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La lucidez fatídica

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Son territorios peligrosos, igualmente infestados, como todo lo que los rodea.

En el punto del alba y a la impune intemperie protectora del río Suchiate, exacto entre el poblado guatemalteco de Tecún Umán y El Palmito mexicano en el cruce de la frontera sur conocido como Ciudad Hidalgo, se dibujan a lo lejos contra otro sol naciente una hilera de miembros tatuados de la atroz Mara Salvatrucha, a quienes guía un completamente tatuado Jefe Mara Poisson (Argel Galindo) dueño del único machete presente, rumbo a un recodo fluvial donde habrá de escucharse el henchido desafío del discurso temible que lanzan a los cuatro vientos las manos autoafirmativas haciendo la señal de los cuernos manteniendo los brazos en cruz (“Órale perros, nunca, jamás de los nuncas vamos a apoyar a nadie que no sea de nuestra clicka”), antes de que todos se lancen en bola para decidir a golpes y puntapiés si el joven charrúa Jovany (Fernando Moreno) es digno de ser aceptado entre ellos (“Saludos al perro que va a entrar, si tiene los güevos bien puestos pa’no rajarse”), cosa que se logrará, con creces, hasta dejar ensangrentado el rostro inane del postulante semihundido en un charco algo tan tajante y elocuente como los brutales despojos que poco después, pero cotidianamente, en despoblado o incluso dentro de celdas carcelarias, harán esos mismos tatuados de las pertenencias de los aspirantes a cruzar tan ansiosa cuan esperanzadamente por tren hacia México para seguirse hacia Estados Unidos.

Mientras tanto, al interior rojizo de un penumbroso antro en esquina llamado El Tijuanita con mísero show de encueratrices menores de edad enarbolando faldita escocesa y desprendibles minisostenes que introduce un amaneradísimo presentador-regenteador con arracadas (un desatado Tito Vasconcelos sintiéndose en el Bar 9 de la Zona Rosa), la linda delgadina dieciseisañera hondureña obsesionada con devenir en famosa cantante de boleros Sabina Rivas (la palpitante novata venezolana Greisy Mena creíble / increíblemente premiada como mejor actriz en Valladolid 2012) surge como estrella total, la Perla del Tijuanita, micrófono en puño para su ínfima vocecilla cantabile (“Como el mar”), pero se paraliza en mitad del escenario al toparse casualmente, frente a frente, con su enamorado de infancia recién ascendido a mara Jovany, ahora pelado al rape y tras una larga temporada sin mínimo contacto entre ellos, que en seguida será expulsado del lugar, si bien la encogida tenacidad del chavo lo hará rondar en adelante, sin tregua ni descanso, noche a noche, por la covacha que ocupa la muchacha, hasta lograr introducirse a su cuarto, sorprenderla, ablandarla y hacerla ceder a sus ímpetus para saciar un súbito furor cunnilingus, volviendo a separarse una y otra vez de ella, si bien decidido a vengarla de un cliente tan perverso como el sexagenariamente prostibulario cónsul mexicano Don Nico (Miguel Flores), al grado de irrumpir en la oficina de éste para obligarlo a punta de pistola a que le lama las suelas.

