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- capítulo diez -


—Vivo con mis padres y mis dos hermanos —comenzó a contarme, yo solo podía oír su voz serena.

—Ah, ¿sí? ¿Qué edad tienen tus hermanos?

—Liam tiene veintiuno, como tú. Giuliana, tres años.

Guardé silencio, abrí mis ojos y respiré hondo. Esto iba a ser más difícil de lo que pensaba. Ella de inmediato abrió sus ojos y se quedó mirándome con atención, pero no me inmuté, solo mantuve la mirada en sus ojos miel.

—¿Por qué te cuesta tanto hablar sobre ti? —preguntó bajando el tono de voz, como si le diese miedo preguntarme.

—Solo no quiero hacerlo, eso es todo.

Ella me observó en silencio y luego me regaló una sonrisa que no comprendí en absoluto.

—¿Por qué me sonríes? —pregunté ceñudo.

—Pareces una buena persona, Ashton —expresó. Sus palabras me dejaron congelado, definitivamente ella no me conocía en lo absoluto y se decepcionaría de mí si lograba conocerme.

Liam Brenden

Aquella mañana salí de casa ofuscado y cegado por mi enojo, Christopher se había sentido con el derecho de tratar a mi hermana como si no valiese un centavo, y yo, intentando defenderla, salí dando pasos hacia atrás cuando ella misma prefirió darle una oportunidad para «conversar». Tenía claro cómo funcionaban las relaciones adolescentes que, a pesar de que el chico o la chica cometieran errores que destrozaran todo, podían dar una y otra vez oportunidades y eso me molestaba sobremanera. Odiaba a los mentirosos, odiaba el comportamiento de Christopher incluso más cuando esa chica era mi hermana.

Durante el día reflexioné en la universidad intentando darle la razón a Alice. Ella estaba enamorada de un imbécil y no tenía la culpa de sentir la necesidad de aclarar sus sentimientos con él después de lo que había visto en el centro comercial. No podía obligarla a pensar como yo, ni menos entrometerme tanto en sus decisiones. No era el dueño de la vida de nadie y siempre eso me lo había recalcado mamá.

A las cinco en punto estaba yéndome de la universidad, me despedí de algunos compañeros y saqué el móvil de mi bolsillo con el fin de disculparme con mi hermana e invitarla a un helado, pero no contestó. Rápidamente supuse que aún seguía molesta conmigo por el escándalo de la mañana, pero luego de insistentes llamadas su teléfono comenzó a sonar fuera de servicio. Intenté convencerme de que todo estaba bien. Se había descargado su móvil, sip. Ni siquiera avecinaba que iba a ser la peor tarde de nuestras vidas.

Flashback

Guardé el móvil en mi pantalón, me acomodé el casco y haciendo andar la motocicleta, anduve calle a calle hacia mi casa. Me encontraba cansado, así que por el camino solo pensaba en llegar, ofrecer una disculpa, cenar y dormir tranquilo. La universidad estaba dándome fuerte.

—¡Mamá, llegué! —avisé. Dejé mi mochila en el sofá junto al casco y subí por las escaleras.

Mi madre se encontraba jugando junto a Giuliana, como de costumbre. Ella no trabajaba, se había dedicado al 100 % a cuidar de mi pequeña hermana. Las saludé a ambas con un beso apretado y algo se encendió dentro de mi pecho después de varios segundos.

—¿Y Alice? —pregunté.

—No ha llegado todavía —contestó restándole importancia—. Y qué bueno que no esté aquí, pues tú y yo tenemos una conversación pendiente.

—No hagas que me disculpe contigo…

—¿Qué fue lo de esta mañana, Liam? —me encaró—. Sabes muy bien que Christopher lleva muchísimo tiempo saliendo con tu hermana, no puedes solo ir y golpearlo como si nada.

—Lo sé —aflojé la mirada—, pero mamá, si lo hubieses visto ayer en el centro comercial entenderías a la perfección la reacción que tuve. Alice estaba quebrada por la mitad y encima hoy llega, el muy imbécil, a decirme que Alice no lo complacía o que no le daba lo que él necesitaba. ¿Quién demonios le dice eso al hermano de su novia? ¿Cómo querías que reaccionara? ¿Que me riera? —bufé—. No puedo hacer oídos sordos, lo sabes, me importa una mierda si tienen una relación de un mes o dos años.

