Читать книгу Secuestro - Javiera Paz - Страница 8

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- capítulo tres -


—La chica con la que me viste ayer es de la Universidad —comenzó—. Su nombre es Jazmín, la conocí…

—Christopher, no me importa quién es ni cómo la conociste —lo miré fijamente—, solo quiero saber por qué lo hiciste.

—Alice, lamento que suene de esta forma, pero ella me ha dado lo que tú nunca quieres —dijo y realmente eso dolió—, pero no estoy enamorado de ella, si eso crees. Solo lo pasamos bien.

—¿Sexo? —Alcé mis cejas.

—Sí.

—Christopher, me entregué a ti. Perdí todo contigo, ¿de qué hablas? —pregunté casi en shock.

—Lo sé, Alice. Me refiero a que después de esa vez, solo tuvimos sexo un par más.

—¿Crees que estar con alguien se basa simplemente en tener sexo?

—No, pero pienso que sí es vital en una relación, mi amor.

—No me digas mi amor —comenté fría—, cometí un error contigo —bufé.

—Lo hiciste por amor.

—Claro que sí, pero tú no me amas.

—Yo si te amo, Alice. Claro que lo hago.

—Christopher, seamos claros, por favor. —Por primera vez en toda mi caminata me detuve en seco para mirarlo—. Si realmente me amaras me tendrías como una prioridad en tu vida y jamás hubieses pensado en estar con otra chica para satisfacer tus obsesivas ganas de tener sexo. Hubieses venido aquí para decirme: «Alice, ¿sabes? Necesito que tengamos más actividad sexual», o algo así. Tal vez hubiésemos podido solucionar este problema, pero ya lo arruinaste, ya estuviste con otra mujer y hasta ayer yo solo pensaba ingenuamente que solo habían sido un par de besos, pero simplemente eres peor de lo que imaginé, eres una mierda, Christopher.

—Alice, tampoco debes tratarme de esa manera. Yo realmente te amo, cometí un error, lo sé, pero puedo solucionarlo.

—Me has hecho perder dos años de mi vida…, «mi amor» —reí con ironía.

—Alice…

—Ya es suficiente, Christopher. Me importa una mierda todo esto, ni siquiera quería hablar contigo. Si la tal Jazmín te gusta, vete con ella, sean felices teniendo sexo todo el día. Sé feliz —sonreí.

—No seas así de cruel conmigo justo ahora, por favor.

—Jamás pensaste en mí.

—Siempre lo hice, solo estás aprovechando esta situación para exagerar.

—Ya déjame en paz, ¿sí? Yo no soy la culpable de toda esta mierda.

Christopher me observó silencioso y yo apresuré el paso, ya que estaba congelándome y estábamos cerca de la escuela. Llegué justo al toque de campana y subí corriendo las escaleras, entré a mi salón de clases divisando a mis amigas que estaban sentadas al final de la sala, como siempre acostumbrábamos. Las saludé y rápidamente me senté en mi pupitre.

—¿Estás bien? —me preguntó Lía.

—Sí, ¿por qué?

—Ya no mientas, tienes una cara de culo… —comenzó Jamie.

—Terminé con Christopher.

Ambas abrieron sus ojos de par en par mirándome, creo haber escuchado a Lía decir: «Ustedes estarán juntos toda la vida» más de una vez.

—¿Por qué? ¿Qué te hizo? —preguntó Jamie con ansias y con un enojo que no podía disimular.

Les conté lo que había ocurrido mientras ellas escuchaban con atención.

—Creo que Liam se merece una disculpa.

—Lo sé —miré la mesa de mi pupitre.

El día no pasó tan rápido como esperaba, pero mis amigas me ayudaron sobremanera a olvidarme de lo que había ocurrido, aunque no dudaba que él seguiría esperándome para hablar conmigo una y otra vez.

—¿A qué hora salíamos hoy? —le pregunté a Jamie cuando me di cuenta de que ya era muy tarde y quería estar en casa.

—Tres treinta —contestó.

Estábamos pasados por quince minutos y la campana no había sonado. Las reglas decían que, si la campana no sonaba, el profesor no podía dejarnos salir del salón y, por supuesto, todas obedecíamos, si no, estaríamos castigadas hasta el año tres mil.

—Chicas, vengo en un minuto. No se escapen —nos indicó el profesor saliendo del salón de clases. Ninguna se movió de su pupitre, pero algunas comenzaron a mirar por las ventanas del edificio para saber lo que estaba ocurriendo.

De pronto, escuchamos gritos fuera del salón de clases. Hombres.

