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CAPÍTULO TERCERO

EL ALMA HUMANA Y SU ESPIRITUALIDAD

a) La espiritualidad del alma humana

108.- El alma humana es la forma substancial del hombre. Hemos visto ya una breve y elemental teoría de la estructura de materia primera y forma substancial. Ahora nos toca estudiar en particular la forma substancial humana, y demostrar que es espiritual e inmortal, que tiene las potencias de inteligencia y voluntad, y que su voluntad es libre.

109.- ¿Qué significa espíritu? Dase en Filosofía el nombre de espíritu a una substancia que es pura forma o principio actual, de modo que no tiene en sí materia prima o elemento material. La forma no es, en este caso, un co-elemento de la subs-tancia, sino la substancia misma. Los seres que nosotros conocemos directamente, por los sentidos, constan de dos co-elementos según hemos visto: la materia prima y la forma substancial, sin perjuicio de los accidentes que residen en esa substancia ya constituida en su ser por tales elementos. En aquellos, ni la materia ni la forma pueden existir solas. No lo puede la materia, porque es potencia pura, y lo que es puro límite no puede existir sin lo limitado, de lo cual es a manera de revés; no lo puede la forma, porque está hecha como mero co-elemento, y no con suficiencia ontológica para existir sola, de modo que sola es ontológicamente incompleta, incapaz por lo tanto de recibir el ser, de existir. ¿Pero podrían existir forma subsistentes, es decir, que de por sí sean substancias completas —que subsisten en sí mismas— sin necesidad de una materia a la cual unirse, para con ella formar una substancia y poder subsistir? Ya hemos visto que materias puras, desnudas de toda perfección formal, no son concebibles, ¿pero lo serán formas desnudas de todo límite material? La respuesta es claramente afirmativa. En efecto. No se concibe que pueda faltar al elemento perfectivo; sí el límite. No se ve en ello contradicción alguna, y sí plena lógica, ya que si puede existir una perfección limitada, con mayor razón puede existir una perfección sin límite. El que nos conste la posibilidad de que existan formas subsistentes o puras, que sean substancias, no significa que nos conste que existen de hecho. Vamos ahora a ver que el alma humana es una forma subsistente.

110.- He aquí la demostración de la espiritualidad del alma humana: Primera premisa: El alma opera con independencia de la materia; independencia intrínseca.

Segunda premisa: Todo lo que opera con independencia de la materia puede existir con independencia de la materia.

Luego el alma subsiste con independencia de la materia.

Demostración de la primera premisa:

El hombre puede realizar operaciones en que no está implicada la materia. En efecto, el hombre concibe ideas; estas recogen la esencia de los seres, con prescindencia de sus principios materiales. La idea conviene a todos los individuos de una especie: es universal. Pero la materia es el principio de individuación. Luego en la idea no hay materia: si la hubiera no podría ser universal. Además, en la idea no está el accidente de cantidad. Por ejemplo las ideas de reloj o de perro que yo tengo, convienen a todos los relojes o a todos los perros, sin importar su extensión, configuración, peso, ni demás accidentes que derivan del accidente de cantidad, o extensión de las partes unas fuera de otras, composición de partes separables, que los cuerpos poseen por razón de su principio material y no de la forma, que, en cuanto tal, es simple y principio de simplicidad y unidad según vimos. Si en la idea no toma parte el accidente de cantidad, que se da necesariamente donde quiera que hay materia, es que no toma parte de la materia. Y si en las ideas no toma parte la materia, es que el alma, que como forma substancial es principio de todas las perfecciones del ser, y también de sus operaciones, y por ende de las ideas, puede operar —concebir ideas— con independencia de la materia.

Esa independencia es intrínseca, es decir, en la idea misma no hay materia. Lo cual no quita que el alma no tenga, sí, una dependencia extrínseca de lo material para concebir las ideas. En efecto: nadie puede negar que el alma extrae sus ideas de las imágenes, que le sirven para obtener lo que en ellas hay de universal; pues es un hecho de experiencia que no tenemos ideas sino de aquellas cosas que hemos primero conocido por los sentidos. Hay, entonces, una dependencia extrínseca del alma con respecto a lo sensible, a la materia, para la formación de las ideas; pero esto no impide que, intrínsecamente, la idea, en sí misma, sea independiente de la materia; porque ella, en sí, no lleva nota alguna de la materia. O sea, la operación del alma es, en sí misma —que es lo que importa— inmaterial.

Prueba de la segunda premisa:

Todo lo que opera con independencia de la materia, puede existir, o, mejor dicho, existe con independencia de la materia.

