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CAPÍTULO 3
¡LÁRGATE, PINCHE JALISCO!
ОглавлениеPalacio Negro de Lecumberri, ciudad de México.
Enero de 2011.
Cuatro meses antes de la desaparición de Evelyn.
Mi nombre es Carlos, pero desde siempre todos me conocen por Charly. Estoy recluido en este presidio desde hace un par de años, por culpa de una chusma que me delató, aduciendo que la violé. Para nada. Fue toda una patraña para sacarme de circulación. La cuestión es que estoy encerrado en este maldito Palacio Lecumberri, más viejo que Matusalén. Los días se van sucediendo unos tras otros con igual monotonía. El prisionero aquí no tiene en qué gastar su tiempo. Lo único que se consume es su vida, su presente, la esperanza y desde ya…su futuro.
Tus compañeros, colegas, enemigos, conocidos y hasta los guardias con los que puedes interactuar, todos ellos te ocupan el día, de una u otra forma. Pero la noche es otro cantar. Para mí resulta un infierno. Cuando estás en tu celda íntegramente solo, tu mente y tú, ninguno que te hable o te haga compañía, ninguna interrupción, silencio lúgubre, es, en esos momentos, cuando la psiquis es tu reina absoluta, integral. Ella maneja todo tu cuerpo y tu alma. No hay forma de domarla. Y eso no lo he podido superar.
¿Pensamientos? ¿Sueños? ¿Referentes a qué? Cuando se hace la noche recluido en este podrido lugar, te encuentras a solas contigo. Y más en mi caso. No tengo ningún recuerdo agradable en el que pensar, que añorar. Sin que una sola evocación me devuelva y reviva aquellos momentos felices de mi niñez, con algún hecho en que aferrarme. En absoluto. Nada de nada. Es entonces cuando pienso que mi pasado está muerto. Mi pasado fue un infierno.
Debo ver por encima de los muros que me rodean. Por detrás de ellos, está la vida que algún día volveré a tener, o a intentar vivir. Debo elevar mi espíritu. Ver por lo alto de la ventana de mi celda cómo las aves vuelan en libertad. En eso debo pensar. En dedicarme a vivir, a no pensar en morir.
Ya me lo ha dicho un güey hace unos años: debo ver más alto que las nubes y no olvidarme que más arriba siempre está el sol. Y mi mente debe enfocarse en pensar en eso, en el mañana, en el futuro. No debo permitir que mi cerebro me domine o me arrastre a las profundidades oscuras de mi pasado.
Esta es una vida miserable. En la prisión la vida es un horror. Aquí los seres humanos son tratados como bestias. Y en eso nos convertimos nosotros, porque luchamos unos contra otros para subsistir. ¿Pero de qué? Nos estamos matando entre nosotros. Eso es lo que en el fondo ellos quieren: menos presos, para dar cabida a los nuevos que pronto vendrán, como una línea de producción de autos. Dejan el hueco en la línea y surge el de atrás. Aquí se van los presos e ingresan los siguientes. Jamás se acaba. La rueda se mantiene girando sin detenerse. Solo que aquí es un esquema diferente. Aquí es la destrucción de la persona, no la construcción. El sistema fue diseñado y programado así. Tú no debes preocuparte, todo lo han pensado por ti. Aquí es donde te llevan al límite emocional y de resistencia anímica, más de lo que una persona puede soportar, hasta que explotas.
Revientas de alguna manera. Te ahorcas, te envenenas, intentas escapar y te hacen colador, o te haces acuchillar por otro preso. Cualquier excusa resulta válida, cuando te sientes acorralado y tu ánimo a punto de extinguirse. Te sientes que no puedes alcanzar un futuro cercano y viable.
Tu cerebro se seca, de tanto pensar en cómo salir de este infierno en el que te han metido. O el que tú mismo te lo has buscado. O tal vez un soplón hizo que te capturaran. Lo mismo da. Estás encerrado y bien podrido.
