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Alice Brenden
Es como si estuviese contando una pesadilla, no tan solo un mal recuerdo, sino el único que realmente podría definir como «malo». No estoy tan segura de sentirme mal por eso, pues, hoy no sería la misma sin haber vivido antes.
Creo haber escuchado muchísimas veces: «Al mal tiempo buena cara», pero ¿cómo lo haces cuando estás entre cuatro paredes? ¿Cuando no llevas un paraguas escondido para protegerte de la tormenta? Hay veces que hasta la persona que creías menos apropiada para ayudarte puede salvarte del infierno en el que te encuentras, o puede ser al revés, tú puedes salvar a alguien de un infierno interno o externo, con pequeños detalles, por eso, no dejes de sonreír.
Como de costumbre, esa mañana desperté antes que papá y Liam. Intenté ser rápida en el baño batallando con el champú y el acondicionador, luego con el secador de cabello y las toallas. Y así intentaba ser cada mañana, ya que Liam, mi hermano, comenzaba a fastidiarme porque «no quiere llegar tarde a la universidad», claro que, si así fuera, se levantaría una hora antes que yo, pero de todas formas intento entenderlo y quererlo con sus decisiones y rarezas.
Desayuné junto a los dos mientras mi madre seguía durmiendo con mi hermana pequeña.
—No entiendo por qué tardan tanto en el baño —expresó papá mientras miraba el periódico en su teléfono, siempre lo hacía cada mañana mientras bebía un tazón enorme de café.
—Alice —respondió mi hermano. Luego me observó y negó con su cabeza burlándose.
—Liam debería levantarse mucho más temprano que yo —rodé los ojos.
Liam se rio de mí y luego me lanzó un beso para molestarme. Mi padre se nos quedó mirando unos segundos y levantando las cejas tipo «no los entiendo» expresó:
—Voy atrasado. Nos vemos en la tarde. —Se puso de pie y tomó su chaqueta.
Se despidió de ambos con un beso en nuestras cabezas y luego salió casi corriendo de la sala. Me quedé mirando a Liam unos segundos con mis ojos entrecerrados para fastidiarlo, pero él no me prestó demasiada atención.
—Deja de observarme y ve a lavarte los dientes porque te iré a dejar a la escuela —dijo mientras se ponía de pie.
—Está bien —sonreí.
Rápidamente me cepillé los dientes y luego vi a mi hermano salir de casa con los cascos en sus manos y con su típica actitud indiferente, es tan gracioso. Liam es cuatro años mayor que yo y está cursando su cuarto año universitario. Todas las chicas a las que conozco, incluso algunos chicos, lo adoran por «su apariencia», pero yo todavía no lo comprendo. Siempre llega a casa con regalos de diferentes pretendientes o, a veces, hay algunas que le ayudan en todos los trabajos que debe hacer. Sin embargo, mi hermano no toma demasiado en cuenta a las chicas si ellas buscan una relación estable. Creo que Liam solo está a favor de divertirse.
Salí de casa cerrando la puerta a mis espaldas, caminé hacia la moto de Liam y de un salto me subí detrás de él.
—Ten. —Me tendió el casco, me lo puse y luego lo abracé con fuerza—. Deja de asfixiarme —gruñó.
No sé cómo, pero llegué sana y salva a la entrada de la escuela. Nada era peor que tener las piernas temblando.
—¡No entiendo cómo papá te regaló una moto! —exclamé mientras, con desesperación, me quitaba el casco y casi se lo lancé en el abdomen.
Él rio mirándome.
—Deja de ser tan dramática y miedosa, no sé por qué lo sigues siendo, siempre te traigo a la escuela en moto.
—¡Y es que aún no te das cuenta de que puedes matarme!
—Eso jamás pasaría —sonrió mientras encendía el motor nuevamente—, además, nos mataríamos los dos.
—Está claro que mi vida vale más que la tuya —bufé. Él rodó los ojos—. Está bien, adiós. —Volteé para seguir mi camino hacia la puerta de la escuela.
—Dime «te amo» —dijo, pero lo ignoré—. ¡Alice dime «te amo!» —gritó consiguiendo que unas cuantas personas se nos quedaran mirando. Mi rostro se tornó serio.
—Eres un idiota. —Enarqué una ceja.
—«Liam, eres el mejor hermano del mundo y te amo» —imitó mi voz para que claramente yo se lo dijera.
—Liam, eres el mejor hermano del mundo y te amo —dije con ironía y luego sonreí falsamente.
—Sé que me amas, no debías decirlo —sonrió y me guiñó un ojo.
—Debería matarte —gruñí volteando para seguir mi camino—. Debería haber tenido un hermano normal, mamá no es rara y papá tampoco... —reflexionaba en voz alta mientras me alejaba de mi hermano, quien, al verme entrar a la escuela, se marchó.
