Читать книгу Curso de Filosofía del Derecho. Tomo I - José Joaquín Ugarte Godoy - Страница 18
ОглавлениеCAPÍTULO CUARTO
EL ORIGEN Y LA INMORTALIDAD DEL ALMA HUMANA
I.- Principio del alma humana
119.- En el capítulo anterior se ha demostrado, con la espiritualidad del alma humana, la existencia de un orden de seres —el espiritual— que no están en absoluto constituidos por materia. Con ello la realidad queda dividida en dos sectores irreductibles esencialmente: el de los seres materiales y el de los espirituales. Estos últimos están en un plano superior, por cuanto no les afecta en su esencia ese principio limitativo substancial que es la materia. Los seres materiales se originan unos de otros por transformación (cambio substancial); mas ningún género de cambio puede hacer que del mundo material surja el espíritu: lo más no puede venir de lo menos: el espíritu no puede derivar de la materia.
De lo expuesto se sigue que el espíritu de un ser humano no puede provenir de las células genéticas de los padres; tampoco puede provenir del alma de los padres, por una cierta emanación, porque el alma es simple y nada puede separarse de ella; carece de cantidad o extensión, que es lo que hace a los entes corpóreos divisibles. Hemos de concluir, entonces, que el espíritu de cada ser humano que nace es íntegra, total y directamente creado por Dios.
120.- La infusión del espíritu por Dios se produce en el instante de la concepción del nuevo ser humano, es decir, cuando la célula masculina fecunda a la femenina: como en tal momento comienza —tiene su principio— ese nuevo ser humano, en ese mismo momento debe tener su forma substancial de hombre, es decir, su alma.1, 2
121.- De las explicaciones anteriores se sigue, asimismo, que aun cuando puedan admitirse las hipótesis o teorías científicas relativas a la evolución de las especies —acerca de las cuales corresponde juzgar a la biología—, nunca podrá admitirse que el alma humana provenga por evolución de los animales de los cuales se supone o estima proviene el hombre; ni que los seres materiales por su sola virtualidad puedan llegar a producir las condiciones precisas para que la materia prima sea informada por el alma humana: “lo que solo es material no puede hacer sino que la materia se disponga a recibir una forma que sea material también”.3 Con esta salvedad, las teorías evolucionistas pueden o no aceptarse, según la posición biológica que se adopte —lo cual ya no es de la incumbencia de la filosofía—.4, 5
II.- La inmortalidad del alma humana
a) El alma humana, al ser substancia, no puede perecer porque perezca otro ser distinto
122.- Al abordar este tema conviene dejar establecido desde ya que el alma humana al ser substancia, es decir, una entidad subsistente en sí misma, no podría en ningún caso perecer como los accidentes, a causa de la destrucción de su sujeto, ni como las formas substanciales materiales, a causa de la destrucción del compuesto. En consecuencia el alma humana, como toda substancia, solo podría destruirse en razón de su propia naturaleza.
Las almas de los vivientes inferiores, en cambio, por ejemplo de los animales, fenecen al destruirse el compuesto, porque no son substancias sino meros coprincipios substanciales.
b) El alma humana podría perecer si tuviera en sí causa de descomposición, o si Dios la volviese a la nada
123.- El alma humana puede separarse del cuerpo —o de la materia prima, para ser más exactos— sin morir; ¿pero podrá morir en razón de su propia naturaleza?
La muerte es la cesación de un ser en la vida, y por tanto en el ser, ya que en los vivientes su ser es su vivir.
Y de dos maneras se concibe que pueda sobrevenirle la muerte al ser vivo: por descomposición en razón de una causa intrínseca, propia de su naturaleza, y por la aniquilación o reducción a la nada. Esta última forma de muerte tendría una causa extrínseca, pues solo Dios, que es el ser —los demás seres participan de él—, y por tanto puede dar el ser, puede también privar del mismo.
Debemos demostrar entonces que el alma no puede morir ni por causa intrínseca ni por causa extrínseca, es decir, que es intrínseca y extrínsecamente inmortal.
c) El alma humana es intrínsecamente inmortal
124.- He aquí la demostración:
Todo ser simple es intrínsecamente inmortal
El alma huma es simple.
Luego, el alma humana es intrínsecamente inmortal.
Prueba de la premisa primera: solo se concibe que una substancia pueda destruirse por aniquilación o por corrupción, esto es, por descomposición en los dos coprincipios substanciales: materia y forma. Una substancia que no constara de materia y forma, es decir, que fuera simple, no podría descomponerse, ni por tanto perecer por causa intrínseca: no habría en ella ningún principio de corrupción.
