Читать книгу Secuestro - Javiera Paz - Страница 14

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- capítulo nueve -


—¿Qué? —Su rostro se tensó mirándome, casi como si hubiese dicho una broma de mal gusto.

—Eres igual a él —repetí.

—¡No hables estupideces! —alzó la voz con fuerza.

—¡Ya basta! —levanté la voz también intentando que dejara de gritar, pues me ponía los pelos de punta.

—¡¿Qué diablos pasa contigo?! ¡¿Qué diablos pasa por tu cabeza?! —se puso de pie mirándome hacia abajo—. ¿Crees que puedes venir y gritarle a quien sea cuando se te dé la gana?

Mis ojos se llenaron de lágrimas y cada vez me sentí más hundida en el colchón.

—¡Solo quiero ir a casa! —pedí a gritos. Me intimidaba, su molestia me partía por la mitad.

—¡No puedo hacer nada por ti! —continuó alterado.

Esta vez guardé silencio porque noté que la vena de su cuello estaba marcada. Ashton se sentó en la silla con un notable desagrado y enojo en su cuerpo. Estaba hiperventilado, su respiración se hacía notar con fuerza y él mismo intentaba controlarla. Su entrecejo estaba arrugado. Lo vi quitarse la camiseta de un tirón dejándome ver varios tatuajes negros esparcidos por su blanca piel. No emití ningún sonido, hasta que lanzó la camiseta al colchón y comenzó a moverse alrededor de la habitación frenéticamente.

—¿Qué diablos te pasa? Estás asustándome.

Él me ignoró por completo, como si en realidad yo no existiera dentro de esas cuatro paredes. Se acercó a la pared y comenzó a golpearla con fuerza, tanto que sus nudillos comenzaron a sangrar, pero a él parecía no dolerle. Y claramente la pared estaba intacta, pues era puro cemento.

—¡Ya basta! —grité desesperada. Él no se inmutó ante mi grito, solo estaba golpeando y golpeando mientras su pecho subía y bajaba con aceleración—. Ashton —lo llamé.

—¡¿Qué?! —exclamó volteándose hacia mí. Me corrí unos centímetros atrás con terror.

Los nudillos de Ashton continuaban goteando sangre.

—¡Ashton! —Golpearon la puerta con fuerza, esa era la voz de Marcus Denovan. Mi expresión cambió y pude notar que la de él también.

Él, de inmediato, intentó regular su respiración con molestia mientras yo rápidamente caminé al otro costado de la habitación, aterrada por lo que iba a suceder.

—¡Ashton, abre la puta puerta! —Nuevamente gritó Marcus.

Ashton abrió la puerta con molestia, miró a Denovan, quien se encontraba exasperado. Él me observó a mí en la distancia y luego fijó la mirada en mi compañero de cuarto.

—¿De nuevo una de tus mierdas? —escuché a Denovan preguntarle.

—No es nada.

—Deja de causar tanto alboroto, Ashton.

Ashton asintió sin más, luego cerró la puerta con fuerza. En cuanto estuvimos nuevamente a solas, miré a Ashton, que se encontraba más calmado.

—¿Me puedes explicar qué sucede contigo? —pregunté.

—Es algo complicado de decir —bajó la voz acercándose a mí—. Marcus no quiere que sea bueno contigo. Él quiere que te torture y me mantiene vigilado, Alice —confesó.

Al decir eso, sentí mi estómago hacerse un nudo.

—No lo hagas —le pedí.

—No quiero hacerlo —negó con su cabeza sentándose en el colchón junto a mí, pero mantuvo la distancia—, pero es hacerte daño o destruirme.

—¿Por qué?

—No importa el porqué —me observó—. Solo necesito que me obedezcas, no que confíes en mí.

—Quiero confiar en ti —solté.

—No quiero que te decepciones cuando te falle, Alice.

—No me fallarás, lo entenderé —aseguré ilusionada.

—Nos hemos conocido en un secuestro —murmuró mirándome directamente a los ojos.

