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CAPÍTULO SEGUNDO

LA VIDA Y EL ALMA O PRINCIPIO VITAL

a) La Psicología Racional

77.- La psicología racional, que es parte de la filosofía de la naturaleza, estudia, de entre los entes móviles, los que son vivos. ¿Y qué es la vida? La vida es indefinible, porque es un modo de ser, de realizar el ser —el más alto—, y el ser es indefinible, como hemos dicho más atrás. Solo podemos, en consecuencia, dar de la vida una cuasi definición, una cierta descripción.

La vida es el modo de ser —la índole de existencia— en cuya virtud los entes gozan de cierta autoposesión o interioridad. Su grado más bajo lo constituyen los vegetales; se mueven por un principio intrínseco y en orden a su propia perfección, aunque sin conocer el término a que enderezan sus operaciones, en forma alguna. Un segundo grado es el de los animales irracionales, que aventajan substancialmente a los vegetales por cuanto, por su conocimiento sensible, se dan ellos a sí mismos la forma —representación del fin que en cada caso persiguen —de la cual arrancan sus movimientos hacia el término que han de obtener (el fin, eso sí, no lo conocen en cuanto fin). Un grado superior lo constituye la vida del animal racional, el hombre, que mediante su potencia intelectiva, puede conocer formas substanciales separadas de las respectivas materias, logrando así generalidad en su conocimiento, y puede en definitiva conocer lo que las cosas son, y por tanto saber que son, y así conocer el ser en general. Tal potencia intelectiva le permite también al hombre conocer —propiamente hablando— su mismo ser, y como el conocimiento es la posesión de los objetos sobre que recae, porque solo él permite que un ser esté en otro (el cognoscente), tal potencia intelectiva le permite al hombre poseerse a sí mismo en un grado muy superior al de los demás vivientes que ya hemos mencionado. Por último (prescindiendo de los ángeles, que solo conocemos por la revelación), tenemos a Dios, cuya existencia nos demuestra cumplidamente la Filosofía. Él es el mismo existir subsistente, existencia pura, no cohibida por esencia o modo de ser, no restringida, no limitada: su esencia consiste en existir, de modo que realiza el existir infinitamente, y no como los demás seres que son, pero son algo limitado; por ejemplo, hombre, pero nada más. Él es simplicísimo: es, por tanto, su inteligencia: el ser es en Él conocimiento, y esto le permite conocerse, poseerse, exhaustivamente, sin residuo. Su vida es la más perfecta, porque el vivir es la más alta forma de ser, y el conocer, el entender, es la más alta forma de vivir; la autoposesión en que la vida consiste, es en Él absoluta, perfecta e ilimitada. Su conocimiento es, por otra parte, amoroso y su amor es cognoscente.

78.- Se suele definir la vida como cierta capacidad de movimiento inmanente —o sea, movimiento que empieza en el ser de que se trata y termina en él—, y si tal fuera, no sería predicable de Dios, ya que Él, como ser infinito, no puede moverse: pasar de la potencia al acto. En realidad, tal capacidad de movimiento inmanente es solo una consecuencia de la vida tal como ella se da en los seres finitos, los cuales son móviles propiamente cuando son corpóreos.1

79.- La psicología racional o filosófica estudia la vida que se da en los vivientes finitos y corpóreos, que son una clase de los entes móviles; es decir, estudia la vida que se da en los vegetales, en los animales y en el hombre. Y para conocer la vida de tales vivientes, busca conocer el principio o causa, presente solo en ellos, y no en los demás seres corporales, que los hace vivir: que los anima, es decir, les da la capacidad de movimiento inmanente. Este principio, porque los anima, se llama anima o alma (la palabra española “alma”, y la palabra española “ánima”, vienen ambas de la palabra latina anima). La psicología racional es, pues, el estudio del alma, es decir, del principio vital de los vivientes corpóreos. El nombre de psicología le viene a esta rama de la filosofía de la expresión griega yuch (psijé), que significa alma.

