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CAPÍTULO 4
“GOB-30”

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“Palacio Negro” de Lecumberri, ciudad de México.

Viernes 11 de marzo de 2011.

Dos meses antes de la desaparición de Evelyn.

Nos habían reunido en una sala vacía, junto a un depósito de provisiones del Bloque, en otro sector del “Palacio Negro”. Nos exigieron colocarnos en fila de a seis, uno al lado del otro, firmes, como rulo de estatua.

—Caballeros —arrancó el discurso el Capitán con cara de bulldog francés—, han sido seleccionados entre 142 compañeros que se han postulado para colaborar en forma “gratuita” con la Administración y la Dirección de este Instituto Correccional. —»Ustedes han sido distinguidos para este proyecto y formarán un grupo selecto de apoyo que participará en la remodelación: una nueva “Biblioteca, sala de juegos y usos múltiples”.

»El gobierno estatal, luego de varias peticiones de este Capitán, ha puesto a nuestra disposición los fondos económicos para esta obra que enaltece a las Prisiones Federales.

—¿Qué sarta de pinches promesas dice este cabrón? Se asemeja a un político en campaña. Todo será bonito, factible y a favor de la comunidad —le explicó Charly en voz baja a Jalisco.

—Ni que lo digas, Charly. Te promete el oro y el moro. Ya que está, podríamos pedirle que diseñe una barra con tacos, botanas y cervezas bien frías, así nos servimos a voluntad.

—Por ese motivo —continuó el Capitán en su discurso— vamos a realizar las inversiones solicitadas para el bienestar de toda la comunidad carcelaria. Las obras darán comienzo en una semana, aproximadamente. En consecuencia, dispondrán de pocos días por delante, pero igual tendrán un período para prepararse y ponerse al tanto de los pormenores, antes del inicio oficial del proyecto.

»El jefe Rosty Williams, aquí a mi lado, ha sido asignado para liderar y coordinar este grupo, y ponerse a disposición de la empresa contratista que tendrá a cargo la construcción de esta obra. Él será el nexo entre la empresa y ustedes. Y, obviamente, me reportará diariamente todos los eventos más significativos —continuó advirtiendo el director del presidio.

»En los próximos días, conocerán nuevos detalles, a medida que la empresa nos vaya pasando su planificación y las necesidades de personal de apoyo, o sea, ustedes.

»¿Alguna duda caballeros? —no se escuchó ni el sonido de una mosca—. A partir de hoy, el jefe Rosty les irá contando las novedades, a medida que vayamos iniciando la remodelación.

»Caballeros, jefe Rosty, buenos días y rompan fila.

Al cabo de una semana, y en el horario de las 8:00, nos concentraron al grupo de treinta chavos en el patio once, próximo al edificio en remodelación que iba a dar inicio. Jalisco y yo formábamos parte de “los elegidos”. La empresa abrió tres frentes de trabajo. Ese primer día, a Jalisco y a mí nos enviaron a distintos sectores.

La primera etapa era la demolición propiamente dicha. Las instrucciones indicaban que era prioritario recuperar la mayor cantidad de materiales posibles, para respetar y mantener el estilo arquitectónico del Palacio, y cientos de objetos “de estilo y antiguos” que deberíamos recuperar, en la medida que pudieran restaurarse, para usarlos en la nueva construcción. De lo contrario, irían a la basura.

Y así arrancamos. El material seleccionado se trasladaba con cuidado por escalera a una sala de planta baja, preparada para la restauración y recuperación de estas piezas y materiales. El resto de los escombros se descargaban por tres toboganes estratégicamente ubicados desde el primer piso a la planta baja. Allí caían dentro de volquetes, donde se juntaban los desechos que íbamos acumulando desde la obra.

Las puertas, ventanas, rejas, molduras, placas de cielorrasos y demás elementos, los bajábamos entre varios chavos por escalera y los llevábamos a la sala de restauración, en la planta baja, para que otro grupo los limpiara y acondicionara para su recuperación. En cambio, aquellos escombros demasiado pesados, que no se podían tirar por el tobogán, los bajábamos de la misma forma: a mano, por las escaleras.

Cuando nos dimos cuenta, la mañana se había pasado volando. Había llegado la hora del almuerzo. Nos formaron y nos llevaron en fila india al comedor.