—Lo sé, Liam, lo entiendo. Solo hay diferentes maneras de solucionar los problemas —me explicó—. Y deberías entender que el chico no puede golpearte como tú a él —rio.

—Se me ha escapado de las manos.

—Lo sé, además sabes que tu hermana no volvería con él.

La observé en silencio por un rato, luego me dediqué a observar a Giuliana, quien se esmeraba en golpear a una muñeca contra la alfombra. Después bajé las escaleras, me calenté algo de comida. Me encontraba con una sensación extraña dentro del cuerpo, mi corazón parecía estar acelerado, tenía un mal presentimiento y no entendía por qué. Nunca había sido supersticioso.

Rápidamente las horas fueron pasando hasta que se hizo lo suficientemente tarde, incluso mi padre había llegado a casa y Alice todavía no aparecía.

—Liam, llama a tu hermana, ya es demasiado tarde —me pidió papá mientras Giuliana insistía en enseñarle las muñecas nuevas.

Tomé el móvil y marqué su número. No sonaba, solo me enviaba al buzón de voz.

—No suena, está apagado —comenté.

Comencé a darme cuenta de que a mi madre fue cambiándole la cara poco a poco, hasta que estuvo completamente histérica intentando llamar a todo el mundo: apoderados, compañeros de curso, pero nadie respondía el teléfono. Intenté calmarla hasta que se sentó en el sofá. Llamé a Christopher, que era la última persona que suponía que la había visto y estaba dentro de mis primeras opciones de personas con las que podía estar.

—¿Hola?

—Christopher, soy Liam.

—¿Ocurre algo? —preguntó sin entender.

—¿Estás con Alice?

—¿Alice? No, la he dejado en la escuela estaba mañana y no la he vuelto a ver.

—¿No has ido a buscarla? —sentí la preocupación en mi voz.

—No, quise dejarla respirar un poco… Se veía mal, no quise presionarla más.

—¡Maldición! —alcé la voz.

—¿Qué ocurre, Liam?

—Es que no ha llegado, salió de clase hace cuatro horas y todavía no ha llegado a casa.

—Llama a sus amigas, intenta mantener la calma, no pasa nada.

—Alice nunca haría algo así. ¿Me das el número de Lía y Jamie?

Christopher me facilitó los números de Lía y Jamie y antes de colgar fue enfático en decirme que si sabía algo, por favor, que le avisara. Se notaba preocupado, pero no me detuve a pensar en eso. Solo quería saber lo que estaba ocurriendo.

Mi madre comenzó a hacer preguntas como si yo supiera algo, como si tuviera alguna respuesta, pero no podía contestarle a nada, pues me encontraba lo suficientemente ocupado en marcar el número de las amigas de Alice, quienes tampoco me contestaban.

—¡No me contestan! —me alteré estresado por la situación.

Noté que a mamá se le llenaron sus ojos de lágrimas y el teléfono comenzó a sonar dejándonos a todos congelados. De inmediato corrí para contestar asumiendo que mamá no iba a ser capaz de levantar el teléfono para recibir cualquier tipo de noticia.

—¿Hola?

—Hola, habla la mamá de Lía, la amiga de Alice.

—Hola, hola… Dígame —contesté intentando regular mi respiración—. Estaba hace un momento tratando de comunicarme con Lía y no he podido, soy el hermano de Alice.

—¿Por qué? ¿Lía está con Alice? —oí un respiro de desahogo detrás del teléfono, lo que causó en mí un fuerte dolor en el estómago.

—¿Qué?

—Lía no ha llegado a casa desde que salió de la escuela. Hace un rato hablé con la madre de Jamie, pero ella tampoco llegó y suponemos que están en tu casa.

No sé qué expresión tuve en el rostro, pero rápidamente mis ojos chocaron con la alfombra sin entender lo que ocurría. Claramente debía ser una broma, no podía ser otra cosa.

—Alice tampoco ha llegado —dije sin más. Escuché a la mujer detrás del teléfono hablar, pero yo no podía escuchar con claridad. Mis oídos zumbaban y mi madre al notar cómo me encontraba, me quitó el teléfono y comenzó a hablar ella.

—¿Qué ocurre, Liam? ¿Supiste algo? —preguntó mi padre saliendo de la cocina.

—Las amigas de Alice tampoco han llegado a sus casas, no está con ellas —asumí.

