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- capítulo ocho -


—¿No es obvio que no puedo confiar en nadie aquí adentro?

—En mí puedes hacerlo.

—Eres el hijo de Marcus Denovan —bajé la voz.

—No soy igual que mi padre, Alice.

—No puedo confiar en ti ni en nadie, ni siquiera en Ashton. Estoy en una puta sala de cuatro metros cuadrados, ¿y pretendes que nos hagamos amigos? —Lo miré con desagrado.

—Ashton es un hijo de puta, Alice.

—¿Acaso se conocen?

—Es mi medio hermano —resopló.

No sé qué expresión tuve, pero Joe comenzó a asentir lentamente.

—Sí, como has oído —continuó—. Supongo que mi padre estuvo un par de veces con la madre de Ashton, luego no sé qué ocurrió ahí, pero se separaron y el mismo año mi madre se quedó embarazada de mí.

—¿Por qué me estás contando todas esas cosas? —indagué, yo no quería saber acerca de la vida de mis secuestradores, sin embargo, la noticia que me había dado Joe estaba metiéndose en mis entrañas y quería fingir que no me interesaba en absoluto estar a cargo de otro hijo de Marcus Denovan.

—Para que no confíes en él. No quiero que te haga daño.

—¿Qué? —reí sin entender.

Estaba completamente confundida, ¿cómo es que en este lugar había una persona preocupada de mi integridad física?

—Solo venía a decirte eso —se puso de pie, me observó una vez más recorriéndome por completo. No pude articular ninguna palabra ni tampoco tragar lo que me había contado.

Ashton Brook

Tan solo oír su nombre me fastidiaba el día, me hacía sentir un miserable idiota con ganas de escupirle en el rostro y matarlo con mis propias manos. Su escuálida silueta me hacía sentir peor, pero tenía la obligación de no arremeter en su contra, de mantener la calma, de contar hasta diez mil y tragarme lo que sentía.

Mi espalda estaba pegada a la pared esperando que el imbécil de Joe saliera del cuarto. No entendía qué demonios tenía en su cabeza, lo que planeaba o si simplemente estaba ahí para continuar fastidiando mi estancia en el lugar, pero claramente me estorbaba. La puerta se abrió unos minutos después y lo vi salir.

—Tienes que acompañarme ahora —indicó Joe. Cerró la puerta desde fuera dejando encerrada a Alice y comenzó a caminar.

—¿Dónde? —pregunté sin moverme.

—Con mi padre.

—¿Para qué? —Marcus era la segunda persona que más detestaba en el mundo, aunque podría claramente pelearse el primer puesto con su hijo Joe.

—Te llama. —Volteó a mirarme con indiferencia.

Lo observé con molestia y comencé a caminar a paso rápido sobrepasando a Joe en dirección a la oficina de Denovan. Creo que viajar había sido una buena opción para ellos, pero claramente para mí no y para las chicas encerradas tampoco. Abrí la puerta sin golpear encontrándome a Marcus revisando un par de papeles, Joe entró detrás de mí y cerró.

—¿Qué quieres? —pregunté lo bastante irritado como para que se diera cuenta y no tardara en decirme las cosas.

—Primero que todo, hola, Marcus —soltó, ignoré su comentario y me quedé de pie esperando que continuara—. Ashton, no te hagas el imbécil justo ahora —expresó con molestia—. Estás haciéndote el amable con la chica esa que estás —reclamó, se puso de pie y apoyó sus desaliñadas manos en el escritorio viejo.

—¿Qué? —sonreí con ironía—. No pensé que podía llegar a ser amable con alguien.

—¿Ah, no? —se entrometió Joe—. Estás consiguiendo que la chica haga lo que quiera con esa actitud. Estás haciéndote la buena persona, ¿qué quieres?

—¿Qué demonios? Me importa una mierda serlo, no me fastidies —le indiqué.

—¿Te gustaría volver a ver a tu familia? —me preguntó Marcus volviendo a sentarse. Su voz parecía serena, pero su actitud claramente no. Todo me indicaba que iba a atacar y yo no tenía la paciencia para soportarlo.

—¿Qué estás hablando? —Fruncí el ceño, me acerqué al escritorio y me senté frente a él mirándolo con molestia. Joe se sentó a mi lado y, cruzando sus brazos, sonrió con diversión.

—Deja de hacerte la buena persona con Alice —comentó Denovan—. Está secuestrada, no puedes tratarla así de bien.

—Sabes muy bien que no vine aquí para torturarlas.

—Tendrás que hacerlo y, si no lo haces, al menos, compórtate como el hijo de puta que siempre has sido —amenazó.

—¿Y si no qué?

—Tú sufrirás las consecuencias —se encogió de hombros—. Comenzaré con tu madre, luego puedo seguir con Debanhi.

—No te metas con ellas —indiqué con molestia, ya estaba comenzando a sentir la ira subiendo por mis venas.

—Y si no, ¿qué? —preguntó en el mismo tono de voz que yo. Guardé silencio con desdén. —¿Obedecerás o no? —subió el tono de su voz—. ¿Dejarás de comportarte así con Alice?