80.- Debe distinguirse la psicología racional o filosófica, de que ahora tratamos, de la psicología en su acepción de ciencia que estudia el comportamiento humano, no por sus primeros principios, filosóficamente, sino por sus causas próximas y condicionamientos cognoscibles en forma empírica, si bien científica. Es decir, hemos de distinguir el estudio filosófico del principio vital, de la psicología que profesan psiquiatras y psicólogos, que pertenece al campo de las llamadas “ciencias particulares”.

b) El principio vital de los vivientes es su forma substancial

81.- Como entes móviles que son, los vivientes están estructurados de materia prima y forma substancial. Ya hemos dicho que la forma substancial es el principio de todas las perfecciones de un ser: la fuente de donde ellas brotan. De allí el axioma filosófico de que los seres son por su forma. La vida, que es un modo de ser y una perfección debe, pues, venir a los vivientes en razón de su forma. La forma substancial es en consecuencia el principio vital en los vivientes. Y la forma substancial de los vivientes toma el nombre de alma, entonces —como ya dijimos—, del latín anima, porque los mueve o anima. Tienen, pues, alma los vegetales, los animales y los hombres. El alma de los vegetales solo permite a estos nutrirse, formar sus órganos, crecer y reproducirse. El alma de los animales les permite a ellos realizar las funciones o actividades de los vegetales, y además las propias de la vida animal, de conocimiento sensorial y consecuentes apetitos. El alma humana otorga a los hombres la vida vegetal, la animal y la vida específicamente humana, caracterizada por el conocimiento intelectual y el amor espiritual.

c) En el hombre hay una sola alma que causa los tres tipos de vida: vegetal, animal y humana

82.- ¿Tiene el hombre tres almas? No, el hombre tiene una sola alma que da razón de sus tres tipos de actividades o funciones: vegetales, animales y humanas. De lo contrario habría en él tres seres, ya que la forma substancial es el principio del ser. De suerte que el alma humana con toda propiedad da razón de la vida humana, y, como sucedáneo o reemplazante eminente, de la vida animal y de la vegetal. Puede dar razón de ellas porque quien puede lo más puede lo menos. La forma substancial humana, el alma humana, da incluso razón del ser de los propios elementos químicos que componen al hombre (carbono, oxígeno, hidrógeno, fierro, etc.) Ellos no tienen el ser por sus formas substanciales propias, sino que en virtud del mismo principio perfectivo o actualizador humano, que obra como sucedáneo eminente del suyo, sirviendo para darle a cada elemento químico sus propias características de tal. Para el elemento en cuestión es indiferente de dónde le venga la actualización. Cuando se produce la muerte, por la separación de la materia prima y la forma substancial o alma, viene el fenómeno de la cadaverización, que consiste en la descomposición provocada porque, ante el vacío dejado por la forma substancial humana, emergen de la potencialidad de la materia las formas propias de todos los elementos que estaban por ella sometidos a unidad: cada metal y no metal cobra su forma propia si se independiza completamente; muchas células adquieren una forma también propia, y en su virtud conservan vida (por eso la cola cortada a una lagartija sigue moviéndose por un tiempo; en virtud de que algunas células nerviosas, o de otra especie, cobran forma substancial propia, y siguen viviendo). En los restos de un viviente corpóreo que muere, en todo caso, hay las formas substanciales de los elementos que quedan vivos y las de los elementos químicos que quedan en estado de tales, lisa y llanamente.

Los fenómenos explicados en el párrafo anterior, que podrían hacer pensar, a primera vista, que un ser admite pluralidad de formas substanciales, llevaron a Aristóteles a meditar sobre la materia. Se planteó el problema de si esos seres en que tras la muerte seguía apreciándose vida, eran individuos, realmente, o agregados de individuos. Concluyó finalmente por descubrir el principio de que la forma substancial es una en acto y múltiple en potencia, de modo que, al desaparecer una forma substancial puede dar paso a varias otras, y así, sucesivamente, en las incesantes transformaciones del mundo material.2

