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- capítulo cinco -


—Estoy cansado —expresó mientras cerraba la puerta.

Sus palabras se quedaron suspendidas en el aire y solo sentí una enorme rabia bajar desde mi cerebro hasta la punta de mis pies, ¿cómo podía estar cansado? No podía sacarme el grito de mi amiga de la cabeza y solo bastó una frase estúpida para hacerme gritar.

—¿Cansado? ¡Yo estoy cansada de todo lo que nos está ocurriendo! —grité, él me observó con sorpresa.

—Sí que eres muy expresiva, Alice —rio por lo bajo y caminó hacia su colchón.

—¿Nunca te sacarás esa estupidez de la cara?

—No, puedes encandilarte con mi hermosura.

Rodé los ojos, no me hacía gracia. Y lo peor de todo era que sentía todo muy a flor de piel. A ratos quería golpearlo y a los minutos quería solo conversar con él para no volverme loca.

—Tienes razón, ahora me lo sacaré —comentó—. De todas maneras, hoy era el día para sacarnos esta mierda que ya me tiene aburrido. —Cogió el pasamontañas con una de sus manos y se lo quitó dejándome ver por primera vez su rostro.

Su cabello era negro, al menos así se veía dentro de cuatro paredes. Sus facciones parecían sumamente definidas y, la verdad, me pareció un chico guapo que no me explicaba por qué demonios se encontraba ahí, secuestrando personas. Su mirada se fijó en la mía, creo que lo miré demasiados segundos sin pestañear, él sonrió de inmediato. Una sonrisa que me paró los pelos.

—¿Te encandilé con mi hermosura? —Alzó las cejas.

Me quedé en silencio y él solo me observó divertido. Después de todo, lo único que podía rescatar era que era un tipo relativamente normal, algo bipolar, parecido a mí. Pero era lo mejor que podía pasarme ahí adentro, al menos no quería golpearme o abusar de mí.

—¿Puedes averiguar qué le están haciendo a mi amiga? Por favor —le pedí, lo que sonó más como una súplica, y la verdad no me importaba que sonara así.

—Por la mañana lo sabremos, ahora duérmete —ordenó y yo obedecí en silencio.


Desperté una hora antes que él, lo sabía porque miraba la hora con obsesión en el reloj que me había facilitado. Él dormía como si fuese su cama y su hogar, pero yo no podía pegar un ojo. Además, mi cuerpo dolía como el infierno y la preocupación me causaba graves problemas de ansiedad.

Ashton despertó solo. Ni siquiera quería moverme para no hacer ruido, no quería que comenzara a amenazarme con que iba a matarme ni tampoco que me llenara de groserías antes de tiempo.

—Despertaste —escuché detrás de mí.

Asentí. Lo vi ponerse de pie y comenzó a vestirse con rapidez, me pidió que me levantara y amarró mis muñecas en mi espalda, luego salimos de la habitación.

—¿A dónde vamos? —me atreví a preguntar, pues el camino no lo conocía y aunque fuese de día, parecía fúnebre y oscuro. El camino era de tierra y cada paso que daba me hacía sentir más próxima a la muerte.

—Cállate —soltó frío.

Por supuesto que me callé y solo continué caminando a su lado. Anduvimos por unos pasillos que me marearon y luego nos encontramos con un pastizal en medio de la nada. Siendo honesta, era más tierra que mala hierba. Estaba oscuro, pues eran alrededor de las cinco de la mañana.

Poco a poco comencé a divisar que algunas compañeras venían acompañadas de otros hombres que ya no traían su pasamontañas. Los miraba uno a uno, intentando memorizar cada detalle de sus rostros. Luego solo me dediqué a buscar a mis amigas y a la única que vi fue a Lía. No tenía golpes visibles, al menos, eso me alivió, pero ella se alarmó al verme a mí. Supongo que mi rostro estaba más morado de lo que yo pensaba.

—No quiero que hables, ni siquiera que te muevas —susurró Ashton en mi oído.

Obedecí. Pues no entendía por qué nos habían llevado hasta allí.

