Читать книгу Secuestro - Javiera Paz - Страница 11

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- capítulo seis -


—No, me quedaré aquí —comentó Ashton con un semblante molesto.

—Te he dicho que salgas —expresó Marcus en un tono bajo, cómplice y amenazante. La mirada del hombre intimidaba a cualquier ser humano, pero Ashton parecía inquebrantable. Aun así, el juego de miradas no duró más de dos segundos y mi compañero de salón se marchó sin antes darme una mirada. Mi corazón se aceleró más de lo que ya estaba, pues tener a Ashton ahí dentro me hacía sentir un poco protegida, ya que no se había comportado de manera imbécil.

—¿Qué me hará? —me atreví a preguntar.

Él sonrió con ironía.

—¿Ahora es cuando me temes? ¿No hace veinte minutos cuando me diste una patada en las bolas?

—Mataste a mi mejor amiga —contesté bajando la voz y no pude evitar que mis ojos se llenaran de lágrimas.

—Ella se portó mal, como tú —expresó, luego se removió mirándome—, pero a ti no te mataré, claro —sonrió divertido. La situación de tener una persona débil frente a él le divertía sobremanera y yo no podía siquiera llegar a entender cómo tanta maldad podía poseerla un ser humano.

Guardé silencio y solo me quedé mirándolo, intentando ignorar el hecho de que me encontraba en ropa interior frente a tres tipos que no conocía.

Marcus Denovan continuó inspeccionando mi cuerpo, luego le dio una mirada a cada tipo con los que andaba y lo oí decir: «Ya saben qué hacer». El tono que había usado era frío y benévolo. No me miró más, simplemente volteó con simpleza, abrió la puerta y se marchó. Escuché la voz de mi compañero de salón afuera, pero no pude concentrarme en lo que decía porque tenía a dos tipos frente a mí observándome como si fuese un animal encerrado en una jaula en el zoológico.

Uno de los sujetos se acercó a mí con un temple sonriente, lo que me causó asco e incomodidad. Sus expresiones morbosas me ponían los vellos de punta, y cuando uno puso sus manos en mi espalda baja haciendo contacto con mi piel, comencé a llorar. Sabía que, si decía algo o trataba de defenderme, probablemente, iban a golpearme hasta dejarme inconsciente y nadie, absolutamente nadie, entraría a rescatarme.

El mismo tipo acercó su nariz hasta mi cuello y comencé a sentir la desesperación dentro de mi pecho. Tenía miedo, asco y lo único en lo que podía pensar era en que no saldría viva de ese momento.

Se turnaron para acercarse a mí. No dudaron demasiado en tocarme y, cuando lo hicieron, mi primera reacción fue salir disparada hacia atrás, pero mi cuerpo rápidamente chocó con el muro.

—Suéltame —le dije a uno de ellos cuando me tomó casi del trasero, pero como no escuchó, intenté golpearlo, pero él fue más rápido y fuerte—. ¡Suéltame! —grité.

Me tomó de ambos brazos y los sostuvo en mi espalda, luego, con la ayuda de su amigo, me amarró las muñecas. Intenté darle patadas a uno de ellos cuando comenzó a acercar su boca a mi cuello y a apretarme con fuerza los muslos. Sin embargo, mis golpes no funcionaban demasiado, pues ellos tenían más fuerza.

No podía dejar de pensar que en cientos de ocasiones mi madre me había dicho que, si algo me ocurría en la calle, como un asalto, entregara todo. Pero también había dicho que, si intentaban hacerme algo más, que gritara, golpeara, rasguñara o mordiera, pues no podía hacerles fácil jugar conmigo y luego asesinarme. Debía luchar hasta el último minuto. Comencé a golpear con fuerza, tanta, que ambos tenían que sostenerme para que los dejara en paz.

—¡Basta! —me gritó uno de ellos apretando su cuerpo al mío, luego bajó sus manos hasta tocarme los muslos.

—¡Déjame tranquila! —grité estallando en llanto. Por supuesto no me dejaron e intentaron desabrochar mi sujetador, pero en un intento de defensa, apoyé mi rostro en su hombro y lo mordí con tanta fuerza que su propia sangre se quedó en mi boca. Él se agachó maldiciendo y cuando lo hice lo golpeé para desequilibrarlo.

—¡Maldición! —estalló con fuerza—. ¡Eres una estúpida!

El otro tipo, que se mantenía al margen del conflicto, se incorporó a observarme como si hubiese puesto bencina en las llamas de su cabeza y articuló:

—Te has metido en problemas y sigues haciéndolo.

Empuñó su mano y me golpeó en la cara con fuerza dejándome tirada en el suelo. Mi rostro ardía, podía sentirlo, pero aun así intenté levantarme para continuar defendiéndome. Comenzaron a desquitarse conmigo, ambos. Me proporcionaron golpes en el estómago dejándome sin respiración por varios segundos. Luego me pusieron de pie y me utilizaron prácticamente como un saco de boxeo y, aunque me encontraba casi inconsciente en el suelo, no se detenían. La vista comenzaba a pesarme y comenzaba a ver todo de un borroso oscuro y solo podía pensar en que prefería que estuvieran golpeándome que violándome. Sin embargo, se detuvieron de pronto cuando la puerta se abrió.

