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DE LUNES

Pacheco y Ramiro fueron llamados al despacho del comisario el lunes por la tarde a primera hora.

Por la mañana, se habían reunido los dos inspectores con sus subalternos para recapitular y ver qué datos nuevos se podían aportar. La mesa de trabajo estaba vacía. Ningún indicio, ninguna sospecha. Nada que relacionara los dos asesinatos. En el caso de Luis Rojo, ningún sospechoso. Había mucha gente que discrepaba de su punto de vista. Los lectores más adictos al régimen consideraban sus artículos muy engañosos, con tendencias críticas, y por tanto sospechosas. Para los de izquierdas, sus artículos, que aparentemente eran algo críticos, intentaban justificar la situación actual dando la falsa impresión de libertad de opinión. Pero no tenía enemigos que se pudieran considerar sospechosos ni encontraron ningún motivo que justificase un asesinato, y menos de esta índole. El asesino no había dejado huellas, ni había dado ninguna pista sobre sus motivos o su identidad. Nada destacado. Bastante alcohol en el estómago, y en el tocadiscos un disco de música clásica. Y, muy importante, los pantalones por las rodillas.

Entraron en el despacho del comisario, sabedores de lo que les esperaba. Y la bronca fue monumental. El comisario actuaba como amplificador de la perorata que había tenido que aguantar de sus superiores. El comisario jefe y el gobernador civil le llamaron a primera hora de la mañana y le amargaron el desayuno. Cómo podían estar tan en blanco. Las plantas de marihuana incautadas no eran de marihuana. Eran de una especie de planta de cáñamo, de aspecto idéntico a las de marihuana, pero totalmente inofensivo. No era la primera vez que alguien vendía ese tipo de plantas a estudiantes ingenuos que se habían dejado en el timo unas cuantas pesetas. De la sospecha de asesinato, ni podían hablar. Y en cuanto a la brigada político-social, pensaban que era una pérdida de tiempo y dinero. Esa detención no valía ni la gasolina gastada. Cuatro niños de papá irrelevantes sin ninguna influencia política ni social, que se podían haber despachado con cuatro tortas bien dadas y una sanción académica. No habían encontrado indicios, no habían apretado suficiente a los confidentes, no tenían un perfil del asesino, nada de nada, nada. Y mientras tanto, un asesino andaba suelto. Y si había más asesinatos cortarían cabezas. Salieron del despacho cabizbajos y preocupados. Las cosas no pintaban bien. Algo se les escapaba. Algo fundamental.

Poder y destino

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