Tenía razón.

—De acuerdo.

Él me sonrió sin enseñar sus dientes, era más bien una sonrisa quebrada.

—¿Qué ha sido eso? —Señalé la pared refiriéndome a sus golpes.

—Cuando algo me produce frustración o ira debo, no lo sé, golpear algo —confesó—. Soy impulsivo. No puedo retener tantas emociones dentro de mi cuerpo o puedo tener un trance, como ahora.

—¿Golpeas lo que sea?

—Lo que tenga enfrente —respondió con honestidad—. Así que, por favor, trata de no intervenir cuando me veas así.

—¿Podría llevarme un puñetazo?

—No, pero puedo lastimarte de otras formas.

—Debes curar tus nudillos —cambié el tema de conversación.

—Se curarán solos.

—Claro que no —me puse de pie, saqué una camiseta de Ashton del colchón y le volteé la botella con agua encima. Luego volví a sentarme a su lado.

—¿Qué haces? —Frunció el ceño.

—Dame tu mano.

—Alice, no necesito esto.

—No seas malagradecido. —Rodé los ojos. Le tomé su mano a la fuerza sintiendo una electricidad que erizó mi piel, pero intenté ignorar la sensación. Comencé a pasar la tela húmeda por sus heridas en carne viva. Él se quejaba y luego comencé con la otra mano. —¿Tienes un cuchillo o algo que corte?

—¿Pretendes cortar mi camiseta? —Alzó sus cejas.

Asentí.

—Sí, ahí, encima de la mesa —indicó.

Me puse de pie y encontré una navaja; corté la camiseta de Ashton tan bien como pude tomando medidas al ojo, luego la utilicé como vendaje para los nudillos de Ashton, él se quejó, pero luego aceptó lo que estaba haciéndole.

—Listo —sonreí satisfecha de mi trabajo improvisado como enfermera.

Él sonrió mirándome, luego se puso de pie y caminó al colchón y se sentó en él.

—Comamos algo —se encogió de hombros.

Lo que restó de día estuvimos intentando entendernos, aunque no hablábamos mucho, pues tenía la impresión de que no me preguntaba por las personas cercanas a mi vida porque sabía que me pondría triste y, probablemente, con mi estado anímico alterado, rompería en llanto frente a él. Además, tampoco quería preguntarle por la suya para no incomodarlo.

Me percaté de que la noche había llegado por la hora que marcaba el reloj que me había facilitado mi compañero de cuarto. Me tendí en el colchón mientras él estaba en otro lugar haciendo algo en su cuaderno que, por cierto, parecía ser su mejor amigo ahí adentro.

—Cuéntame algo —me dijo con la mirada pegada a las hojas de papel—. Te volverás loca si no hablas con nadie y, ya sabes…, no quiero vivir diariamente con una maniática —bromeó.

Sonreí.

—Pregúntame algo —expresé.

—¿Cuántos años tienes?

—Diecisiete, ¿y tú?

—Veintiuno.

—Mi hermano tiene veintiuno —comenté, él me observó a los ojos y solo pude regalarle una sonrisa triste.

Lo vi dejar su cuaderno a su costado.

—¿Por qué estás mirándome así? —pregunté con mis ojos vidriosos.

—Para que no llores —bajó la voz—. Por favor. Ven aquí —murmuró.

—¿Para qué?

—Solo ven aquí.

Me puse de pie asimilando que, en realidad, Ashton seguía siendo uno de mis secuestradores y podía hacer conmigo lo que le viniera en gana, así que con cautela me acerqué a él y me senté a su lado sin quitarle la mirada de encima.

—¿Qué me harás? —pregunté bajando la voz.

Sentí que su expresión cambió, se acomodó cerca de mí y puso ambas manos en mi rostro.

—Alice, cálmate.

—Por favor, no me toques —susurré. No me había percatado de que mi corazón estaba latiendo tan fuerte que me llegó a doler el tórax y, sin poder evitarlo, una lágrima recorrió mi mejilla.