Entonces, cuando estás hundido y absolutamente sin ninguna esperanza. Cuando posees menos ánimo y sueños que un mosquito, y tu desesperación rompió todos los termómetros, te llega el fin. Ahí es cuando te sientes devastado y, en la desesperación, te resignas a que la única manera posible de evadirte es acostado panza arriba y con los pies para adelante en un camión de la morgue.
Tirado en el camastro de mi celda y luego de tanto cavilar un largo rato, el sueño me venció. Por suerte mi espíritu me liberó. Fue como si me hubiera dicho “duérmete si quieres, pero recuerda que aquí soy tu amo y señor. Yo manejo la llave de tu cuerpo y alma. Y te dormirás cuando yo lo decida…” Y entonces, finalmente, me dormí.
Al día siguiente…
Otro día para sobrevivir. Un nuevo día para restar en tu vida, metido en este agujero gigante, rodeado por mil “ratas”, más o menos semejantes a ti. El sistema te empareja. Siempre te nivela, pero hacia abajo.
Anoche me acordaba de Jordi que, justamente por estos días, hace once meses, había cumplido su pena. Fue el 4 de febrero de 2010. Recuerdo perfectamente ese día. Antes de irse, me vino a saludar y nos dimos un abrazo de despedida. Sin que me diera cuenta, y jugándose la vida, me dejó un estuche en el bolsillo trasero de mi mameluco. Cuando estuve solo en mi celda, lo descubrí. Me obsequió una navaja Wenger plegable. Una maravilla.
Ahora que ya se ha ido, de verdad lo extraño. Le agradezco todo lo que me ayudó. Lo valoro más ahora que no está para apoyarme o darme consejos que me hacían tanto bien. Pero, por otra parte, me llama la atención no haber tenido noticias suyas en todo este tiempo. Muy raro, luego de lo que me había prometido.
Arranqué mi día y me dirigí al edificio para desayunar. Hicimos la cola en el patio. Pasaron revista de asistencia y en fila india pudimos acceder al comedor de nuestro bloque donde convivimos al menos 150 presos. Desde hace varios años, comparto el asiento con Jalisco. Cuando nos sentamos a comer, siempre intentamos estar juntos para hablar despejados y, fundamentalmente, cuidarnos las espaldas.
—Oye güey, hace años que me quemo la cabeza en encontrar formas de escaparme de aquí, pero no las encuentro. Esto es una fortaleza. El Palacio Lecumberri es infranqueable. No hallo una vía de escape factible.
—¡Claro, Charly! Pues solo si fueras Superman. De esa manera te podrías escapar y saltar por encima de los muros. Estaría bueno, ¿no?—Espera, creo que lo tengo. Cierra los ojos e imagina —me habla Jalisco, en tanto desayunamos—. Te cuento mi idea perfecta: podría juntar a los cuates para hacerte la despedida. Una tarde de estas, te plantas en el Patio de la Fuente. Es más, te subes a ella, te metes la capa bermellón de Superman, te agachas, levantas las manos, tomas envión hacia arriba y… saz… ¡te vuelas! Y todos los cabrones alrededor de la fuente aplaudimos y nos reímos como locos, viendo cómo te elevas por los aires. Y todos advertimos que, desde la ventana, el Capitán nos está contemplando con sus ojos fuera de órbita, sin dar crédito a lo que él termina de ver. ¿Te imaginas? Yo me colgaría de tu cuello y nos escaparíamos los dos juntos. ¿No es cierto, Charly? Sería fantástico cabroncito —termina de delirar Jalisco.
—Estás leyendo muchas revistas de historietas, güey. Eso solo pasa en las películas de Hollywood.
—Ja, ja, pero estaría bueno, ¿no? Evaporarnos frente a las narices del Capitán. Se pondría loco; empezaría a llamar a todos los guardias, gritándoles: “corran, corran y prendan las sirenas”. Pero ya nos habríamos elevado como a 200 metros de altura y yo enganchado a ti les gritaría desde arriba: “sigan, sigan corriendo pendejos, que jamás nos alcanzarán”. Tú me abrazarías y me llevarías volando, y te bajarías conmigo en un campo a cinco kilómetros de aquí. ¡Somos libres, güey! ¡Libres! Ja, ja.