Ello es así porque el operar u obrar sigue al ser, como lo accesorio o accidental a lo principal o substancial, ya que las operaciones son accidentes del agente, por no existir en sí mismas sino en él. Y, en consecuencia, y por lo mismo, el modo de operar sigue al modo de ser. Siendo el modo de ser, lo que un ser es, su esencia, podemos decir que el modo de operar sigue a la esencia, a lo que es el ser. Y es claro que si el alma humana opera con independencia de la materia —modo de operar—, es porque en su esencia —modo de ser— no hay materia. Si esta la tuviera, también habría implicación de la materia en la operación, que le es accesoria, y la sigue. Si el alma en su existir mismo estuviera intrínsecamente afectada por este principio limitativo que es la materia, en el sentido de no poder subsistir sin él, no podría concebir ideas que no estuviesen afectadas por este límite material y cuantitativo que es la materia prima.

Así, hemos demostrado que el alma humana es un espíritu; es decir, una forma substancial que puede subsistir sola, que no es co-elemento de la substancia, sino una substancia de por sí.

b) La unión del alma humana y el cuerpo es substancial, formando ambos una substancia compuesta

111.- Nos falta ahora advertir que la unión del alma humana con la materia prima forma una substancia completa. El alma, considerada aisladamente, es subs-tancia, ya que subsiste sola, en sí misma, y sin ayuda de co-elemento alguno. Es completa en cuanto substancia; pero es incompleta en cuanto naturaleza, o, si se prefiere, en cuanto especie. Porque la naturaleza humana está hecha para constar de alma y principio limitativo, o materia prima. La materia prima sola no es ni puede ser substancia, de modo que la unión de alma y cuerpo no es unión de dos substancias, lo cual atentaría contra la unidad del hombre, sino que es unión de una substancia con un principio que no lo es, que subsiste por su unión con ella y que le sirve de límite: la materia prima. Así se forma una substancia compleja o compuesta, pero absolutamente dotada de unidad. No es pues el hombre un ángel en una máquina, como lo concebía erradamente el filósofo Descartes.1 Es una unidad substancial. Cuando se produce la muerte, o separación del alma y la materia prima, no puede decirse que se separe el alma del cuerpo, porque lo que queda no es cuerpo humano: es un cadáver. El cuerpo humano es tal solo en virtud de la información que le da el alma. Por eso, si bien el alma humana puede subsistir después de la muerte, como demostraremos en el apartado siguiente que necesariamente ocurre, tal estado de separación de la materia no es el natural suyo. De allí que Dios —y esto lo acotamos al margen porque es una verdad que pertenece a la Teología de la fe y no a la filosofía— nos haya prometido la resurrección o reunión de alma con el cuerpo, que es parte de la perfecta felicidad para los justos, y del perfecto castigo para los réprobos.

c) La posibilidad de la existencia de espíritus puros

112.- La filosofía, como ya dijimos, nos permite determinar que es posible la existencia de espíritus, sea destinados a unirse a un principio limitativo o materia prima, sea puros, en el sentido de que no solo pueden subsistir con independencia de la materia, como el alma humana, sino en el de que no están en modo alguno destinados a unirse a la materia. De los primeros, hemos demostrado su existencia: se trata de las almas humanas. De los segundos, la filosofía no puede demostrar su real existencia, sino solo la posibilidad de que existan. Pero por la Teología sabemos que existen: son los ángeles.

d) El hombre, compendio de la creación

113.- El hombre tiene una especial dignidad, por cuanto, si bien no es la criatura superior del universo, ya que la aventajan los ángeles, que son espíritus puros, en un plano absoluto, tiene una cierta superioridad relativa, en el sentido de que es un compendio de toda la creación: hay en él, entrelazados en total unidad, espíritu, con vida de conocimiento y amor, animal, vegetal y mineral.2

e) Conmensuración de cada alma humana al cuerpo individual del respectivo sujeto humano. Imposibilidad de la transmigración de las almas

114.- Siendo substancial la unión del alma y la materia prima, y la unión del alma y el cuerpo, el alma no puede estar en un cuerpo cualquiera.

En efecto, por una parte es necesario que las formas substanciales de las células genéticas de los padres den a estas una estructura u organicidad, u organización, tal que reunidas esas células, fusionadas, se haga estructuralmente posible el advenimiento de esa forma substancial superior, que es el alma humana. Por eso es que solo las células genéticas que tienen la organicidad propia de la especie humana pueden hacer posible el advenimiento del alma humana.

También es necesario que el alma que adviene sea a la medida de, conmensurada a, sea adaptada a la materia dispuesta por las formas substanciales de las células genéticas de los padres, y tenga las limitaciones —la cuantificación— exigidas por las limitaciones cuantitativas de las características humanas que poseen dichas células. Hay, por tanto, diversidad de almas, de un individuo a otro, no obstante ser todos de la especie humana. Si esta diversidad existiera por razón de la forma en sí misma, las almas no serían todas de una misma especie, de la especie humana. Pero esta diver-sidad se da por razón de la materia, de la dosificación que la materia, dispuesta por la forma anterior, impone a las perfecciones propias de la forma substancial humana.