d) Definición aristotélica del alma

83.- Aristóteles define el alma en el Libro II del Tratado del alma, capítulo primero, 412a-412b, de la siguiente manera: “Es el acto primero de un cuerpo natural orgánico”. Poco antes ha dicho: “acto primero de un cuerpo natural que tiene vida en potencia”. Iremos estudiando los elementos de esta definición uno a uno:

a’) Acto primero

84.- Que el alma sea un acto primero significa que es un acto para ser. Los actos o principios perfectivos —como veremos con más detenimiento al dar nociones de Metafísica— se dividen en actos para ser, o actos primeros, y actos para obrar, o actos segundos. Los actos para obrar son las acciones que realizan las potencias activas o facultades, o capacidades de obrar con que cuentan los vivientes para realizar sus operaciones. Así, por ejemplo, son actos segundos, o actos para obrar, la acción de ver, que actualiza a esa potencia activa que es el sentido de la vista; la acción de entender, que actualiza a esa potencia activa que es la inteligencia; la acción de querer, que actualiza a esa potencia activa que es la voluntad, etc. Son, en cambio, actos primeros —es decir llamados tales en un sentido más primario y fundamental— los principios perfectivos en virtud de los cuales los seres son o existen. Por ejemplo, es un acto primero o acto para ser, la forma substancial; y, como se verá en la Metafísica, el ser es el acto primero fundamental de todos los seres.

85.- Las potencias activas o facultades son accidentes, si bien derivados necesariamente de la esencia, y por eso pueden no estar actualizadas sin que el viviente deje de existir. Así, por ejemplo, no deja de existir quien a causa de un golpe no puede realizar actos de conocimiento intelectual, o actos de visión con el sentido de la vista.

En resumen, la acción es el acto segundo o acto para obrar, y la forma subs-tancial, es acto para ser.

b’) De un cuerpo

86.- El alma es el acto primero de un cuerpo. Esto significa que hace a ese cuerpo ser lo que es, es decir, es su forma substancial.

c’) De un cuerpo natural

87.- Es un cuerpo natural el que es producto de la naturaleza, y no del arte o técnica del hombre. El cuerpo natural está dotado de unidad natural y substancial, a diferencia del artefacto que es obra del arte o técnica del hombre, y tiene un ser y una unidad meramente accidentales. Una máquina de reloj, o un motor de automóvil es un artefacto compuesto por el hombre a base de elementos naturales que él ha reunido artificialmente. Cada uno de los elementos puede tener unidad y entidad naturales; pero el conjunto, que es el artefacto, no tiene sino un ser y una unidad accidentales, conferidos por el hombre, que ha reunido estos elementos para formar un todo con una forma accidental, ordenado a la consecución de un fin querido por el hombre; por ejemplo, para el reloj, dar la hora.

d’) Cuerpo orgánico: organicidad

88.- El cuerpo natural del viviente es orgánico, es decir, constituye un organismo. Se llama organismo a un conjunto de partes dependientes en su ser entre sí y del todo, de tal forma que no pueden conservarlo fuera del todo natural que integran. Es un organismo el cuerpo de un viviente, porque si se separa de él una parte, ella se destruye o degrada, pues depende en su ser del ser del todo. Tal ocurre, por ejemplo, si se amputa una mano a un hombre.

El organismo se diferencia del mecanismo, que es un todo artificial formado por el hombre con vistas a un fin; de modo que cada parte es tal solo accidentalmente, y por eso no se destruye al ser separada del conjunto. Ejemplos de mecanismos son los que mencionamos más arriba: un reloj, un motor de automóvil, etc.

89.- La vida, y esto es fundamental tenerlo presente, supone organicidad, en los vivientes corpóreos, necesariamente; es decir, supone un todo dotado de unidad natural con una pluralidad de partes cualitativa y funcionalmente distintas, de tal modo que realice cada una una función diversa. Esta necesidad se debe a que la vida del viviente corpóreo es cierta capacidad de automoción, es decir, de moverse a sí propio. Ahora bien, es un principio metafísico —el principio de causalidad— que nada se puede mover a sí mismo, o si se quiere, que todo lo que se mueve es movido por otro. Por consiguiente, para que un viviente pueda moverse a sí mismo, es decir, pasar de la potencia al acto, por cualquier tipo de movimiento o cambio, biológico, físico o químico, tiene que tener por lo menos dos partes cualitativa y funcionalmente distintas, para que una pueda mover a la otra. De hecho, el organismo más sencillo, por ejemplo un unicelular, tiene un enorme número de partes, tiene una gran complejidad.