—¿Qué? —preguntó con confusión, sus ojos parecieron haber salido de su órbita—, pero ¿cómo? ¿Dónde más podría estar?

Quería pensar en que todo estaba bien, que en realidad solo eran un par de horas de atraso. Incluso podía estar en la biblioteca de la escuela haciendo un trabajo; biblioteca que no tenía muy buena señal. Pero en el fondo estaba preocupado y no podía dejar de pensar en que tal vez algo malo, muy malo, había ocurrido.

—Liam, llama a la Policía —escuché a mi madre despertándome de mis pensamientos.

—¿Qué? Mamá, no debe ser tan grave…

—¡Llámalos! —interrumpió mi voz con desespero.

Vi a mi padre encender la televisión, siempre, cuando ocurría algo o él creía que pasaría algo, encendía la televisión para confirmar que algo estuviesen dando acerca de lo que pensara. Giuliana se encontraba en el sofá sin entendernos. Marqué el número de la Policía, comenzó a sonar hasta que me contestaron.

—Buenas noches, se ha comunicado con la Policía, ¿en qué podemos ayudarle? —contestó una mujer detrás del teléfono.

—Sí, hola —contesté abruptamente, no sabía qué decir en realidad. Mi cabeza parecía haberse quedado en blanco.

—¿Me puede dar su nombre, por favor?

—Liam… Liam Brenden —contesté nervioso mientras miraba a mi padre cambiar frenéticamente los canales de televisión hasta llegar a las noticias.

—Señor Brenden, díganos, ¿en qué podemos ayudarlo?

—Quiero reportar a mi hermana, hace un poco más de cuatro horas no llega a casa y estamos muy preocupados.

—¿Cuál es el nombre de su hermana?

—Alice Brenden

De un momento a otro, todo se volvió borroso para mi vista. En la televisión estaban pasando imágenes de la escuela a la que asistía Alice, eran imágenes oscuras, poco definidas, casi como si estuviesen grabando con un teléfono. Y la voz del periodista decía: «Alrededor de treinta chicas han sido secuestradas cerca de las tres de la tarde, pero no tenemos información acerca de la hora exacta en que este grupo de delincuentes entró al lugar. Tampoco tenemos información acerca de si los docentes están ahí o se encuentran en sus hogares. Todo indica que esto está enlazado a la amenaza que le habían estado haciendo al presidente…».

Fue entonces cuando el teléfono se soltó de mi mano y se estampó contra la alfombra mientras la Policía hablaba desde la otra línea. La expresión de papá fue devastadora, ni siquiera podría explicar si quiso romper la televisión o largarse a llorar ahí mismo. Solo se limitó a apretar con fuerza el control remoto. Su mandíbula estaba tensa y no emitía ninguna palabra. Mi madre rompió a llorar sin remedio y tuve que sostenerla para que no se cayera al suelo.

—¡Qué hijos de puta! —gritó papá golpeando el mueble en el que se encontraba apoyada la televisión. Esta se tambaleó, pero no logró caerse. Giuliana se espantó al primer grito y comenzó a llorar con fuerza sin entender nada y nadie fue capaz de tranquilizarla.

Rápidamente, mi teléfono comenzó a sonar. Contesté sin mirar quién estaba llamándome.

—¿Hola?

—¿Es Alice? ¿Ella está ahí? —escuché a Christopher hablar desde la otra línea con rapidez y en un tono descolocado.

—Sí.

No supe si debía ponerme de pie e ir a la escuela. Si el lugar estaba restringido o no, si ya en cinco horas las habían sacado de ahí o ¿quién habrá sido el de la primera denuncia?

En un abrir y cerrar de ojos me encontré con los padres de Lía y Jamie en mi casa, pero no logré entender qué hacían ahí y por qué no estaban allí fuera intentando hacer algo. Así que rápidamente tomé el casco que seguía en el sofá y comencé a caminar con molestia hasta salir de casa.

—¡¿A dónde crees que vas?! —me preguntó mamá deteniéndome desde el brazo.

—No me puedo quedar aquí como si nada hubiese pasado. Debo ir allá, debo ir a ver la escuela y entender qué ocurrió.

—¿Qué? ¡No! No vayas, por favor, Liam —me pidió con desesperación—. No sabes cómo está todo allá, si siguen ahí o qué…

—¡Es Alice! —grité.