Hombres diciendo groserías y una compañera de inmediato se puso de pie, la vimos asomarse por la puerta mientras todas estábamos esperando alguna respuesta.

—¿Qué sucede? —pregunté con mi estómago hecho un nudo.

—No lo sé, odio estar en el último piso del edificio —respondió, pero al entrar cerró la puerta con pestillo.

—Quiero irme a casa, tengo un mal presentimiento —comentó Lía mirándonos. Sus ojos solo gritaban «miedo». Cuando Lía tenía un presentimiento, siempre ocurría algo, bueno o malo, pero ocurría.

De pronto me percaté de que todas estábamos murmurando y ni siquiera sabíamos por qué, y cuando estaba decidida a decirle a mis amigas que saliéramos del salón, alguien intentó abrir la puerta, pero como estaba cerrada comenzaron a hacer fuerza, no sé cómo todas llegamos al otro extremo de la sala arrancando de la puerta, hasta que finalmente se abrió a la fuerza de una patada. El picaporte se estrelló con el otro extremo del salón y algunos trozos de madera se esparcieron en la cerámica. El grito de algunas se hizo presente y solo podía pensar, «¿qué demonios ocurre?». Un tipo vestido de negro entró al salón. Tenía una pistola en su mano y solo podía pensar en lo alto y grande que era. Su rostro estaba cubierto.

—¡Cállense! —gritó, su voz grave y rasposa me congeló.

Todas obedecimos. No podía entender lo que estaba ocurriendo, ¿era una broma? Por favor, que alguien viniera a sacarnos de aquí. Todo pasaba en segundos, tan rápidos que apenas me daba cuenta si estaba respirando correctamente. Sentía mis piernas temblar y solo el dolor en mis brazos hizo que me percatara de que Jamie y Lía estaban agarradas a mí como si pudiese protegerlas. Era una pesadilla, sí, eso era.

—No griten y ninguna saldrá herida —ordenó el hombre—. Me importa una mierda que sean jóvenes, no dudaré en asesinarlas si algo sale de su boca una vez más.

Quería correr, pero la voz del tipo me tenía histérica y estática como una estatua. Nos hizo salir del salón de clases y rápidamente me percaté de que éramos la única sección que quedaba en la escuela, exactamente treinta chicas.

—¿Qué nos hará? —se atrevió a preguntarle una compañera con su voz temblorosa.

El tipo sonrió con ironía, pudimos escucharlo, y la ignoró. Nos sentó en la cerámica del pasillo y fue amarrando una a una nuestras muñecas con una cuerda vieja en la espalda. Nos amenazó una vez más diciéndonos que no gritáramos porque nos mataría si lo hacíamos.

Luego de unos segundos llegaron más hombres con sus rostros cubiertos y rápidamente fueron llevándose una a una a mis compañeras a quien sabe dónde. Luego uno de los hombres se acercó a mí, me tomó del brazo con brusquedad y me hizo caminar por las escaleras hasta el segundo piso y me metió a un salón de clases completamente vacío y muy oscuro. Las ventanas estaban cubiertas.

—¿Qué…, que ocurre? —al fin hablé, confundida y completamente aterrada. El hombre me amarró los pies mientras me ignoraba—. Por favor, dígame qué ocurre —casi supliqué al borde del llanto.

—Solo cállate si no quieres meterte en problemas.

Me quedé en silencio observando lo que hacía, siguiéndolo con la mirada y sin perderme ningún segundo de sus movimientos. Luego salió del salón. Me quedé congelada con la espalda en la pared e intentando que la desesperación no se metiera en mi cuerpo. ¿Qué demonios era esto? No quería ni siquiera decirlo en voz alta para que no se volviera real.

Estuve alrededor de dos horas sentada. Mi teléfono no dejaba de sonar y por más que intenté sacarlo, no pude hacerlo. De pronto, la puerta se abrió dejándome ver a dos tipos. «Este es el fin», pensé.

—Ponte de pie —me ordenó uno de ellos, intenté ponerme de pie, pero en mis intentos fallidos el mismo se acercó y me puso de pie con agresividad. Se acercó aún más y comenzó a revisar mis bolsillos. Sacó mi teléfono y lo lanzó a la pared, quebrándolo de inmediato.

—¡¿Qué diablos ocurre contigo?! —grité, pero de inmediato me arrepentí por mi atrevimiento. El hombre empuñó su mano y me golpeó en la cara tan fuerte que tuve que mantener el equilibrio para no darme de lleno contra el suelo. Mi labio de inmediato reventó en sangre y las lágrimas llegaron a mis ojos por el gran dolor que sentí.

