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CAPÍTULO 2
La desaparición de Evelyn

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Pueblo de Santa Lucía, México.

Viernes 20 de mayo de 2011, después del mediodía…

A muchos kilómetros de distancia del Campo “La Preciosa” dos individuos discutían acalorados, continuando una conversación iniciada minutos antes:

—Pero cabrón ¿qué hiciste con la joven? Dímelo de una puñetera vez —le exige alarmado el hombre.

—La dejé dormida. Te lo juro. ¡La dejé dormida y me fui! —le responde su interlocutor.

***

Pueblo de Santa Lucía, México.

Domingo 22 de mayo de 2011, dos días después.

Temprano a la mañana.

En la portada del periódico local de la ciudad se podía leer:

DESAPARECIÓ HIJA DE IMPORTANTE COLONO DE SANTA LUCÍA

Santa Lucía, domingo 22 de mayo de 2011

Según pudo conocerse, el vecino de Santa Lucía, don George Miller, en horas del mediodía llamó a la departamental de policía de nuestra ciudad alertando en referencia a la desaparición de su hija.

Don George, de nacionalidad canadiense, dueño del campo agrícola y tambero “La Preciosa” —bautizado así en honor a su hija—, es un conocido y apreciado colono de nuestro pueblo. En el establecimiento se cultiva maíz y otros granos, además de poseer un tambo lechero de ganado vacuno manejado por su propia familia.

“A mi Evelyn la han secuestrado. Ha desaparecido” fue el mensaje que transmitió a la policía, el viernes 20 antes del mediodía.

Fuentes fidedignas nos informaron que don George continuó con la declaración a la policía local en los siguientes términos:

«Ella, estoy seguro, se levantó a las cuatro de la mañana como todos los días y, cuando me desperté alrededor de las 8:00 horas, no la encontré por ningún lado.

»Revisé mi campo de punta a punta. Y respecto a mi hija, la conozco como a la palma de mi mano. Si se hubiera ido al pueblo, me habría avisado o dejado una nota. No cabe duda de que la han secuestrado. Y lo más inquietante es que aún no he recibido ningún llamado».

Cuando llegó la patrulla al campo “La Preciosa”, don George les relató a los agentes su búsqueda y recorrida en la mañana:

—Hoy me levanté pasadas las 8:00 horas de la mañana, cosa que nunca ocurre. Eso lo juzgué muy extraño y me dio “mala espina”, como decía mi finado padre. Porque mi hija, luego de las 7:00 horas, me despierta todos los días para compartir el desayuno juntos. Y hoy eso no ocurrió. De forma que, muy preocupado, salí corriendo fuera de la casa al edificio de proceso. Encontré el corral lleno de vacas, cuando lo normal es que, después del ordeñe, las pasamos a corrales separados para alimentarse y reponerse para el de la tarde.

»La sala de extracción se veía totalmente vacía, limpia y sin animales —prosiguió el padre de Evelyn—, y con el piso seco. Tuve un pálpito que no me gustaba. Cuando no vi los tres perros jugando por allí, mi preocupación fue creciendo. Escuché sus ladridos y entonces descubrí que estaban encerrados. Pero recuerdo muy bien que la noche anterior los había soltado. Era inaudito que estuvieran encerrados, si siempre quedan sueltos todo el tiempo para cubrirnos y que se mantengan en guardia toda la noche.

»En cuanto fui abrirles, mis perros saltaban de alegría y comenzaron a olfatear un camino interno que lleva directo a un galpón alejado de mi vivienda y por el que también se accede al edificio de ordeñe. Al arribar al galpón, los tres perros enloquecieron; ladraban en la puerta queriendo entrar de cualquier manera.

»Abrí el portón y se abalanzaron al interior, corriendo y ladrando hasta un rincón donde existía un camastro de pasto. Los perros actuaban nerviosos y olfateaban esa esquina de manera inusual. Hacía tiempo que no los había visto tan incitados.

—¿Y qué pasó luego don George? —continuó preguntando un agente, mientras iba anotando las declaraciones en su libreta.

—Por un instante, los perros quedaron unos segundos indecisos, aunque continuaban olfateando el lugar. Pero enérgicamente, volvieron a encontrar otra pista y, rastreando el piso, salieron disparados hacia la salida del galpón. Ya fuera, comenzaron a seguir otro rastro hasta el cerco que limita el campo de maizales, que queda a unos 200 metros del galpón. Hasta allí se acercaron. Iban y venían por el borde, pero no pasaban. No se metían entre los maizales. Cruzaron una zanja de riego, pero hasta ahí alcanzó el rastreo.

»Eso es todo lo que puedo decirles. Estoy desesperado. No sé qué hacer. Mi mujer llegó de un periplo hoy al mediodía y está llorando sin consuelo, al borde de un ataque de nervios, totalmente angustiada. Y a mí no me falta mucho para estar igual.

—Don George, sabemos que es difícil mantener la calma en estos momentos tan complicados, pero le pedimos que lo haga. Nosotros nos ocuparemos de todo. Llamaré por radio a otra patrulla y que se acerque a su campo. Asimismo, nos comunicaremos con el Hospital Zonal requiriendo que envíen una ambulancia y atiendan a su esposa y a usted también.

—Ya hemos dado el aviso a la policía caminera y estatal, exigiendo que se mantengan alertas y muy atentos para que controlen los distintos caminos de acceso y salida de Santa Elena, Santa Lucía y alrededores.

—Mi colega ya está llamando al Juez de turno para ponerlo al tanto de este hecho.

—Gracias Agente por atendernos —le respondió un agradecido y sumamente preocupado don George—. En nombre de mi esposa y mío, le damos las gracias.

—Estamos a su servicio. Cuide a su esposa. Cualquier novedad lo mantendremos informado.

Diez minutos posteriores a retirarse la patrulla, suena nuevamente el teléfono de la policía local:

—Hola, hola, ¿hay alguien ahí?

—Policía de Santa Elena, buenos días. Sí, señor, lo escuchamos. ¿Cuál es la emergencia que grita tanto?

—Disculpe agente, aquí habla don George. ¿Usted fue el que me atendió más temprano y habló conmigo?

—No, fue mi compañero. Aguarde. Eloy, aquí tengo a un tal George que aclara que le tomaste declaración hace un rato. ¿Lo puedes atender ya?

—Sí, pásamelo.

—Hola, don George, aquí de nuevo el sargento Eloy Cifuentes.

—Vea sargento, con la angustia y la desesperación, me olvidé de contarle un detalle.

—Lo escucho. Estoy acomodado para anotar. ¿Dígame qué fue lo que se le pasó por alto?

—Ayer por la tarde, llegó a mi campo un desconocido. Trabaja con la constructora que vino a cotizar una refacción en mi campo y, de emergencia, me pidió “asilo”. No tenía dónde pasar la noche. A regañadientes lo dejé dormir en casa. Y esta mañana cuando despierto, ni sombras de él. Se ha esfumado ese hombre.

»Oficial, ¿usted cree que él puede tener relación con la desaparición de mi hija?

Las llaves de Lucy

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