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1.2. ESTADO DE LA CUESTIÓN

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Como decíamos, Freud ya advirtió que sus pacientes bilingües cambiaban a su segunda lengua en momentos puntuales cuando podían verse sobrepasados por la emocionalidad del momento (Freud 1918). Esta observación fue corroborada más tarde por Marcos (1976), quien la denominó detachment effect, observando que eso ocurría en bilingües que habían adquirido la segunda lengua en un período tardío (más tarde que los 8 años). De esta manera, la Psicología, a partir de la práctica clínica, se familiarizó con la idea que el impacto emocional de las lenguas difiere según el estatus que tenga cada una y eso además afecta al uso que los hablantes hacen de ellas. Aun así, la evidencia que mostraba una reducción de emocionalidad en una segunda lengua se basaba más bien en trabajos observacionales donde se registraba el uso que los bilingües hacían de cada lengua dependiendo del contexto (ver Sechrest, Arellano y Flores 1968). Por ejemplo, Bond y Lai (1986) encontraron que los bilingües estaban más cómodos tratando según qué temas en su segunda lengua: hablaron durante más tiempo y dieron más información al ser preguntados sobre temas embarazosos en ella que en su materna.

De todos modos, esta supuesta reducción emocional en un entorno de uso de la segunda lengua se basaba en evidencia indirecta: si existe este distanciamiento emocional en una segunda lengua, entonces se deberían encontrar los siguientes fenómenos, como por ejemplo un mayor uso de la segunda lengua al hablar de temas embarazosos o para protegerse. Esta inferencia inversa tiene ciertas limitaciones. Primero, existe la posibilidad que los mismos fenómenos sean causados por otros mecanismos que nada tengan que ver con el distanciamiento emocional. Segundo, podría ser que existiera ese distanciamiento emocional, pero que no causara los fenómenos predichos. Así, la única manera de asegurarse de que realmente existe un distanciamiento emocional en la segunda lengua es probándolo, midiendo directamente la emocionalidad causada en un contexto de lengua nativa en comparación con el de una segunda. Esto se ha explorado empleando métodos clásicos para cuantificar la reactividad emocional: conductancia de la piel, resonancia magnética funcional y la dilatación de la pupila.

El primer test directo de la reducción emocional en una segunda lengua se realizó midiendo la conductancia de la piel, ya que esta es sensible a la respuesta automática del sistema nervioso central. Así, partiendo de la base que las emociones activan en mayor medida el sistema nervioso central, se usa la variación de la conductancia de la piel como índice de la respuesta emocional de las personas: a mayor reacción, mayor sudoración, lo que causa un aumento de la conductancia de la piel. El uso de esta técnica es común con el objetivo de medir respuestas emocionales (p. ej.: detector de mentiras). De esta manera, Harris, Ayçiçegiy Gleason (2003) estudiaron la reacción de la conductancia de la piel de bilingües al presentarles palabras que variaban en valencia emocional: desde palabras neutras (ej., “silla”, “dedo”), a positivas (ej. “padre”, “beso”), negativas (ej., “cáncer”, “matar”), reprimendas (ej., “¡a tu habitación!”, “¡cállate!”) y expresiones tabú (ej., “gilipollas”, “mierda”). La reacción emocional para las reprimendas y expresiones tabú de los bilingües fue mayor en su lengua nativa que en su segunda lengua. De hecho, los participantes apenas mostraron una reacción emocional en su segunda lengua: solo mostraron una reacción emocional para las expresiones tabúes, aumentado leventemente la conductancia de la piel, pero sin llegar al aumento observado en la lengua nativa. Esta fue la primera prueba directa de que la segunda lengua tiene un impacto emocional menor que la nativa. Además, este resultado se complementa perfectamente con el hecho que los bilingües prefieren usar su segunda lengua para blasfemar (Dewaele 2004, 2010) y ha sido replicado más adelante con otras poblaciones de bilingües (Caldwell-Harris y Ayçiçeǧi-Dinn 2009; Eilola y Havelka 2011).

Los estudios de la conductancia de la piel abrieron la puerta a investigar las reacciones emocionales en una segunda lengua de una manera más sistemática y directa, ya que hasta ese momento se habían concentrado en evidencias anecdóticas, observacionales y autoinformes (Harris, Gleason y Ayçiçeǧi 2006). Así, posteriormente se ha usado la resonancia magnética funcional para elucidar cuáles son las bases neuronales del distinto procesamiento emocional entre la lengua nativa y la segunda (Hsu, Jacobs y Conrad 2015). Esta mide el consumo de sangre en el cerebro con gran resolución espacial, lo cual nos permite delimitar las regiones del cerebro que se activan más, es decir, que en ese momento tienen un mayor consumo metabólico, durante el procesamiento de distintos estímulos (en nuestro caso, distintas lenguas). De esta manera, no solo se puede saber si existen diferencias en el procesamiento emocional de una lengua nativa y una segunda, como en el caso de la conductancia de la piel, sino también la naturaleza de esas diferencias al poderlas localizar en una parte concreta del cerebro.

