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- capítulo cuatro -


Él me miraba en silencio casi sin pestañear, tanto que tuve que desviar mi vista porque comenzaba a sentirme incómoda e histérica.

—¿Estás nerviosa?

«La verdad, sí. Estoy nerviosa, histérica, aterrada. No sé cuándo voy a salir de aquí, no sé si seguirán golpeándome, si abusarán de mí o simplemente me matarán», pensé, pero no dije nada.

—¿Puedes decirme cuando haya terminado el día? —pregunté en un tono tan bajo que apenas pude percatarme si me había oído. Él me observó con confusión, abrió su mochila, de donde sacó un reloj de mano que lanzó a mi lado. Miré la hora: 9:07 a. m. Estábamos casi entrando al invierno, así que se oscurecía a eso de las seis de la tarde.


Eran alrededor de las dos de la tarde y no hice más que mirar la pared y luego mirar al tipo, no sabía qué diablos hacer ni tampoco en qué pensar. Solo me movía para ir al baño o para comer.

—¿Tienes hambre? —me preguntó.

—No.

—Debes comer.

Iba a responderle, pero dieron algunos golpes en la puerta con fuerza. Él se puso de pie y abrió, salió un momento y solo podía oír sus voces.

—¿Todo bien? —preguntó el que había golpeado, pues no reconocía su voz.

—Sí —respondió mi compañero de salón.

—¿Algún problema con la chica?

—No quiere comer —contestó y casi pude sentir mi corazón salir de mi pecho.

Cuando escuché la puerta abrirse mi estómago era un revoltijo, casi creí que iba a vomitar ahí mismo. Era un hombre de aproximadamente cuarenta años, su rostro estaba completamente descubierto. Me observó con sus ojos café y sentí que su mirada quemó mi piel. Mi corazón se aceleró aún más y sentía que pronto me faltaría la respiración. Solo pude observarlo casi orando que no me hiciera daño.

—Alice, ¿verdad? —preguntó acercándose lentamente a mí. Asentí y por un momento quise desprenderme de ese nombre. Me corrí unos centímetros atrás, hasta que mi espalda chocó con la pared. Respiré profundo intentando tranquilizarme—. ¿Por qué no quieres comer?

—No tengo hambre —bajé la voz al borde de las lágrimas.

—¿Quieres morir? Porque si es así, puedo matarte yo mismo —sonrió con tranquilidad.

—No, no…, por favor —tartamudeé casi atragantándome con mis propias palabras.

—Entonces vas a comer.

—Sí, lo haré —contesté rápidamente.

—Debes obedecer —dijo frío mientras se agachaba frente a mí. Abrió su chaqueta y de ella sacó una pistola. Mi corazón se aceleró, nunca había visto un arma tan cerca de mi rostro. Mi respiración estaba agitada y solo quería correr de ahí. Puso la punta de la pistola en mi mentón con fuerza, consiguiendo que levantara mi cabeza y me quejara por la presión que estaba haciendo—. No quiero matarte, de verdad.

—No lo haga, por favor… —hablé aterrada ante tal escena de película que estaba viviendo. Mi compañero de salón claramente estaba desde atrás mirando la escena sin entrometerse.

—Me estás provocando.

—Le aseguro que no. —Una lágrima recorrió mi mejilla.

—No me sigas contestando. —Cargó la pistola tirándola hacia atrás. Escuché las balas cambiarse de lugar y comencé a llorar desesperada—. No llores, cállate. —Las lágrimas no paraban e intenté constantemente detenerme, pero no lo lograba, así que comencé a respirar profundo.

Me quedé en silencio esperando lo peor, pero el tipo sacó la pistola de mi mentón, rápidamente me golpeó con ella la cabeza y todo se volvió negro.

Desperté con el ruido constante desde fuera del salón en el que me encontraba. Mi cabeza me dolía muy fuerte y sabía exactamente por lo que había sido. En cuanto mis ojos chocaron con las paredes pude darme cuenta de que era un lugar diferente, no era mi salón de clases ni nada parecido a algo de mi escuela. El terror hizo que me doliera la cabeza aún más. Finalmente, choqué con la mirada de mi compañero de salón.

—¿Qué día es? ¿Cuánto dormí? —le pregunté confundida y tratando de tocar mi cabeza, pero mis manos estaban amarradas.

—¿Dormir? —rio—. Parecías estar muerta. Estuviste inconsciente dos días.

—¡¿Dos?! —alcé la voz.