De larga cabellera ensortijada, retadora con el cruel regenteador del congal donde trabaja, aunque sólo consiguiendo ser de inmediato reprimida y enviada como teibolera sucedánea a los gabinetes apartados, o a putear afuera con los clientes rucos más queridos y prominentes, la ingenua indefensa Sabina no encuentra la manera de liquidar las deudas por lo visto impagables que la ligan con Doña Lita (Angelina Peláez), la sinuosa madrota dueña del lugar tan siniestro como ella misma, pero aun así logra que la mujer, gracias a sus influencias y servicios especialísmos, le gestione un pasaporte mexicano hechizo para cruzar el río y adentrarse en territorio mexicano, intentando seguir en autobús hacia el norte, pero pronto será descubierta, tanto como la falsedad de sus papeles y sus declaraciones recitadas (“Soy ciudadana nacionalizada mexicana nacida en Panamá, me hicieron cantar el Himno, ¿quiere que se lo cante?”), y caerá en las garras del Instituto Mexicano de Migración de la Defensa Nacional, o sea de los corruptísmos agentes conocidos como el Comandante Artemio Burrona (Joaquín Cosío) y su buddy partner Sarabia (Mario Zaragoza), al abyecto servicio de los insaciables agentes gringos prominentes John (Tony Dalton) y el desatado erotómano sádico Patrick (Nick Chinlund), quien primero maltratará gratuitamente y luego torturará por mero placer a la chava inerme, antes de poseerla a lo bárbaro y regresarla, cual mercancía desechable, tumefacta, carimarcada, disminuida, vulnerada y temerosa para siempre, a su limbo centroamericano, para quedar bajo el insatisfactorio consuelo sentimental de su compañera de ignominia también atrapada pero aumentada por la idiocia Thalía (Asur Zagada) y de la ambivalente Doña Lita, y a merced de su visitante clandestino Jovany, a quien no halla el modo de que se largue para dejarla en paz y deje de dormir a los pies de su cama cual faldero perro fiel, cuantimás ahora en sus continuos envíos, por parte de Doña Lita, como sexoservidora de nuevo con asfixiadas aspiraciones y desplantes de cantantita incomprendida, a un soberbio burdel de Tapachula, que regentea el mismo servil ser vil Burrona, quien allí alardea una segunda personalidad oculta tras el mote obligado de Don Chavita.

Sin embargo, pese a la sobrevigilancia policial en los autobuses de donde fatídicamente la bajan, pero siempre en espera de una nueva ocasión para intentar huir e internarse en el ansiado territorio mexicano, por lo menos hasta Veracruz o Oaxaca, cual espejismo siempre rápidamente deshecho, Sabina no tardará en aprovechar la oportunidad que se le presenta en el transcurso interruptus de cierto peregrinar en taxi de casa en casa de clientes, para acometer otra escapatoria, de las que usualmente juzga la decisiva. Pero también allí será descubierta por un Burrona murmurante en voz muy baja casi cariñosa (“Si no te sales, te agarro a chingadazos”), sólo para que ella, arrastrada, golpeada y metida como ganado en la patrulla, atrapada sin salida de regreso a Ciudad Hidalgo y a punto de ser ofrecida otra vez al gringo que ya la considera la favorita para sus actos de sadismo, se desate a taconazos, patadas y mordidas arrancaorejas al tranza agente mexicano tan obsequioso con los extranjeros, corra a refugiarse en el Tijuanita y, algo insólito, sea allí defendida a balazos por una Doña Lita sin nada que perder ante el mandamás migratorio foráneo.

Con la oreja vendada, acobardado y en desgracia a raíz del traslado en avioneta de una carga ilegal en donde irrumpen los tatuados en peligroso plan beligerante, suplicante (“Vas a ir con el chisme al chingado general, a estos vergas los podemos mandar a la chingada, cualquiera puede tener un momento así”) pero delatado ante la superioridad corrupta por su confeso único amigo (“El Burrona otra vez se puso nervioso y estuvimos en un tris de que nos llevara la chingada, mi compadre ya no está para esas cosas, es un hombre leal pero tiene problemas, si pudiera darle algo un poco más suave”), Don Artemio alias el simulador Chavita acabará muy pronto sus días vapuleado a tubazos y acribillado por los propios cómplices maras, para ser dejado en medio de las vías del tren por ni siquiera merecer una fosa clandestina, mientras una envalentonada Sabina que lo amenazaba con revelar públicamente su doble vida (“O me sacas hasta Oaxaca o te denuncio”) y ya estaba obligándolo a llevarla hacia un lejano destino mexicano (“Pinche lagartija malagradecida”), se quedará plantada a media carretera en somnolienta espera inútil, sin poder ya dirigirse a ninguna parte (“No tengo a dónde”), pero será venturosamente recogida por el Tata Añorve (Beto Benites), un humilde barquero anciano que escuchaba sus penas cada vez que ella cruzaba en su lancha e indefectiblemente la bendecía al descender o alejarse y que ahora la llevará a su choza con hamaca en una albergue-campamento de ilegales, en donde le dará asilo.

