Читать книгу Poder y destino - Javier González Sanzol - Страница 14

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BEETHOVEN

Amalia terminó de cenar, recogió los platos y pretextando que estaba cansada, se retiró a su cuarto. Su gran pasión, la música. Desde pequeña, llevaba más de veinte años escuchando siempre música con delirio, casi siempre Beethoven, sin cansarse nunca. Cuando ella tenía catorce años, su padre compró un tocadiscos de maleta, de los que se abren y la tapa es el altavoz, nada sofisticado, por supuesto no estéreo, y con tres velocidades: 33 rpm. para los LP, 45 rpm. para los singles y 78 rpm. para los discos de gramófono. Para estrenarlo, su padre le dejó comprar un disco, y compró la 9ª de Beethoven, después de haber estado en la tienda casi una hora probando discos. El dependiente ponía cara de odio cada vez que le sacaba uno y se lo daba para escuchar fragmentos. Pero la cara le cambió cuando eligió la novena. Desde entonces casi siempre oía a Beethoven. Cuando entraba en un bar y se oía la música muy alta, muy comercial, sentía una sensación de desagrado, como si estuviera en un sitio que le resultaba ajeno, con gente que le resultaba extraña. Como si viera todo desde una altura. La sensación de ver las cosas desde fuera, las personas, las conversaciones. Participaba, pero como si estuviera representando un papel, como si la gente que conocía, compañeros de facultad, supuestos amigos, fueran personajes de una película, y ella una mera espectadora. Todo le parecía falso, impostado. Falso, como sus padres.

Se puso los auriculares, y, sin saber por qué, puso la quinta. Nunca había sido su preferida, aunque la apreciaba, pero esa noche algo le pedía explorar la llamada del destino que Beethoven reflejaba con los cuatro aldabonazos sobre la consciencia de los hombres: ¡Po-po-po-pooo! ¡Po-po-po-pooo! Entonces apretó los dientes, y comprendió que no había sido un episodio aislado. Que era maravilloso ser la dueña del destino.

Poder y destino

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