Estos movimientos de los vivientes no hay que imaginarlos solo como movimientos locales. Muchos son movimientos cualitativos de la más variada índole, por ejemplo, la transformación de una energía química en calórica, etc.

La primera parte que en el viviente esté en acto, la habrá recibido en acto de sus progenitores, y la primera parte en acto del primer viviente, habrá sido creada con esa actualidad.

90.- También dice Aristóteles, poco antes de dar la definición en examen, que el alma es el acto primero de un cuerpo que en potencia tiene la vida. Hay que entender que junto con tenerla en potencia, con tener la capacidad para vivir, tiene la vida en acto, tiene el acto propio o correlativo de esa capacidad.

e) Las funciones de la vida

a’) Vida vegetativa

91.- Son funciones de la vida vegetativa, como habíamos dicho, la nutritiva, la de crecimiento y la reproductiva. Son las que enunció Aristóteles. A ellas hay que agregar la función orgánico-formativa.

92.- Función nutritiva.- La función nutritiva consiste en tomar materia ajena el viviente y hacerla parte propia, semejante a sí mismo, a su propia materia y entidad. Por eso se dice que el viviente asimila los alimentos. El verbo asimilar viene del adjetivo latino similis, que significa semejante.

93.- Función aumentativa (o de crecimiento).- Por medio de esta función, el viviente aumenta según la cantidad, gracias al alimento que le procura la función anterior.

94.- Función orgánico-formativa (o morfogenética).- Esta función no se menciona por Aristóteles, ni por Santo Tomás, al indicar las potencias o facultades de la vida vegetativa. Es aquella función que consiste en la formación por el viviente de órganos, como las hojas de los árboles o los órganos del animal, que no se hallan en su estado inicial de gestación.

Esta función puede decirse que es como de crecimiento o desarrollo según la cualidad y no según la cantidad, como el aumento o crecimiento propiamente tal. Aristóteles y Santo Tomás no la mencionan porque no tenían mayor noción del desarrollo embrionario.

95.- Función reproductiva (o generadora).- Es aquella por la cual el viviente, ya suficientemente desarrollado y por no ser inmortal sino sujeto a corrupción, deja otro viviente semejante a sí.

96.- Tactismos y tropismos.- Los tactismos y los tropismos en los vegetales importan algo que guarda cierta analogía con el conocimiento y algo que la guarda con el apetito.

Estas funciones se llaman vegetativas, porque las tienen los vegetales, y son las únicas que tienen y las que los definen, sin perjuicio de que también las tengan los vivientes superiores.

b’) Vida sensitiva o animal

97.- Son funciones específicas de la vida animal las de conocimiento sensible, las de los apetitos sensibles y la función locomotriz.

98.- Función de conocimiento sensible o sensorial o sensitivo.- Mediante esta, el animal añade a las funciones vegetativas que tiene en común con los vegetales, la capacidad de poseer las cosas exteriores y poseerse a sí mismo, a través de una representación sensible. Los sentidos se dividen en externos e internos. Externos son: la vista, el oído, el olfato, el tacto y el gusto. Internos son: el sensorio común, que aúna las sensaciones provenientes de los diversos sentidos externos, y producidas por un mismo objeto o ser conocido, dándonos la conciencia o noticia de que corresponden a un solo ser. La representación unitaria de ese ser formada por el conjunto de las sensaciones que produce en el animal que lo conoce, se llama imagen o fantasma.

Se llama sensación el acto de cada sentido externo, que es un acto de conocimiento sensible. El conjunto de todas las sensaciones aunadas por el sensorio común se llama imagen o fantasma.