Sin embargo, ni siquiera allí podrá hallar Sabina una tranquilidad duradera. El viejo está siendo forzado por las circunstancias a encabezar una sublevación de esos parias que esperan de cruzar hacia México y hasta allá irá a encontrarla Doña Lita para que regrese a su redil. Pero la hora decisiva sonará cuando el ejército guatemalteco invada caprichosamente el campamento (“Tiene 48 horas para desalojar a esta gente”) y los tatuados lo arrasen e incendien. Arrasamiento e incendio durante los cuales el Tata morirá acuchillado, al igual que el atrabancado Jovany no sin antes evocar en imágenes mentales, entre chispas y ascuas, un episodio faltante ocurrido en un lejano pueblaco de Honduras, durante el cual fue descubierto encamado con su hermana, por lo que debió apuñalar al padre (Moisés Manzano), matar a golpes a la madre (Zaide Silvia Gutiérrez) y prenderle fuego con un quinqué a la choza natal, antes de salir huyendo a toda prisa del brazo de su hermana, exactamente igual que ahora mismo lo hará la atribulada Sabina, aunque patéticamente sola.

La vida precoz y breve de Sabina Rivas (Churchill y Toledo - Fidecine / Imcine - Gobierno del Estado Chiapas - Eficine 226 - Televisa, 115 minutos, 2012), profesionalísimo y a fortiori parahollywoodesco decimoprimer largometraje pero apenas sexto mexicano del contradictorio chilango de 58 años Luis Mandoki (en escuelas de cine de San Francisco y Londres formado), con trabajadísimo guión de la valiosa documentalista militante uruguaya Diana Cardozo (Siete instantes, 2008) basado en la novela-shocking para su época La Mara del recién fallecido narrador popular tampiqueño Rafael Ramírez Heredia (1942-2006), pero también con influencias decisivas del avezado comunicador-productor Abraham Zabludovsky y de la admirable investigadora-cinecrítica Perla Ciuk como productora ejecutiva, reproduce y exalta todas las contradicciones de su realizador, quien ha transitado de la banalidad del thriller urbano de Motel (1983) a la apelmazada impericia de sus documentales sobrediscursivos sobre la figura de Andrés Manuel López Obrador (¿Quién es el señor López?, 2006) y su apabullante campaña malograda (Fraude: México 2006, 2007), tras una descontinuada carrera parcialmente satisfactoria en Hollywood al especializarse en cintas edificantes descaradamente chantajistas como la piadosa contempladiscapacitada autobiográfica Gaby, una historia verdadera, (1987) y la excelsa intimista femenina Una pasión otoñal / White Palace (1991, con Susan Sarandon at her best) o la antialcohólica blandengue Cuando un hombre ama a una mujer (1994) y la romanticona arribacorazones heridos Mensaje en una botella (1999), antes de intentar un primer lamento martirológico centroamericano desde una perspectiva a priori conmovedora de las Voces inocentes (2004) en la Nicaragua prerrevolucionaria. Contando todas esas contradicciones y todos esos aliados, o más bien confabulados, para convertir el maltrato que reciben los inmigrantes centroamericanos al cruzar el territorio mexicano en una dolorosa pero optimista épica violentísima aunque moderadamente trágica si bien a lo tremebundo en su recta final (incesto purgado como incendio y exterminio familiar), equidistante de los enfoques documentales / docuficcionales que lo precedieron (en ocasiones tan notables como La frontera infinita de Juan Manuel Sepúlveda, 2007, o Lecciones para Zafira de Carolina Rivas, 2010) y de recreaciones tan antihollywoodescamente respetuosas como El Norte de Gregory Nava (1983) y Sin nombre del estadunidense independiente Cary Fukunaga (2009), con miras a producir, sin rodeos ni demasiados escrúpulos antes las descarnaduras, una inopinada pero innegable lucidez fatídica, como sigue.