Prueba de la segunda premisa: el alma humana es simple, pues es forma subs-tancial, y no puede constar por tanto de materia y forma.
Queda entonces asentada la conclusión de que el alma humana es intrínsecamente inmortal.
Santo Tomás expone este argumento en los siguientes términos:
“Toda corrupción es por separación de la forma de la materia; corrupción simple, por separación de la forma substancial, y corrupción parcial, por separación de la forma accidental. Porque, mientras permanece la forma, permanece también la cosa, ya que por la forma, hácese la substancia recipiente propio de aquello que es ser. Pero donde no hay composición de forma y materia no puede haber separación de ambas, como tampoco corrupción. Ya se demostró que ninguna substancia intelectual está compuesta de materia y forma. Luego ninguna substancia intelectual es corruptible.” (Suma contra Gentiles, Libro 2, cap. 55)6.
125.- Otros argumentos.-
Da también Santo Tomás otros argumentos para demostrar la inmortalidad intrínseca del alma. He aquí algunos de ellos:
I.º) Al alma le compete el ser por esencia, y lo que por esencia compete a una cosa no puede separarse de ella.- Tras dejar establecido que el alma no puede destruirse como los accidentes, ni como las formas materiales a causa de la destrucción del compuesto, dice el Doctor Angélico: “ … el alma humana no podría ser destruida si no se destruyera por su propio ser. Lo cual es absolutamente imposible, no solo tratándose de ella, sino de cualquier ser subsistente que sea solamente forma. Pues lo que por su esencia compete a una cosa, es, evidentemente, inseparable de ella; y el ser le compete por esencia a la forma, que es acto. La materia adquiere el ser en acto por el hecho de adquirir la forma; y asimismo se destruye por el hecho de ser separada de ella. En cambio es imposible que una forma se separe de sí misma. Por tanto, también lo es que la forma subsistente deje de existir.” (Suma Teológica, 1, q. 75, a 6).7
II.º) En el alma no hay potencia para no ser.- En todo cuanto se corrompe —dice Santo Tomás— debe haber potencia para no ser. La substancia completa es el recipiente propio del ser: es aquello a lo cual compete el ser. El recipiente propio de un acto de tal manera se compara o relaciona como potencia a dicho acto, que en modo alguno está en potencia para su contrario. Ni en las mismas substancias corruptibles hay en la substancia completa potencia para no ser, si no es por la posibilidad de descomposición de la materia y la forma, la cual no se da en la substancia intelectual. Por lo demás, esta posibilidad de descomposición de las substancias materiales no es potencia para no ser, propiamente, sino para transformarse substancialmente (Suma contra Gentiles, L. 2, c. 55).
III.º) El objeto que constituye la perfección del entendimiento, lo inteligible, es incorruptible, por lo que el entendimiento debe ser también incorruptible.- El entendimiento —prosigue argumentando el Doctor Angélico— tiene por objeto y perfección lo inteligible, con lo cual se identifica en el acto de conocimiento: se hace lo que conoce. Lo inteligible es necesario e incorruptible: cuando conocemos cosas contingentes conocemos lo que en ellas hay de universal, necesario e incorruptible. Lo perfectible —potencia— y la perfección que le es propia —acto— deben pertenecer a un mismo género. Luego la potencia intelectual o entendimiento ha de pertenecer al mismo género que su perfección: lo inteligible, es decir, el género de lo incorruptible. (Suma contra Gentiles ibidem)8.
IV.º) Hay en el alma un deseo natural de inmortalidad, que, al ser natural, no puede ser vano.- Es imposible —dice Santo Tomás— que un deseo natural sea vano, pues la naturaleza nada hace en balde. Los seres que no tienen conocimiento intelectual, sino meramente sensible “conocen el ser como instante presente” y “desean el ser como instante presente, y no como siempre, porque no aprehenden el ser sempiterno”. Pero los seres que tienen conocimiento intelectual conocen el ser con prescindencia del tiempo, el ser en sí mismo, el ser perpetuo, y por ello desean el ser perpetuo con deseo natural: “los que conocen el ser perpetuo y como tal lo aprehenden, deséanlo con deseo natural.” “Luego todas las substancias inteligentes apetecen con deseo natural ser siempre y, por tanto, es imposible que dejen de ser.” (Suma contra Gentiles, ibidem).