Hsu, Jacobs y Conrad (2015) investigaron la activación cerebral de bilingües asociada a la lectura de pasajes de Harry Potter de distinta valencia emocional: pasajes neutrales, positivos (ej., felicidad) y negativos (ej., miedo). Los participantes leyeron estos pasajes mientras se les medía su actividad cerebral con resonancia magnética. Por un lado, encontraron mayor activación en la amígdala (la región clásicamente asociada a respuesta emocional, LeDoux 2003) durante la lectura en lengua nativa que durante la lectura en la segunda lengua. Sorprendentemente, este efecto solo se encontró durante la lectura de pasajes positivos, pero no durante la de pasajes negativos. La mayoría de los resultados anteriores se habían encontrado en relación con una valencia emocional negativa, no positiva (Harris, Ayçiçegi y Gleason 2003). Por otro lado, durante la lectura en la lengua nativa, los patrones de activación neuronal obtenidos durante los pasajes emocionales eran claramente distinguibles y diferenciables de los patrones obtenidos durante los pasajes neutrales. En cambio, esta diferenciación de activación neural entre la lectura de pasajes emocionales y neutrales se redujo durante la lectura en la segunda lengua de los participantes. Esto sugiere una menor diferenciación de experiencias emocionales cualitativamente distintas en la segunda lengua. Parece que estar en un contexto emocional en una segunda lengua no se diferencia tanto de estar en un contexto neutral. Futuras investigaciones podrían estudiar el efecto que esto puede tener en el aula durante la adquisición de la segunda lengua y si la lectura de textos emocionales en clase podría revertir ese efecto.

En línea con la investigación anterior, Iacozza, Costa y Duñabeitia (2017) exploraron este distanciamiento emocional usando otra medida de activación del sistema nervioso central: el tamaño de la pupila. Así, se sabe que, a mayor tamaño de la pupila, mayor activación del sistema nervioso central (Steinhauer et al. 2004), siguiendo la misma lógica a la medida de la conductancia de la piel (emocionalidad equivale una mayor activación del sistema nervioso). En este caso, Iacozza, Costa y Duñabeitia se centraron en las emociones negativas y neutrales, sin explorar las positivas. Además, en lugar de centrarse en expresiones con fuerte contenido autobiográfico, como las reprimendas infantiles o insultos que se habían estudiado previamente, usaron frases creadas para la ocasión con palabras más o menos emocionales (ej., “Al mediodía el terrorista hostil llevará su bomba tóxica al caníbal esquizofrénico”). Los participantes leyeron estas frases en la lengua nativa (español) y en segunda lengua (inglés) en voz alta mientras se les registraba cómo fluctuaba el tamaño de la pupila. Los autores encontraron diferencias en el procesamiento del contenido emocional negativo: en la segunda lengua, el tamaño de la pupila aumentó menos en comparación con la nativa al leer frases emocionales negativas. En paralelo con esos resultados, los participantes mostraron un mayor tamaño de la pupila cuando leían en su segunda lengua las frases neutrales, probablemente siendo índice al mayor coste cognitivo asociado al procesamiento de una segunda lengua (Alnaes et al. 2014). Estos resultados demuestran que la reducción emocional en una segunda lengua no se limita a expresiones particulares con una gran carga autobiográfica, sino que también se extiende a contenido con poco bagaje autobiográfico. Esto hace que la reducción emocional asociada a la segunda lengua pueda ser prevalente en más contextos de lo previsto.

Tal como se ha explicado, por lo general, existe evidencia convergente desde distintas tradiciones –clínica, experimental, sociolingüística– y mediante el uso de distintas técnicas –observacional, autoinformes, psicofisiológicas– que constatan que para los bilingües que han adquirido una segunda lengua tardíamente, esta conlleva una reducción emocional en comparación con la nativa. Todo parece indicar que la segunda lengua, aun entendiéndola, no se siente o se siente menos. Ahora bien, hasta ahora no hemos abordado una parte muy importante, sobre todo si queremos considerar posibles intervenciones educativas necesarias para afrontar este tema, que son las posibles causas de esta reducción emocional. ¿Por qué es la segunda lengua menos emocional? Hasta ahora se han propuesto dos explicaciones distintas –que no mutuamente excluyentes–: la explicación contextual y la explicación de carga cognitiva.

Factores cognitivos y afectivos en la enseñanza del español como LE/l2

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