Читать книгу Las llaves de Lucy - José Luis Domínguez - Страница 10

CAPÍTULO 5
EL CAPITÁN ARNOUX Y SUPERMAN

Оглавление

“Palacio Negro” de Lecumberri.

Jueves 19 de mayo de 2011, al mediodía…

Un día antes de la desaparición de Evelyn.

El Capitán Pierre Arnoux ordenaba unos escritos y certificados en su bunker del tercer piso del Pabellón Central, cuando de pronto sonó el teléfono fijo. Lo levantó y atendió. Era el jefe Rosty. Erguido frente a su escritorio escuchaba con prestancia la conversación con su asistente, pero luego de unos segundos se bloqueó y su semblante se transformó.

Cuando terminó de enterarse, y procesar el breve resumen que le había comunicado su colaborador, se sentía otra persona. De golpe se puso pálido, furioso, echaba chispas. Le temblaba la mano y no pudo colocar el teléfono en la posición correcta. Intentaba analizar la real dimensión de lo que acababa de ocurrir. Recién, cuando escuchó sonar las sirenas, tomó conciencia del huracán que se avecinaba, mientras el sonido penetraba estrepitosamente en su oficina y lo invadía todo. Su centro del mundo, desde donde gobernaba la prisión, comenzaba a desmoronarse.

A pesar de su temple y coraje, un mareo invadió su cuerpo y se sintió flojo. Con cada segundo que iba pasando, se notaba peor. Le bajó la presión y hasta sintió nauseas. Un gusto amargo de reflujo ácido le llegó hasta su boca. En ese estado de conmoción, dejó el teléfono encima de su escritorio, mientras, del otro lado de la línea, el jefe Rosty insistía hablando solo. Porque el Capitán ya no lo escuchaba.

Se acercó al dispensador y se tomó un vaso de agua, como si eso fuera una poción mágica que lo salvaría de todo. Inspiró dos o tres bocanadas de aire, tratando de recuperarse. No lo logró.

Luego caminó hasta la ventana de su despacho en el tercer piso. Se detuvo justo para escudriñar a los reos que se paseaban por el patio de su presidio. Sí, era su presidio. Porque lo mantenía bajo su cargo. Él era el responsable máximo del edificio, de sus empleados y de la población carcelaria de más de mil presos. Ese era su mundo, su presidio, el Palacio Lecumberri.

Él era la máxima autoridad de la cárcel y reportaba directamente al Gobernador del estado, sin pasar por nadie más. Compartía una línea directa con su jefe.

Y justo en este momento tenía que usarla, y no se encontraba ni remotamente preparado para darle semejante noticia. Ni por asomo.

Abrió el tercer cajón de su escritorio, buscó su revolver reglamentario, revisó las balas y lo metió en su cartuchera. Se la calzó en la cintura. Buscó su chaqueta de uniforme y su gorra de Capitán. Abrió la puerta de su oficina y salió por el pasillo hacia el lugar de los hechos, a reunirse con sus subordinados y colaboradores.

Su cabeza era un torbellino de imágenes y pensamientos, y por desgracia todas malas. Todavía le quedaban dos años por delante al mando de la Penitenciaría Federal del Estado.

Unos meses atrás, el gobernador le había prometido una oficina al lado de su despacho y asignarle el cargo máximo. Manejaría la Superintendencia General de Presidios de todas las cárceles del estado. Hoy el país contaba con una población de 275.000 presos, según el último censo, distribuidos en 480 establecimientos carcelarios, incluido el mismísimo Palacio Lecumberri.

Ese nuevo puesto ofrecido lo catapultaría a una nueva dimensión, a un título no existente. Era un nuevo cargo donde podría demostrar sus dotes de mando y de gran administrador de recursos, tanto humanos como económicos; de terminar su carrera con todos los honores, de manera brillante. Toda su familia se mostraría orgullosa de él.

En cambio, hoy todo había explotado por los aires. Sus sueños y esperanzas se habían desintegrado. No existían. Se había hecho la noche. Oscuridad total.