—No me hagas acabar con tu vida, no me obligues a hacerlo —dijo el mismo tipo que me había proporcionado el golpe. No respondí.

Ambos salieron del salón y en cuanto cerraron la puerta caí al suelo completamente dolorida. Comencé a llorar de desesperación e impotencia, no merecía esto, y menos mis amigas. Mi corazón latía con fuerza de lo mal que me sentía y también me encontraba confundida, no podía entender qué había ocurrido allí afuera.

No podía calcular cuántas horas había estado sola sentada en la cerámica, pero el llanto me hizo dormir. No sabía qué hora era, ni si se había terminado el día. Cuando desperté, mi cabeza pesaba tanto como si tuviera cien kilos sobre ella. Mi espalda dolía. Lentamente, mis ojos chocaron con las frías paredes del salón de clases. No podía seguir llorando, alguien vendría por nosotras.

Unas horas después entró un tipo con su rostro cubierto, todos vestían igual, tanto que no se diferenciaban. Lo único que podía distinguir era que el tipo era alto y grande.

—Traje comida —comentó seco. Dejó una mochila encima de una de las mesas y deslizó el cierre para abrirla. Sacó un pequeño jugo y un sándwich. Se acercó a mí, desamarró mis manos y dejó las cosas en el suelo mientras me observaba de cerca. Ojos celestes. Probablemente esa información me serviría para cuando saliera de aquí.

—¿Qué hora es? —pregunté. No podía comer.

—Las siete de la mañana —contestó.

—¿Qué?

—Lo que has oído.

—¿Qué hay de mi familia? ¿Dónde están?

—Deben estar desesperados —lo escuché reír. Luego de unos segundos, decidí comer, pues no iba a morir de hambre antes de que vinieran por mí—. Voy a ser tu compañero de salón.

—Prefiero la soledad —respondí.

—No seas grosera —resopló. Dejó un arma encima de la mesa y me observó fijamente—. ¿No aprecias tu vida?

—No —contesté.

El terror me hacía comportarme de manera estúpida. Él rio con ironía.

—Me gusta tu actitud, Alice.

Mi garganta se apretó, todo mi cuerpo comenzó a tensarse, ¿cómo podía saber mi nombre?

—¿Me puedes explicar qué ocurre? ¿Por qué estoy encerrada? —pregunté intentando parecer tranquila y amable, pero estaba completamente alejada de parecer tranquila.

—Fácil, es un secuestro.

—Lo imaginé —comenté entre dientes—, pero ¿por qué lo hacen? ¿Por qué nosotras?

—Bueno, el presidente le debe una gran cantidad de dinero a mi jefe —comenzó a contarme serio y frío—. Y lamentablemente tu escuela es una de las mejores catalogadas a nivel nacional y estamos haciéndole perder mucho dinero al país. De alguna manera tiene que reaccionar. Son treinta chicas secuestradas y sus padres movilizarán al país completo. Mataremos a ese viejo idiota si es posible. —Su voz sonaba demasiado tranquila y fría para mi gusto, ¿acaso no tenía una pizca de remordimiento?

—Yo no tengo la culpa de eso —mi voz se quebró.

—Lo lamento. Todos estamos donde debemos estar.

Lo miré una vez más. Me causaba pavor que se le ocurriera golpearme, incluso cualquier cosa que se les ocurriera hacerme me causaba un miedo incontrolable.

El tipo, con su semblante tranquilo, pero agresivo, miraba su teléfono, a ratos sonriendo.

—Quiero ir al baño —solté de pronto.

El hombre levantó su mirada y se puso de pie para acercarse a mí y, cuando lo hizo, me ayudó a ponerme de pie. Salimos del salón en el que estaba y, al fin, pude ver luz y respirar el aire de afuera. Caminamos al baño y me dejó entrar sola sacándome todo tipo de cuerdas en mi cuerpo. Intenté no tardar demasiado, y por más que miré en todas las direcciones, no había ninguna salida. Todo estaba sellado. Intenté ver a alguna de mis amigas, pero no fue así.

—¿Estás bien? Ya debemos volver —lo escuché.

Suspiré aterrada, no quería volver junto a él. Rápidamente me lavé las manos y me dirigí hacia él. Amarró mis manos en mi espalda y nuevamente nos dirigimos al salón en el que estábamos.

—¿Cuánto tiempo me tendrán aquí? —pregunté.

—El tiempo que sea necesario.

—¿Estarás todo el tiempo aquí?

—Sí, ¿te molesta? Porque si te molesta podemos solucionarlo de inmediato —me observó.

Tragué saliva mirando sus ojos, que me aterraban. Sabía que podía matarme.

Secuestro

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