Al Capitán Pierre Arnoux lo habían rebautizado: “bulldog francés”. Los cuates eran asombrosos para poner apodos. Me contaron que lo de bulldog fue porque era “chiquito, feo y con la cara igual a ese perro de raza”; y lo de francés, porque obviamente había nacido en Francia.

La cuestión es que el Capitán había previsto todo para el almuerzo. Nos destinó un espacio exclusivo en el comedor principal que está contiguo a la obra. Movilizó a treinta presos que almorzaban todos los días allí y los trasladó al comedor en otro bloque. Seguramente se mantendría el cambio mientras continuara la remodelación. Dio instrucciones al contratista y mandó a construir unos tabiques que nos separaran del resto en el comedor, aislándonos así de los demás cuates del presidio.

“El Comedor de Chicharito” era el nuevo lugar que nos habían asignado para nuestros almuerzos, al menos por los próximos tres meses. Uno de los cuates me explicó que le pusieron el nombre “Chicharito” en honor a uno de los cocineros que aún está allí y lleva más de 25 años preparando comida para los presos. Y en estos días, por supuesto, también seguiría cocinando para nosotros, solo que en otro ámbito, llamémosle “selecto”.

A medida que íbamos entrando, nos ubicamos y sentamos sin ningún orden prestablecido. Nos devoramos la comida como lobos hambrientos. Un rato después, nos dieron el aviso de “terminado” y en fila salimos avanzando con destino al patio once. El jefe Rosty nos ordenó formación en cuadrícula seis por cinco (seis filas de cinco personas cada una). Controló que estuviéramos todos y nos ordenó avanzar hacia nuestros lugares en la obra para continuar con la tarea asignada en la mañana.

A las cinco de la tarde, nos indicaron que hiciéramos un alto. El director de obra y su personal daban por concluida su jornada y, por ende, nosotros también. Todo nuestro equipo fue asomando de los distintos lugares de trabajo con la instrucción de concentrarnos nuevamente en el patio de reunión. Otra vez formación seis por cinco. Varios guardias apostados en lugares estratégicos monitoreaban nuestros movimientos. Estaban armados hasta los dientes.

Le di un vistazo a las paredes y a las columnas de iluminación del patio que oficiaba de lugar de encuentro diario.

El que manejaba las cámaras CCTV desde el control se había convertido en un poseído. Las cámaras “bailaban” de un lado a otro, y hasta pude detectar cómo le hacía un zoom para aproximar la lente a todos nosotros.

Fue solo un paneo con mis ojos, mientras estábamos todos formados en la fila. El jefe Rosty controlaba rápidamente que no faltara ninguno de nosotros treinta.

—Caballeros, gracias por la colaboración en este, su primer día de trabajo. Pueden romper fila y cada uno regresar a su pabellón. Hasta mañana y que descansen.

—Hasta mañana, jefe —le respondimos varios.

A la mañana siguiente, mediodía y tarde continuamos ajetreados en la obra, con los idénticos procedimientos de ingreso, control y conteo de cabezas. Eran en total cuatro conteos por día que hacían de todos nosotros un martirio, pero esas eran las reglas de seguridad establecidas por el director.

Cierto día, en que almorzábamos con Jalisco y varios chavos, nos avisaron que un preso nos había puesto un apodo a todos los que habíamos sido convocados para la obra. Ahora éramos los “GOB-30” ¿Qué significaba?: “Grupo de Obras Bulldog 30”.

Era extraordinaria la velocidad y el ingenio que tenían varios chavos para ponerte un “alias”.

Acelerado, uno de los compas, siguiendo la broma, nos propuso una locura. Mientras almorzábamos sentados en el comedor, comenzó a idear su novela:

—Oye, chavo, tenemos que hablar entonces con el jefe Rosty para que mande a bordar una etiqueta y que la peguen en nuestras camisas. ¿No lo creen muchachos?

—Sí, sí —respondieron diversos cuates en la mesa—. Es una muy buena idea.

—¡Tú estás chiflado! —aportó un güey.

—Le voy a pedir al jefe —alentó el primer chavo— que envíe a coser con hilo dorado y nos borde el nombre de cada uno de nosotros debajo del GOB-30. (Risas y palmadas de aprobación con la idea.)

—¿Se imaginan la cara del Capitán bulldog? Se sentiría desconcertado cuando nos hicieran el conteo y nos viera a todos formados sacando pecho.