—De nuevo hablando sola —escuché—. Ya estás dándome miedo, pareces una loca. —Miré hacia mi derecha y vi a Jamie, quien venía hacia mí con una gran sonrisa.
—Es que Liam está loco, no yo —expliqué.
—Y bueno también —rio.
La miré en silencio un tanto asqueada, todas las chicas veían en mi hermano un adonis, un Dios griego, pero definitivamente yo no le veía nada de guapo a ese fenómeno.
—¿Has visto a Lía? —le pregunté para cambiar el tema de conversación.
—No, debe estar en el salón.
La escuela a la que asistía era una de las mejores catalogadas a nivel nacional por su nivel académico, pero lamentablemente era solo de mujeres. Aunque no sabía si era del todo malo que así fuese.
—¡Ahí están! —escuchamos el grito de Lía al vernos entrar al salón de clases.
Nos sentamos en nuestros pupitres saludándola y luego, como no estaba la profesora todavía, la conversa era nuestra mejor amiga.
—¿Estuviste con Christopher este fin de semana? —me preguntó Jamie.
—Sí —contesté—. Estuvimos en casa, nada fuera de lo común —me encogí de hombros.
—Un carrusel de aventuras. —Jamie rodó los ojos y luego ambas rieron.
Christopher era mi novio desde hacía dos años, pero lo conocía desde hace cuatro, ya que éramos amigos. No sé cómo descubrimos que estábamos enamorados, había pasado de manera repentina, pero me gustaba. Era un gran chico, o eso al menos me había demostrado durante todo este tiempo. Era sumamente atento, preocupado y cariñoso. Y las poquísimas veces que habíamos discutido era él quien siempre intentaba arreglar las cosas. Es mayor que yo por un año y está en su primer año universitario y, adora, digo ADORA el baloncesto más que a cualquier cosa.
—Buenos días, chicas —escuchamos a la profesora entrando al salón, dejó sus cosas en su escritorio y nos observó.
Sin excepción alguna, nos pusimos de pie y saludamos al mismo tiempo para luego volver a nuestros asientos. El silencio reinó en el salón de clases, era la costumbre, todas estábamos adiestradas así, aunque sonara de mala manera, así se le llamaba cuando les enseñabas a los animales, pero prácticamente así es también con los humanos… «Condicionamiento operante».
Mientras la profesora hablaba sin pausas acerca de la historia del mundo, comencé a caer en un abismo de aburrimiento y desconcentración, aparte de que Jamie y Lía estaban jugando al gato en uno de sus cuadernos, equis y círculos en cada página.
Siempre habíamos sido las tres: Jamie, Lía y yo. Jamie era la hiperactiva y agresiva. Podía ser la chica más agradable de la escuela cuando quería serlo, claro, pero cuando tenía que resolver algún problema, no dudaba en hacerlo a golpes. Lía era la centrada, algo más tierna y la que resolvía todo mediante diálogos y buenos modales. Dudo muchísimo que Lía piense en hacerle daño a alguien. Yo creo que soy la combinación explosiva de ambas. Creo poder resolver mis problemas mediante una conversación, diálogo, monólogo, lo que sea, pero claramente si algo no me está gustando, soy la primera en gritarlo a los cuatro vientos y el drama me corrompe. Supongo que siempre estaré descubriéndome y nunca diré con exactitud «así soy yo». ¿Quién puede hacerlo? Si hay veces en las que reaccionas de la manera que jamás creíste posible hacerlo.
El día pasó relativamente rápido y a la salida esperé a Christopher unos minutos, pero ya comenzaba a tardar demasiado.
—¿Te irás o lo esperarás? —me preguntó Jamie.
—No lo sé, supongo que lo esperaré unos minutos más —contesté.
—Está bien, yo debo irme.
—Sí, nos vemos mañana —sonreí.
Besé su mejilla y luego la de Lía. Las vi alejarse por la calle hasta la parada del autobús. Y aunque mirara en todas las direcciones para ver si Christopher aparecía, no apareció. Mi teléfono comenzó a sonar en la mochila, rápidamente lo saqué y vi su nombre en la pantalla.
—¿Hola?
—Alice, ¿dónde estás?
—Esperándote —contesté como si fuese obvio —, se suponía que vendrías a por mí.
—Lo lamento mucho. Debí avisarte antes, pero estoy ocupado en la universidad y no llegaré a tiempo.
—Me di cuenta.
—Lo lamento, cariño. Mañana voy por ti sí o sí, ¿me perdonas?
—Está bien, Christopher, no te preocupes.
—Me llamaste Christopher.
—Pues así te llamas.
—Solo cuando estás enojada.
—No te preocupes por eso —solté.
—Te amo.
—Yo también a ti, pero no vuelvas a dejarme plantada —dije mientras comenzaba a caminar hacia la parada de autobús.