—Sí —contesté con desagrado.

—Estás vigilado, Ashton —se entrometió Joe.

Ignoré las palabras de Joe, miré a Marcus y me puse de pie.

—Denovan, no te metas con mi familia —le indiqué con mi dedo índice, amenazante.

—Hazme caso y nada les pasará —sonrió con tranquilidad.

—Te mandaré al infierno si lo haces, te hundirás conmigo.

—¿Estás amenazándome? —sonrió sarcástico.

Mis facciones solo expresaban enojo, él lo sabía, y también sabía que yo era un témpano de hielo, incluso algo más impenetrable que eso. Él no podía dañarme y estaba jugando conmigo. Y nada me molestaba más que esa mierda.

—Tómalo como quieras —solté sintiéndome fuera de mi cuerpo—. No soy una persona que sienta lástima por otras, Marcus. No me conoces, ni una mierda. Se nota lo idiota que eres a kilómetros. Si intentas dañarme haciéndole algo a mi familia, te juro por mí que te haré el ser humano más miserable del planeta. No te darás cuenta cuando todos tus demonios estén persiguiéndote, Denovan. Sabes que me importa una mierda tener tu sangre en mis venas. Haré que sufras. No juegues conmigo.

—Ashton —sonrió con descaro—. ¿No te das cuenta de que tú y yo somos iguales?

—Jamás me parecería a un hijo de puta como tú —escupí.

Pateé la silla que estaba a mi lado, esta chocó con la pared y salí de la oficina con un peso sobre mis hombros. Estuve alrededor de diez minutos fuera del cuarto en el que se encontraba Alice intentando aclarar los pensamientos en mi cabeza. Poniéndome de acuerdo con mi subconsciente en cómo tratarla. Claramente no podía hacerle la vida un infierno, pues se encontraba en uno y no quería abusar de eso, pero tampoco podía comportarme como un amigo con ella, pues yo había tomado decisiones cuando vine aquí y debía hacerme cargo de ellas. Me estarían vigilando y mi familia es todo lo que tenía en la vida.

Abrí la puerta y luego la cerré. Alice estaba sentada en el colchón mirando un punto fijo en la pared, en cuanto me vio se puso de pie.

—¡Ashton! —escuchar mi nombre salir de su boca supuso una sensación extraña, nueva y desconocida. No quería sentir eso por muchísimo tiempo más.

—¿Qué te ha dicho Joe? —pregunté deteniendo su actitud sorpresiva, pues yo había sonado insensible, así que rápidamente marcamos espacios entre nosotros.

—Solo debes asegurarme que no es cierto —expresó con sus ojos vidriosos, no entendí a lo que estaba refiriéndose.

—¿Qué cosa? ¿De qué estás hablando? —Fruncí el ceño, pude notar cómo mis expresiones se suavizaron. No me gustaba ver a esta chica llorar, odiaba el hecho de que estuviese sufriendo por algo que no era, en absoluto, culpa suya.

—¿Eres hijo de Marcus Denovan? —preguntó sin tapujo.

Escuchar las palabras «hijo» y «Marcus Denovan» en una misma oración me hacían sentir un profundo disgusto y ganas de vomitar. Ese hombre no se merecía, por ningún motivo, ser llamado «papá». Era un idiota. Un malnacido.

—¿Joe te vino con ese cuento? —Alcé las cejas.

—Sí —contestó, su mirada miel se fijó en la mía—. Solo dime la verdad. —Mi estómago se contrajo y no entendí el porqué, pero debía mantenerme ahí, fuerte, imperturbable, indiferente.

—No es algo que te deba importar, Alice.

—Claro que sí —expresó con inquietud—. Quiero saber si estoy encerrada con el hijo de Denovan. ¡Merezco saberlo! —elevó el tono de su voz.

Entendía completamente los cambios anímicos que sufría Alice dentro de ese lugar y con respecto a la situación en la que se encontraba. En ocasiones me causaba gracia, en otras, como estas, me desesperaba y me irritaba.

—Alice, cálmate —le pedí. Ella me observó con preocupación y nuevamente regresó al colchón para sentarse—. Marcus estuvo una noche con mi madre y luego la abandonó, de esa única y oscura noche nací yo —expliqué lo mejor que pude—. Marcus Denovan no significa nada para mí, es más, no quiero que vuelvas a decir que es mi padre. —La miré fijamente y ella continuó seria.

Todo lo que decía era verdad y en cientos de ocasiones se lo dije a Marcus en su propio rostro, así que no me interesaba que estuviese vigilándome detrás de las puertas.

—Ya basta, Alice. No quiero seguir hablándote de mi vida como si fuéramos amigos o algo parecido porque no lo somos.

Ella guardó silencio, fijó su mirada en el sucio suelo y comentó por lo bajo:

—Me hubieses advertido antes que eras el hijo de Denovan —susurró—. Puede que Joe tenga razón.