Estaba tan convulsionado, como si hubiera caído un misil destruyendo su bunker. Como si la explosión lo hubiera hecho volar por los aires, quedando colgado del borde de su ventana hacia el patio, y sólo sus dedos lo retuvieran suspendido desde el tercer piso. Imaginaba esa película, y a los reos allí abajo, vigilando hacia arriba, señalando con sus dedos lo que veían. Hasta fantaseaba con la multitud burlándose de él. Se morían de risa, gritaban y saltaban de felicidad, al verlo colgado por la ventana de su oficina, con su uniforme hecho añicos. «El Capitán está “nocaut”», imaginaba que gritaban los reos. En su delirio, de esa manera suponía la escena. Era el fin del Capitán Arnoux, que había volado por la ventana.

Era su apocalipsis, un final catastrófico. Porque sabía lo que vendría a continuación: amonestación por incumplimiento de funciones; disminución de sueldo; investigaciones del gobierno, los diarios, la TV; y hasta posible jubilación anticipada. Y eso era solo para empezar. Podría ser echado y pateado como perro malo.

Durante los próximos meses, su vida sería un calvario, atendiendo tantas solicitudes, llamadas, inspecciones, auditorías, y mil respuestas que dar. Y no estaba seguro si iba a soportar todo eso.

Posteriormente, luego de tanto cavilar, llegó caminando a la sala que le había indicado el jefe Rosty, donde lo estaban esperando.

Cuando entró, uno de los reos dijo en voz baja: «ahí entró el bulldog francés. Lo veo más feliz que nunca, ¿Qué opinas?». Y otro le respondió: «Sí, cállate, y no me hagas reír, que nos pescarán y nos meterán en “el agujero” a pan y agua por treinta días, mínimo».

—Caballeros, buenos días. Aunque solo es una expresión de deseos. Este es el peor día de la institución en los últimos treinta años. Saben muy bien por qué lo digo, y ustedes son parte de estos hechos —así iniciaba su réplica el Capitán, intentando dar una imagen de gran templanza ante lo ocurrido, aunque por dentro comenzaba a agrietarse su solidez personal—.Y por supuesto que nosotros también. Nuestro deber era controlarlos, y fallamos.

—Jefe Rosty, ¿ya sabemos el reo que falta?

—Sí, señor.

—Perfecto. Que sus compañeros se queden aquí formados y no se muevan de esta sala. Iniciaremos investigaciones en este preciso momento—exigió el Capitán.

—Señor García, jefe Rosty, acérquense —se separaron de los reos, sin que puedan escuchar lo que ellos conversaban—. Acompáñenme al patio once. Agente García, llame al arquitecto Pucci y dígale que las obras se suspenden por 48 horas, por causas de fuerza mayor. Examinen el registro de los GOB-30 y determinen de qué pabellón viene cada reo. En una hora, quiero sus fichas completas, sus fotos, un reporte integral de cada uno, desde qué ingresaron al Palacio. Ah, y quiero que el que se escapó aparezca en primer lugar del listado. ¿Han entendido?

—Sí, Capitán.

—¿De quién se trata, jefe Rosty?

—Un tal “Charly”. Todos lo conocen por ese apodo.

—Bueno, quiero que averigüen sus amistades en la cárcel, sus aliados y enemigos, sus gustos, movimientos, todooooo. ¿Me escuchó, Rosty?

—Sí, Capitán.

—¿Señor García?

—Sí, Capitán.

—Para usted también tenemos acción, no se preocupe. Las sirenas sonaron a las 12:17 horas y para esa instancia ya había tomado posición el nuevo personal de relevo de guardia, que generalmente entra quince minutos antes de las 12:00 horas. ¿Estoy en lo cierto, García?

—Correcto, Capitán. A las 12:00 horas, había entrado en funciones el nuevo equipo de guardias del turno tarde. En realidad, lo hacen siempre diez minutos antes.