—Me lo veo parado frente a mí —teatralizó Jalisco asomando en la conversación, y simulando la escena del Capitán parado frente a él—. “Caballero, muy bonita esa identificación. ¿Me puede explicar que significa esa sigla?”. Sí, mi Capitán, pensamos que, con ese logo, nos identificábamos mejor como equipo. Este nombre es un símbolo de unión y permitirá que nos acordemos que formamos un equipo, y, al pertenecer a distintos bloques, es difícil reconocernos. La mayoría de nosotros es la primera vez que nos miramos las caras entre la población carcelaria.

—En eso coincidimos —respondía el capitán—, imaginamos que esa sería la respuesta que daría el bulldog. Y también le facilitaría al director de obra y su equipo —prosiguió la novela Jalisco— para cuando arman los sub-equipos de trabajo. Así nos identificarían rápidamente a cada uno.

—Ajá, no se me hubiera ocurrido —respondió imaginariamente el Capitán Arnoux. —¿Y lo que se ve arriba... ese “GOB-30”? —preguntó el Capitán—. ¿Qué significa?

—¿GOB-30? Esa sigla es la que nos representa, Director. Es que somos “Grupo de Obreros Bravos”. Y los “30” obviamente por la cantidad de cuates.

—Muy interesante, muy interesante, recluso —concluyó el Capitán, dirigiéndose a Jalisco, en su entrevista imaginaria con el francés.

Y todos nos matamos de risa con los aportes y actuaciones que hacía cada uno, allí reunidos en la mesa del comedor, imaginando la reunión delante del “bulldog”.

Lógicamente, esa ocurrencia de la etiqueta “se quedó” en el comedor. Lo que todos aspirábamos era pasarla lo mejor posible. Y las salidas ingeniosas de ciertos güeys nos permitían reírnos un rato y soñar que estábamos en una obra, pero en una ciudad a cien kilómetros fuera de los muros del presidio.

En la práctica, lo que todos clamábamos era que nos vieran a los treinta iguales. Sin ninguna identificación de ningún tipo. Las cámaras filmaban todo y todo el tiempo. Poseer una identificación en el cuerpo o en una gorra significaría que te podrían rastrear en las filmaciones y controlar hasta cuánto tardaste en el baño, si te fuiste a mear.

Lo que sí quedó grabado a fuego, a partir de ese día, fue el “GOB-30”. Para nosotros y el resto de los presos seguíamos siendo Grupo Obreros Bulldog. Para los guardias y el Capitán éramos sus “Obreros Bravos”. Alguien de la administración se enteró lo de la identificación y se le ocurrió que era una buena idea bordar el “GOB-30” en nuestros mamelucos. Al final, ellos tomaron la decisión por nosotros. Por suerte, no grabaron nuestros nombres en la “etiqueta”. Suspiramos aliviados cuando nos la entregaron terminada.

Al tercer día de iniciadas las tareas, durante la formación de las 8:00 de la mañana, en el patio habitual, se presentó diligente el Capitán Pierre Arnoux.

—Caballeros, buenos días. Les debo comunicar que el arquitecto de la obra ha tenido una reunión con el jefe Rosty para anunciarle el avance de la misma y cuáles serán los próximos pasos de aquí a una semana.

—El arquitecto Francis Pucci es nuestro director de obra. Nos ha redactado un informe relativo al desenvolvimiento de todos ustedes. Y tengo aquí una copia de ese resumen —el Capitán agitaba el papel en el aire, en medio de su discurso.

Mientras estábamos en formación, comenzamos a vislumbrar entre nosotros que algo no estaba bien, nos quedamos impávidos, con cara de: “La chingamos. ¿Qué hicimos mal?”

El rostro del Capitán bulldog era inmutable. Evocaba una pieza del museo de cera. No transmitía nada. Fuera una alegría o una desgracia, su rostro era el mismo. Nunca mejor que en este instante, entendí el porqué de su apodo. Cabía a las mil maravillas. Siempre ostentaba la misma cara de culo. Por eso, de ningún modo distinguíamos, si estaba enojado o feliz. Su cara de “bulldog francés” era imperturbable.

