Читать книгу La lucidez del cine mexicano - Jorge Ayala Blanco - Страница 9
Lado A: La lucidez light chocolatera
ОглавлениеEn Me late chocolate (Mubi Films - Eficine 226, 100 minutos, 2012), simpático sexto largometraje como autor total pero con fines meramente comerciales del comediógrafo-argumentista-productor-director-coeditor chilango de 50 años en México y Estados Unidos formado Joaquín Bissner (¡Aquí espantan!, 1993; Santo enredo, 1995; Un baúl lleno de miedo, 1997; ¡Que vivan los muertos!, 1998; Mosquita muerta, 2007), la guaposa chava rica estudiante de alta repostería por adicción al chocolate Mónica Ballesteros Moni (Karla Souza graciosísima) padece con sorprendente paciencia los arrebatos celosos y posesivos de su guapo novio archicontrolador Xavi (José Luis Moreno), a quien exacto la noche en que le propondría matrimonio con el anillazo encima de un trozo de pastel de chocolate, se excede en violencia con un mesero vengativo (Ariel Galván) y acaba pereciendo a causa del incidente, por lo que Moni se queda doblemente traumatizada, no respondiendo por mucho tiempo a los intentos de distraerla de su invención de un nuevo chocolate quitapesares como tesis profesional y de hacerla salir con nuevos galanes, a que la orillan tanto su despistadazo padre viudo (Rodrigo Murray) y su madrastra eromanipuladora Pily (Mónica Dionne), como sus confabuladas amigas Nadia (María Aura) y Lety (Begoña Narváez) dependienta de Liverpool, y hasta el vetarro chofer metiche Edgar (Edgar Vivar el Señor Barriga) que la llevará a una cura esotérica con su sobrino charlatán Apolonio el Chamán (Jorge Zárate) que también tratará de violarla, pero cuando al fin logre interesarse por algún prospecto, como el simpático primo de Nadia muy conquistador Lalo (Marko Ruggiero) o cierto buenaonda nadador fortachón con auto (Carlo Guerra) o cualquier chavo de disco o invitador de barquillos con nieve, el fantasma del exgalán se le aparecerá de manera inoportuna en cada ocasión, para echarle a perder sus ligues, y no será sino gracias a la tenacidad del guapo asesor de tesis chocolatera también aficionado a volar en globo aerostático Alejandro Estrada Alex (Osvaldo Benavides), y pese a diversas vicisitudes nefastas y tropiezos, que Moni logrará salir de sí misma, conjurar las visitaciones de su exprometido desde el más allá y aceptar por fin su condición de mujer enamorada y apta para la dicha en pareja.
La lucidez light chocolatera ejerce con sagacidad y de manera muy excepcional en la screwball comedy a la mexicana un humor a punto de, siempre a punto de, a punto de la obscenidad, de lo salaz, de la vulgaridad, de lo macabrón, del exceso y de la incontinencia, un humor entregado a la sugerencia, a la simple insinuación, a la retención, a la contención, a la fantasía mitad gozosa mitad frustrante y al interruptus, en el polo opuesto de los burlescos desbordamientos de burdos objetos cómicos tipo Pastorela o El crimen del cácaro Gumaro (Emilio Portes, 2011 / 2013), por lo que no es sorprendente que utilice de continuo el llamado Lubitsch Touch, esa superinventiva forma netamente fílmica de producir efectos hilarantes mostrando apenas la puntita de las cosas y las situaciones más comprometedoras, mediante cortes abruptos (la mortal caída de los cuchillos de cocina sobre el novio belicoso desde su punto de vista), apariciones súbitas (la sonriente esposa erotómana de papá mentiroso surgiendo ufana de las aguas del sauna tras presumiblemente haberle estado practicando una ultrasatisfactoria felación invisible al espectador inquieto), insertos ilustrativos / explicativos que encuentran la forma de ser apenas redundantes tan ridícula cuan pícaramente (el mismo papá calvo devorando los choninos sabor cereza de la descarada madrastra de sexosapiencia irrebatible), discusiones en paralelo espaciotemporal que parecen responderse entre sí (“Todos los hombres son ineptos” / “Tampoco somos unos ineptos”) o elipsis salvadoras que son verdaderos guiños de ojo que son fuente de equívocos que son meros juegos traidores mentales del shock postraumático, un genuino acopio o colección o repertorio de Lubitsch Touches cual conjunto aquí muy novedoso que sólo en apariencia y efecto socarrón semeja ser de la misma naturaleza que algunos gags puros y netos (los choques de frente con el zoquete que resulta el nuevo maestro asesor de tesis Alex o contra un transportador de pan en bicicleta de los que ya no hay, la rotura de la red de una portería por un rabioso patadón futbolero muy alabado), algunas cortinillas en forma de mordida con mandíbula dentada o de auténtica cortina callejera, algunos comentarios entrometidos que nadie pela (esos irreverentes dicharachos irreprimibles del confianzudo chofer de la familia: “No hay mal que por bien no venga” en pleno retorno del funeral), algunos monólogos en doble fuera de lugar (como los de la amiga acomplejada con un cuerpazo buenísimo probándose bikinis: “Qué envidia me dan ustedes las delgadas”), algunas desternillantes simultaneidades sea de saineteros diálogos equívocos que hicieron la delicia del mejor Bustillo Oro de los años treinta (los “No te quiero volver a ver” y “Cállate, idiota” hacia el fantasma del asiento de atrás asumidos por el sorprendido galán de adelante) sea de revelación-denuncia cómplice de falsedades encubiertas (“Rrr, se me está cortando la llamada, rrr”), algunos irreprimibles apartes teatrales (“¿De cuál fumaste? Móchate”) o algunas parrafadas verborrágicas mejor asestadas que comprendidas (“Porque el chocolate tiene tebromicina de acción estimulante, serotonina que es un antidepresivo, oligonemas como el magnesio para regular el sistema nervioso y un poquitín de cafeína” / “No, pus con razón”), o así.
La lucidez light chocolatera goza prolongando el dominio masculino incluso post mortem, el dominio terreno y ultraterreno ¡pero cuán digno de burla y de hecho burlado! de esos seres esencialmente disfuncionales e inseguros con una distorsionada visión de sí mismo convertida aun después de la muerte en una impostura impositiva por autoconcepción inofensiva ofensiva, generando no un fantasma reivindicador y cotidiano en un extremo (como los de Apichatpong), ni terrorífico (como la mayoría), ni un fantasmita poshollywoodense oscilante entre el recapitulador obligado en el limbo ante la condena infernal de El diablo dijo no (Ernst Lubitsch precisamente, 1948) y el victimado vuelto admonitorio amoroso Ghost-la sombra del amor (Jerry Zucker, 1990), sino algo mucho peor: un espectro saboteador de cuanta tentativa acometa la exnovia mexicanita para relacionarse erótica o sentimentalmente y rehacerse en lo devastado emocional, un fantasma dominante, autoritario, abusivo, celoso, entrometido, extorsionador y exclusivista, en suma un aparecido decimonónico sin susto de por medio pero moralmente ojete, porque de manera explícita no es más que un reflejo del sometimiento, tonto y absurdo de la mujer dizque enamorada (“Quiero amarlo tanto como te amé a ti”), aunque aquí con un romanticismo patas arriba.
Y la lucidez light chocolatera se descubre con firme vocación restañante y restauradora como una obra de sabrosa repostería empalagosamente afrodisiaca pero permitida, e inclusive aconsejada para acabar sobrevolando en globo las pirámides de Teotihuacan.