—Pues, entonces, quiero aquí a todos los guardias del primer turno que estuvieron de custodia desde la mañana. Y los quiero de regreso en dos horas, máximo. —Luego necesito que hable con el Jefe de Monitoreo. Le pide además que retire la unidad de back up de grabación donde se almacenan todas las filmaciones y grabaciones de las cámaras de vigilancia, incluidas las unidades de memoria. —Que seleccione todo lo grabado entre las 7:30 y 12:30 horas de hoy. Además, muden equipos, guardias y ayudantes a la sala de reuniones que tengo en el tercer piso, junto a mi oficina. Les propongo que instalemos allí la “base de operaciones”. Que acarreen monitores, proyectores, computadoras y todo lo que sea necesario para nuestra investigación. Tenemos que ejecutar esto contrarreloj. —¿Va anotando, García?

—Sí, Capitán.

—Que el jefe junte diez guardias y que los suba a todos a la nueva base de operaciones. Cuando se ubiquen y conecten todo, cada uno deberá ver “con lupa” treinta minutos de la filmación por separado y en secuencia, e ir anotando cualquier cosa que les llame la atención, por mínima que sea. En una hora, quiero el primer reporte sobre mi escritorio ¿Me va captando, García?

—Sí, Capitán.

—»Con todo respeto, Capitán, discúlpeme. Deducía haciendo una cuenta y, entre todos los lugares a monitorear, en las áreas involucradas, deben sumar como veinte cámaras para revisar. Un cálculo rápido: a cinco horas por cámara serían cien horas de filmación para analizar. Lo veo difícil...

—Problema del jefe, entonces. ¡No mío!

—Sí, Capitán.

—Otra cosa, García, le avisa usted a la Central de Policía de nuestra jurisdicción para que implemente el plan de emergencia para estos casos. Que cubran las rutas de salida y entrada del estado. Envíen las fotos del famoso Charly a los diarios y TV. Y que sea la más actual que tengamos registrada de él. ¿De cuándo es la última foto?

—No lo sé. Voy a averiguar y le aviso.

—Muy bien. En marcha. No en primera, ¡ponga sexta directa, García! Y a mí me toca la más fácil. Yo me encargaré de avisar al Gobernador de este hecho. Y si no me ven mañana por aquí, ustedes saben los motivos —se sinceró el Capitán con sus colaboradores.

—Caballeros, voy a mi oficina a efectuar la llamada. En quince minutos nos encontramos de nuevo aquí. Iremos a recorrer la obra y los patios anexos, y me van detallando los pormenores de lo que ocurrió en la mañana de hoy.

—Sí, señor.

El Capitán, como prometió, tuvo que asumir la difícil tarea de llamar al Gobernador para contarle lo que acababa de suceder en su prisión: la primera fuga de un reo, en los últimos treinta años. Una bonita noticia que encantaría al Gobernador, justo a escasos meses de intentar su reelección política.

El máximo funcionario de la gobernación lo escuchó y no lo interrumpió en la breve explicación del Capitán. Pero, luego de su resumen, ya no lo dejó hablar más. La respuesta del Gobernador fue un monólogo. Le dijo de todo, menos bonito, lo cual ya era mucho decir. Lo amenazó con reducción de sueldo, sanciones, suspensión de francos y días de vacaciones, además de sumarios administrativos y toda la parafernalia legal de investigaciones.

La justicia federal y carcelaria en pleno aterrizaría en Lecumberri para levantar hasta la alfombra de su oficina y rastrear hasta el último alfiler perdido por allí. Los próximos días serían un martirio para el Capitán y su equipo.

—Capitán, ¿cómo pudo ocurrir esto? —permanecía interrogando el gobernador del otro lado del teléfono— ¿Tanta mala suerte puedo tener? ¿Por qué este año, justo que hay elecciones de gobernador, sucede esto? —continuó—. La primera evasión en treinta años en la cárcel más segura del estado. ¿Justo en esta precisa oportunidad y bajo el periodo de mi gran gobernación? ¿Cómo fue posible? ¿Cómo pudo suceder? ¿Qué perverso complot ha provocado esto para tirar por la borda los últimos años de esfuerzos de mi carrera? ¿Me lo puede explicar? —concluyó el gobernador muy alterado.