En otra ocasión gritarle a mamá hubiese ocasionado un golpe, pero nos encontrábamos tan nerviosos que no podíamos actuar como realmente éramos. De todas maneras, salí a tirones de casa, tomé mi motocicleta y me dispuse a andar. No sé a qué velocidad llegué, pero la escuela de Alice se apareció en mi camino, aunque muy lejana, pues todo el lugar estaba rodeado de policías y cazanoticias. Aparqué la motocicleta y corrí entre las personas hasta llegar a la última fila de policías, intenté pasar, pero uno de ellos me tomó del codo y me empujó hacia atrás con fuerza.

—No puedes pasar —zanjó.

—¡Mi hermana está ahí dentro! —alcé la voz, sentí el nudo de mi garganta aparecer, pero toda la angustia se transformaba en rabia.

—No, hijo —bajó la voz el policía—. Las chicas ya no están acá. Además, todas estas personas están esperando a sus hijas, primas o nietas salir de ahí también, no puedes entrar.

—¡No lo está entendiendo! ¡Es mi hermana!

—Estamos haciendo todo lo que está a nuestro alcance.

—¡No están haciendo nada! —continué con alteración mientras el policía me observaba imperturbable—. Estar aquí de pie como idiotas no es estar haciendo lo posible.

—Por favor, retírese y deje trabajar al personal —indicó con compresión en sus ojos, pero yo no podía ver de lo cegado que me encontraba.

Fin del Flashback

Desde ese caótico y maldito día todo se ha ido a la mierda poco a poco, casi desvaneciéndose a través de nuestros dedos. Pude percatarme de que mi madre cayó en una tristeza y desesperación profunda que ha tratado de sanar, pero no parece suficiente conversar con un psicólogo una vez a la semana. Por otra parte, mi padre intenta mantenerse fuerte, no desesperarse ni pensar trágicamente, como todos lo estan haciendo. Giuliana no entendía, en absoluto, lo que estaba sucediendo. Apenas puede preguntar dónde se encuentra Alice y la mayor parte del tiempo se mantiene en casa de mis abuelos. Por otro lado, estaba yo, intentando luchar en contra de todos para entender lo que estaba ocurriendo en realidad.

Descubrí que el presidente le debía una cantidad de dinero excesivamente alta a un hombre de mala fama de los barrios bajos, mafioso e incluso podía estar asociado al narcotráfico. No sabía exactamente cuánto dinero era, pero el meollo del problema era esa maldita deuda que nos tenía a todos despiertos hasta las tantas de la madrugada consiguiendo una respuesta.

Las familias de las demás chicas desaparecidas, y la nuestra, no tardaron en movilizar al país por todo lo que estaba ocurriendo y allá arriba parecían no entender la gravedad del asunto. Se formaron protestas e incluso algunos desmanes en el centro del país. Hoy, el presidente daría un discurso público arriesgándose a la molestia de las personas y estaba en toda mi disponibilidad y ganas de encararlo.

Todos estábamos ahí, esperando que alguien diera alguna señal de que ya había llegado ese hombre que me hacía tener unas incontrolables ganas de golpear cuando lo oía hablar. Esperamos tranquilos, incluso pasaron un par de horas, hasta que vimos al hombre vestido de manera elegante aparecer en el pequeño escenario montado, se posicionó justo enfrente de un micrófono con gestos débiles. Se mantenía entre sus guardaespaldas. A pesar de sus resguardos y de su expresión desintegrada, nada conseguiría que tuviera lástima por su persona. Mi hermana no se sabía dónde se encontraba y debían sacarla, aunque se me ocurriera asesinar al presidente.

—Buenos días —comenzó el hombre—. Hoy es un día importante para todos nosotros, pues, como bien he mencionado, hemos estado trabajando en conjunto y decidimos dar una conferencia pública. —Se acomodó la corbata, respiró hondo y continuó—. Nos encontramos en una situación difícil como país. Nos encontramos tristes y hemos empatizado con cada una de las familias afectadas.

«Al menos conmigo no había empatizado ni mierda».