La lucidez fatídica se vuelca sobre las desventuras y padecimientos de una muchacha común. A diferencia de la mayoría de los migrantes centroamericanos que cruzan hacia el Norte por hambre o en busca de Una vida mejor (Chris Weitz, 2011, con Demián Bichir), Sabina Rivas va en pos de un sueño, persigue un sueño, que no es precisamente el Sueño Americano, sino el de su realización individual como bailarina y cantante. Es soñadora y un tanto pueril en sus aspiraciones, una heroína que resulta atípica en este tipo de martirologios ejemplares y edificantes que bordean la sociopolítica y la concientización ciudadana. Un personaje acaso endeble y contradictorio, como ya lo era en otro terreno fértil de la negatividad el de la notable Miss Bala de Gerardo Naranjo (2011), pero que permite eludir la retórica del héroe positivo, tanto como la del negativo, superando desde la base de la sobrevaloración de sus limitadísimas aptitudes para el canto y su frenético entusiasmo casi infantil, cual sorpresiva resistencia moral contra una orgiástica oleada de maniqueísmos, esquematismos y facilidades telenoveleras. Terca hasta lo absurdo y temerariamente decidida hasta el vencimiento conclusivo (“Yo me voy, se lo juro como que me llamo Sabina Rivas”), pero ya tan bien adaptada y condicionada por el oficio puteril que se le encuerará por la noche al púdico barquero generoso, queriéndole pagar en vano por sus bondades, y sólo hallará una desarmante frase para rechazar los chantajes sentimentales de Doña Lita que para reengancharla se le ofrenda como madre sustituta (“No me diga eso, que mi mamá fue como un animal”). Rumbo al castigo de los malvados del melodrama (Burrona, Jovany), la tragedia en torno de Sabina ya puede darse el lujo de plantearse ante todo crucefatídica y cursifatídica, pues ¿cuál sería la diferencia fundamental entre ingenuidad de concepción-visión y cretinismo escénico-formal sublime pomposo?