—¡¿Qué mierda les pasa?! —escuché un grito. ¿Ashton?

—Estamos trabajando —respondió uno de ellos.

—Muevan sus traseros fuera del salón. ¡Son unos idiotas! ¡No les dijeron «mátenla a golpes»! —gritó con molestia. Luego escuché un par de insultos y golpes, hasta que la calma regresó.

—Alice —lo oí—. Alice, no te duermas.

Sentí sus brazos alrededor de mi cuerpo, me levantó y me dejó en un lugar blando. No podía distinguir qué ocurría, pero tenía la sensación de muerte justo en mi garganta. Cuando abrí mis ojos, lo hice con una dificultad que jamás había sentido. Me dolían y no sabía si era por tanto llorar o porque estaban destrozados por los golpes. Mi cabello se encontraba amarrado, pude darme cuenta de eso porque ningún cabello tocaba mi rostro. Seguía en mi ropa interior, pero me consolaba el hecho de saber que ninguno de ellos había logrado su objetivo de abusar de mí.

—Despertaste —escuché. Intenté incorporarme, pero no lo conseguí, pues mi espalda se sentía quebrada.

Mis piernas ardían y mi estómago también. Mis brazos parecían ser los únicos a salvo, pero tampoco podía moverlos con normalidad.

—¿Ashton?

—Sí, soy yo. Tranquila —lo escuché en un tono de voz relajado. Luego en lo que estaba acostada que supuse era el colchón por lo blando que estaba, se hundió y rápidamente abrí mis ojos consiguiendo que la cabeza me doliera con fuerza.

—Quiero ir a casa —confesé en un sollozo. Mis ojos se llenaron de lágrimas y comencé a llorar tan bajo con el terror de activar algún sensor para que alguien viniera a calmarme a golpes.

—No llores —me dijo él, acercó su mano a mi rostro y rápidamente lo esquivé—. No voy a hacerte daño, Alice. Tranquila.

—¿Por qué siento que pudiste intervenir? —pregunté.

—No puedo hacerlo. —Mantuvo su semblante frío.

—¿Qué diablos ganan con golpear así a las personas, a chicas de diecisiete años?

—Miedo.

Guardé silencio hasta que nuevamente me dormí. La verdad era que no quería dormir, pues pretendía mantenerme con mis cinco sentidos alerta, pero dormir era la única opción que tenía para olvidarme de todo lo que estaba ocurriendo allí dentro.

Desperté a medianoche según el reloj que me había facilitado mi compañero de salón. Tenía sed. Vi a Ashton sentado en el suelo con su espalda apoyada en la pared haciendo algo en un cuaderno. Me senté en el colchón un poco más recompuesta y de inmediato su mirada se fijó en mí.

—¿Estás bien?

—Mejor —contesté—. ¿Tienes…, tienes agua? —tartamudeé con temor.

Él no respondió, pero se puso de pie y me tendió una botella que estaba dentro de su mochila, rápidamente la bebí.

—Creo que ya puedes usar tu colchón —intenté ponerme de pie, él sonrió con diversión en sus ojos y yo no comprendí su estado anímico.

—No vas a dormir en el suelo —expresó.

—¿Es broma? —alcé mis cejas—. ¿Es ahora cuando me dicen que esto es en realidad un resort cinco estrellas y no un secuestro?

—No soy yo quien te quiere tener aquí, Alice. No confundas las cosas.

—¿Por qué estás aquí entonces?

—No es algo que te importe —contestó cambiando su actitud amable y pasando a ser el desagradable y frío Ashton.

Nos quedamos en silencio unos incómodos minutos, hasta que la mirada de Ashton volvió a ser normal.

—Quieres…, no lo sé, ¿una camiseta? —me preguntó.

Arrugué el entrecejo con confusión y luego me percaté de que seguía en ropa interior. Asentí y rápidamente me cubrí con las frazadas hasta que él mismo me tendió una camiseta que de inmediato supuse que le pertenecía a él. Me la coloqué sin reclamo.

—Gracias.

—Sí que te dejaron mal —soltó mirándome el rostro por completo. Asentí en silencio—. Son unos hijos de puta, no los comprendo.

No fui capaz de decir algo. Simplemente me parecía extraño que Ashton estuviese ahí sin querer estarlo y, por otra parte, me sentía, dentro de todo, afortunada de que exactamente él fuese mi compañero de salón en vez de aquellos morbosos y escalofriantes tipos que se paseaban salón a salón. Y no podía dejar de preguntarme quién estaría con Lía, y esperaba que fuera un tipo como Ashton, u ojalá mejor. No quería que sufriera, Lía nunca le haría daño a nadie.

