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- capítulo doce -


—No es un imbécil —intenté defenderlo, aunque muy en el fondo sí sintiera que lo era. Ashton hizo una mueca de disgusto—. Me engañó y fue la primera vez en dos años. Supongo que no fue el único culpable.

—¿Estás diciendo que estuvo bien que te engañase? —preguntó con ironía—, pues creo que quiero a una chica como tú —rio.

—No dije eso, terminé con él de inmediato. —Fruncí el ceño.

—¿Te incomoda hablar acerca de él?

—No, suponía que algún día tendría que hacerlo…, y si nunca salgo de este lugar creo que tendrás que escucharme —respondí.

—Soy todo oídos —sonrió prestándome toda su atención.

—Su nombre es Christopher —comencé, la atención de Ashton se sentía bien—. Habíamos sido amigos durante dos años y luego de eso comenzamos una relación que también duró dos años. Era una relación ideal, casi como un cuento de hadas; conocí a su familia, él a la mía. Nos queríamos lo suficiente como para pensar que era el amor de mi vida —reí con amargura y él frunció el ceño—. Prácticamente le entregué dos años de mi vida; conoció todas mis facetas, las buenas, las malas, sin embargo, nunca pareció demasiado conforme. Me decía que necesitaba más cariño e incluso me tildaba de fría, yo no me daba cuenta en absoluto —confesé.

»Un día, antes de que todo esto ocurriera, lo vi besándose con una chica en el centro comercial. Fue como si el mundo se hubiese venido encima de mi cabeza, estaba triste, me sentía traicionada y altamente frágil. Intenté ignorarlo, pero al otro día fue por mí antes de la escuela para que conversáramos. Hasta discutí con mi hermano por culpa de él porque había golpeado a Christopher con fuerza —recordé el rostro de Liam decepcionado mirándome antes de marcharse—. En pocas palabras, la excusa de Christopher fue que yo no le daba lo que él quería: sexo. Y pues desde ahí a la mierda. Luego ese día llegaron ustedes y…, ya sabes. —finalicé.

Terminé mi historia sin lágrimas en mi rostro, al principio me hubiese costado hablarlo, pero entendía que había muchísimas cosas más importantes que algo tan básico como él. No merecía la pena en absoluto y por supuesto que yo no merecía ser engañada de ninguna manera.

—¿En dos años nunca tuviste sexo con él? —me preguntó Ashton como si eso fuese lo más importante de mi relato.

—Sí, pero no era algo de todos los días —contesté.

—¿Cuántas?

—¿Por qué me preguntas eso?

—¿Qué hay de malo?

—Pues no lo sé… No es como que de repente le cuento todo a mi secuestrador.

—Tiempo al tiempo —sonrió con sarcasmo. Su sonrisa encogió mi estómago.

—Un par de veces. —Me encogí de hombros restándole importancia.

—¡¿En dos años?! —alzó la voz con sorpresa.

Asentí avergonzada, pero él de inmediato se percató y alivianó la situación con una sonrisa.

—Pues… —se removió —, aunque es bastante poco en dos años, no vale la pena.

—¿Ah, sí? ¿Por qué?

—Porque una persona que te quiere debe aceptarte tal cual eres, Alice. Ninguna persona tiene el derecho de exigirte algo —opinó, luego desvió su mirada—, o al menos debería dar chance de conversarlo.

Asentí silenciosa y él continuó.

—¿Y te fuiste enojada con tu hermano esa mañana?

—Sí —contesté seca. Me causaba muchísima melancolía recordar a Liam marcharse molesto en su moto que recordar lo que me había hecho Christopher.

Nos quedamos mirando unos segundos, luego vi a Ashton tomar su cuaderno, pasó las páginas hasta que encontró una hoja en blanco: me lo tendió y luego me ofreció un lápiz. Sin entender lo recibí y él me regaló una sonrisa tranquila.

—Escríbele a tus padres, a tu familia o, en realidad, a quien desees escribirle.

—¿Qué? —reí.

—Sí —dijo convencido de que era una gran idea—. Hazlo. No puedo asegurarte que saldrás de aquí y no quiero que te quedes con todo eso ahí. —Señaló mi pecho.

—¿Crees que nunca saldré de aquí?

—No lo sé, Alice. Yo no soy quien maneja eso.

—Pero Marcus es tu padre, deberías…

—Él no es mi padre —me interrumpió con brusquedad—. Puedes escribir si quieres, sino, no importa. Iré a fumar un cigarrillo.

—Lo lamento, yo no quería…

No pude terminar la frase que iba a decir porque él rápidamente se marchó de la habitación dejándome allí, sola, con un cuaderno y un lápiz.