99.- Los sentidos internos se llaman así porque parten de la sensación proveniente del sentido externo. Como esa sensación es una representación sensible que el sujeto tiene en sí de algo externo a él, es algo interno al sujeto. Los sentidos internos trabajan con algo interno, en consecuencia, que es la sensación. Esta es objeto de ellos. En cambio, los sentidos externos se llaman así porque trabajan con el objeto externo.

También son sentidos internos la memoria o reminiscencia, que permite traer a la conciencia una imagen de un ser conocido anteriormente, con connotación de pasado; la imaginación o fantasía, que permite tener la imagen sin connotación de presencia —que es como la da el sensorio común—, ni de pretérito, que es como la da la memoria; la estimativa o instinto, que permite al animal conocer o juzgar cuándo algo es bueno o malo para él, conveniente o inconveniente, en cuanto ello puede conocerse por los sentidos, por manifestarse en características perceptibles mediante ellos.

La estimativa o instinto hace al cordero huir del lobo, aunque no lo haya visto antes, y sin un juicio racional que supone conocimiento del ser de las cosas, conocimiento que el animal no tiene.

La imaginación en el hombre —que es en él un sentido interno, porque el hombre es también animal, aunque racional—, dirigida por la inteligencia, puede formar imágenes de cosas que no existen, combinando elementos que se dan en cosas reales diversas, como la imagen de una sirena o un pegaso.

La memoria en el hombre, dirigida por la inteligencia, puede hacer procesos asociativos y por eso se llama en el hombre reminiscencia.

La estimativa se llama cogitativa en el hombre, porque dirigida por la inteligencia, y por estar en un sujeto inteligente, es más aguda y puede beneficiarse de alguna manera de los juicios de la inteligencia, lo cual no significa que en sí misma deje la suya de ser una función sensible.

100.- Los objetos de los sentidos externos se llaman sensibles. Los sensibles se dividen en propios y comunes. Propios son los que forman el objeto mismo de cada sentido, v. gr.: el color para la vista, el sonido para el oído, etc. Son comunes los que no siendo en sí mismos sensibles, se manifiestan a través de los sensibles propios de más de un sentido, v. gr.: la cantidad o extensión: no es sensible en sí misma y podemos percibirla por la vista y con el tacto. Si fuera incolora y no ofreciera resistencia al tacto, no podríamos percibirla con ninguno de esos dos sentidos, ni con ningún otro, porque en sí misma no es perceptible por los sentidos.

101.- Lo que se percibe directamente por los sentidos son, estrictamente, los accidentes, pues la substancia no es perceptible por los sentidos; menos, el ser de las cosas.

Los animales, en cuanto tales, no conocen el ser de las cosas. Lo sabemos porque no pueden hacer herramientas ni progresar, ello debido a que no pueden conocer los medios en cuanto medios. Conocen sí los medios de que se sirven, pero no saben que son medios, es decir, no tienen la idea de medio. Para saber que una cosa es un medio, primero hay que saber que es, o sea, hay que saber que existe, que es un ser. Al animal le falta pues el conocimiento del ser de las cosas, lo que demuestra que no tiene inteligencia, sino solo sentidos.

102.- Volviendo al sensorio común, hemos de decir qué él es tenido por el centro de la sensibilidad: “de él —explica Fernández Concha— parte la virtud sensitiva hacia los otros sentidos internos y hacia los externos”3. Luego hace este autor la siguiente cita de Santo Tomás, para confirmar lo que ha expresado:

“La facultad de sentir se difunde en los órganos de los cinco sentidos [externos] por una raíz común, de la cual procede a todos los órganos el poder de sentir y en la cual todas las inmutaciones de los varios sentidos tienen su término…El sentido [sensorio] común es la raíz de la fantasía y de la memoria, las cuales presuponen los actos del sentido común”4.

El sensorio común tiene dos funciones: por una parte recibe las impresiones de las sensaciones de los sentidos externos, discierne unas de otras: el sabor, el olor, el sonido, etc., y con ellas compone la imagen o ídolo, o representación del objeto sensible, que expresa lo que este es, y por eso se llama especie expresa; por otra parte el sensorio común permite al sujeto sentir que siente, y, como dice Fernández Concha, “viene a ser reflexivo sobre los actos de los sentidos externos”. Como mediante el sentido común el animal siente que siente, constituye una especie de conciencia animal”5.