—Trata de dormir —escuché la voz de Ashton.

—No puedo y no quiero.

—¿Qué quieres hacer?

—¿En serio estás preguntándome eso? —sonreí irónica. Ashton parecía una puta broma con pies—. Pues quiero ir a casa con mis padres y mis hermanos.

—Lamento decirte que eso no se puede cumplir.

Lo miré irritada. Lo único que pude hacer fue fijar mi mirada en la pared que estaba frente a mí. Rápidamente, los pensamientos me atacaron sin previo aviso consiguiendo que el nudo de mi garganta se hiciera gigantesco. «He estado alrededor de cinco días encerrada. Primero en mi escuela, luego aquí, que ni idea tengo de dónde es. Puedo ir al baño dos veces al día, consigo hacer mis necesidades y mantenerme algo limpia. ¿Pretenderán tenernos aquí para siempre?».

No podía dejar de pensar en Jamie, en mi mejor amiga, en su sonrisa matutina de todos los días al saludarnos con efusividad, su alegría espontánea y sus incontrolables ganas de luchar por lo que a ella le parecía justo… Que no hubiese peleado en este lugar me habría parecido de lo más extraño, pero odiaba el hecho de que ese malnacido haya callado su lucha atentando en contra de su vida. «Sus padres son buenas personas, no merecen un sufrimiento así». Sabía, en el fondo, que mi amiga estaba cuidándonos y, sin lugar a duda, luchando en contra de todos para mover los pensamientos malévolos de las cabezas de esos imbéciles.

Luego llegó Liam. «¿Cómo debe estar Liam?». Tenía unas horribles ganas de abrazarlo y decirle cuánto lo sentía. Que había sido una estúpida por no ir a la escuela junto a él en su espantosa motocicleta. Había salido enojado de casa y cuánto odiábamos, como familia, salir enojados desde cualquier lugar. «¿Qué había de mis padres y Giuliana? ¿Qué estarán pensando? ¿Estarán tratando de buscarme por cielo, mar y tierra?».

—¿En qué piensas tanto? —la voz de Ashton rompió la burbuja que había creado inconscientemente separándome de la realidad.

—En mi familia.

—Déjalos en paz —comentó mientras cerraba su cuaderno—, al menos mentalmente —dejó el cuaderno encima de la mesa y se quedó mirándome.

—¿Por qué haría algo como eso?

—Te volverás loca —dijo y luego sonrió.

—¿Por qué sonríes? —me molesté, pues no entendía la gracia de la maldita situación en la que estábamos.

—En una situación así creo que lo único que quieres es ver una sonrisa, ¿por qué no puedo hacerlo?

Lo miré sin entender su actitud del todo, aunque tenía razón. Cuando me encontraba en una situación límite, claramente no como esta (pues jamás pude pensar que algo así me sucedería), solía tranquilizarme estar rodeada de personas amables, pero no podía ser amable con Ashton. No con el tipo que me podía ayudar a escapar y estaba eligiendo tenerme ahí encerrada.

—No me apetece ver tu sonrisa —confesé.

—Tendrás que soportarla —contestó exagerando aún más su simpática y estúpida sonrisa.

—¿Por qué? —gruñí.

—No me gusta tener cara de culo todos los días —rio—, me gusta sonreír. Deberías practicarlo —aconsejó.

—¿Cómo pretendes que sonría cuando estoy encerrada entre cuatro paredes? ¿Cuando estoy totalmente golpeada? ¡¿Qué tipo de persona crees que soy?! —me alteré. Es que no podía controlar mis emociones, menos frente a un tipo tan extraño como Ashton.

—Pues, no te dije que sonrieras con sinceridad —arrugó el entrecejo—. ¿Crees que sonrío honestamente todo el tiempo? —rodó los ojos—. Habría que ser estúpido.

—Dices... ¿Fingir estar bien?

—Al mal tiempo, buena cara, ¿no?

—¿Nunca escuchaste esa canción que dice: «El que dijo al mal tiempo buena cara, tenía escondido en sus manos un paraguas»1?

—No seas negativa, no morirás —bajó la voz.

—Eso no lo sabes. Marcus asesinó a mi mejor amiga, pueden hacer lo que ellos quieran conmigo.

—Eso no pasará, Alice.

Eso había sonado más bien como una promesa que una palabra cualquiera. Sin embargo, no podía ilusionarme con sentirme segura en ese cuarto simplemente porque él se encontraba ahí. No quería verme confiando en lo que sea o aferrándome a ideas que no se cumplirían jamás.

De pronto, la puerta se abrió sin aviso. Mi mirada chocó con la del tal Joe. Ashton frunció el ceño y se puso de pie rápidamente.

—¿Qué mierda haces aquí a esta hora? —le preguntó mi compañero de habitación con su semblante frío y molesto.

1 Canción Caleidoscopio, de Glup!

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