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Prólogo

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Lucidez es ver y rendir testimonio de las cosas tal como son y como suceden, y no como las imaginamos o desearíamos que fuesen.

Por ende, en la idea y en la práctica de la lucidez hay tanto de luz como de iluminación, pero hay también estado de alerta, claridad en el razonamiento y en el lenguaje y estilo, entendimiento, gracia, intervalo de razón, locura implícita, lucimiento, liberación, esplendor. Implica, se quiera o no, un principio de pesimismo y de humi ldad, un rechazo al optimismo beato y un llamado a la aceptación de la verdad por dura que sea. Y todo esto quiere, puede y debe hallarse dentro del corpus cultural que nos ocupa.

En el límite, se rescatan la lucidez y los destellos de lucidez del cine mexicano actual, porque ya se ha vuelto inútil, fútil y ocioso e innecesario demoler lo demolido.

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Un cine hecho para que nadie lo vea. Instituciones que fingen apoyar al cine en su conjunto, facilitando sólo su producción y autojustificando su existencia en cifras globales de recaudación que incluyen de manera primordial (que no exclusiva, aunque parezca mentira) aquellas obras que no produjo. Un cine pariente pobre, discriminado y arrinconado en la cartelera de su propio país y sin mayor salida (apenas esporádica o festivalera) en el extranjero. Productores y creadores transas que se forran de dinero en el instante mismo de ejercer su oficio y sólo en contadas ocasiones gracias a los beneficios de la exhibición de sus productos, lastrada o hecha imposible. Un puñado cada vez más vasto de películas anuales (100, 120 o más), cultural y formalmente muy valiosas, pero impedidas para llegar a su público destinatario natural. Una ley cinematográfica, con su obligatorio 10% de pantalla para el cine nacional, vuelta letra muerta e inaplicable. Una explotación comercial sólo posible en un voraz y brutal duopolio de cadenas exhibidoras. Una puntilla en la obligatoriedad de transferencia de copias en DCP (Digital Cinema Package) y cuotas de VPF (Virtual Package Fee) cuyos porcentajes encarecen y dificultan aún más las ya lejanas probabilidades de comercialización. Una válvula de escape en exhibición alternativa capitalina (Cineteca Nacional, circuito Loreto-Huayamilpas, cineclubes) que funge como ilusorio cumplimiento de requisitos para percibir los estímulos fiscales, pero que ya abarca la tercera parte de la producción en su conjunto así recluida en ghettos benditos y mínimamente frecuentados. Y así sucesivamente.

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He aquí la lucidez de una pequeña compensación literaria. A semejanza de cualesquiera otros ardorosos o ardientes ardides ardidos, los análisis de este libro quieren convocar e invocar una lucidez tangencial y sólo aspiran a asumirse como juicios desmembrados entre el escándalo del silencio y de su no-silencio estudioso, crítico y valorativo implícito.

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Como en el caso de los integrantes de la serie de libros por orden alfabético a la que pertenece, este volumen se compone de capítulos que corresponden a la veteranía o novedad y experiencia de los realizadores de las películas analizadas in extenso, desde los de mayor antigüedad acaso ya terminal en el oficio (en “La lucidez póstuma”), los experimentados cosechando las virtudes de su ejercicio profesional (en “La lucidez summa”), los debutantes (en “La lucidez prima”) y los que han logrado superar la maldición de que su ópera prima sea a la vez su ópera póstuma (en “La lucidez secunda”), más una colección de estudios sobre algunas cintas documentales o docuficcionales significativas (en “La lucidez documenta”), ciertos escasos cortos destacados (en “La lucidez mínima”), para finalizar con una reproducción de esta estructura total ahora referida al cine hecho por mujeres mexicanas o dominadas por una personalidad femenina prominente (en “La lucidez feminea”).

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Todos los materiales ensayísticos contenidos en este volumen son rigurosamente inéditos.

Cuauhtémoc, DF,

enero 2013 - junio 2014

La lucidez del cine mexicano

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