115.- Tal es la enseñanza de Santo Tomás, y antes la de Aristóteles. Aristóteles, en el Capítulo III del Libro I del Tratado del Alma, se refiere a la proporción que debe haber entre cada alma y su cuerpo, criticando a los pitagóricos. Dice así: “…ellos, no obstante, se ocupan de definir exclusivamente qué tipo de realidad es el alma, pero no definen nada acerca del cuerpo que la recibe, como si fuera posible —conforme a los mitos pitagóricos— que cualquier tipo de alma se albergara en cualquier tipo de cuerpo: parece, efectivamente, que cada cosa posee una forma y una estructura peculiar: en definitiva, se expresan como quien dijera que el arte del carpintero se alberga en las flautas. Y es que es necesario que el arte utilice sus instrumentos como el alma utilice su cuerpo”.

Por su parte, dice Santo Tomás: “No es cualquier diversidad de forma lo que da origen a la diversidad específica, sino solo aquella que se debe a los principios formales, o según una diversa razón formal; consta, por ejemplo, que una es la esencia de la forma de este fuego y otra la de aquel, y, sin embargo, no es otro fuego, ni otra forma, según la especie. Luego, la multitud de las almas separadas de los cuerpos tienen ciertamente diversidad de formas según la substancia, pues una es la substancia de esta alma, y otra la de aquella; pero esta diversidad no procede de la diversidad de los principios esenciales del alma misma, ni se debe a una diversa razón formal del alma; sino se debe a la diversa conmensuración de las almas a los cuerpos; porque esta alma es proporcionada a este cuerpo y no a aquel, aquella, a aquel, y así todas. Y tales conmensuraciones permanecen también en las almas al perecer los cuerpos: como también permanecen en sus mismas substancias, porque son independientes de los cuerpos en cuanto al ser. Porque las almas son, según sus substancias, formas de los cuerpos: de otro modo, se unirían accidentalmente a los cuerpos, y así del alma y del cuerpo no se haría una unidad esencial, sino accidental. En cuanto, pues, son formas, es necesario que sean proporcionadas (conmensuradas) a los cuerpos”. (Santo Tomás de Aquino, Suma contra los Gentiles, Libro II, Capítulo 81).

116.- Esta conmensuración del alma al cuerpo hace imposible la transmigración de las almas. Platón, siguiendo los mitos que divulgaban los pitagóricos, nos dice en su diálogo El Fedón que las almas se reencarnan en diversos animales, según haya sido su conducta y condición en esta vida. Hay quienes piensan, especialmente entre los que siguen algunas religiones orientales, que el alma de una persona puede reencarnarse en un cuerpo humano distinto.

Esta teoría se llama de la transmigración de las almas, de la reencarnación, o de la metempsicosis; su planteamiento es filosóficamente inadmisible, por cuanto dada la proporción o conmensuración del alma al cuerpo, derivada del carácter substancial de su unión, el alma no puede unirse a cualquier cuerpo, lo que solo sería concebible si la unión fuera accidental.

f) Actos del alma y actos del compuesto

117.- Son actos del compuesto de cuerpo y alma todos los actos de la vida vegetativa y animal. Y son actos exclusivos del alma los propios de la vida específicamente humana, es decir, los actos del entendimiento y la voluntad.

118.- El hecho de que alguna lesión corpórea impida o aminore el ejercicio de las facultades exclusivas del alma, que son el entendimiento y la voluntad, no debe llevarnos a pensar que tales facultades tengan un ingrediente corpóreo. Como dice Aristóteles (en el texto de la lectura cuarta de este capítulo), el intelecto es imposible que se deteriore, y lo que se deteriora es el cuerpo. Lo que ocurre es que no podemos usar —según se verá más adelante— de las ideas sin recurrir a las imá-genes, y para poder recurrir a las imágenes de donde ha sacado las ideas, el alma sí que depende de los sentidos externos e internos, y particularmente de la memoria, que son facultades orgánicas o corpóreas.

1 Sobre la concepción del cuerpo humano como máquina en Descartes pueden verse sus obras “Tratado del Hombre” y “Tratado de las Pasiones del Alma”. En esta última —art. 68— nos dice que la diferencia entre un cuerpo humano vivo y uno muerto es la misma que la que existe “entre un reloj, u otro autómata —es decir una máquina que se mueve de sí misma”— en cuanto está en condiciones de funcionar, y la misma máquina cuando “se ha roto y el principio de su movimiento ha dejado de actuar.”

2 “Santo Tomás ha concebido el orden cósmico como apuntando al alma humana y al hombre como fin del universo. Y usa de esta concepción ya para dar razón del hecho de que para sus fines, biológicos o no, el hombre instrumentaliza toda la totalidad natural inferior a él; ya para explicar que por el conocimiento que el hombre tiene de ella, es capaz de asumirla y dar gloria formal a Dios; ya también para poner en la materia primera un apetito natural de llegar a ser cuerpo de la forma más perfecta, que es serlo del alma humana.” (Monseñor Guillermo P. Blanco. Estudio Preliminar al Comentario al Libro del Alma de Aristóteles, de Santo Tomás de Aquino, Editorial Arché, Buenos Aires, 1979, págs. XIV-XV).

Curso de Filosofía del Derecho. Tomo I

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