Un silencio diferente al que ya había se metió en el lugar y todas las miradas se fueron a un costado en específico. Imité y miré hacia donde todos lo hacían hasta que finalmente mis ojos chocaron con el rostro del mismo hombre que me había golpeado con la pistola en la cabeza. Detrás de él venía un tipo con… ¿Jamie?

Mi corazón se aceleró con fuerza, casi podía sentirlo en mi cerebro. El sujeto traía a mi amiga tomada por los brazos en su espalda, ella caminaba a duras penas y su rostro parecía casi desfigurado por los golpes que debían haberle proporcionado. Su boca sangraba, pero ella intentaba levantar su mentón.

—Jamie —susurré sin siquiera pensarlo. Mi mirada chocó con la de Lía, que también estaba horrorizada por la escena que estábamos presenciando.

—Queridas —comenzó a hablar el hombre de cabellera casi blanca, que supuestamente era la cabecera de todo este mal sueño—. Sí, soy yo, su peor y más maldita pesadilla. Quiero que sepan que esto no es una broma, y quiero que tengan claro que no pueden venir y creerse superiores a nosotros, ¿sí? —recorrió a cada una de nosotras con su mirada—. ¿Ven a esta chica? —señaló a Jamie, ella lo miró en silencio, pero podía notar el odio que estaba sintiendo y que no podía expresar—. Esta chica quiso pelear por lo que era «justo». —Hizo comillas con sus dedos y luego soltó una carcajada falsa—. ¡¿Acaso no es justo que el puto presidente me pague?! —exclamó con euforia.

—¡No es nuestra puta culpa! —le gritó Jamie con la poca voz que le quedaba.

Solo pedía que se callara, por favor, ¿acaso no le bastaba tener su ropa despedazada y llena de sangre? El hombre cambió completamente la expresión de su rostro, golpeó a Jamie con una de sus grandes manos, y de pronto quise entrar a defenderla.

—¡Mátame pronto! —gritó mi amiga—. Me importa una mierda vivir este puto infierno. ¡Mátame, Marcus Denovan! —continuó—. ¡Sépanlo, chicas, este viejo imbécil es Marcus Denovan y deben pudrirlo en la cárcel! —gritó.

El miedo comenzó a entrar en mi cuerpo y yo misma quise matar a Jamie para que, por favor, guardara silencio, no quería que nada malo le ocurriera a mi mejor amiga. El enojo y euforia de Marcus Denovan subió a su rostro, cargó su pistola y apuntó a mi amiga.

—Sal de ahí, chico —le ordenó el hombre al tipo que se encontraba detrás de Jamie. Este se movió dejando a mi amiga sola frente al cabecera.

—¿Por qué le das tantas vueltas al asunto? —lo provocó Jamie—. Mátame de una vez.

¿Qué le ocurría a mi amiga? ¿Se había vuelto loca?

—Te concedo unas palabras antes de morir —sonrió con sarcasmo.

—Sé que quieres verme sufrir, Marcus —dijo ella—, pero ya no me queda nada, estos idiotas abusaron de mí y ahora quieres torturarme hasta que dé mi último respiro, ¿crees que soy una estúpida?

El hombre sonrió con perversidad y apretó el gatillo directamente en la pierna derecha de Jamie. Ella gritó hasta desgarrarse la garganta, y aunque cayó de rodillas a la tierra, se mantuvo digna ante la imponente figura de Marcus Denovan.

—Haz algo, por favor —murmuré. Ashton se mantenía detrás de mí y aunque me había escuchado, me ignoró, lo que me hizo pensar que ya no quedaba ninguna esperanza de poder salvar a mi amiga.

El hombre seguía mirando a mi amiga con sus ojos envueltos en perversión, disfrutaba con esa escena tan asquerosamente dolorosa. Comencé a llorar con fuerza mientras Jamie se mantenía apretando su pierna. El silencio que había era desgarrador. Nadie hacía nada, nadie podía hacer nada.

—¿Ahora sí quieres decir tus últimas palabras? —le preguntó el tipo. ¿Por qué le hacía esto a mi amiga? ¿Qué ganaría a cambio?