La lucidez fatídica acoge su dramaturgia a supuestas garantías absolutas. Desde posturas y con planteamientos poshollywoodenses aunque prebrechtianos. El difícil arte facilón de hacer ojeteces ostentando un cuerpo plenamente tatuado se cultiva por el Jefe Mara como feroz garantía veloz de caracterización absoluta quasi ideológica. En contraposición, el fácil arte dificilón de tomar temerosas decisiones autodenigrantes a última hora es cultivado con rapidez de rayo por el sigiloso Jovany como garantía de serpentino sigilo absoluto en trance de rondar por las noches por las habitaciones de Sabinita, intentar vengarla salvajemente o abalanzarse contra un cipote compañero de infancia charrúa para fulminarlo de un tiro en el pecho. El mascarita a perpetuidad Cosío funge como garantía de infernal grotecidad absoluta y su asqueante lógica irrebatible (“¿Qué te importa una encamada más, puta de mierda?”). La flaquita Deisy como garantía de frágil lozanía absoluta meramente plástica y encuerada perpetua que parece más cuando está más vestida y que aprovecha la soledad para deprimirse o irse a bailar technodance en un local ad hoc para perplejidad colectiva de sus congéneres por edad. Los diálogos ultraexplicativos como garantía de presentar de entrada y sopetón al mismo tiempo tanto a los personajes como a la índole proyectovital-temporal-geográfico-existencial-metafisicohartante absoluta de sus conflictos (“Usted sabe que yo le prometí estar medio año nomás para sacar lo suficiente y seguir pa’arriba, y ya llevo ocho meses, se lo juro por Diosito que el año no lo cumplo aquí, primero muerta, mi lugar es en los gabachos, allí sí voy a poder sobresalir, y uf”). Las parrafadas discursivas a media película como garantía del desarrollo relacional absoluto de las chatísimas criaturas en presuntos registros multidimensionales, como esa Doña Lita rollando a la infeliz apabullada Sabinita a bordo de la barca (“Debes aprovechar el encuadre de los astros y no desperdiciar las buenas rachas, debes tomarlo como una prueba, desde el más allá quieren saber hasta dónde llega nuestra fe, tú sabes que eres como mi hija, estas acciones son los escalones para llegar al cielo, estoy para abrirte las puertas, pero esto tiene un costo y un porcentaje como todo en la vida, no te voy a cortar las alas ni tus sueños, ¿de acuerdo?”) revelándose de pronto como astrológica creyente esotérica, fanática religiosa, paternalista madre sustituta ultraedipizadora, pragmática metalizada y solidaria misericorde, a la vez y más lo que se junte esta semana, toda hecho bolas y sin fáctica corporeidad mayor, para acabar elevando al no-personaje femenino a bragada excelsa pistola en mano para contener al atrabiliario agente disminuido (“Usted aquí no es nadie, aquí no es más que un simple delincuente”) como en sainete migratorio y luego irse a buscar foto en mano por todos los congales a su injerto de hija pródiga y oveja descarriada. Un supuesto carisma bendecidor del barquero barbicanoso como garantía de preclara conversión en caricaturesco líder victimológico a lo instantáneo Javier Sicilia sin sombrerito de Indiana Jones pero aun así movilizador de masas en agitada revuelta autosacrificial para sacarle plusvalía insurreccional a una supuesta hija asesinada (“Lo único que puede unirnos es el dolor”) con metafórica respuesta inmediata rumbo a la insurrección anárquica (“La ley tiene más vueltas que el Suchiate”). El secreto incestuoso revelado a cuentagotas desesperadas en la nocturnidad como garantía de asfixiante bochorno folletinesco absoluto (“No puedo olvidar lo que sucedió esa noche, los gritos de mamá, las vomitadas de papá”). Una reunión culinario-alcohólica de alto nivel conspiratorio, teniendo como centros a un avieso licenciado Cossío (José Sefami) y a un torvo Generalazo Valderrama (Dagoberto Gama aún creyéndose vibrante prócer Morelos al revés), como garantía de explicitación absoluta de las posesiones del dominio territorial cual estampita escolar del reparto de Polonia o de la estrategia a seguir entre estadunidenses representados por los generales Henry Fonda con Charlton Heston y James Coburn más algunos nipones encabezados por Toshiro Mifune resolviendo en el papel la Batalla de Midway hacia el aún candente 1976 (“De Tapachula al norte para ustedes, de Tapachula al sur para nosotros, y el río para los tatuados”). Te cambio tu victimación oprobiosa por nuestra ambición específica y sus garantías absolutas.

