Читать книгу Secuestro - Javiera Paz - Страница 18
Оглавление- capítulo trece -
«Christopher:
No sé cómo explicarte todo el dolor que me hiciste sentir, más conmigo misma que por ti. Sin embargo, en este momento de mi vida, no eres lo más importante y no puedo sentarme a llorar por tu culpa esperando que la vida pase lenta y cruel. No sé si en este mismo momento dimensionas las palabras que alguna vez dijiste: “Estaremos siempre juntos”, “No sería capaz de fallarte”, “Me haces el hombre más feliz del planeta”. Tampoco sé si lo recuerdas, pero yo sí, y muy claramente. Estoy atrapada aquí sin saber si algún día volveremos a vernos, sin entender qué fue lo que ocurrió en realidad y con la incertidumbre de hablar en condiciones humanas de lo que éramos.
Si me preguntas en este minuto si regresaría a ti, probablemente lo haría, ¿sabes? Pero no por el hecho de que te quiera siempre en mi vida, sino porque necesito a alguien que me contenga, que me abrace, que me bese o simplemente me diga que todo estará bien. Necesito creer que todo estará bien, en serio, y si para eso debo perdonarte, lo haría.
No sé si te amo, no sé si sigo enamorada de ti como antes lo estaba, pero en este minuto estoy aferrándome a todo lo que tenía fuera para no olvidarme de quién era antes de entrar aquí y no puedo alejarme de ti y olvidarme de todo tan fácilmente, menos aquí, donde no hay ningún rostro familiar ni amable. Tal vez necesito que me ames en este momento, que me abraces y me acurruques por las noches, que te hagas cargo de mi fragilidad. No sabes lo inútil que me siento aquí sin saber qué me deparará el destino. No quería sacarte de mi vida tan abruptamente, merecía llorarte un poco más.
Te extraño, no lo negaría por ningún motivo. Y si hubiese sabido el destino que estaba escrito para mí, tal vez las cosas hubiesen tomado un rumbo diferente. Dije cosas cuando estaba muy molesta, olvidé lo buenos que éramos antes de todo, olvidé cuánto nos queríamos y ahora, aquí encerrada, me doy cuenta de que, a veces, hay cosas tan simples de solucionar y nos quedamos ahí, parados, sin hacer nada. Me gustaría abrazarte, por última vez o el primero de muchos dejando errores atrás…».
Parecía una carta inconclusa y no quise hacer trabajar mi cabeza para imaginarme qué más quería decirle Alice a su exnovio. No me costó descifrar que ella todavía lo tenía muy pegado a su corazón, pero no podía juzgarla, en momentos así solo necesitas aferrarte a algo que para ti parecía real. Por supuesto que hubiese preferido una carta de «adiós» que una de volver a verse y abrazarse, pero bueno. Negué con mi cabeza y cerré el cuaderno. Lo dejé en el piso e intenté dormir con mi cabeza hecha un lío.
Alice Brenden
Desperté sin haberme dado cuenta de cuándo me había quedado dormida en la cama improvisada de Ashton. Me senté rápidamente y recordé que la noche anterior había estado escribiendo. Froté mis ojos y miré a mi costado encontrándome a Ashton durmiendo bocabajo. Tenía una camiseta blanca puesta apegada a su cuerpo, pero me horroricé al percatarme de que tenía sangre en ella.
—Ashton —toqué su hombro—. Ashton, despierta. —Lo vi intentando reaccionar y aunque le costó, abrió sus ojos para mirarme—. ¿Qué te ha pasado en la espalda? Tienes sangre, mucha sangre.
—Cálmate —dijo, luego apoyó sus manos en la cama y con cuidado se impulsó para ponerse de pie.
Se quitó la camiseta dándome la espalda y me enseñó lo que tenía. Se encontraba llena de heridas abiertas esparcidas desde su nuca hasta su espalda baja. Y la piel que permanecía limpia de heridas estaba tornándose morada.
—Dios —me puse de pie y me acerqué a él—. ¿Quién te ha hecho esto? Ha sido Marcus, ¿no? Ashton, se ve mal, muy mal.