—No te haré nada, por favor, mantén la calma. —Sus manos seguían en mi rostro y yo no podía acostumbrarme a eso.

—Por favor, suéltame. —Lo esquivé con fuerza dejándolo helado frente a mí.

—No quiero que me tengas miedo —su mirada azul se quedó en la mía, comprensiva—. No cuando sabes lo que estoy haciendo por ti.

—No quiero que me dañen más de lo que ya estoy.

—Al menos yo no lo haré —aseguró.

Era la primera vez que me encontraba tan cerca de Ashton. Tenerlo tan cerca me causaba escalofríos y no sabía si lo estaba confundiendo con miedo, pues, con tan solo unas palabras, lograba que todo lo que pudiese sentir desapareciera en un par de segundos. Quería creer en él, confiar en él, aunque en mi cerebro retumbara esa vocecita que decía «es completamente ilógico».

Era ficticia la figura de Ashton en la habitación, tan imponente, con gestos y facciones perfectas y llamativas. No parecía un imbécil. No parecía el tipo que podría secuestrarte y luego asesinarte.

Luego de unos minutos que me parecieron horas, me quedé observándolo, tanto así que levantó la vista para chocar con la mía.

—¿Estás bien ahora? —me preguntó con un tono de voz que quise pensar era preocupado.

Me afectaba y me confundía sobremanera que Joe, incluso ahora Ashton, intentaran llevarse bien conmigo, incluso relucían un extraño lado amable. Sin embargo, entendía que como Ashton estaba obligado a hacer diferentes cosas, Joe también podría estarlo.

—Sí. —Desvié la mirada.

—Alice, no quiero hacerte daño —confesó— y realmente espero que entiendas eso, pero también debes entender que, a veces, las personas como yo debemos tomar decisiones.

—No quiero torturas, Ashton —pedí—. Por favor, es lo único que te pido.

—Por supuesto que yo no lo haré —bajó la voz.

Confié en sus palabras, pues era lo único que podía hacer en una habitación pequeña encerrada con él que apenas lo conocía. Intenté enfocarme en otro tema de conversación, en uno que no estuviera comiendo mis neuronas, así que rápidamente cambié el tema y expresé con curiosidad:

—¿Qué estabas haciendo en tu cuaderno? —Me acomodé en el colchón.

—Bosquejos —rascó su nuca—, nada lindo.

—¿Puedo verlo?

Él tomó su cuaderno con algo de desconfianza en su mirada, miró una vez más el papel y luego me facilitó su cuaderno para mostrarme lo que estaba haciendo. Me quedé fijamente mirando el dibujo: Era una niña, sus facciones estaban muy definidas en el papel, casi como una fotografía. Claramente, a mí no me pareció un simple bosquejo. Pues yo no podía trazar ni una línea sin que estuviese chueca.

—¡Es hermoso! —subí el tono de mi voz con emoción.

—Shh —me silenció con su ceño fruncido.

—Es muy lindo —bajé la voz con una leve sonrisa—, estás loco si piensas que es solo un bosquejo.

—Aún faltan detalles.

—¿Cómo cuáles?

—No lo sé, tengo que aprender a usar colores, no solo negro o gris.

—¿Y quién es ella? —sonreí sin dejar de mirar a la niña.

—Mi hermana —contestó. Su expresión cambió de inmediato y el ambiente se tensó.

—¿Qué edad tiene?

—Debería tener siete años ahora —contestó sin poder evitar que una sonrisa se vislumbrara en su rostro—. Es una foto —me explicó—, una foto que tengo de hace muchísimo tiempo, ahí solo tenía tres años.

—Tienes una hermana muy hermosa.

—Así es —sonrió.

No pude evitar pensar en que había dicho «debería tener siete años ahora», ¿qué le había sucedido? La curiosidad mató al gato y, en ninguna ocasión, incluso en las peligrosas, dejaba de ser entrometida o curiosa.

—Hablas de ella como si no la hubieses visto más… —expresé por lo bajo—. ¿Le ocurrió algo?