Todos los argumentos expuestos sirven para demostrar que el alma no puede perecer por causas intrínsecas a ella misma; que está hecha de modo que pueda vivir perpetuamente; que su naturaleza es inmortal. Pero queda la posibilidad de que Dios le quite el ser, es decir, de que el alma pueda morir por vuelta a la nada, por aniquilación, por causa extrínseca. ¿Puede ello suceder?
d) El alma humana es extrínsecamente inmortal
Solo Dios podría quitar el ser al alma, o —para ser más preciso— dejar de infundírselo, porque Él es quien se lo participa, a ella como a todas las creaturas. Él es el ser: las creaturas participan del ser de Dios. Solo Él puede crear, y por consiguiente solo Él puede quitar el ser: aniquilar, reducir a la nada.
Con lo dicho, queda ya de manifiesto que Dios puede, con potencia absoluta, quitar el ser al alma, en el sentido de que tal cosa no excedería de su poder. Mas es absolutamente cierto que no lo haría, pues es propio de su infinita sabiduría y de su infinita bondad actuar sobre sus creaturas de conformidad con la naturaleza que Él mismo les ha dado. Y pues al alma humana la ha hecho de naturaleza inmortal, no ha de quitarle el ser. Como dice Santo Tomás, “Dios, que es el autor de la naturaleza, no arrebata a las cosas aquello que es propio de su naturaleza; mas está demostrado que es propio de las naturalezas intelectuales el que sean perpetuas, de donde resulta que esto no les será quitado por Dios. Luego las substancias intelectuales son absolutamente incorruptibles”. (Suma contra Gentiles, ibidem)9, 10, 11.
1 Por eso es que el aborto, en cualquier etapa del desarrollo fetal constituye un perfecto homicidio.
2 Más adelante examinaremos con detención el problema del momento a partir del cual el embrión tiene un alma humana (Capítulo X de esta primera parte, nºs 213 y ss.).
3 Millán Puelles, Fundamentos de Filosofía cit., pág. 413.
4 Véase sobre este punto la Encíclica Humani Generis de Pío XII.
5 También se ha de dejar a salvo, por cierto, la creación divina de la cual la evolución no podría ser sino un instrumento y una consecuencia.
Es interesante dejar constancia de que para Darwin —contra lo que creen muchas personas que no lo han leído—, es Dios quien dirige la evolución. Es así como corona su obra capital, “El origen de las Especies”, con estas palabras:
“A mi juicio, se aviene mejor con lo que conocemos de las leyes fijadas por el Creador a la materia el que la producción y extinción de los habitantes pasados y presentes de la Tierra se haya debido a causas secundarias, como las que determinan el nacimiento y muerte del individuo…
“…Como la selección natural obra solamente mediante el bien y para el bien de cada ser, todos los dones intelectuales y corporales tenderán a progresar hacia la perfección.
“… Hay grandeza en esta concepción de que la vida, con sus diferentes formas, ha sido alentada por el Creador en un corto número de formas o en una sola, y que, mientras este planeta ha ido girando según la constante ley de la gravitación, se han desarrollado y se están desarrollando, a partir de un principio tan sencillo, infinidad de formas bellísimas y maravillosas” (Ediciones Libertador, Buenos Aires, 2003, págs. 413-414).
Y en su otra obra fundamental, “El Origen del Hombre”, Darwin declara que el hombre es semejante a Dios por su inteligencia. En efecto, al terminar el libro, dice así: “Debemos sin embargo reconocer que el hombre, según me parece, con todas sus nobles cualidades, con la simpatía que siente por los más degradados de sus semejantes, con la benevolencia que hace extensiva, no ya a los otros hombres, sino hasta a las criaturas inferiores, con su inteligencia semejante a la de Dios, con cuyo auxilio ha penetrado los movimientos y constitución del sistema solar —con todas estas exaltadas facultades— lleva en su hechura corpórea el sello indeleble de su ínfimo origen” (Edaf. España, 2001, pág. 523).
6 El argumento de la simplicidad para demostrar la inmortalidad del alma se encuentra ya en el diálogo El Fedón de Platón, que lo pone en boca de Sócrates, el cual dice:
“… ¿Y no es lo compuesto y lo que por naturaleza es complejo aquello a lo que corresponde el sufrir este percance; es decir, el descomponerse tal y como fue compuesto? Mas si por ventura hay algo simple, ¿no es a eso solo, más que otra cosa, a lo que corresponde el no padecerlo?”
“¿Y no es sumamente probable que lo que siempre no encuentra en el mismo estado y de igual manera sea lo simple, y lo que cada vez se presenta de una manera distinta y jamás se encuentra en el mismo estado, sea lo compuesto?”
