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La lucidez descuartizadora

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El reguero de fechorías descuartizadoras sobre víctimas invariablemente masculinas que dejan a su paso de pueblo en pueblo jalisciense, palmo a palmo del poblado mágico de Ajijic al Lago de Chapala, las presuntas asesinas seriales comeojos Abril y Mayo, o séanse, la llenita ejecutora material con antecedentes penales María Yolanda Landeros Mayo (Paula Luckie de cabellos largos), siempre acompañada e impelida a la seducción heterosexual, azuzada a la atrocidad mortífera y en esencia manipulada por su lésbica amante hija de buenaonda padre senador vagamente escritora sin antecedentes delictuosos Fernanda Abril Oteiro Abril (Miriana Mora con libertarios tatuajes de mariposas), obsede a un forzado grupo de cuatro perseguidores policial-mediáticos integrado por el moralmente deshecho / desecho agente detectivesco ya ebrio a perpetuidad Alejandro Alex (Raúl Méndez), su rubia exmujer cuarentona aún guapa pero bien definida como carroñera TVreportera española que aprovecha filtraciones de varias procedencias para seguir sobre las pistas criminales Valerie (Anouk Ogueta), el canallesco jefe policial que actualmente sostiene relaciones genitales con ella David (Shalim Ortiz) y el ojete cómplice videograbador que la secunda en todas sus transmisiones atrabancadas Pedro (Iván Arana), y los obsede al grado de ir ya pisándoles los talones a las crueles homicidas a punta de pistola y a cuchilladas, e incluso anticiparse casi a sus pasos, como en la visita que Mayo rinde a una querida abuela recluida en un asilo de ancianos para sacarle datos sobre su verdadero padre, el restaurantero de mariscos José (Juan Fonseca) que morirá acuchillado tras no reconocer de nuevo su paternidad, hasta que, luego de que los perseguidores se han enfrentado con pasional rudeza entre ellos, por obra del azar el cerco va a cerrarse sobre las perseguidas, dejando en claro que la cabeza de la acaso otrora manipuladora desalmada Abril desde hace tiempo yace dentro del refrigerador de la mansión de su poderoso padre (Guillermo Esquivias) y pronto su fantasma con el cuello cicatrizado se esfumará cuando Valerie se quede con toda la gloria del acribillamiento a la desquiciada mental Mayo en la mortecina playa lacustre donde vistosamente se realizará el exterminador ajuste de cuentas final.

Dame tus ojos (Goliat Films - Fidecine / Conaculta, 85 minutos, 2009-2013), paupérrimo pero propositivamente malvado tercer largometraje del excuequero venezolano-mexicano otrora cofundador de la vanguardista Cooperativa Morelos de 40 años José Luis Gutiérrez Arias (Todos los días son tuyos, 2007; Marcelino, pan y vino, 2010), con postelenovelero trepidante negrísimo guión original del ilustrador creativo de historietas independientes yanquis Marco Tarditi, depara truculencias sin fin, hace trucos dramatúrgicos, elimina arbitrariamente, avasalla, escamotea y reduce al absurdo lo que se le da la gana. Todo podría reconocérsele o negársele al reciclaje del tremendismo fílmico nacional, al tremebundismo a la mexicana, al tremendismo latente y virulento en su resurgimiento actual, menos su desmesurado e atrabiliario afán de totalidad. Una totalidad que necesariamente se ejerce por coacción, violencia extrema y / o retorcida y como supresión de cualquier libertad, tanto la real social, como la del querer y pensar, la imaginaria y la visionaria. Beneficiándose de su inmediatista capacidad de impacto y de la hipotética admiración que pueden todavía despertar aquí los buscadores de hecatombes de bolsillo en cada episodio vuelto una totalidad de la ignominia y de las malignidades y los claroscuros que la acompañan, se trata no obstante de un totalitarismo que supuesta y contradictoriamente está aspirando a imponer por la fuerza un neotremendismo en cualquiera de sus formas remozadas gracias a una lucidez descurtizadora, como sigue.