La lucidez fatídica confunde la obsesión temática con la redundancia caracterológica. Antes que aspirar a ser criaturas humanas o seres de carne y espíritu, cada personaje representa una forma límite de lo fatídico, un tema candente y fatídico en sí. El tema candente y fatídico de la degradación para sobrevivir está representado por Sabina duplicando su but of course con un but of curse. En concordancia y en paralelo con el anterior, el tema candente y fatídico de la deshumanización del adolescente atascado en su viaje hacia el sueño americano está representado por el mercurial Jovany. El tema candente y fatídico de la corrupción policiaca está representado por Burrona / Chavita con doble vida a lo proxeneta Andrea Palma en Aventurera (Alberto Gout, 1949), tanto como por su camarada Sarabia, ambos por añadidura encubierto traidor nato como todo maldito mexicano quintaesenciado que se respete. El tema candente y fatídico de la vieja trata de blancas desaguando en la nueva esclavitud está representado por la acre manipuladora Doña Lita y en segundo plano por el doble filo del agente migratorio-lenón Artemio / Don Chavita. El tema candente y fatídico de la pudrición suprapartidista del sistema político mexicano en su conjunto está representado por el cónsul Don Nico de cursilírico abordaje sensual citador de López Velarde (“Quiero raptarte en la cuaresma opaca / sobre un garañón y con matraca / y entre tiros de la policía”), el general Valderrama de paralógica implacable (“Todos andan con sus ambiciones” / “Pues que anden con quien quieran, pero ni eso les vamos a dejar”) y el licenciadazo Cossío, ¿quiénes mejor? El tema candente y fatídico de la hipócrita penetración del gobierno estadunidense en el statu quo del tráfico humano está representado por el sádico agente gringo Patrick, hasta con estelares momentos dignos del vesánico hermano pedófilo Tom Burke ejecutado en los bajos fondos del Bangkok de Sólo Dios perdona (Nicolas Winding Refn, 2013). El tema candente y fatídico del prepotente abuso de la violencia implementada como regla omniaceptable está representado por el Jefe Mara Poisson cuyo nombre afrancesado y cuya figura inquietante en efecto tienen algo de pez y de veneno adelgazado y líquido. El tema candente y fatídico de la incapacidad para enfrentar la degeneración provocada por el ejercicio de la prostitución está representado por la semidiota amiga llena de telarañas seudorreligiosas Thalía, así bautizada en homenaje al revés a ya saben quién. El tema candente y fatídico de la rebeldía visceral a punto de organizarse como victimológica autodefensa tribal está representado por el anciano barquero Tata Añorve. Y sólo el tema candente y fatídico del desamparo de todos los que toman el tren llamado La Bestia (para quedarse puntualmente sembrados por ella o ser malévolamente depositados bajo el paso de sus ruedas) o quienes pretenden guarecerse en albergues o campamentos-refugio del doble acoso de los Ejércitos en pie de guerra, esas fuerzas armadas mexicanas que trafican y reprimen selectivamente, o esas fuerzas armadas guatemaltecas pintoresca posantivietnamita boina guinda que los orillan a recluirse en guettos arrasables al capricho, ambos Ejércitos tan al mismo nivel que parecen estar representados por ellos mismos. Parafraseando a Taine, ¿podría decirse que nada destruye más a un personaje ficcional de Ramírez Heredia-Cardozo-Mandoki como el tener que representar un tema? Y el tema racista y mentiroso pero procaz y brevísimo de la degeneración de la especie indígena por endogámico está representado por la relación incestuosa más fuerte que la vida entre Sabina y Jovany, para imponerse al final por encima de todos los anteriores, para desvirtuar todo lo construido y para quien lo necesite ese enfermizo rizado de rizo argumental.

La lucidez fatídica practica a su manera descarnada una política temática que se cree extrema. En lo fundamental, para sentirse a la altura de su tiempo, parece bastarle con oponer su descarnadura truculenta a la descarnadura reflexiva de valerosos documentales solidario-compasivos sobre inmigrantes centroamericanos mencionados arriba (La frontera infinita, Lecciones para Aspira), a la descarnadura acerba de la espiral de violencia en frío casi insensible de Heli (Amat Escalante, 2013) y a la descarnadura afectuosa de La Jaula de oro (Diego Quemada-Díez, 2013). Una descarnadura basada en temas actuales, vigentes, indignantes, pero vorazmente reduccionistas, sin más, dados de antemano. Mostraros, hacerlos participar, ennoblecerlos o ennegrecerlos por igual mediante el sentimentalismo y la truculencia sin jamás decir nada nuevo, ni diferente ni esencial acerca de ellos. Temas duros de la espiral de la explotación y la violencia irreversibles por la presencia abusiva de los Ejércitos (mexicano, guatemalteco), huecos, consabidos, desabridos. Rubros a llenar, únicamente por mero afán de cumplir, gravemente esperpénticos y codiciosamente alternantes. Temas altivos, señeros, en tropel o en abonos, con descuento o por descontón. Etiquetas sin pudor ni desarrollo posible, fatalistas, problematizadas desde el tremebundismo derrotista y autoderrotado.