103.- Apetitos o tendencias sensibles.- Habiendo conocimiento sensible, hay también apetitos o tendencias sensibles, porque a toda potencia cognoscitiva corresponde una potencia apetitiva, cuya función es apetecer lo que se conoce. Los apetitos sensibles son dos, a saber:

1º) El apetito del bien deleitable a los sentidos, que se llama apetito concupiscible, y

2º) El apetito irascible, que es el apetito del bien mezclado de dificultad o bien arduo, cuya conquista supone un inconveniente que hay que superar.

Los actos de los apetitos sensitivos se llaman pasiones.

104.- Son actos del apetito concupiscible el amor, considerado simplemente como inclinación de los sentidos; el deseo, considerado como tendencia a conseguir el objeto del amor; y el gozo, que es el reposo en el bien poseído.

Los contrarios de estos actos son el odio, la abominación y la tristeza.

Son actos del apetito irascible la ira —que es el acto de desear vencer la dificultad que se opone a la conquista del bien arduo—; y la audacia, que es el acto de desear vencer las dificultades que se oponen a evitar un mal, lo cual es un bien o se mira como tal.

105.- Los sentidos externos e internos, y los apetitos sensibles, son potencias activas (ordenadas a la acción), o facultades, del alma sensitiva o animal, como son las facultades del alma vegetal o potencias vegetativas, las de nutrición, de crecimiento, orgánico-formativa, y de reproducción o generación.

106.- Facultad locomotriz.- Los animales, por conocer las cosas sensiblemente, pueden juzgarlas como buenas o malas, y al poder apetecerlas, tienen la facultad del movimiento local, o desplazamiento de un lugar a otro. Los vegetales carecen de ella, porque no tienen conocimiento sensible ni apetito sensitivo, de modo que no tendrían para qué ni por qué moverse.

c’) Vida humana

107.- El hombre es un animal racional, como lo definió Aristóteles. Tiene vida animal, y por lo tanto, vegetal como todos los demás animales, y, en consecuencia, posee todas las potencias o facultades propias de una y otra, a que ya nos hemos referido, y añade a ellas las facultades o potencias específicamente humanas, que lo hacen ser un ser aparte de los demás animales, el ser superior del mundo visible o corpóreo, facultades que son el intelecto o inteligencia, que es la capacidad de conocer el ser de las cosas, y por tanto el ser, que de suyo no es ni material ni inmaterial; y la voluntad, que es el apetito del ser, en cuanto el entendimiento lo presenta como bueno: es la tendencia al bien presentado por el entendimiento.

1 El nombre de vida fue impuesto “para significar la substancia a la que por naturaleza conviene moverse espontáneamente o de algún modo impulsarse a la operación, y, por tanto, vivir no es otra cosa que existir en determinada naturaleza.” (Santo Tomás, Suma Teológica, I. q. 18, a.2).

2 Aristóteles, Acerca del Alma, 413 b.

3 Rafael Fernández Concha, Del Hombre en el orden Psicológico, en el Religioso y en el Social, Santiago, Imprenta de Emilio Pérez L., 1900, t. I. nº 83, pág. 54.

4 Del Comentario de Santo Tomás de Aquino al Tratado del Alma de Aristóteles, al Libro IIIº, lect. 3; Fernández Concha, op. y t. cit., nº 83, p. 54.

5 Fernández Concha, loc. cit. “Que el animal siente que siente, es innegable —añade Fernández Concha —pues de otro modo no se movería: como dice San Agustín (De libero Arbitrio, I. 52, II), “abrir el ojo y moverlo mirando a lo que apetece ver, de ningún modo lo podría (el animal), si no sintiese que no lo ve con el ojo cerrado o sin moverlo. Si, pues, siente que no ve cuando no ve, necesario es que también sienta que ve cuando ve” (Fernández Concha, loc. cit.).

Curso de Filosofía del Derecho. Tomo I

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