El funcionario levantaría un sumario administrativo a todos los involucrados. En un plazo de 48 a 72 horas enviaría una comisión investigadora al presidio para analizar los hechos y descubrir a los responsables.

—Ya mismo le ordeno que aísle a los 29 reos compañeros del que se fugó y me los separa por el número de bloque del cual habían procedido, al menos por dos días, a ver qué averiguan en ese tiempo. Que los interroguen a fondo. ¡Quiero que le revisen hasta el color de los botones de sus camisas! ¿Me entendió, Arnoux?

Lo único que pudo responder el Capitán, luego del discurso del Gobernador fue: “Sí, señor”. La bronca y la paranoia del Capitán subían a niveles inimaginables. Y esa expresión cuadraba a la perfección con lo que podía sucederle. Lo harían elevar por los aires, hasta una altura por encima del planeta Tierra, para no pertenecer nunca más al presidio.

Lo separarían del cargo y adiós carrera, adiós oficina adjunta al Gobernador como Superintendente de Presidios. Todo se había acabado. Su impecable trayectoria se había desintegrado para siempre, de la noche a la mañana. Y el Gobernador se lo había detallado con todas las letras.

Bajó de su bunker con su peor cara, con toda la furia, por no tener argumentos para responderle al Gobernador. Nada de nada. No había ninguna evidencia que rebatir y menos defenderse. Llegó al patio once a reunirse nuevamente con su equipo, según lo previsto minutos antes.

—Caballeros, necesito que expliquen con lujo de detalles cuál fue la rutina de esta mañana. Simultáneamente iremos recorriendo el camino. Les iré pidiendo datos y tomando nota de lo que crea conveniente y necesario.

—Sí, señor.

Ambos colaboradores le estuvieron explicando al Capitán los procesos de control y rutinas habituales con el GOB-30; dónde se apostaba la gente de seguridad custodiando los desplazamientos de los reos; dónde los sanitarios provisorios; y demás aspectos de todo lo ocurrido esa fatídica mañana.

El grupo, con el Capitán a la cabeza, subía y bajaba escaleras, cruzando la obra, observando cada lugar y recovecos. Hasta que finalmente arribaron al patio trasero e hicieron un alto.

—Esas marcas rectangulares ahí en el piso, ¿qué son?

—Ahí estaban los volquetes donde todos los días tiran los escombros. Parte de la basura que sacan de la obra del primer piso, un volumen menor, y otro tanto de lo que desechan de la sala de restauración que está ahí, detrás de esa puerta amplia de madera.

—Ajá. ¿Y qué han hecho con los volquetes?

—Se los llevaron.

—¿Cuándo?

—Esta mañana. Lo máximo que entra en este patio son seis vertederos. Como ayer quedaron llenos a reventar, el jefe de obra coordinó que al día siguiente vinieran los camiones a llevárselos y dejaran otros vacíos para reiniciar el proceso.

—¿Y entonces?

—Según lo establecido ayer, esta mañana ingresaron seis camiones, pasadas las 8:00 horas, y en quince a veinte minutos cargaron los volquetes repletos, uno por cada vehículo, y se retiraron del presidio rumbo a un vaciadero fuera de la ciudad —explicó el jefe Rosty.

—Entonces quiero las filmaciones de esa cámara. A ver… no, no. —y girando casi 360 grados, concluyó—. Quiero las imágenes de las tres que están en este patio.

—»García —le seguía ordenando el Capitán—, anote los números de las cámaras de video y se los pasa al Jefe de Seguridad. De esta manera podremos acotar la búsqueda, en lugar de inspeccionar veinte cámaras, analizaremos menos.

—Y el personal de la empresa constructora, ¿vio algo, jefe Rosty?