—Te prometo que no.
—Bueno, termina de hacer lo que estés haciendo. Hablamos más tarde.
—Sí, cariño, yo te llamo.
—Te esperaré —sonreí mirando como una estúpida la calle.
—Cuídate y avísame cuando estés en casa, ¿sí?
—Lo haré, nos vemos. —Colgué.
Odiaba sobremanera que me dejaran plantada. Era segunda vez que lo hacía, pero pretendía, con toda mi dignidad, no molestarme. Debía entender que estaba ocupado con la universidad, y es que, a veces, se ponía muy pesada.
Afortunadamente, el autobús pasó de inmediato, pagué mi pasaje y me senté al costado de un chico que iba escuchando música con audífonos.
En cuanto entré a casa, lancé la mochila al sofá y antes de que pudiera emitir cualquier sonido, escuché la voz de mamá.
—¿Alice? ¿Eres tú? —gritó desde el segundo piso.
—Sí. —Subí las escaleras.
Entré a su habitación, ahí estaba junto a Giuliana mirando una película de Disney tendidas en la cama. Las besé a ambas.
—¿No venías con Christopher? —me preguntó bajando la voz, ya que Giuliana comenzaba a dormirse.
—Sí, pero me llamó a última hora —le conté—. «Estoy ocupado en la universidad» —imité su voz. Tomé mi teléfono y le envié un mensaje escribiéndole que había llegado bien a casa; él contestó al minuto: «Está bien cariño».
—Debes entenderlo.
—Lo sé —sonreí.
—No te preocupes de más.
—No lo hago. —Me encogí de hombros.
Luego de unos minutos, cuando mi hermana ya estaba dormida, bajamos y mi madre se empeñó en preparar algo para comer mientras hablábamos de la escuela y sobre mis amigas. Siempre éramos así, muy cercanas y muy amigas. A mamá no había nada que se le pasara, siempre estaba atenta a todo, era como un gato.
—¡Familia, he llegado! —escuchamos el grito de Liam mientras entraba a casa.
—¡Silencio, idiota, que está durmiendo tu hermana! —exclamó mi cariñosa madre.
—Me encantan estos recibimientos fraternales —comentó acercándose a la cocina. Nos saludó y luego ayudó a mamá a prepararle un plato con comida.
—¿Y el estúpido de Christopher? —preguntó Liam.
—Estaba ocupado, ¿por qué?
—No lo sé. Creo que me acostumbré a verlo a esta hora aquí y solo quería fastidiarlo —rio.
—Te agrada.
—¿Tengo otra opción?
—No —le sonreí.
—¿Me acompañas? Tengo que comprar unos materiales en el centro comercial.
—¿Cuándo?
—Ahora. Termino esto, me cepillo los dientes y nos vamos, ¿qué te parece? —movió sus cejas de arriba abajo.
—Liam…
—¡Vamos, Alice! Siempre tienes el culo plantado en el sofá…
—¡Liam! —lo regañó mi madre.
—Es cierto —continuó mi hermano—, además, no quiero ir solo. Prometo que te compraré lo que quieras. Pizza, helado, hot dog…
—Está bien —solté el aire de mis pulmones—. Con un helado me conformo.
—¿Conformarte? Conociéndote sé que elegirás algo que me deje en la ruina.
Liam acabó su comida y corrió a cepillarse los dientes. Hizo que llevara mochila, que probablemente solo para eso quería que lo acompañara, para llevar su mochila porque según él «se podían arruinar los materiales en la moto». Nuevamente casi lo asfixié en mi intento de afirmarme y volamos por las calles hasta dar con el bendito y odiado centro comercial. Enganchó la moto y luego subimos al único lugar, probablemente, que vendía todo tipo de materiales.
—¿Cuánto tiempo más pretendes estar con Christopher? —me preguntó mi hermano mientras caminaba con una sonrisa indiferente mirando a algunas chicas pasar.
—El tiempo que sea necesario, ¿por qué? —Alcé mi vista.
—¿Crees que él es el amor de tu vida? —sonrió con ironía.
—¿Por qué no? —Fruncí el ceño.
—Que ingenua, Alice. Deberías pensártelo mejor. Dos años creo que es muchísimo tiempo de tu juventud que se va a pasos agigantados, ¿no crees? —me observó—. Deberías divertirte un poco más, salir con muchos chicos más, conocerlos, ir a citas, qué sé yo. Pero estás amarrándote a un chico que acaba de entrar a la universidad y quizá no sabes qué esté haciendo ahí dentro.
—Ay, Liam…
—Es que me sorprende que ni siquiera te fijas en los chicos que se quedan mirándote, ¿acaso ya te has muerto? —hizo una pausa dramática mirándome, pero al ver mi expresión, continuó—. Bueno, de todas maneras, son tus decisiones.