—Alice, solo cálmate —se volteó para mirarme a los ojos—. Me siento bien, que no te importe, ¿de acuerdo?
Claro, eso lo decía él, que su espalda se veía como la mierda. Tenía su piel canela marcada con grandes líneas y heridas que, si se infectaban, podían ser fatales. «Respira, Alice, respira».
—Sí me importa, Ashton —solté de pronto y él continuó mirándome—, ¿cómo me pides que no me importe?
—Estoy bien —aseguró.
—Por supuesto que no estás bien —respondí tal cual mi madre lo haría—, te encuentras pálido, tienes ojeras y encima no has comido nada.
—¿Y qué te importa eso? Alice, tú y yo no somos nada —soltó de pronto—. Mantente al margen de todo lo que pueda sucederme.
«Auch».
—No puedo fingir que no pasa nada —bajé la voz.
—Alice, no quiero que sigas, ¿de acuerdo? —subió el tono de su voz.
—¡Solo me preocupo por ti! —grité.
—¡No lo hagas! —me siguió el grito.
Estábamos cerca mirándonos directamente a los ojos. Casi como contrincantes.
—Eres tan cambiante —gruñí, me alejé unos centímetros de él y volteé para darle la espalda.
Ashton guardó silencio y al suponer que no iba a hablarme, volteé como una niña berrinchuda y nuevamente lo observé a los ojos.
—Lo soy, así que dejemos de llevarnos bien y esas mierdas —dijo frío y sin titubear.
¿Qué le pasaba? ¿Acaso Marcus había influenciado en ese comportamiento? Suponía que sí, quería creer que sí. Quería creer que no estaba tratándome de esa manera porque quería.
—No te he hecho nada malo para que me trates así —bajé la voz.
Él me observó a los ojos, se notaba molesto y fuera de sus casillas, pero no entendía lo que le ocurría en realidad.
—¿Estás acostumbrada a que todo el mundo te trate bien? —preguntó con sarcasmo—. Pues yo soy diferente, todo en mí es diferente a lo que conociste allá fuera. No quiero pintarte un mundo color de rosas, estás secuestrada —emitió con crueldad—. Estás frente a un imbécil que resuelve todo a golpes, frente a un hijo de puta que no te ayudará a salir de aquí. No voy a encariñarme contigo ni nada de esas mierdas, Alice. Así que basta, basta de todo —comentó furioso.
La vena de su cuello estaba marcada y así, violento y enojado, su cuerpo parecía más grande de lo normal. Me observaba casi con odio y no pude evitar que no me doliera lo que había dicho.
Sus palabras me hicieron pedazos. Y entendí que no estaba viendo a Ashton de la manera en que debería, como un secuestrador. Lo estaba viendo como una buena persona, alguien que estaba siempre allí, pero claramente lo hacía por obligación. No tenía que ser amable ni nada. Y yo estaba confundiéndome.
—¡Eres un imbécil! —grité.
Mis ojos se cristalizaron, quise golpearlo, pero me detuve. Debía contenerme.
—¡¿Crees que no lo sé?! —imitó mi tono de voz, pero claramente su voz era como un rugido en comparación con la mía. Se acercó a mí, tanto que tuve que levantar mi mentón para poder mirarlo a los ojos.
—¡¿Qué te pasa?! —exploté en llanto—. ¿Crees que no intento estar bien cada día? ¿Crees que no me duele no poder escapar de este maldito lugar? ¡Solo quiero salir de aquí y tú vienes con tus porquerías a tratarme como si yo fuera una mierda!
—No entiendes nada, Alice.
—¡Ni siquiera te das el trabajo de explicarme qué diablos está ocurriendo!
Ashton se quedó en silencio mirando mi rostro, que ya se encontraba lleno de lágrimas.
—¿Por qué estás mirándome así? —bajé la voz e intenté calmar mi respiración.
—No puedo, no puedo hacerlo —calmó el tono de su voz observándome y luego se frotó el cabello con nerviosismo.