Ashton Brook

Tener a Alice cerca me hacía sentir en paz conmigo mismo, una tranquilidad ajena a lo que acostumbraba, pero no podía dejar de pensar en que estaban vigilándome de alguna manera. Alice es inocente, ingenua y valiente. Me pone los pelos de punta saber que en algún momento podría lastimarla. No quiero ir lejos, no quiero romper con todas las paredes que he creado a mi alrededor, pero ¿cómo darme cuenta? ¿Cómo poner límites con una persona que saca lo mejor de ti?

Me senté en el cemento fuera de la habitación y encendí un cigarrillo mirando el pasillo que tenía enfrente. Mi cabeza era un nudo, mi corazón era un nudo… Yo era un nudo. Ni siquiera era capaz de solucionar mis propios problemas y terminaba metiéndome en otros. No quería tener el impulso de querer mandar todo a la mierda porque todo jugaría en mi contra, pero no podía contener la molestia que brotaba de mi pecho.

Mi madre, desde pequeño, me había enseñado que la familia lo era todo en la vida de una persona; que podría transcurrir el tiempo, irme, alejarme de todo lo que correspondía a mi sangre, pero que, en algún momento, debía volver a casa porque allí, sin darme cuenta, había amado la vida: cuando tuve que irme de casa por obligación, le prometí muchísimas cosas, entre ellas que me cuidaría, que no la abandonaría y que no tuviera miedo a enamorarme. Que diera todo si era posible, que no me alejara como un idiota. Le prometí que volvería a casa, que volvería a verla. Y que no permitiría que me hicieran daño. No había roto ninguna promesa a pesar de no verla, tenía la esperanza de regresar algún día. Había salido roto de algunas situaciones, pero yo era fuerte, podía con esto y mi cabeza no permitía que me derrumbara.

—Ashton —oí su maldita voz. Levanté la vista ya enojado por simplemente interrumpir mi instancia de fumar un puto cigarrillo. Choqué con su mirada y esperé a que continuara hablando—. Mi padre quiere hablar contigo.

—Yo no quiero hablar con él.

—Es sobre tu madre.

—¿Qué?

—Como escuchaste.

—¿Qué mierda hizo? —Me puse de pie rápidamente y comencé a caminar a paso firme hacia la oficina de Marcus Denovan dejando atrás a Joe que imaginé venía moviendo sus estúpidos pies para alcanzarme.

Abrí la puerta sin tocar y me encontré a Marcus junto a una chica pelirroja llorando frente a él. Tenía su boca hinchada, fruncí el entrecejo e intenté recordar a la joven, pero nada se venía a mi cabeza.

—¿Nadie te dijo que debías tocar antes de entrar, imbécil? —Marcus alzó la voz, se puso de pie detrás de su escritorio mientras la chica nos miraba aterrada.

—No —contesté seco—. ¿Qué le has hecho a mi madre?

—Vete, después hablaremos. Ahora estoy ocupado.

—¡Me importa una mierda! —alcé la voz golpeando con las palmas de mis manos su escritorio, él pestañeó estupefacto—. Teníamos un trato, ¿qué demonios hiciste, Marcus?

—Nada grave, Ashton —contestó con una pequeña sonrisa a punto de escapársele. Le gustaba verme fuera de quicio, en mi peor faceta.

Iba a responderle, pero la puerta se abrió de golpe también. Era Joe quien entró. Miró a la chica, luego a Marcus y finalmente a mí.

—Lía, es hora de que vuelvas a tu habitación —informó Joe.

La chica que ahora sabía que su nombre era Lía, se puso de pie dispuesta a irse, pero Marcus la detuvo diciéndole que no se moviera de la silla, así que ella rápidamente obedeció con sus manos temblando.

—¿Ahora estás torturando a todas las chicas? —Entrecerré mis ojos mirando a Marcus. Me causaba asco, rechazo y unas inhumanas ganas de golpearlo.

—No te incumbe —contestó.

—Entonces dime qué mierda le has hecho a mi madre para irme rápido de aquí —solté.

—Está en el hospital —informó y mi rostro se desencajó—, accidentalmente se intoxicó —rio por lo bajo—, pero ya saldrá de ahí, tranquilo.

—¿Dónde está Debanhi? ¿Quién tiene a mi hermana? —pregunté lo primero que se me vino a la cabeza.

—Está en una de esas cosas en donde dejan a los niños abandonados —respondió restándole importancia—. Mientras tu madre se recupere.

—¿Qué clase de imbécil eres? —hablé tan pausadamente que su mirada se quedó fija en mi reacción—. ¡Eres un hijo de puta! —grité. Pateé su escritorio consiguiendo que este se estrellara con la cadera de Marcus mientras Joe y Lía nos observaban con horror—. ¿Qué demonios tienes en la cabeza? ¡¿Acaso quieres que te mate a golpes?!