La lucidez fatídica practica a su manera descarnada una política estética que también se cree límite. Punto del alba a lo remedo épico de Kurosawa, desquiciados giros de cámara alrededor del grupo de golpeadores para precisar a cada uno de sus participantes en intercortes casi subliminales durante la madriza-patiza implacable, abandono de cuerpo ensangrentado a la vera del río que para colmo será pasto de cierto top-shot aplastante y más contundente que otra moquetiza y toma voladora en el abordaje al tren. Obviedad expresiva de cine de acción serie B mundialmente estandarizada, sin ritmo ni medida, para narrar devastaciones que se sueñan convencional película bélica trepidante ubicada en Sarajevo o en seudoequivalentes conflictos en apariencia tripartitas entre mercenarios-Georgia-Osetia del Sur tipo Cinco días en guerra (Renny Harlin, 2011). Barroco cabaret de abigarradas atmósferas rojizas, ubicuidad de la zona franca de Ciudad Hidalgo, tomas-ojo de la cerradura desde un su modo sorpresivo frontground desenfocado. Suspenso con montaje retrosoviético en el encendido de los botes-hogueras de la pista de aterrizaje clandestino. Cámara en mano para hacer emocionante el ataque al campamento, montón-shots en tumultos agitados presuntamente mentales y memoriosos para dar resumidas cuentas del innatural lazo fraterno-genital entre Sabina y Jovany con derecho a su respectiva hornacina voluntaria e inmoladora pero todopurificante de cine denunciador neoecheverrista, slow motion para la carrerita escapatoria de Sabina hacia la cámara e interminable panning aéreo, a lo virtuosístico remate inoportuno ultraespectacular tipo En el hoyo del autosaboteado Rulfito (2006), sobre el río Suchiate, esa línea divisoria entre dos mundos idénticos cual franja de nadie y tierra baldía perfecta, con dos pueblos deseándose, fallidos y crueles a ambos lados, enfrentados y separados a la vez, sólo dignos de la piedad de unos incipientes rasgueos de guitarrita. Final sin fuerza y desinflado en más de un sentido, a base de una gratuita acumulación de acciones violentas y mortandad incontinente sin contundencia en medio de una inconsistencia sin pertinencia, dando como resultado, por falla de sobrecálculo, una denuncia que está incurriendo en aquello mismo que denunciaba, con la misma vehemencia brutal, cual variable negativa y dependiente de lo que exponía y cultivaba con tesón creyendo así catárticamente conjurarlo.

La lucidez fatídica sabe cerrar a lo abyecto misógino su fábula de fábulas temáticas. Luego de cerrar con un beso del adiós romántico la boca del hermano-enamorado moribundo y de correr con frenesí lastrado desde la chamusquina del Valhala hacia el objetivo de la cámara, Sabina se sentará a la mañana siguiente sobre la grava fluvial, llorará en big close-up, emprenderá una nueva carrera en paroxístico dolly lateral de regreso al Tijuanita y penetrará satisfecha en ese refugio todoprotector, su vientre materno, su Castillo de la Pureza, su derrota y su impotencia al fin asumidas, sin darse cuenta de que su resistencia era su último impulso vital.

Y la lucidez fatídica era por superabundancia hollywoodesca una desbalagada y demasiado polar historia anerótica sin coherencia dramático-narrativa y a fin de cuentas sin pasión antirrepresora.

La lucidez del cine mexicano

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