—No lo sé señor. Esta mañana a las 12:00 horas, ellos se retiraron del presidio y retornarán a las 14:00 horas.

—Anote: llame al arquitecto Pucci y le explica que lo quiero aquí de nuevo en dos horas, a él y a su gente. Al igual que los choferes de camiones.

—Los camiones son de una empresa contratista —comenzó a explicarle el jefe Rosty— y no siempre son los mismos choferes los que vienen aquí. La empresa debe contar al menos con 200 camiones. Por ende, estime aproximadamente 250 a 300 choferes, por los cambios de turnos, francos y descansos. ¿Cómo saber quiénes son los seis choferes que vinieron aquí esta mañana? Con todo respeto, se lo aseguro, es imposible, Capitán. No hay modo de reclutar una tropa de 300 choferes para indagarlos dentro de unas horas —intentó convencerlo Rosty.

—¡Imposible un coñazo! Les envío una orden judicial y tendrán que mover el culo como si estuvieran arriba de un fuego. Caballeros, van a darse cuenta con sus propios ojos cómo el presidente de la empresa de camiones y sus 300 choferes se presentarán aquí hoy mismo. Ni lo duden, como que me llamo Pierre Arnoux.

—Sí, señor —respondió García.

—¿Por dónde salieron los camiones?

—Por este portón, Capitán.

—Dígame, García, ¿qué camino hicieron hasta llegar al portón principal?—Acompáñeme, Capitán.

Y el agente García le fue mostrando el recorrido y los procedimientos. A su lado, el Capitán le pedía que anotara tal o cual cámara de CCTV, exigiendo que el “equipo de crisis” investigara y analizara cada minuto de filmación con lo que cada aparato había grabado durante esa mañana. Cuando estuvieron junto al portón de entrada del presidio, el Capitán se frenó. Con su peor cara y saliéndole espuma por la boca, casi les escupió las palabras:

—¡Malditos sean! ¿Cómo fue posible que saliera por aquí y nadie vio cómo se esfumaba? Esto es una fortaleza: dos portones de máxima seguridad, quince guardias, diez cámaras filmando cada segundo, francotiradores, cámaras infrarrojas. ¡No lo puedo creer! ¿Se tomó la pastilla mágica y se transformó en el hombre invisible? Se paseó delante de ustedes, por las narices de todos, ¿y nadie vio cómo se fugaba el chingón de Charly?

»¿Comprenden el desastre y la magnitud de lo que acaba de ocurrir? Por un segundo, ¿logran tomar conciencia de las formidables consecuencias directas e indirectas que les esperan a todos? ¿Pueden entenderlo?

»Esto es peor que un tsunami. Lo que se nos avecina… es peor. Lo tenemos a solo a cien metros de nosotros y nada podremos hacer para frenarlo. ¿Saben por qué? Porque lo maneja el Gobernador a control remoto desde su despacho —siguió vociferando furioso el Capitán Arnoux—. El agua nos cubrirá a todos.

El director resistía como podía. Tal era el estado de tensión e indignación, que, literalmente, escupía las órdenes y reclamos que daba, en una de cada tres palabras.

—Todos los equipos de guardia fueron capacitados estrictamente para cumplir el reglamento —seguía machacando el embroncado Capitán— ¿Me explican el procedimiento de control de camiones al entrar y salir del Palacio?

»Hace treinta años que es el mismo. Hace treinta años que se cumple a rajatabla y nunca falló. Es muy claro. Está escrito y fue perfeccionado cientos de veces. De modo que aquí alguien hizo la vista gorda. Ese Charly tuvo que haber comprado varios cómplices. Es la única forma de escapar de este sitio. ¿Lo captan?

—Sí, señor.

—Por eso caballeros, esto ha sido un plan maestro: falla humana y cómplices —proseguía hablando el Capitán, despotricando y salivando palabra de por medio—. ¿Coincidimos?

—Sí, señor.

—Necesito conversar urgente con el jefe de guardia y que me explique si los portones principales uno y dos estaban agujereados, y le dejó vía libre a nuestro héroe Charly.