Luego nos dice que el alma, cuando reflexiona a solas consigo misma, “se va a lo que es puro, existe siempre, es inmortal y siempre se presenta del mismo modo”, y que esta experiencia se llama pensamiento; y más adelante viene este pasaje:
“Considera ahora, Cebes —prosiguió—, si de todo lo dicho no resulta que es a lo divino, inmortal, inteligible, uniforme, indisoluble y que siempre se presenta en identidad consigo mismo y de igual manera, a lo que más se asemeja el alma, y si por el contrario, es a lo humano, mortal, multiforme, ininteligible, disoluble y que nunca se presenta en identidad consigo mismo, a lo que, a su vez, se asemeja más el cuerpo… Estando así las cosas, ¿no corresponde al cuerpo disolverse prontamente y al alma, por el contrario, el ser completamente indisoluble, o aproximarse a este estado?” (Fedón, 78 b-c; 79 d; 80, a-b; Obras de Platón, Aguilar, Madrid, 1969, págs. 625-627).
7 Este argumento también se encuentra, de alguna manera, en el diálogo “El Fedón” de Platón:
“ —Contestame entonces —preguntó él [Sócrates a Cebes]-. ¿Qué es lo que ha de haber en un cuerpo para que esté vivo?”
“ —Alma —contestó.”
“ —¿Y acaso eso es siempre así?”
“ —¿Cómo no? —dijo él.”
“ —Por lo tanto, a aquello a lo que el alma domine, ¿llega siempre trayéndole la vida?”
“ —Así llega, ciertamente —contestó.”
“ —¿Hay algo contrario a la vida, o nada?”
“ —Hay algo.”
“ —¿Qué?”
“ —La muerte.”
“ —¿Por tanto, el alma jamás admitirá lo contrario a lo que ella siempre conlleva, según se ha reconocido en lo que antes hablamos?”
“ —Está muy claro —contestó Cebes.” (105 c-d; traducción de C. García Gual, en edición de los Diálogos de Platón de Gredos, t. III, Madrid, 1988).
8 También este argumento se halla, en forma incipiente, en El Fedón. Dice, en efecto, Sócrates:
“En cambio, siempre que ella [el alma] las observa [las cosas] por sí misma, entonces se orienta hacia lo puro, lo siempre existente e inmortal, que se mantiene idéntico, y, como si fuera de su misma especie se reúne con ello en tanto que se halla consigo misma y que le es posible, y se ve libre del extravío en relación con las cosas que se mantienen idénticas y con el mismo aspecto, mientras que está en contacto con estas. ¿A esta experiencia es a lo que se llama meditación?”
“ —Hablas del todo bella y certeramente, Sócrates —respondió.”
“ —A cuál de las dos clases de cosas, tanto por lo de antes como por lo que ahora decimos, te parece que es el alma más afín y connatural?”
“ —…el alma es por completo y en todo más afín a lo que siempre es idéntico que a lo que no lo es” (79 d, versión citada en la nota anterior).
9 La verdad de la inmortalidad del alma está de hecho en la conciencia de todos. Por ello el hombre puede seguir viviendo: “¿Qué sentido puede tener el trabajo humano si todo en él —su objeto, sus productos de civilización y cultura, y sobre todo su sujeto, la humanidad entera y cada uno de sus hombres— termina en la nada irremisible de la muerte? Trabajaríamos entonces para nada. Si la humanidad pudiera presentir de hecho esta aniquilación, si no tuviera un atisbo de eternidad en lo hondo de su conciencia, sobrevendría entonces la parálisis planetaria. El hombre no movería un dedo por “un futuro mejor”, si ese futuro estuviera tan condenado a la desaparición absoluta como el presente y el pasado, como la historia entera.” (José Miguel Ibáñez, Síntesis Crítica del Marxismo Leninismo”, Editorial Andrés Bello, Santiago, 1981, pág. 68).
10 El Vº Concilio de Letrán, sesión VIIIa (1515), definió como verdad de fe que el alma humana es inmortal, aun desde el punto de vista de la razón natural o puramente filosófico (ver lectura IIIa. del capítulo anterior).
11 “…la condición natural de las criaturas manifiesta que ninguna de ellas será reducida a la nada, puesto que, o son inmateriales, y en estas tales no hay potencia para no ser; o son materiales, y entonces permanecen al menos en cuanto a la materia, la cual es incorruptible, por ser el sujeto que se supone en toda generación y corrupción. Tampoco contribuiría a la manifestación de la gracia el que alguna cosa fuese reducida a la nada; por el contrario, el poder y la bondad de Dios se manifiestan más claramente en el hecho de conservar las cosas en el ser. Se debe, pues, categóricamente afirmar que nada absolutamente se aniquilará.” (Santo Tomás, Suma Teológica, 1, q. 104, a 4).