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CENA DEL MARTES

Si el lunes su padre había llegado a casa hecho una furia, el martes llegó arrastrando los pies, preocupado, casi deprimido. Era más tarde de lo habitual. Su madre había estado despotricando por la ausencia de horarios y los sacrificios que hacía su marido sin que nadie se lo agradeciera. Pero cuando Pacheco llegó, al ver cómo venía, fue todo dulzura. Se acomodaron en la mesa de la cocina, llamó a Amalia y sirvió la cena. Cuando veía a Pacheco así, no le preguntaba nada. Sabía esperar pacientemente a que fuera él el que empezara a hablar.

—Si lo sé, hoy no me levanto. Me hubiera quedado en la cama, y tan ricamente.

—¿Otra vez los padres del difunto?

—Qué va. Esos han decidido que prefieren dar la lata al Gobernador civil para que este nos la dé a nosotros. Y ahora están empeñados, junto con sus abogados, con el tema de la autopsia. Están convencidos de que nosotros detuvimos al muchacho y le dimos una paliza de muerte. Y creo que el gobernador civil piensa lo mismo, porque ha denegado la segunda autopsia a pesar de las presiones. Por mí, autorizaba la autopsia y santas pascuas. No tenemos nada que ocultar.

—¿Entonces?

—Entonces, ahora se ha liado la marimorena. Esta mañana han encontrado a un periodista del Norte de Castilla muerto en su apartamento con un golpe en la cabeza con un objeto contundente. Estaba tumbado en el sofá, con los pantalones bajados hasta las rodillas.

—¿No habrá sido también con un ladrillo?

—No, con una escultura que representa la estatua de la libertad de Nueva York. Pero el modus operandi parece similar.

—¿También pertenecía a algún partido de izquierdas?

—¡Para nada! Era una buena persona. Se encargaba de las noticias políticas y sociales de Castilla, y sobre todo de Valladolid. Tenía muchas amistades en el régimen y muchos contactos por todos los lados. Estaba muy bien informado, y cuando se enteraba de algo que podía interesar a la policía, nos lo decía. A cambio, nosotros le filtrábamos también cosillas que le venían bien. Gracias a eso, muchas veces llegaba a los sitios antes que nadie.

Le encontraron los compañeros de redacción, que fueron a su casa extrañados de que no acudiera al trabajo ni contestara al teléfono.

Total, que, entre pitos y flautas, no me han dejado respirar ni un segundo. Con la prensa hemos topado. El asesinato de un periodista es siempre una noticia bomba, y tiene la dudosa virtud de poner en pie de guerra a toda la prensa. Ya tenemos una nube de periodistas en la puerta de la comisaría y, lo que es más preocupante, relacionando los dos asesinatos. Ya comienzan a preguntar si tenemos un asesino en serie, como en las películas.

—¿Y tú qué piensas?

—Tampoco es seguro que las dos muertes estén relacionadas. Puede ser una casualidad. Luis Rojo, como se llamaba, era muy ligón y se llevaba a estudiantes a su casa con bastante frecuencia. Tenía contactos con muchas chicas de izquierda que al final terminaban escamadas. Ya sabes, prometer, prometer… Así que pudo ser alguna novia despechada. En este caso, le golpearon con el borde del pedestal de la escultura, que era muy afilado, así que no hacía falta una fuerza sobrehumana.

No sé bien qué pensar. Todavía es pronto, pero parece que estuviéramos obligados a resolver los crímenes antes de que sucedan. El comisario me ha llamado a su despacho. Ya he recibido llamadas de todos los medios de comunicación. Me han llamado del Norte de Castilla al teléfono de mi despacho enfadadísimos, como si le hubiera matado yo. Esto se está pasando de castaño oscuro. En fin, vamos a pasar unas semanas muy agitadas, y todas las broncas me las voy a llevar yo, como no podía ser de otra manera. Los políticos se quitan el muerto de encima. Hasta el comisario jefe es, de alguna manera, un político, y yo estoy ahí abajo para quien quiera pisarme. ¡Qué asco!

Así siguió toda la cena, dando vueltas al asunto. Se sentía agobiado, maltratado, sin ver una salida.

Su mujer callaba. No le gustaba ver a su marido así, derrotado. Esperaría a verle calmado para estimular su ego y que volviera a ser el marido que ella quería, el policía enérgico, a veces violento, lleno de autoridad. Ella pensaba que cuando demostraba esa falta de coraje, se iba apartando de puestos más elevados, comisario, comisario jefe, para los que estaba más que preparado. Todavía era joven, apenas tenía algo más de cincuenta años, y una carrera por delante. Pero le faltaba ambición. La ambición la ponía ella. Por ella estudió para el ingreso en el cuerpo nacional de policía con solo veinte años. Por ella había seguido luchando para ascender en el escalafón, subinspector, inspector de tercera, de segunda, de primera, habían pedido ir destinados al país vasco en lo peor de los atentados de ETA. En esa época tuvieron a Lucía, al poco de casarse, porque se había quedado embarazada en un descuido. Al año siguiente tuvieron a Amalia. Qué distinta de su hermana. Era una niña triste, acomplejada. No destacaba por su belleza, eso era cierto. En realidad, no destacaba por nada. No era coqueta, vestía casi de uniforme, pantalones vaqueros o faldas hasta los tobillos, las menos veces. No se maquillaba apenas, llevaba el pelo a media altura, y se lo lavaba cada siglo.

Poder y destino

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