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CAPÍTULO 6
“BOMBUCHA” Y EL “CHANFLE”

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“Palacio Negro” de Lecumberri, ciudad de México.

Jueves 19 de mayo de 2011, por la tarde…

—Capitán, no lo va a creer. ¡Tengo una noticia sorprendente!

—Cuente, señor García, y no me tenga en ascuas.

—Desde el mediodía estamos haciendo un rastrillaje intensivo en todo el Palacio, buscando algún dato relacionado con la huida de Charly.

—¿Y? —le preguntó inquieto el Capitán.

—Un reo dice que tiene una primicia para darnos.

—Largue el rollo, entonces. ¡¿Qué espera, García?!

—Mi asistente, “el gordo bombucha“, digo el cabo Fernández, me avisó que en el Pabellón tres entrevistaron a un reo que dice tener datos precisos de cómo se escapó Charly.

—¿No me diga? —le respondió entusiasmado el Capitán.

—Sí, señor.

—¿Y qué espera que no lo trae de las pestañas al reo?

—No sabía, Capitán. Pensé que usted tenía intenciones de entrevistarlo en otro momento.

—Seguro, García, tranquilo, tranquilo, no se apure. Vamos a esperar hasta navidad para platicar con el reo, le consultamos lo que sabe y, de paso, le contamos cuáles serán nuestros planes para pasar las fiestas.

»¡Garcíaaaa, tráigame ahora mismo a ese cabrón! ¿O me está jodiendo?

Minutos después, el “gordo bombucha” y otro agente trajeron al reo para tomarle declaración. Lo llevaron a un cuarto de seguridad ubicado en el edificio del bunker del Capitán. Lo sentaron en una silla al costado de una mesa y lo rodearon otros agentes. Hasta el mismísimo Capitán se encontraba presente en el careo que lo podría sacar del abismo en que se encontraba en ese momento y salvar su cabeza como máximo responsable del presidio de Lecumberri.

—Caballero, le anticipamos que todo lo que conversemos en esta sala está siendo grabado y filmado por nuestro sistema de seguridad —le aclaró García.

—Sí, señor —respondió el reo.

—Vayamos al grano que no podemos perder más tiempo. Díganos cómo se llama.

—Nacho Zapata, pero todos me apodan “Chanfle”.

—¿Dónde convive todos los días?

—En el Pabellón tres.

—¿Sabe el nombre de quien se escapó?

—Sí, Capitán. Me enteré que se escapó un tal Charly.

—¿Lo conocía?

—No.

—¿Y cómo se enteró?

—No soy un soplón. Digamos que fueron otros compas que me pasaron el dato.

—¿Y sabe cómo lo hizo?

—Pues claro.

—Desembuche entonces.

—Si hablo… quiero algo a cambio.

—¿Y qué pretende?

—Cumplir un deseo especial. Un sueño personal e íntimo.

—Me parece que se puede analizar. Dependiendo de lo que traiga en mente.

—Ir a saludar a mi “viejo” el día de su cumpleaños.

—Ah… veo que es algo sencillo y humano. No sería molestia señor Zapata —le respondió el Capitán—. En principio, delo por hecho. ¿Y dónde sería eso?

—En Tamaulipas, en el cementerio municipal de Matamoros.

—Oh caramba. Cuánto lo siento. No lo sabía. Pensé que… ¡Deseo concedido, Zapata! Anote, García, para que el caballero cumpla su sueño, como Dios manda.

—Sí, Capitán. Queda registrado el pedido.

—Volvamos a lo nuestro, caballero. Cuente lo que sabe.

—Me enteré por unos cuates que Charly desapareció de Lecumberri.

—¿No me diga? ¿Usted me está tomando el pelo?

—No, Capitán.

—Ya lo sabemos. Esa no es novedad. Detalle la historia de una vez.

—En realidad, ahora no me acuerdo, fueron unos chavos en el patio tres. Ellos me lo contaron.

—Pero ¿en qué quedamos, se acuerda o no? ¿Al menos tiene los detalles de cómo se escapó?

—¡Híjole, director! ¿Por quién me toma? Por supuesto. Le dije que sé todos los detalles. En colores.

Todos se miraron. El capitán bulldog, el guardia García, el jefe Rosty, se observaron entre sí, pasmados por la seguridad del reo e intentando disimular la grata noticia que estaban a punto de recibir. El Capitán palpitaba un giro sustancial en la investigación. Iban a desentrañar cómo se había esfumado Charly y, con ello, la posibilidad de remontar la cuesta ante el Gobernador del Estado. Estaban a punto de resolver la cuestión.

Por fin algo de luz —meditaba el Capitán— en este día que se había convertido en el más negro de su vida. Pierre Arnoux quería darle una excelente noticia a su jefe, salvar su puesto y su pellejo. El de los dos. Estaba cada vez más impaciente, esperando la respuesta de Zapata. Le costaba mantener la postura para no delatar su ansiedad ante todos allí reunidos.

—¿Y cómo está tan seguro? ¿Usted lo vio? —le preguntó ansioso el Capitán.

—No. Le dije que me lo contaron.

—¿Se fugó solo o tuvo ayuda?

—No. Lo hizo solito, él solito. Fue increíble lo fácil y rápido que se esfumó delante de todos.

El capitán volvió a mirarse con García, Rosty y los demás agentes, y se relamía esperando la respuesta. Pensaba en la suerte que habían tenido de encontrar al “Chanfle” para que les soplara lo que un arsenal de cámaras y profesionales aún no habían dilucidado.