—Sin embargo, hay cosas que nos gustaría resolver de manera rápida, precisa y fácil, pero este es uno de los casos donde no podemos hacerlo. —Cuando dijo eso, las personas comenzaron a murmurar, pero él continuó en su papel fuerte—. Estamos hablando de una mafia peligrosa, donde no se detendrán si les damos lo que están pidiendo y, si tomamos el camino fácil, es muy probable que todo esto se alargue. Nos estamos arriesgando, claro que sí, tomando las decisiones correspondientes y también hablando públicamente como hoy, pero sé que valdrá la pena, pues todo esto lo hago por ustedes…, porque realmente he visto el sufrimiento. —Sus ojos se posaron en cada uno de nosotros como si nos conociera—. Les quiero pedir que, por favor, se detenga la violencia, las manifestaciones violentas están destruyendo su país y nada se solucionará de esa manera. Nosotros estamos haciendo lo que está a nuestro alcance.

Sus palabras terminaron por sacarme de quicio, pues él no entendía nada, ni siquiera se podía poner en nuestros zapatos. Realmente era un imbécil.

—¡¿Qué otra mentira tiene para decirnos?! —interrumpí su nefasto discurso. La mano de mi madre se fue a la mía y la apretó con fuerza, pero no me detuve, ni ella ni nadie iba a detenerme.

—Por favor, silencio —me pidió un guardia de seguridad del lugar.

El presidente quiso ignorarme, pero me puse de pie para que me observara a los ojos, así que no tuvo otra opción que mirarme para comenzar a hablar.

—Joven, nos encontramos haciendo lo que podemos —comentó con voz quebrada, como si en realidad yo pudiese comprarme algo así.

—¡¿Lo que podemos?! ¿Esa es la excusa ahora? —reí.

Las personas parecían mirarme con compresión y apoyo, pero el hombre frente a mí y sus guardias tenían el rostro desfigurado de molestia e incomodidad.

—No son excusas, amigo mío —continuó observándome a los ojos.

—No me llame amigo —zanjé—. Mi hermana está con esos tipos y solo tiene diecisiete años, ¿qué sucederá si abusaron de ella? ¿Acaso usted hará que olvide toda la mierda que está pasando?

Las personas a mi alrededor parecieron darme la razón entre murmullos, así que el presidente se quedó en silencio y asintió mirando a uno de sus tantos guardias quien se acercó a mí y me tomó con fuerza para sacarme del lugar.

—¡¿Así es como trata a sus amigos?! —grité con fuerza mientras me sacaban a empujones del lugar.

Vi a algunas personas intentando defenderme, pero solo acabé encerrado en un automóvil de policías.

—Mamá, estaré bien, no te preocupes —calmé su angustia mientras la miraba por la ventana del auto ya esposado.

Me trasladaron hasta la comisaría y, aunque iba tranquilo, ellos no parecían estarlo, pues me bajaron nuevamente a golpes del auto haciéndome un sinfín de preguntas que no entendí ni tampoco me esforcé en responder. Luego me dejaron sentado en un lugar en el cual jamás había estado alrededor de una hora.

—¿Liam Brenden? —preguntó una recepcionista de gafas mientras me observaba. Me puse de pie y me acerqué hacia su escritorio.

—El mismo —contesté.

—Quédate aquí, no te muevas.

—Como si pudiera —rodé los ojos.

Volví a mi asiento con molestia y antes de que pudiera volver a la calma, vi a los guardaespaldas del presidente acercarse a mí. No hablaron, solo me tomaron de los brazos y me hicieron salir de la comisaría para meterme a una camioneta oscura y grande. Intenté preguntar lo que estaba sucediendo, pero no tenían la expresión de querer responder algo. Anduvimos un buen rato, hasta que me percaté de que nos acercábamos a la mansión presidencial, «¿qué mierda hacía ahí?». Me bajaron algo más calmados, me quitaron las esposas y los seguí por el largo prado para llegar a la puerta principal. No entendía nada, pero continué mi camino, si debía morir ahí mismo, lo haría.

Entramos a un tipo de oficina, me dejaron sentado en un sofá y se quedaron de pie a mis costados como si yo pudiese golpearlos a los dos al mismo tiempo sin entrenamiento de guardaespaldas. Finalmente, escuché los pasos correspondientes a la persona que me había hecho ir allí. Alcé la vista hasta que choqué con el rostro del mismísimo presidente.

—Liam, ¿no? —preguntó con tranquilidad.

Rápidamente me puse de pie con molestia lo que hizo que los guardaespaldas se removieron en posición de defensa, pero no me importó.

—¿Qué mierda hago aquí? —lo enfrenté.

Secuestro

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