—Sí.

—¡Ya verán! —grité—. ¡Son unos hijos de puta! ¡¿Por qué demonios nos tienen aquí encerradas?! ¡Te pudrirás en la cárcel, maldito idiota! —le grité sin poder controlarme, ya no podía estar soportando un día más.

—Me estás sacando de quicio, cállate —comentó con indiferencia.

—¡Eres un puto cobarde! —continué gritándole—. ¡Ni siquiera tienes el coraje de sacarte el pasamontañas! ¿Acaso crees que me escaparé de aquí y te iré a describir físicamente y harán un retrato hablado de ti? ¡Eres un idiota!

El tipo se puso de pie rápidamente y se acercó a mí lo suficiente para que me quedara callada, se agachó frente a mí y me desamarró las muñecas y los tobillos con fuerza.

—¿Quieres escaparte? Vete, no te detendré yo —dijo mientras me miraba fijamente—. Vete, si tanto quieres salir de aquí, vete.

Lo miré confundida y me puse de pie audazmente, quise salir corriendo, pero algo me decía que, si lo hacía, iba a morir de todas formas, además no tenía idea de dónde estábamos. Lo miré en silencio acercándome a la puerta, él se mantenía sentado en el suelo observándome tranquilo. Puse mi mano en el picaporte de la puerta y mis ojos se llenaron de lágrimas; sin poder contenerlas, comencé a llorar, caí al piso sentada y envolví mi cabeza entre mis rodillas.

—Lo sabía —bufó—. ¿Quién es la cobarde ahora?

—Por favor, no vuelvas a ponerme esas cuerdas —sollocé.

—¿No? —Pude escuchar su sonrisa irónica detrás de su pasamontañas—. Puedes escaparte si no te pongo esto.

—Sabes que no lo haré, ya lo descubriste —levanté mi vista.

—Está bien, pero haremos un trato —dijo, luego se acercó a mí y se sentó frente a mí.

—¿Cuál? —No podía ni siquiera creer que estaba intentando llegar a un acuerdo con uno de mis secuestradores quien, hasta el momento, había sido el único y probablemente 0,1 % amable.

—No hagas estupideces. No quiero verme obligado a usar esa arma —fijó su mirada en la mía—. Tal vez no puedo matarte, pero puedo dispararte en las piernas, en los hombros, puedes quedar parapléjica, Alice.

Asentí rápidamente y me puse de pie para alejarme de él. Caminé hasta el final del salón y me senté en el suelo apoyada en la pared. El tipo me observó y regresó a la silla en la que estaba sentado al principio después de unos segundos.

No podía pensar en nada más que en mi familia, ¿qué estará haciendo mi madre? ¿Mi padre? ¿Mis hermanos? ¿Qué pasará por la cabeza de Christopher en este preciso momento? Quisiera haber tenido la oportunidad de besar a mamá antes de salir de casa, de pedirle perdón a Liam por ser una malagradecida, de decirle a Christopher que lo perdono por ser joven e idiota y decirle a papá que siempre será mi héroe. Quizá nunca pueda ver crecer a mi hermana, quizá nunca más pueda llegar a casa y ser recibida tan bien.

Las horas fueron pasando y mi único entretenimiento era mirar todo lo que hacía mi compañero de salón. Sacó un colchón inflable de un bolso, lo enchufó y este se comenzó a inflar por sí solo, era grande, pero no quise hacer comentarios al respecto. No quería que abusaran de mí.

—¡Ashton! Abre la puerta —escuchamos desde fuera. El tipo, que ahora sabía que se llamaba Ashton, se puso de pie después de haberme dado una mirada asesina, abrió la puerta y un tipo de su misma fachada entró sin pedirle permiso a nadie.

—¿Qué quieres? —preguntó Ashton un tanto irritado. No pude ver sus facciones.

—Vine a conocer a Alice —respondió mirando la habitación. Sus ojos se posaron en mí y enseguida sentí asco por la forma en que me miraba.

—¿No te asignaron a otra chica? —le preguntó Ashton mirándolo claramente molesto por su tono de voz.

—No, dijeron que me encargara de revisar los salones y claramente vendré por aquí muy seguido —dijo, luego se acercó a mí.

Parecía ser la diversión de todo mundo ahí.

—No fastidies, vete de aquí. Ella ya tiene un vigilante y ese soy yo, ¿está bien? —El tono de voz de Ashton sonó molesto.

—Vienes aquí a trabajar, imbécil. —El tipo lo regañó.