La lucidez descuartizadora actualiza en términos del cine de las devoradoras del cine clásico mexicano (María Félix, Emilia Guiú, Ninón Sevilla), devoradoras literales, devoradoras llevadas al límite tolerable e intolerable, devoradoras ahora explícitamente lesbianas o / y odiahombres a rabiar, devoradoras antitéticas de muchas maneras y grupos y rangos pero curiosamente hermanadas y equivalentes entre ellas, devoradoras cebadas en la manipulación que no sólo incluyen a las homicidas mutiladoras / destazadoras / masticaojos sino también reclutan entre sus filas a la promiscua TVreportera ávida de celebridad que en un arrebato de autosatisfacción remordida se autodefine como “hija de puta sin escrúpulos” tras provocar brutales enfrentamientos entre machos entre sí colegas, devoradoras que contagian la inconmovible agresividad de su acerba verbosidad soez e insultante (“Con razón ningún güey te quería sopletear” / “Odio a las ancianas, me recuerdan que un día mis chichis van a tocar mi ombligo” / “Para que te relajes, piensa que estas bolitas rojas son los huevos de tu papá” / “Despierta pendeja, ahora a ver quién te coge”) a todos los personajes de la inapelable ficción proclives a un bozal colectivo muy deseable y justificado (“Tienes pedos, cabrón” / “Por lo menos dejó de sufrir”), devoradoras sádicas que sólo por placer vindicativo antiviril hacen bailar samba sobre la cama de un motel a un ya sanguinolento pastor de iglesia alternativa brasileña hallado en la calle (Junior Paulino) y ya sujeto a psico-corporal tortura amarrado al lecho (“Pérate, ¿crees que así me voy a ganar el cielo, putito?”) antes de ultimarlo y destazarlo, devoradoras que hacen realidad los masoquistas sueños de opio o con vaginas dentadas de los personajes masculinos y femeninos presentes, devoradoras desequilibradas aspirantes compulsivas y ambiciosas a sucedáneos del encarcelado psicótico megacriminoso con máscara-bozal Hannibal Caníbal Lecter de El silencio de los inocentes (Jonathan Demme, 1991) por partida doble o triple como única alternativa femenina (incluyendo hasta a la anciana abuela repudiadora visceral de otra viejilla del asilo), devoradoras homosexuales sin arcaico recato ni ternura duradera (con roces de manitas y perfiles besucones en lánguido two shot en claroscuro muy cerrado) para llevar las fassbinderianas relaciones de poder de la pareja sáfica de Todo el mundo tiene a alguien menos yo (Raúl Fuentes, 2012) a sus últimas consecuencias destructivas / autodestructivas en versión caricaturesco-grotesca límite (“No olvides quién manda”), devoradoras que vuelven a hacer realidad el ideal de negativas criaturas grises buscado conscientemente por el filogenérico director Gutiérrez Arias (“Me gustan los personajes por los que no apostarías un peso”) desde su primera película (con sus liquidables terroristas etarras de exportación encomendados a la oración de la Santa Muerte, porque “Todos los días son tuyos, déjame vivir otro más”) y extrañamente proseguido en su segunda (aquella ñoñofantasía franquista ensotanada Marcelino, pan y vino curiosísimamente releída como religiosa épica neoviolenta retrozapatista), devoradoras parricidas por opción y decepción y fruición, devoradoras que hace mucho (según se descubre hacia el último tercio de la lidia) ha derivado a un entredevoramiento mutuo y progresivo de las feroces chavas permanentemente crispadas y encrespadas contra el género opuesto en general y contra el género humano en particular y en contra de lo que representa o podría representar su compañera-adversaria, devoradoras rumbo a un archiwesternista Duelo de Titanas que es también un sexienfrentamiento ambiguo tanto a nivel de posible trío sensual alineado de pie en mitad del relumbroso pavimento nocturno (“Mira qué nalgotas”) como de aliviador enfrentamiento conclusivo.