—¿Qué cosa? —lo seguí con la mirada mientras lo veía caminar de un lado a otro intentando aclarar los problemas de su cabeza. No me respondía, no me miraba y al verlo tan confundido comencé a desesperarme y a aterrarme la idea de que le viniera un nuevo trance—. ¿Qué es lo que no puedes hacer? —insistí.
Ashton se detuvo, me miró a los ojos y habló:
—Esto. No puedo ser un imbécil contigo, no quiero serlo.
—¿Qué?
—¡Demonios! —Pateó una silla consiguiendo que esta se volteara.
—¡Ya basta, Ashton! —grité. Me acerqué y le tomé el codo, él se volteó para mirarme y aflojó.
Me observó con angustia, como si en mis ojos pudiese encontrar alguna respuesta. No me alejé, me mantuve como una pared frente a él hasta que su respiración comenzó a normalizarse.
Y, de pronto, sentí sus manos subir a mi rostro, me acercó a él y chocó su boca con la mía. Quedé congelada, sin entender lo que había ocurrido hasta que pude reaccionar. Sus cálidos labios consiguieron que mi cuerpo se relajara y una electricidad viajó por toda mi espina dorsal. Cerré los ojos inconscientemente sintiendo algo que jamás había sentido antes. Me dejé llevar al compás de su boca, de sus labios bien definidos y gruesos, encajábamos y eso me costaba admitirlo.
Sus manos se deslizaron hasta llegar a mi cintura y sin querer despegarme de su beso, llevé mis manos hasta su cuello. Seguíamos besándonos, olvidando todo lo que ocurría alrededor, del lugar en el que estábamos y de lo que éramos. No podía entender lo extraños que éramos, cambiantes y raros, pero por un minuto me encantó que fuese así. Ashton comenzó a caminar mientras me besaba hasta que mi espalda chocó con la pared, su cuerpo estaba apegado al mío, tanto que cada roce de piel se sentía como un peligroso choque de electricidad. Me separé de él unos segundos para poder respirar y bajé la mirada. Sus grandes brazos se encontraban apoyados en la pared dejándome a mí en medio. Bajó su mentón para observarme y yo lo subí. Demonios. Estábamos tan cerca, cómplices y con nuestras respiraciones agitadas.
—Lo lamentó —susurró. Apoyó su frente en la mía y luego se separó de mí dejándome de pie ahí como una estatua. Lo vi sacar una camiseta, se la puso ignorando las heridas de su espalda y salió de la habitación. Ay, no… Respira, respira.
Caminé frenéticamente por la habitación. No estaba entendiendo nada, ¿qué demonios había sido eso? Por una parte, quería seguir besándolo, sintiéndolo y dejándome llevar por la sensación cálida que era tenerlo cerca, pero por otra quería una explicación. Me senté en el colchón, miré a mi alrededor buscando una respuesta, miré el cuaderno que ahora se encontraba en el suelo y le arranqué las páginas que había escrito. Las guardé entre el colchón y el suelo y luego me tendí mirando el techo.
Cuando el picaporte se giró no sabía si salir corriendo a seguir besándolo o esconderme bajo tierra para no mirarlo a los ojos. La puerta se abrió y mis ojos chocaron con los de él. Había pasado un rato, pero aun así, Ashton no parecía para nada afectado con el fogoso beso que nos habíamos dado.
—¿Estás bien? —le pregunté sin mover mi cuerpo de donde estaba.
—Sí.
—¿Y tú espalda?
—Está aquí —señaló con sus dedos pulgares hacia atrás.
Sonreí sarcástica.
—Debes dejar que te ayude con eso —me puse de pie, él se quitó la camiseta e intenté ignorar que hace unos minutos estábamos besándonos. Lo vi acostarse en su colchón de manera relajadas.
—¿Qué me harás?
—Lo que se pueda —contesté.