—Sí, güey, el único conflicto es que no soy Superman. Pídele a Clark Kent que baje a tierra y pregúntale dónde escondió la Kryptonita. Así le pido que me preste unos gramos y me convierto en el súper héroe de la capa.
»Mejor regresemos a tierra, Jalisco, que estamos sonados. Se nos acabó la hora del desayuno, güey. Salgamos que nos están llamando para formar fila otra vez.
***
Presidio de Lecumberri, febrero de 2011.
Dos semanas después, en el “Palacio Negro”
—Charly, te tengo una buena para alegrarte el día.
—Jalisco, ahora no. Olvídalo. Hoy me levanté con un ánimo de perros.
—Al menos escúchame unos minutos y luego me voy.
—¡Ándale, güey!
—Charly, me acabo de enterar que van a comenzar la remodelación de un sector arruinado que queda en el primer piso frente al patio once. Es en el otro bloque.
—¿Y qué quieres, chavo, que me postule a director de obras?
—No, güey, están seleccionando gente para trabajar en la reconstrucción. Pero gratis.
—¿Gratis? Vas mal. ¿Comiste carbón de las minas de Chihuahua? Peor que peor. ¿Y esa es la buena noticia? Lárgate, pinche Jalisco, y no me jodas.
—Espera, Charly. Déjame que te explique, güey. Los chimentos dicen que los que sean elegidos tendrán cierta compensación, que nadie sabe aún cuál sería. Pero dicen que el Capitán estará como máximo responsable de la obra de remodelación. Quieren desarrollar un salón de juegos, biblioteca y usos múltiples. Me dijeron que ese bloque ofrece muy poco para “distraernos”. Comentan que este nuevo edificio será para que “todos los cuates que estamos aquí disfrutemos un mejor clima”. Textuales palabras de mi informante.
—¿Y? Todavía no me convences. ¿Qué pito vengo a hacer yo en todo esto?
—Pues que va a haber mucho jaleo, movimiento de gente de la empresa constructora, camiones, materiales, etc., etc. Ah, me olvidé de decirte que habrá una empresa contratista encargada de la remodelación. Los presos que elijan solo serán ayudantes. La responsabilidad será de la empresa.
—Podremos conocer gente nueva —continúa Jalisco pretendiendo convencer a Charly—, chavos de otros bloques del Palacio. Ocuparemos nuestro tiempo en algo y podremos platicar con los otros “compas” que trabajen con nosotros. ¿Cómo lo ves? Es una oportunidad, como hace rato no teníamos. Al menos, rompe la monotonía tediosa que soportamos todos los días. Conoceremos a otros chavos del presidio y podremos trazar algún plan. Nunca se sabe. Todo es posible.
—En eso debo reconocer que estás en lo cierto. Pero ¿no te acuerdas? Hace unos años atrás, cuando remodelaron el baño de nuestro sector, teníamos de custodia como cuatro guardias por preso. No podías ni levantar la mano para rascarte el culo, que le tenías que pedir permiso de lo que coño ibas a hacer un segundo después.
—Bueno Charly, pero han pasado varios años. Estamos en otra época, tenemos nuevo Capitán y los guardias son otros. Tal vez sea distinto.
—Aquí las reglas son siempre las mismas, menso. Están escritas desde hace décadas y siempre las perfeccionan. Eso creo yo.
—No te olvides que tenemos los mismos portones de siempre: de seis metros de altura. Cien mil cámaras que te filman hasta cuando cagas. Pinche güey, te lo repito, no hay forma de tramar nada aquí. Esto es una fortaleza infranqueable.