Sus expresivos ojos chocaron con los míos como un glaciar. Sus labios formaron una línea recta y de inmediato me percaté de que había metido la pata, de que había sacado a relucir nuevamente al Ashton brusco.

—Es algo que no quiero hablar —zanjó.

—Lo lamento —me limité a decir, le entregué el cuaderno y él lo recibió cambiando de página y encontrándose con una hoja en blanco.

—No quiero hablar acerca de mí, Alice.

—De acuerdo, no debes hacerlo.

—Si quieres, puedes hablarme de ti —aflojó su mirada, pero seguía distante.

—Pues…, ¿qué te gustaría saber? —lo observé.

Tenía una sonrisa en el rostro, pero no podía sentirla dentro de mi corazón. Tenía que fingir estar bien, tenía que fingir estar cuerda y tenía que fingir que no estaba sintiendo que las paredes se cerraban justo en mis mejillas. Era difícil, claro que sí. Era difícil responder preguntas sin querer lanzar todo y romper en llanto, encima sin nadie que se preocupase de decirte «todo estará bien, tranquila». Era frustrante…, frustrante querer escapar cada día sin siquiera poder dar el primer paso. Me estaba ahogando con fuerza ahí dentro y, si no entablaba una conversación con la única persona que veía todo el día, probablemente terminase muerta en menos de una semana. Quería confiar en que la vida no era tan mierda conmigo. Que no me estaba golpeando tan fuerte y que yo…, podía vencerla.

Ashton Brook

Había algo en Alice que me sacaba de mis casillas, no podía entender ni digerir qué era eso que tenía para ponerme la piel de gallina, hacerme sentir jodidamente culpable y a la vez una profunda lástima por todo lo que estaba ocurriendo. Sabía, de antemano, que ella no podía sonreírme con honestidad y que, probablemente, se mentalizaba cada mañana, tal como lo estuve haciendo yo por un tiempo, diciéndose a sí misma que todo mejoraría, que nada era TAN malo. Sin embargo, frente a su sonrisa quebrada y triste, sentía que me encontraba tranquilo, en paz e incluso justo encima de una nube. Lo había sentido antes y solo recordaba a Debanhi poder conseguirlo. Me sentía en casa, me sentía fuera del infierno de mierda que estaba destinada a ser mi vida para siempre.

—No lo sé —contesté—. ¿Crees que puedes hablar de ti?

—Puedo —aseguró con fortaleza en su mirada, una fortaleza que no sabía de dónde la sacaba—, pero me costará. Si no estuviese aquí, créeme que ya sabrías todo acerca de mi vida —sonrió con tristeza.

Me quebraba por la mitad. Quería ayudarla, pero mis ganas chocaban con la figura de mi madre y de mi hermana y solo me quedaba retroceder.

—Hagamos algo. —Me acerqué a ella con una sonrisa un poco más expresiva que de costumbre. Apoyé mi espalda en la pared, su hombro tocaba el mío—. Imagina que nada de esto es real. Esos muros no existen, ese imbécil de allá afuera no existe, que tu dolor no es real, que se quitará, que es solo un puto mal sueño… Imagina que solo tú y yo somos reales, que nadie puede hacernos daño. —Ella me observaba con atención, casi como una niña ilusionada—. Cierra tus ojos —señalé y ella obedeció. Cerró sus ojos y por encima de su mano, puse la mía sin recibir un rechazo—. Este es el momento, Alice, nada es real. Somos solo tú y yo.

—De acuerdo —susurró.

Ella se mantenía con sus ojos bien cerrados esperando que continuara hablándole. Sus expresiones parecían haberse aflojado, incluso pude notar que su pequeña sonrisa era algo diferente. Parecía un ángel, una chica buena, una chica de diecisiete años incapaz de dañar a alguien.

—Pues ahora háblame de ti —comenté sin más, en un tono bajo, íntimo y significativo. Quería que nos desconectáramos, así que me incorporé y yo también cerré mis ojos para escucharla.

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