Ashton cerró sus ojos intentando relajarse y entregándose completamente a mí, que solo tenía los conocimientos de enfermería de la escuela. Lo observé sin tocarlo y vi en él a un tipo inofensivo: grande, agresivo con quien debía, pero inofensivo. No podía tenerle miedo, no ahora. Me acerqué a buscar un paño, lo mojé y lo estrujé para quitarle el agua. Luego, me senté en el trasero de Ashton con las piernas abiertas para comenzar mi aventura de curarlo.
—Me duele, por favor, no —susurró.
—Ni siquiera te he tocado.
Él rio.
Comencé a limpiar las heridas que aún se mantenían con sangre hasta que llegué a sus heridas algo más graves, intenté que no le doliera, pero era imposible. Su piel estaba abierta y no podía curarle sin hacer contacto directo con el paño y el agua. Ashton se quejaba, pero no me detuvo. Así que fui limpiándole hasta que su espalda se vio mucho mejor dentro de lo que se podía, luego, con cuidado, me puse de pie.
—Gracias, Alice —escuché su voz mientras yo mojaba el paño para limpiarlo de la sangre.
Cuando acabé con la limpieza profunda, armándome de valor y todo eso para enfrentarme a Ashton, me volteé sobre mis pies para decirle algo como: «Hey, dime qué demonios ha pasado», pero él estaba profundamente dormido.
Así que no tuve más remedio. Me dediqué a mirarlo: era un chico cambiante, gélido, amargo, desagradable, pero me causaba una profunda tranquilidad tenerlo cerca. No había nadie más ahí que me hiciera sentir tan segura como él. No podía entender cómo una persona como él había llegado hasta ahí porque, a pesar de toda la mierda que había visto, lo consideraba una buena persona. No me había golpeado, no había intentado sobrepasarse conmigo, solo había estado ahí conversando conmigo, haciéndome sentir bien, intentando que sonriera e intentando despegarme de una cruda realidad que nos involucraba a ambos.
De pronto, oí un ruido fuera de la habitación que me sacó de mis pensamientos, eran pasos, así que me quedé casi inmóvil intentando que no se dieran cuenta de que me encontraba despierta. Luego, dieron tres golpes en la puerta y mis ojos se cerraron con fuerza, el miedo regresó a mi cuerpo, no quería ver a nadie ahí, menos si Ashton estaba en las condiciones que estaba. Los ojos de Ashton se abrieron incorporándose, se puso de pie como si nada, olvidando que tenía heridas recién curadas en la espalda se colocó una camiseta y antes de abrir me observó.
—Hazte la dormida —susurró.
Me metí bajo las sábanas y me volteé hacia la pared, cerré mis ojos y escuché la puerta abrirse.
—¿Qué ocurre? —preguntó Ashton.
—¿Dónde está Alice? —Esa voz era la de Joe.
—Durmiendo.
—Tengo noticias.
—¿Qué tipo de noticias?
—Cambiarán a Alice de habitación —informó Joe. Mi estómago se apretó, mi garganta también y quise ponerme de pie a increparlo, pero me contuve con fuerza. Confiaba en Ashton, él no dejaría que me fuera así como así.
—¿Qué? —preguntó Ashton desconcertado—. ¿Dónde la llevaran? —susurró él fingiendo que realmente yo estaba durmiendo.
—A otra habitación, quizá con otra chica y otro tipo —dijo él—, puede que yo esté con ella.
Escuché a Ashton emitir una risa fingida típica de él.
—¿Bromeas? Yo no dejaré que se la lleven de aquí —su voz sonó fría—, para lo único que la quieren es para abusar de ella, Joe. Hasta tú quieres hacerlo, así que no jodas.
—¿Y tú sí puedes? —Pude oír su risa.
—Ella no saldrá de aquí —zanjó con fuerza.
—Eso lo verás con Marcus, no conmigo.
—Soy capaz de matar a ese hijo de puta —escuché a Ashton—. Si quiere verme, que venga a hablar conmigo, aquí —finalizó. La puerta se cerró de golpe y luego escuché que le ponía pestillo.
Me senté rápidamente y Ashton se volteó hacia a mí, escuchamos los pasos de Joe alejarse y él se sentó en su cama mirándome.
—No dejes que me saquen de aquí —le pedí en un susurro.