—Lía —la voz de Jamie se escuchó como un susurro—, no dejes que estos tipos te maltraten, por favor.

Lía comenzó a llorar y a gritar histérica que la soltaran, peleó, pero fue imposible zafarse del tipo que la tenía agarrada.

—Alice, no luches por esto, será en vano —soltó con angustia, ya estaba comenzando a quebrarse esa Jamie fuerte y justa que todas conocíamos—. Nos veremos cuando seas vieja, no ahora.

—¡Jamie!

—Las quiero. —Cerró sus ojos con fuerza.

Denovan miró la situación con una gracia que no podía comprender. Quería lanzarme sobre él y matarlo o simplemente golpearlo hasta el cansancio.

Lo vimos cargar nuevamente el arma y le disparó sin tapujo a Jamie directamente en el pecho. Dos veces. Dos. De pronto pensé que era una pesadilla, comenzaba a faltarme el oxígeno y mi cabeza estaba dando vueltas en círculos. Mi amiga se encontraba tirada en la tierra, desangrándose y nadie podía ayudarla. Tenía que ser una pesadilla. DEBÍA ser una pesadilla, pero no. El llanto de mis compañeras me regresó a la realidad.

—¡Hijo de puta! —alcé la voz con fuerza por encima de los sollozos de todas mis compañeras—. ¡Eres un maldito hijo de puta y te vas a pudrir en la cárcel!

Mi acto de «valentía» o de impulsividad consiguió que la mirada de Denovan se fuera a la mía.

—¿Quieres morir también? —me preguntó como si fuese algo cotidiano. Como si ser secuestrada, violentada y luego asesinada fuese un deporte.

Se acercó a mí lo suficiente y Ashton no me soltó. Me apoyé en él con fuerza y golpeé a Marcus en la entrepierna con tanta fuerza que ni siquiera un grito salió de su garganta. No se sintió bien hacerlo, pues no me traía de vuelta a mi amiga, pero al menos lo había golpeado.

—Maldito, eres un puto infeliz. Deberías morir en este preciso momento —dije entre lágrimas y conteniendo la rabia que sentía—. ¡Has asesinado a una chica de diecisiete años solo porque un imbécil corrupto te debe dinero! ¡¿Piensas que nosotras conseguiremos que él te pague?! ¡Imbécil! —continué gritando.

Ashton me movió unos centímetros más atrás y me apegó a su cuerpo, puso su boca en mi oreja y me susurró con molestia un «cálmate», pero ¿cómo podía pedirme eso? Solo esperé la reacción del hombre, que tenía el rostro colorado, no sé si por el dolor o por la rabia que estaba sintiendo. Me observó fijamente a los ojos y sin siquiera alzar su voz me dijo:

—Fuiste demasiado lejos, zorra —escupió sus palabras en mi cara—. Ashton, llévala a su habitación.

—¿Qué me harás? ¿Me matarás? ¿Es eso?

—No —resopló—. Eso sería un regalo.

Sus palabras se metieron en mi piel, y aunque quise seguir peleando con él, Ashton me tomó con fuerza y me arrastró hasta el salón. Me desató ambas muñecas, y cuando lo hizo, comencé a caminar de un lado a otro de forma desesperada.

—¡¿Qué demonios pasa contigo?! —me reclamó Ashton con su voz notablemente elevada—. ¿Acaso no quieres salir viva de este maldito lugar?

—¡Era mi mejor amiga! —le grité, intentando explicarle el dolor que estaba sintiendo—. ¡¿Acaso hay alguna oportunidad de salir viva de este lugar? —comencé a llorar nuevamente—. Imbécil —solté y luego comencé a darle golpes a todo lo que se encontraba en mi camino, comenzando por su estúpido colchón y la silla.

—Cálmate —me pidió, puso sus manos en mis hombros—. Si él vuelve aquí, va a torturarte, Alice.

—No me importa —bajé la voz.

—¡A él no le importa que tengas diecisiete años, maldita sea! —gritó.

—¿A caso a ti sí? —sonreí con ironía. Sequé mis lágrimas con fuerza—. No hay nadie en quien pueda confiar aquí adentro, así que, por favor, no trates de decirme lo que está bien o mal.