—Eso es lo que estoy haciendo y me estás fastidiando el trabajo. No porque seas el hijo de la cabecera podrás venir a molestarme cuando se te pare el culo.

—Ah, ¿quieres abusar de la chica tú solo? —le preguntó con gracia. Cuando ni siquiera mi compañero de salón había sido capaz de proporcionarme un golpe.

—No hables estupideces, vine aquí para salvar mi vida, no me jodas.

—Entonces hazme caso, amigo —expresó el tipo fijando su mirada en Ashton y luego dirigiéndose a mí.

¿Qué significaba eso de «vine aquí para salvar mi vida?». ¿Acaso él no quería hacer esto? No entendía lo que ocurría.

—Vendré mañana a esta misma hora para ver cómo sigue todo —informó—. Adiós, querida Alice.

Lo miré en silencio. Luego vi a Ashton cerrar la puerta con llave cuando el sujeto se marchó, respiró profundo, revisó si su colchón estaba listo y lo desenchufó. Se acomodó para asegurarse de que estuviese bien y ahí se quedó.

—¿Quién era él? —pregunté con la voz casi en un susurro.

—Ya escuchaste, el hijo del mandamás.

—¿Qué quiere hacerme?

—Nada que te importe.

—Claro que me importa —lo miré con rabia—. Es mi cuerpo.

Él me observó silencioso y me ignoró. Luego se puso de pie para buscar algo en su mochila.

—¿Por qué estás tú aquí?

—No es algo que te importe —contestó áspero—. No te metas conmigo y no quieras saber de mi vida, ¿escuchaste bien?

Solo pude asentir con temor. Saqué la mirada de la suya y me dirigí a una de las maderas por la cual entraba un poco de luz.

—Yo puedo... Comer, ya sabes, ¿algo? —traté de preguntar con nerviosismo.

Él asintió y se puso de pie, sacó una de sopa instantánea y un termo con agua caliente, lo vació dentro del vaso con sopa y luego me lo tendió junto a una cuchara. Tomé mi sopa en silencio y luego dejé la basura a mi lado.

—¿Tu nombre es Ashton? —le pregunté. Necesitaba hablar con alguien o si no me volvería loca.

—Sí.

Miré en silencio lo que podía ver de su rostro, que solo eran sus ojos. Me tendí en el suelo sin esperar que él me dijera «duerme aquí». Obviamente eso no iba a pasar ni en un millón de años. Cerré mis ojos y comencé a pensar cosas buenas, no quería volverme loca, no quería comenzar a hablar sola ni a imaginar cosas inexistentes.

Cuando desperté, lo primero que vi fue a Ashton sentado en el colchón con su mirada fija en mí y cuando se percató de que lo estaba mirando él rápidamente desvió su mirada.

—¿Qué hora es? —pregunté.

—Las tres de la madrugada.

—¿Tú no duermes?

—Te puedes escapar.

—No soy tan estúpida como para hacer eso mientras estás durmiendo.

—¿Qué?

—Seguro que hay varios tipos ahí afuera esperando que una de nosotras se escape y molernos a golpes hasta dejarnos inconscientes porque de lo que estoy segura es de que no nos matarán.

—¿Eso es lo que crees? —Pude oír su ironía.

—Sí.

—Vaya, quizá tengas razón.

—Eso espero.

Ashton me miró en silencio y luego fui yo la que desvió la mirada.

—Quiero ir al baño —le pedí.

—¿No puedes esperar hasta las siete de la mañana?

—No.

El tipo se puso de pie y pude ver que solo andaba en bóxer, se colocó un pantalón de chándal y luego me amarró las manos para salir de la habitación. En cuanto salimos, el frío aire chocó con mi rostro, todo estaba completamente oscuro y mis zapatos hicieron contacto con tierra. ¿Dónde demonios estábamos?

Mientras íbamos caminando, escuché el grito de una chica a quien rápidamente reconocí, era Jamie. Mi piel se erizó por completo y mi garganta se apretó.

—Jamie —susurré.

—¿Qué?

—Mi amiga, Jamie ¿qué le están haciendo? —Mis ojos se llenaron de lágrimas y comencé a desesperarme.

—Seguro que se está portando mal.

—Por favor, quiero saber qué está ocurriendo con ella.

—Ahora no, no fastidies —agarró mi brazo con fuerza y me arrastró hasta el salón.

Escuchar gritar a mi amiga de esa manera me erizó la piel… Quería verla.

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