—Sí, señor.

—Vaya a buscarlo, García. Quiero hablar con él aquí afuera. No permitiré que me escuchen en la cabina de control.

—Sí, señor.

—Hola, jefe.

—Capitán Arnoux, buenas tardes.

—¿Me explica el procedimiento de control de vehículos? El que se hizo esta mañana y se hace todos los días. Y le pido que no me haga ninguna farsa. ¿Entendido?

—Por favor, señor. Todo lo que le diré incluso se encuentra filmado. Lo puede chequear usted cuando lo desee, y corroborará que coincide con lo que le explicaré a continuación.

—Lo escucho.

—Desde que ha comenzado la obra hace dos meses, han entrado y salido más de cien camiones.

—¿Tantos?

—Sí, mi Capitán. Le cuento: todos los días entran por vez seis camiones con su box vacío, o sin nada, según las necesidades. Siempre en el horario de la mañana, alrededor de la 8:00 horas. Aunque, las primeras semanas, también venían al mediodía. La cuestión es que ingresan por estos portones, continúan por esta calle y, luego de varios desvíos, estacionan en el patio trasero donde están los escombros de la obra. Pero, a veces, los boxes de desechos se llenan en dos o tres horas y entonces regresan igual cantidad de camiones con contenedores vacíos y se llevan las cajas de basura a reventar de desperdicios.

»No todas las semanas siguieron iguales, debido a que la cuantía de escombros y la basura se hallaban en un volumen mucho menor. Entonces los camiones, comenzaron su intervención en forma más espaciada, no diariamente como al comienzo de la demolición. Tenemos todo filmado y, por supuesto, registradas las matrículas de todos los camiones o camionetas que ingresaron y salieron del presidio.

—¿Y su gente cómo requisa?

—A la entrada y a la salida; tanto que los camiones estuvieran llenos o vacíos, el método era el mismo. Los camiones quedan “atrapados” entre el primer y segundo portón. Los rodados entran y salen en caravana para mantener abiertos los portones el menor tiempo posible. Además, hacemos bajar a los choferes para revisar sus cabinas.

—Muy bien, jefe. Eso me gustó. ¿Y qué más?

—Luego, dos guardias de mi equipo se ponen uno a cada lado de un camión. Cada guardia utiliza un espejo cóncavo de treinta centímetros de diámetro con un mango de dos metros en el extremo. Lo mueven entre el piso y la parte de abajo del camión, revisando la zona inferior del vehículo, de punta a punta. Esto incluye las ruedas, guardabarros y el chasis completo, por si alguien hubiera tenido la intensión de ocultarse debajo del vehículo. Con ese espejo, lo detectamos inmediatamente —explicó el Jefe de Custodia.

—¿Y arriba?

—Por arriba del camión y los vertederos, tenemos una batería de cámaras que están filmando en todos los ángulos y además el ojo humano, a través de los francotiradores que están apostados en sus cabinas elevadas y pueden observar cualquier movimiento. Imposible no ver o detectar un movimiento anormal. ¡Imposible!

—¡Imposible un carajo! —gritó enfurecido el Capitán—. Fue posible. ¡Recontra posible! Porque el famoso Charly les pasó a todos por delante, por delante de sus chingadas narices, y nadie pudo ver nada. ¡La madre que me parió! ¿Cómo putas hizo para escaparse sin que ustedes vieran o detectaran nada? Con toda la parafernalia tecnológica que tenemos y personal entrenado. ¿Me lo puede explicar, jefe...? ¿Sabe por qué le pregunto, jefe?

—No, Capitán.

—Porque cuando le explique al Gobernador lo que usted me acaba de decir, rodará mi cabeza por el piso y atrás mío vienen la suya y las del resto. ¿Lo entiende ahora?

—Lo siento, Capitán. Veo la gravedad de la situación.

—¿Gravedad...? ¡Esto es catastrófico!