Él me observó confundido, pero no me respondió. Mi cuerpo estaba temblando y no sabía si era por miedo o por la terrible escena que había presenciado hace unos minutos, quería golpear, correr y gritar con fuerza.

—¡Ashton, abre la puta puerta! —escuché desde el otro lado. Era la voz de un chico y lo conocía. Era ese chico que había venido ayer.

Ashton rodó los ojos, se acercó a la puerta y la abrió. De pronto recordé, él era el hijo del maldito Marcus Denovan. Su rostro estaba descubierto y lo único en que me pude fijar dentro de mi enojo y terror, fue en que era de piel muy clara, con facciones toscas y cabello oscuro y con rizos. No miré más allá de eso.

—¿Qué mierda quieres, Joe? —preguntó Ashton notablemente irritado por la presencia del tipo.

—Ver a Alice —contestó rápidamente, luego se adelantó para entrar a la habitación.

Quería golpearlo. Quería matar a todo el que tuviese apellido Denovan.

—Alice, Alice, Alice… —sonrió mientras se acercaba a mí con cautela—. Sí que tienes agallas.

—No es necesario que la fastidies ahora, Joe —pidió Ashton.

—¿Por qué? ¿Me dará una patada en las bolas? —sonrió con ironía—. Eres tan hermosa —se dirigió hacia mí, puso su mano en mi rostro y luego comenzó a bajarlo lentamente hasta mi cuello.

Rápidamente me corrí hacia atrás y caminé hacia Ashton, quien en ese minuto me parecía más seguro que cualquier otro tipo.

—¿Quién te ha mandado para acá? —le preguntó mi compañero de salón posicionándose frente a mí, dejándome detrás de él y enfrentándose a Joe.

—Nadie —contestó él con simpleza.

—Entonces puedes irte a la mierda —sonrió Ashton—. Esperaré a que tu padre llegue aquí. No abusarás de Alice solo porque te pone caliente, Joe, no seas enfermo —expresó con brusquedad. Además, era envidiable lo tranquilo que era Ashton para mandar a la mierda a una persona.

Joe lo observó irritado y salió de la habitación dando un fuerte portazo.

—Gracias —murmuré apenas.

Él no me dijo nada, solo lo vi sentarse en la silla golpeando con la punta de su dedo índice la mesa de madera que había en la habitación. Mi corazón todavía latía con fuerza y se encontraba destrozado, pero ahora comenzaba a preocuparme por mi integridad física.

—Alice —escuché desde la puerta.

Mi mirada subió hasta chocar con los ojos de Marcus Denovan, quien venía acompañado por dos sujetos.

—¿Qué me harás? —pregunté con audacia. Ashton me miraba queriéndome asesinar, molesto y tratando de decirme con su mirada que me quedara callada.

—Quítate la camiseta —me ordenó uno de los tipos.

Lo miré en silencio, pensando en que no hablaba en serio.

—¡Quítatela! —gritó Marcus. Me sobresalté de inmediato.

Me quité la camiseta y el frío de la habitación consiguió que mis vellos se erizaran. Estaba agitada y con un terror que podía palpar con la punta de mis dedos.

—Y la falda —ordenó Marcus.

Intenté mantenerme sin lloriquear, aunque mi garganta amenazaba con un nudo kilométrico. Me quité la falda a duras penas, temblorosa y pensando en que lo peor no era morir.

Miré a Ashton casi rogándole que hiciera algo, pero él se mantenía al margen de lo que estaba sucediendo, aunque no disfrutaba como los demás, pues corría la mirada y se notaba incómodo cada segundo que pasaba.

—Marcus —habló Ashton. Empuñé mis manos con nerviosismo y lo miré. Su expresión era neutra, pero escondía algo en su mirada—. ¿Qué le harás? Ya basta, estás torturándola por sufrir como cualquier persona. No te comportes como un hijo de puta con ella.

Marcus levantó su mirada hacia Ashton, con desdén y mal poder. Si las miradas mataran, probablemente Ashton estaría muerto.

—Cállate, Ashton, y sal del salón —ordenó el hombre.

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