Esquivé el escritorio que nos separaba y antes de que alguien pudiese detenerme, empuñé mi mano y, sin miedo, lo golpeé con fuerza, tanta que de inmediato sentí ardor en los nudillos. No me di cuenta cuándo le estaba proporcionando golpes con ambas manos, lo lancé al suelo sin siquiera poder controlarme, di patadas y puñetazos, hasta que sentí que alguien me corría hacia atrás con fuerza desmedida. Caí en la realidad de que dos hombres me habían quitado de encima de un Marcus desolador, golpeado y ensangrentado.

Ninguno de los dos imbéciles me golpeó, pero sí me lanzaron lejos de Denovan para que no continuara golpeándolo. Sentía mi pecho subir y bajar con agresividad, pues no entendía cómo alguien tan perverso podía existir.

—Las pagarás, Ashton —habló Marcus mientras le ayudaban a incorporarse. Secó la sangre de su boca con el puño de su cara chaqueta y oí su orden—: Ya saben qué hacer. —Ambos me observaron casi preguntándose a sí mismos si eran capaces de derribarme, pero no tuvieron más opción que obedecer.

Los vi sacar látigos de cuero frente a mis ojos y me puse en posición de defensa.

—¡Por favor, déjeme ir a mi habitación! —se escuchó la súplica de Lía.

—¡Por supuesto que no! —gritó Marcus—. Verás todo esto y entenderás que no tengo compasión por nadie.

La oí llorar con histeria; me recordó a Alice, pero no tuve la capacidad de tranquilizarla en ese momento, pues mi vida dependía de mi defensa. Aquellos hombres me tomaron con fuerza, tanta que consiguieron quitarme la camiseta que llevaba puesta. Entre los dos podían conmigo, pues estaban entrenados para eso, yo no. Me amarraron las muñecas y luego me dejaron inmovilizado a una silla. Respiré hondo, cerré mis ojos con fuerza y esperé el primer golpe. Un golpe, luego dos, hasta que se convirtieron en decenas. Se turnaban para proporcionarme latigazos desmedidos, tanto así que en algún momento dejé de sentir la espalda. Cerré los ojos, no grité, no lloré, no maldije. Solo me mantuve quieto, quejumbroso y digno. Cuando recibí el que venía siendo el último golpe, abrí mis ojos y miré el suelo que se encontraba lleno de sangre, espesa sangre que me pertenecía. No podía moverme, cada centímetro de mi piel se sentía abierto. Escuchaba a Lía llorar a mi lado, pero no la veía.

—¿Te crees de metal? —me preguntó uno de los tipos dándome una fuerte patada en la espalda estrellando su bota con mis heridas abiertas. Me quejé. No dije nada.

—Ya es suficiente —ordenó Joe, quien estaba observándome horrorizado, se acercó a mí, desamarró mis manos y, por fin, pude moverme un poco—. Puedes irte.

Me puse de pie con mis rodillas temblando, no oí a Marcus, pero tampoco tuve la capacidad de mirarlo a los ojos. A la única persona que observé antes de marcharme fue a Lía para no olvidarme de su rostro. Me puse la camiseta a pesar de sentir el dolor y agregué:

—Limpien bien mi sangre, es de buena calidad.

Salí de la oficina sin esperar respuestas y caminé sin desviarme hasta la habitación; abrí la puerta y encontré a Alice durmiendo en mi cama improvisada con mi cuaderno en su pecho. Cerré la puerta con pestillo y sentí la angustia subirme desde el pecho hasta la cabeza. Marcus era un puto demente.

Me quité la camiseta de un impulso doloroso, la tela estaba envuelta en sangre y no me detuve a tratar de curarme, solo busqué otra camiseta limpia y me la coloqué. Me tendí a un lado de Alice bocabajo y al no conseguir dormir por el dolor que estaba sintiendo; comencé a mirarla, y eso me tranquilizaba. Parecía un ángel, mirarla me hacía escapar de una realidad de mierda y entraba en un mundo donde todo parecía un sueño, como si lo que estuviese pasando no fuera real.

Cuando la tenía lejos, la realidad me caía encima como un saco de cemento, pero cuando ella estaba ahí, tranquila, aunque no tuviera nada para decir, todo era mejor. Todo parecía mi casa.

Me apoyé en mis codos, quité el cuaderno de su pecho y la cubrí un poco más con la frazada. Mis ojos se quedaron en las letras del cuaderno y me encontré con que sí había escrito cartas y larguísimas para algunas personas: «Mamá y papá», «Liam», «Giuliana» y la última: «Christopher». No quería entrometerme en sus asuntos, pero no pude evitar leer lo que le había escrito a su exnovio.

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