La lucidez descuartizadora aclimata de muy lejos cierto arbitrario estilo parahistorietista vehemente e iracundo lleno de giros ficcionales y reconversiones perversamente descabelladas, como el del sudcoreano del ya su vez aclimatado a lo estadunidense Park Chan-wook de Lazos perversos / Stoker (2012), para llevar deliberadamente y sin humor alguno al subthriller clichesoso mexicano a límites que nunca había intentado, de bilis negra y de remisa plástica emética con fotografía de Aram Díaz cual indómito vómito verdoso (“Buscamos degradar el color; por tal razón, la puesta en escena tiene colores hipersaturados. Eso nos permitió obtener un tono casi monocromático a la hora de hacer la corrección de color y así crear una atmósfera sombría. Me gustan las películas de atmósfera, un thriller lo exige”: Gutiérrez Arias entrevistado por Carlos Jordán, en el suplemento Laberinto de Milenio Diario, 31 de mayo de 2014), con sendos enfoques subjetivos del interior de la cajuela o del refri, pero también a extremos de road picture circular y sin destino, a extremos de autoconciencia infranarrativa (“¿Quieres un capítulo de CSI?”), a extremos de cadáveres para hundir con piedras en los pies a la orilla del lago e incómodos encajuelados reincidentes y asaltos elípticos para hacerse de la pick-up de una parejita romanticona y fiambres con un tiro en la frente en alguna especie de sombría morgue al abierto ras de la banqueta, a extremos de normalizada impudicia tetas al aire de las manfloras semirredondas y cópula soft tanto suavemente homosexual en el asiento trasero del auto como repelentemente heterosexual en un hotel de lujo provinciano, a extremos de falsas reconciliaciones reactivadoras del deseo tras la callejera patiza intralésbica que hace errar solitaria por un ratito (“¿Me perdonas?” / “Pus, ¿ya qué?”) y conmina a librar batallas homoeróticas que sólo existen en la cabeza de la seductora heroína Mayo y de sus perseguidores homologados en vandalismo echatiros bajo su inspiradora sombra sobredeterminante, a extremos de conciencia vulnerada, hasta el hartazgo de los idílicos barbones agriados y a extremos de cinta de horror psicológico (“en trance esquizofrénico”, ajúa) y de zombies resurreccionales a fuerza de sadomasocas recalcitrantes.

La lucidez descuartizadora va a desembocar irrisoria / autoirrisoriamente en la exitosa lectura dentro de una casa de cultura de las últimas páginas del voluminoso libro de la TVperiodista hoy retirada Valerie (con secreto complejo beat de Jack Kerouac veladamente febril En el camino) sobre el caso, para así completar la trama en cumplida forma sensacionalista y, por el mismo impulso, ahuyentar amorosamente a sus dos exgalanes antes en pugna por sus favores sexuales, un ganón David que se retira con observadora cautela (“Depende si sale sola, o contigo”) y un agente Alex degradado a taxista de servil cachucha denotadora de su ser vil, cuya inmostrable pasajera de ocasión será una mismísima Mayo sobreviviente que lo encañona con su ilustre fusca intimidadora, para reclamar un final distinto al del libro consignado, porque esta hipertruculenta historia tremebundista inconclusa e inconcluible, entre un fútil juego menesteroso de film noir negrísimo y algún cínico exabruto catártico de W. C. Fields (“Yo estoy libre de prejuicios, odio a todos por igual”), no termina allí, sino que “Termina contigo”.

Y la lucidez descuartizadora era por insensible voluntad de elección mínima una complacencia en la barbarie asumida como desorbitamiento e introyectada sin saberlo ni quererlo ni deberlo.

La lucidez del cine mexicano

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