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Habitar o adherir: sobre el estatus lógico de las relaciones sociales

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¿Qué entendemos por habitar o adherir a un territorio de creencias? ¿Por qué estos conceptos son centrales en el argumento del libro? Subordinado a los procesos de investigación, podemos entender sociológicamente el concepto de habitar como la ardua tarea, de naturaleza biográfica e interpretativa, de producir sentidos personales sobre una forma de experiencia particular que participa activamente del modo en que la persona se define a sí misma, a sus relaciones y a su entorno.3 Es el saber práctico que se despliega en el proceso de “ser-con” las creencias y el contexto de acción que las rodea, vale decir, con las rutinas, las sociabilidades, los objetos de la cultura material, los significados compartidos y las situaciones de interés latentes o manifiestas. Esta actividad, emparentada con la idea de praxis,4 reconoce el cruce entre las experiencias pasadas de socialización primaria y secundaria que configuran las competencias disponibles5 del actor –sus habilidades adquiridas– y las oportunidades actuales de aprender, incorporar y aplicar nuevos recursos. El peso específico de la trayectoria confluye, no sin dificultades ni reajustes, con contextos y situaciones presentes, las cuales cargan a su vez con lógicas determinadas de funcionamiento. Es posible sostener, de manera algo esquemática aunque efectiva, que habitar es subjetivar lo objetivo, producir un registro a nivel del cuerpo, la sensibilidad, el lenguaje y el pensamiento, de las estructuras sociales y los sistemas de posiciones que anteceden la acción. En lo que a nuestros casos de estudios concierne, este movimiento consiste en hacer propio un mundo heredado o elegido de creencias y, en el mismo acto, constituirlo y transformarlo; es todo aquello que realiza la persona por apropiarse, en términos a veces complejos, selectivos y críticos, de las propuestas o proyectos religiosos que la circundan.

Ahora bien, mientras que la modalidad mencionada remite, al menos en principio, a un modo activo de participación que exige mucho del agente desde el momento en que este se propone construir un lugar propio del creer6 a su medida y preferencia, existen, a su vez, formas de identificación igualmente significativas para la vida social que es posible explorar bajo el concepto de adhesiones débiles.7 Son dos actitudes diferentes –las dos decisivas para entender el hecho religioso y sus criterios de involucramiento– que se distinguen sobre todo por el modo en que producen significados y razones para actuar. El proceso de habitar un espacio sagrado supone, en la acepción en la que lo utilizamos aquí, el esfuerzo interpretativo por construir argumentos y enunciados personales que explican el estilo de relación con uno o varios proyectos, con sus reformulaciones, cambios y síntesis biográficas. Las pruebas se exponen, defienden, se procuran demostraciones o evidencias irrefutables; se elabora reflexivamente una respuesta a la pregunta por el modo de vivir, de experimentar, los sentidos espirituales. Por el contrario, las adhesiones débiles no se sienten interpeladas por la necesidad de argumentar en torno a los fundamentos de su identificación, selección o rechazo; no es que no puedan explicarlos, sino que este registro no es necesariamente prioritario ni apropiado a la hora de definir su vínculo con los mundos religiosos. De hecho, las creencias “injustificadas” de este tipo de adhesiones se manifiestan, a veces, como la adscripción general a la totalidad indefinida de una tradición y, otras veces, como su descomposición meticulosa en diversas dimensiones. Nos interesa concentrarnos especialmente en tres de ellas.