»¿O te olvidas que los portones están llenos de guardias y francotiradores que nos vigilan las 24 horas? Si evitaste y burlaste todo lo demás, ellos te pescarán y te harán papilla. Si intentas escaparte, tu cuerpo quedará perforado con más agujeros que una red de pesca.
—A la mierda, Jalisco, ándate que no me convences. Disculpa, güey, que te arruiné tu idea. Siempre estás pensando en los dos, lo cual sé reconocerte. Gracias. Pero cuanto más lo pienso, te pregunto ¿cuál era la gran noticia que me traías para alegrarme el día?
—Discúlpame, Charly, tal vez tengas razón. Pero por un momento me había ilusionado y quise compartirlo contigo. ¿O acaso no somos como hermanos?
—Sin ninguna duda. Discúlpame. Te contesté para la mierda. Es que hoy veo todo negro. Mi ánimo está de lo más oscuro, compa. Lo siento.
—Ok, Charly. Pero, dime ¿qué hacemos aquí mientras? Nos la pasamos maldiciendo todo el día; que no tenemos nada para hacer; que estamos aburridos como ostras; bla, bla, bla. Pues bueno, al menos es un acontecimiento distinto que podríamos intentar, para cambiar de aire y de rutina. No se me ocurren otros argumentos para intentar convencerte. No te enojes, chavo.
—No… ¡espera, güey! En eso estás acertado. Son los estados de ánimo que a veces no te hacen pensar con sentido común. Pero si lo veo por ese lado, creo que estás en lo cierto. Un cambio nos despejaría por un tiempo. Aquí me siento como una estatua en medio del desierto, universalmente al pedo. Tal vez determinada acción, y otro ambiente rodeados de distintos chavos, nos inspiren ideas. Podríamos probar a ver qué pasa. Déjamelo pensar.
—Es un hecho entonces, güey. Así me gusta ese carácter, Charly. Intentémoslo. Tal vez el Capitán nos regale un presente, un pequeño sueldo para nuestros gastos.
—Sí, y una travesía por Europa con todos los gastos pagos.
—Bueno, eso no, Charly, pero quién te dice... Vamos a conocer a otros mensos y siempre existe la posibilidad de concebir algún negocio o trato con ellos. Es bueno tejer relaciones. Uno no sabe cuándo las va a necesitar.
—Dame plazo para analizarlo. De todas maneras, no me hago ilusiones, porque primero hay que postularse y luego ganar, ¿no? Habrá cientos de chavos que tal vez estén pensando o tramando ideas similares a las nuestras —conjetura Charly—¿No lo crees?
—Es cierto lo que dices. Me enteré relativamente tarde de esta chamba, pero creo que igualmente tendremos ciertas posibilidades. Mañana, a las 13:00 horas, termina el plazo. Los postulantes deben escribir su nombre y número de preso en unos cartoncitos y meterlos en la urna que colocarán en los comedores. En total, según mi informante, elegirán treinta fulanos; diez de cada bloque. Y el nuestro podría ser uno de los favorecidos. Además, el sorteo se puede arreglar. Tengo algunos “botones” donde apretar, para que se abra el cofre de la suerte.
»Yo lo tengo decidido, Charly, y me voy a anotar. Mañana meteré ni nombre en la urna.
—¿Y cuánto durará la obra?
—Estiman tres meses, si no llueve y no encuentran problemas en la estructura del “castillo”.
—¿Sabes qué? Ahora que lo mencionas y me lo pienso mejor, esto puede resultar interesante. Se me está despertando una que otra neurona dormida. En el transcurso de tres meses, podré conocer gente con la que tal vez podamos “preparar” algo… tal vez, tal vez… Justo me recuerdo una frase de Jordi: “no te des por vencido, ni aún vencido. Siempre existe una oportunidad. Todo depende de ti, de tu actitud. Piensa en positivo, y no renuncies”. Eso me decía.
»Déjamelo meditar esta noche, Jalisco, y mañana, un rato antes del almuerzo, te respondo.
—Bueno, Charly, pero anticípame algo: ¿te anotas o no, güey?