—Sí, Capitán. Asimilo la crisis que se nos viene.

—La cuestión es que el famoso Charly ya no está con nosotros. Y por culpa de eso, el Gobernador pide que me aten en la plaza de la ciudad y me prendan fuego. Y mientras, ustedes irán haciendo cola detrás de mí para que siga la fogata… de uno en uno. ¿Lo capta, jefe?—Así que manga de imbéciles, no me vengan con “imposible”. Intuyo que recibió ayuda de Tom Cruise y se escaparon juntos. Entonces, la fuga se convirtió en “posible”.

Al promediar la tarde, la comisión de crisis de investigación, comandada por el Capitán, iba procesando exiguos hallazgos y las primeras conclusiones.

—García, hágame un resumen. ¿Qué tenemos investigado hasta esta hora?

—Sí, Capitán. Hemos analizado que, en la última semana, el control de ingreso de camiones siempre fue ejecutado con los métodos precisos habituales. En ningún momento se vio una escena anormal. Eso lo chequeamos verificando, tanto las cámaras de ingreso, como las del fondo de la calle interna. —Sin embargo, detectamos una cuestión sorprendente.

—¿De qué se trata, García? ¿Es una buena o mala noticia? —entusiasmado, al Capitán le surgió una leve sonrisa en su cara de bulldog—. No se ande con vueltas y dígalo ya.

—Pues hemos chequeado las tres cámaras del patio del fondo donde se ubican los volquetes y lo que aconteció resultó increíble, pero sucedió.

—Vaya al grano, García.

—Las cámaras 68 y 69 están por encima de la hilera de las seis cajas aliviadoras de escombro que allí depositan cada día. Las filmaciones que verificamos no ofrecen nitidez, apenas se ven, están borrosas, por lo tanto, todas esas filmaciones aéreas están inservibles. No nos permiten ver o detectar una imagen nítida. Bah, en realidad, como si les hubieran “tapado” la lente.

—¿Qué dice, García? No logro entenderlo bien —sarcástico, el Capitán reinició la metamorfosis de escupir en todas las palabras que emitía por sus labios—.¡Quiero saber quién saboteó las cámaras! ¡Son todos unos chingones come mierda! Quiero a los culpables aquí. Ya mismo. ¡Ahora!

—Con todo respeto, Capitán, nada de eso ocurrió. Cruzamos la filmación con la unidad número 70, que es la otra cámara que existe en el patio, y allí la filmación es nítida. Además, con esa cámara vimos el enfoque desde otro ángulo y detectamos el motivo de porqué las unidades 68 y 69 están borrosas.

—Dígalo de una cojonuda vez, García, que me va a dar un infarto.

—Las cámaras ostentan una lente auto limpiante, pero en la madrugada baja la temperatura. A la mañana, con los primeros rayos de sol, la lente, todavía fría, se condensa y, cuando los obreros tiran los escombros a través de las mangas de descarga, el material cae al basurero y levanta polvo, una pequeña nube de polvo. Ese polvillo se pega al lente como una manada de pulgas a un perro. Y eso es lo que ocurrió. Ningún sabotaje. Fue un hecho fortuito. Igual que la cámara 70 que también filmó borroso, pero en menor medida. Aparentemente, esta mañana hubo menos polvillo en suspensión contiguo a ésta última cámara —concluyó García.

—Híjole, la suerte que ha tenido ese Charly. ¿Y qué atestiguaron los 29 compañeros del GOB-30? ¿Qué vieron, qué escucharon, qué saben?

—Nadie se dio cuenta de sus movimientos, Capitán. Cada uno asumía a su cargo una tarea asignada en ese momento y estaban en diferentes lugares de la obra. No saben nada. Nadie se enteró del incidente.

—Vamos, García, no me joda. ¿O me ve cara de estúpido? Si ellos siempre andan todos juntos como conejitos y se cuidan unos a otros. Cuénteme hechos que no sé. Seguro que todos estaban al tanto y se confabularon para cubrirlo. De eso no me cabe duda. ¿O me toman por pendejo?

