. Siempre había oído hablar de las palizas de la policía, de los interrogatorios, de las torturas. Y eso no era todo. Podía ser el fin de sus carreras, la pérdida de confianza de sus compañeros de partido, el aislamiento de todo lo que disfrutaba, compañerismo, amistades, acción política. A medida que pasaban las horas, su confianza en sí mismo, sus convicciones, hasta su amor propio se tambaleaban. Eran unos estúpidos que no habían tomado ni las más elementales precauciones de clandestinidad.

Por otra parte, se preguntaba si alguien se habría ido de la lengua, si tenían un topo dentro, o algún conocido de otro partido que hubiera cantado. Desde luego, no eran tan importantes como para que la policía se preocupase de meterles a alguien infiltrado, ni nada parecido. Pensó de todo, un golpe de mano de las fuerzas más reaccionarias del régimen, un atentado contra Franco o un empeoramiento de su salud, la muerte del “caudillo”…

Estaba verdaderamente asustado. Dos noches sin dormir. El silencio más absoluto. Se habían llevado también a Mariana y a Laura, pero no oía gritos ni golpes, ni ninguna voz. En un momento de la noche permanente en la que le habían sumergido, le pareció escuchar un llanto muy apagado, pero pudo ser también fruto de su imaginación. De repente, se abrió la puerta de la celda y un guardia con cara de pocos amigos le gritó: —¡acompáñeme!—

Poder y destino

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