—Desembuche de una vez, Zapata, que se nos acaba el tiempo.

De pronto, el reo comenzó a reírse a carcajadas…

—¿Qué le da risa, Zapata? Cuéntenos el chiste, así nos reímos todos —le dijo el jefe Rosty furioso.

—Es que fue tan fácil, tan fácil… y a la vista de todos. ¡Qué chido!

—¿No me diga? —le preguntó sarcástico Arnoux.

—Así es. Fue en el Patio de la Fuente. Se apareció con un bolsito. Se subió a la fuente, mientras lo cubrían unos cuates, se agachó para tomar impulso, puso sus brazos en alto y se elevó a los cielos. Se había calzado el traje de Superman, je, je, y se esfumó delante de todos, planeando con su hermosa capa roja. Debe haber sido “de madres”. ¡Cómo me lo perdí!

En unos segundos, la cara del capitán comenzó a transformarse en roja de furia. Más roja que la capa del condenado Superman. Luego en verde, verde de bronca. Parecía el increíble Hulk.

—Pero ¿qué coño nos está contando Zapata? Usted nos está tomando el pelo a todos y haciéndonos perder un tiempo valioso —el capitán pegó un furibundo puñetazo sobre la mesa para no golpear al reo, pero asustando a todos los presentes—.

Pero ¿qué historieta nos está vendiendo este cabrón? Garcíaaaa, llévese a este pinche mentiroso al “agujero”. Ya mismo. Sáquelo de mi vista.

—¡No, Capitán, por favor! —empezó a rogar Zapata—. Se lo juro por Dios que eso fue lo que me contaron los chavos. No, el agujero no. No, Capitán…

—¿Y quién se lo contó?

—No me acuerdo.

—García, a este “le faltan varios dulces en el frasco”. ¡Métalo sin perder un segundo en el “agujero”! Déjelo tres días a pan y agua, y una semana sin salir al patio. Así no jode más, y por ahí le vuelve la memoria. Y suspensión de dos días al “gordo bombucha” por inepto y por creerse las historias que le cuentan. ¡Estoy rodeado de una manga de majaderos!

Parece que al “chanfle” Zapata le habían llegado algunas de las historias inventadas por la imaginación de Jalisco y el chavo se las creyó. Evidentemente, no le funcionaba bien la cabeza.

En ese mismo instante, en otro sector alejado, dentro del presidio, se desarrollaba una conversación entre los “compas” de Charly.

—¿Has visto, Popeye? Al final Charly me hizo caso. Se puso el traje de Superman y saltó los muros de esta prostituta cárcel… y chau. Un súper héroe mi compañero. Te voy a extrañar güey. Fuiste un buen y leal amigo —concluyó Jalisco, un tanto emocionado.

—Que tengas suerte, Charly. Estés donde estés en este momento, te deseo lo mejor —lo saludó imaginariamente Popeye.

Al célebre prófugo se lo había tragado la tierra, esfumado, como en uno de los mejores trucos de magia de David Copperfield. Había escapado de la cárcel más segura del Estado y nadie se había enterado cómo lo había logrado.

Charly estaba fuera del presidio y técnicamente fuera de la jurisdicción y vigilancia del Capitán. Por lo tanto, legalmente, las restantes fuerzas del estado serían responsables de rastrearlo y capturarlo. El director Arnoux ya nada podía hacer. Ahora sería a través de la policía estatal, en controles de caminos, en ingresos y egresos de los aeropuertos y demás entidades. A partir de hoy, ellos se encargarían del prófugo. Pero, el Gobernador le había clavado los colmillos en la yugular al Capitán Arnoux. Había quedado al filo de ser relevado por un nuevo funcionario y se lo había dado a entender de todas las maneras posibles.

El tsunami que produjo Charly también había alcanzado al Gobernador. Se hallaba en terapia intensiva con pronóstico reservado. Era el año donde se jugaba su reelección. Por lo tanto, tendría que trazar una rápida jugada ante la sociedad, demostrando un cambio vertiginoso, con resolución efectiva y un gran poder de mando. Que la sociedad supiera rápidamente que “su gobernador” se pondría a cargo del Presidio Federal de Lecumberri. Les diría que, en 48 a 72 horas, nombraría un nuevo director y que simultáneamente iniciaría una drástica investigación interna, en todas las áreas del presidio. Al meditarlo, se daba cuenta de que esa era la mejor opción que debía tomar: sacarlo del medio al Capitán Arnoux.

Tendría que preparar ese mensaje esa misma noche, revelando sus dotes de “tomar el toro por las astas”. Y que toda la población de su ciudad y alrededores se enterara de ello. Debería informar a sus conciudadanos que esa misma tarde había impartido la orden de control total de las rutas y aeropuertos para rastrillar, por todo el estado y las localidades vecinas, la fuga de un reo con frondoso prontuario. Ya se había iniciado la cacería del famoso Charly y la sociedad debía enterarse lo antes posible. Eso se llamaba un voto ganador para su candidatura. Juzgaba que no podía perder más tiempo. Era el instante de poner manos a la obra, redactando un discurso potente y creíble, y salir por la pantalla de televisión en el principal noticiero de la noche. Debía “inflar” bastante la situación. Explicar al pueblo que se había escapado un reo con cadena perpetua. Exagerar que era un asesino sumamente peligroso y despiadado, como nunca hubiera pasado por Lecumberri. Y el gobernador prometía su captura en 96 horas. ¿O en realidad no estaba exagerando nada?, meditaba el Gobernador.

Las llaves de Lucy

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