—Por favor, Capitán.

—Entonces dígame qué farsa le contaron.

—Pudimos averiguar que dos reos apodados “Jalisco” y “Popeye” son sus mejores camaradas, al menos los más cercanos. Los dos, junto a Charly, fueron seleccionados y se hallaban trabajando en la remodelación. Los tres provienen del mismo bloque, pero confesaron que desconocían los hechos. Ninguno sabía nada, ni siquiera estaban al tanto de lo que había sucedido esta mañana.

—Aquí tengo una copia del careo que le hizo uno de los guardias —continuó García—. Jalisco le confesó: «Esta mañana el Jefe de Obra nos llevó al patio de atrás, porque iba a necesitar más gente en la sala de restauración. Nos quedamos charlando en pequeños grupos, antes de separarnos según los equipos de trabajo que armó el contratista».

—Lo que nos contó Jalisco fue verificado en las filmaciones de la unidad 70 y coincide con sus declaraciones.

—Analizamos días anteriores la asignación matinal de cada grupo y, por lo general, se los distribuía en equipos diferentes. Y ahí nosotros no tuvimos ni teníamos ninguna injerencia. Tampoco interferimos en los nombramientos que hacía el arquitecto Pucci o si los armaba de tal o cual manera. Era una decisión que no nos interesaba y tampoco nos metíamos. Nuestra misión era de custodia —aseguró García—. Tanto Popeye como Jalisco se enteraron de que Charly se había esfumado cuando todos se reunieron pasadas las 12:00 horas, en el patio once, para el control diario de esa hora. Y nosotros de una confesión muy íntima.

—¿De qué se trata, García? Cuente de una puñetera vez. ¿O por casualidad usted no será primo lejano de Sir Alfred Hitchcock?

—Ni un cromosoma, Capitán.

—Bueno, entonces prosiga y vaya al grano.

—Jalisco, que era inseparable con Charly, le reveló esta mañana a la Comisión: «Charly me dijo hace tiempo que cuando intentara concretar su plan, yo no lo iba a saber. No quería perjudicarme. Cumplí 62 años y más de treinta encerrado aquí. Me quedan aún dos insufribles años por mi sentencia. Él pretendía que yo no tuviera ningún conocimiento o participación en cualquier cosa que me ocasionara una pena adicional y terminara mi vida muriendo entre las rejas de esta perversa cárcel. De modo que, caballeros, lamento no poder ayudarlos en esta oportunidad. Además, no soy un soplón. Busquen por otro lado». Y esa fue la declaración de Jalisco. La de Popeye fue similar; desconocía las intenciones de Charly —aclaró García—. Igualmente, todos los guardias fueron careados y nadie vio ni escuchó nada. De la misma manera opinó la gente de la empresa constructora. Nadie se dio cuenta que alguien faltaba en el lugar.

»Capitán, hemos estado haciendo los primeros contactos con el Juez de Turno y lo ve muy difícil lo de los 300 choferes. ¿Cómo conseguimos la dirección, datos personales, documentos y demás temas? Cuando se obtengan, habrá que redactar una nota, persona por persona y despacharla por correo a su domicilio, hasta reunirlos a todos. ¡Es una tarea imposible! El Juez nos explicó que esa faena puede demandar varias semanas. O meses.

Analizando todo lo que acababa de escuchar, la conclusión del Capitán Arnoux fue que con los resultados que iban saltando a la luz, la investigación avanzaba de mal en peor. Sin embargo, dos horas después, mientras se encontraba en su bunker maldiciendo la desgracia que había caído sobre él, sonó su radio VHF. Un mensaje aparentó devolverle su alma al cuerpo.

—Capitán, Capitán, aquí el guardia García. ¿Me escucha?, cambio.

—Lo escucho, García. ¿Qué pasa que está tan alterado?

—¡Tengo una noticia sorprendente, Capitán! ¡No lo va a creer!

Las llaves de Lucy

Подняться наверх