—¿Qué? —Alcé la vista para mirarla y me acerqué a ella. Me acomodé en cuclillas frente a ella. Alice se movió unos centímetros atrás con desconfianza, desconfianza y miedo que no quería que sintiera. Ni en un millón de años podría hacerle daño.

—Puede que Joe tenga razón —repitió en un tono más alto para que la escuchara.

—¿Razón? ¿Razón en qué? —inquirí con insistencia, pero ella desviaba su mirada para no hacer contacto visual conmigo.

—En que no debo confiar en ti.

Arrugué el entrecejo algo molesto, nuevamente me puse de pie y me quedé mirándola hacia abajo.

—¿Y te vino a decir: «Puedes confiar en mí»? —sonreí.

—Al menos él es más amable que tú. No quiero escucharte más —pidió—. Ni a ti ni a nadie.

Alice parecía más perdida de lo que ya estaba. Se sentó en el colchón con la espalda apegada en la pared, rodeó sus piernas, que se encontraban pegadas a su pecho y hundió en ellas su cabeza. No supe si estaba llorando o simplemente intentando dejar de pensar en el lugar en el que se encontraba. Podría haberme acercado, podría haber hablado con ella e incluso darle algunas palabras de aliento, pero mi madre y Debanhi estaban en mi cabeza y no podía abandonarlas justo ahora.

Alice Brenden

Por un momento se me había pasado por la cabeza que todo lo que había dicho Joe era una completa mentira, pero no. Todavía no podía asimilar que estaba frente a un hijo de Marcus Denovan, la cabecera de este perverso secuestro de treinta chicas inocentes.

No soporté demasiado todos los pensamientos que se encontraban en mi cabeza y comencé a llorar sin previo aviso, pero intenté, a toda costa, hacerlo en silencio. Ashton se mantenía en la otra esquina con la expresión de querer decirme algo, pero no lo hacía. Miré a mi alrededor, tomé la frazada que se encontraba encima del colchón y me acomodé para dormir.

Cuando desperté, sentí la desesperación escapar de mi cuerpo. Por primera vez, estaba sintiéndome completamente atada de manos y el agobio de estar ahí me sobrepasaba excesivamente. Rápidamente, me puse de pie y comencé a caminar de un lado a otro como cualquier persona en estado psicótico. No sabía por qué necesitaba caminar de un lado a otro, contar mis pasos, mirar las grietas en los muros, devolverme por los mismos pasos que había dado…, así una y otra vez.

Miré la puerta oscura y vieja que se encontraba con cerraduras y por el minúsculo espacio que quedaba debajo de la puerta comenzó a entrar luz, o al menos eso creía yo. Miré el picaporte de la puerta, lo tomé y giré la manilla, pero estaba completamente cerrada, sabía que estaba así, pero aun así había intentado imaginar que no. Mi corazón latía con fuerza. Caí sentada al costado de la puerta y nuevamente mis ojos se rebalsaron en lágrimas. Quería ir a casa…, con mi familia.

—¿Qué estás haciendo? —escuché su voz. Alcé la vista para mirarlo él frotó sus ojos y luego miró el reloj—. Son las siete y media, ¿qué sucede?

—Nada —contesté secando mis ojos con vigor.

—Vuelve a dormir, Alice.

Me puse de pie y con la poca dignidad que me quedaba caminé hacia el colchón bajo la intensa mirada celeste de Ashton. Me senté y comencé a mirar la pared que estaba frente a mí, pues era la única diversión que tenía.

—¿No dormirás? —preguntó.

—No puedo —respondí seca.

—¿Por qué?

—Quiero ir a casa —susurré—. ¿Cuánto tiempo me tendrán aquí?

—No lo sé.

—No quiero estar toda mi vida encerrada aquí —confesé—, ya no lo soporto.

—¿Y qué quieres que haga? —se acomodó con sarcasmo.

—¿Eres una mala persona?

—Soy un hijo de puta —respondió.

—¿Y estás orgulloso por eso?

—En ocasiones sí.

—¿Por qué?

—Porque así aprendí a vivir.

—¿Nunca has querido hacer algo bueno, una buena causa?

—¿Por qué lo dices? —Alzó su mentón con curiosidad.

—Ayúdame a salir de aquí —supliqué.

Él tragó saliva, miró a su alrededor y luego comenzó a hablar con frialdad.

—¿Me parezco a un ángel? —me preguntó con ironía—. Pues no lo soy, así que baja de esa jodida nube. No te sacaré de aquí arriesgando mi vida, no hables idioteces.

Me quedé congelada mirándolo. Su voz había sido de lo más terca y orgullosa. Aun así, no pude sentir el suficiente miedo que él quería, pues en sus ojos se reflejaba que ocultaba algo. Intenté tragar el nudo de mi garganta y comerme la lengua. Solo pude mirar un punto fijo en el cemento.

—Alice —murmuró, alcé la vista para mirarlo—. Soy un hijo de puta, sí, pero soy un ser humano. Soy real.

—Eres igual a Marcus —escupí.

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