La ética, la técnica y la estética son tres registros que, de acuerdo con nuestro trabajo de campo, adquieren un valor especial en la complejización de las adhesiones religiosas y sus dimensiones de análisis. Podemos renombrar la ética como “lo verdadero”, para hacer referencia al conjunto de enunciados y símbolos dominantes, al estado de opinión, que produce tanto un ordenamiento de la realidad como un conjunto de racionalizaciones prácticas que explican y justifican motivacionalmente el sentido de la acción. Ella no requiere necesariamente de argumentaciones siempre elaboradas para producir efectos de autoridad en las comprensiones del mundo que postula o defiende.8 Por su parte, la técnica comprende el reconocimiento de “lo útil”, cuyos fundamentos se asientan no tanto en la producción ideológica de naturaleza simbólica y discursiva, sino en la fuerza incorporada de los dispositivos y esquemas corporales. El cuerpo puede ser el soporte de una forma del creer que reduce al mínimo las ideas fuerza, la teoría, de una práctica, y se queda casi exclusivamente con las técnicas rituales, sus circunstancias y sensaciones –de sanidad, de cuidado, de contención, de relax–. La utilidad remite a la constatación física de un ejercicio y sus resultados.9 Por último, nos encontramos con la estética, a la que podemos denominar como “lo bello”, para subrayar la importancia que posee la construcción social del gusto en tanto forma de percepción, recorte y discernimiento de las ofertas culturales que tematizan lo sagrado. El sentido estético se expresa, en parte, a través del consumo de mercancías y contenidos espiritualmente marcados en donde se actualiza la complejidad de las trayectorias sociales de los actores. Las sensibilidades relativas a la espiritualidad o la religión no son ajenas a un sistema de preferencias abierto, flexible, pero también históricamente construido sobre la base de la autopercepción del individuo en el lugar que ocupa en la estructura social.

Los proyectos religiosos construyen, esforzadamente, sus propias definiciones institucionales de “lo verdadero”, “lo útil” y “lo bello” como criterios integrados, indisolubles. Sin embargo, los agentes, en sus modos singulares de habitar o adherir a los territorios de creencias disponibles, pueden separar cada uno de estos registros para establecer síntesis hechas a la medida de las necesidades biográficas de cada trayectoria. La fuerza activa del habitar refiere a las justificaciones que se ensayan en la producción de legitimaciones sobre el lugar propio de la creencia, los sentidos y las sociabilidades, que decantan en un orden negociado. En contraposición, la fuerza activa de las adhesiones débiles radica en el ejercicio ciertamente más libre y ágil de combinación circunstancial de registros sin el mandato de una argumentación sistemática que la fundamente.

Cabe responder a la pregunta por la importancia de los conceptos señalados en la estructura general del libro. Las formas de habitar y las adhesiones débiles no son categorías opuestas sino dos extremos de un continuum de posiciones que intentan comprender el juego de las identificaciones religiosas y su articulación con el esquema núcleo-periferia. Su distinción analítica sirve a los fines de una caracterización más precisa de las distintas estrategias de relacionamiento con estos mundos sociales. Lo mismo ocurre con la diferenciación entre “lo verdadero”, “lo útil” y “lo bello” –que ampliaremos a continuación– en tanto dimensiones que modelan los proyectos colectivos y los registros que facilitan su participación. En ninguno de los dos casos se trata de establecer una taxonomía completa, a la manera de una clasificación exhaustiva, una colección de casos que reúna todas las posibilidades de vincularse con lo sagrado ni todos los registros que comprenden los modos del creer. La primera función heurística de los conceptos es negativa o critica, es decir, se propone evitar deliberadamente las lecturas que hacen de la cosmovisión religiosa un fenómeno simple, lineal. Es nuestra intención también apartarnos de una supuesta correspondencia automática entre la ética, la técnica y la estética, para pensarlas como niveles que pueden o no estar asociados a una misma tradición o grupo de referencia. “Si hay algo que hoy sepamos bien”, afirmaba Max Weber (1967: 216) con relación al politeísmo de valores de la modernidad, “es la verdad vieja y vuelta a aprender de que algo puede ser sagrado, no solo aunque no sea bello, sino porque no lo es y en la medida en que no lo es”.

La segunda función, ya de naturaleza propositiva, consiste en caracterizar conceptos que fueron desarrollados inductivamente en el trabajo de campo de los últimos años. Uno de los rasgos distintivos de ambas categorías refiere al estatus lógico que adoptan las relaciones sociales en cuanto clave de análisis sociológico10 cuyo punto de partida no son los individuos sueltos, tampoco las estructuras preestablecidas, sino la forma inespecífica de la relación social a la que es preciso construir en términos empírico e históricos. La dominancia lógica de las relaciones y sus posibilidades de construcción sobre las comprensiones subjetivistas u objetivistas, nos permite también priorizar los aspectos procesuales del hecho religioso. Habitar o adherir define, entonces, inicialmente el nombre de una relación con las estructuras y procesos de los mundos religiosos, así como con las situaciones de acción que lo rodean. Es tarea del investigador reconstruir las determinaciones concretas de estas categorías para ampliarlas, corregirlas o establecer nuevos conceptos.

Clasificaciones imperfectas

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