El director proseguía comentando su resumen y observándonos a todos. Por sus gestos y como exponía su discurso, pensábamos lo peor: que nos habíamos mandado una chingada, o que nos iban a reemplazar a todos por no estar a la altura de sus expectativas o por no estar alineados con los objetivos de este proyecto. Cualquier excusa podía ser válida para sancionarnos. Y entonces llegó directo al meollo:

—Caballeros, como les decía y para no olvidarme ni una coma, les quiero leer textualmente el párrafo que se refiere a vuestro desempeño —hubo un silencio absoluto, no se escuchaba ni la respiración de los compas—: “…y pasando al capítulo de su personal, deseo mencionar —escribió el Arq. Pucci— que sus muchachos no poseen ningún conocimiento de construcción, ni albañilería ni pintura, y menos sobre tareas de restauración”.

—Estamos fregados —dijo en voz baja uno de nosotros en la fila—; nos van a botar a todos, junto con los escombros.

—Sin embargo —continuó el Capitán con el mensaje del arquitecto—, les puedo mencionar que sus muchachos han entendido rápidamente el método de trabajo y se han complementado entre ellos, esforzándose en las tareas que les hemos asignado. Los pequeños desajustes ocurridos se irán puliendo con el correr de los días. Estamos muy satisfechos con sus labores y conformes con su trabajo en equipo. Envíeles mis saludos a sus “treinta bravos cuates”.

Todos respiramos aliviados y nos distendimos por la noticia. Incluso algunos de nosotros sonreímos y nos dimos unas palmadas, aunque el Capitán permanecía con su cara de bulldog, como si nos hubiera comunicado que la madre acababa de morir en un accidente.

—Caballeros, veníamos pensando en diferentes temas relacionados con vuestro comportamiento y colaboración en esta obra, pero con esta noticia lo pondremos en práctica en este día. Son reconfortantes para ustedes y para nosotros. ¡Felicitaciones!

—Rompan fila y buena jornada de trabajo.

El jefe Rosty nos fue guiando a cada pequeño equipo a distintos lugares de la obra para cumplimentar el cronograma y necesidades dispuestas por el arquitecto Pucci.

Y hablando del arquitecto, en uno de los momentos, mientras estábamos trabajando, se acercó a mí para darme unas instrucciones y entonces le agradecí a Francis Pucci sus palabras de reconocimiento sobre nosotros que le había transmitido al capitán. Aproveché el momento y le pregunté si conocía el tamaño y diseño del Palacio Lecumberri. «Sí, por supuesto —me dijo—. Hace años que me llaman para hacer reformas. Lo conozco bastante bien. Las celdas se agrupan en siete corredores que se asemejan a los brazos de una estrella; la más pequeña de 49 metros de largo y la mayor de 121. En el centro hay una torre de vigilancia de varios niveles, totalizando 35 metros de altura, desde donde los guardias pueden observar a todos los prisioneros recluidos en celdas individuales alrededor de la torre. La cárcel tiene forma de “una rueda cuadrada” de 248 por 222 metros, ocupando un área de 5 hectáreas de terreno. Ahora cuenta con 13 “rayos” partiendo desde el centro y construcciones administrativas y de servicios en sus lados perimetrales. Los “rayos” son los edificios construidos de uno a cuatro niveles donde se ubican las celdas, dormitorios y otros destinos. Se los conocía como crujías. Originalmente fueron 7, pero, en el año 1910 y posteriores, se amplió a 13, llegando a una superficie cubierta superior a los 25.000 metros cuadrados. Entre medio de cada crujía, se desarrollan los patios donde se asignan a los reos, según su peligrosidad». Lo saludé y le agradecí la historia y sus ponderaciones hacia nosotros. Ese chavo sabía mucho.

La mañana pasó rápido. Nuevamente, a las 12:00 horas nos llamaron para salir de la obra y 12:10 teníamos que estar en el patio, formados en cuadrícula, para el control y aprobación del censo respectivo.

—Todo ok —gritó el guardia de turno.

—Caballeros, rompan fila, pueden pasar al comedor y celebrar su merecido almuerzo.

Cuando nos ordenamos en fila india, el jefe nos hizo esperar a un costado de la puerta del comedor, para dejar que el resto de los reos de la prisión ingresasen primero.

Minutos después, nos permitieron entrar y seguimos al jefe Rosty que nos guiaba a una sala separada del comedor. Nos hicieron sentar en unas sillas y mesas dispuestas solo para nosotros. Recién nos estábamos ubicando y hablando entre nosotros, intentando descubrir de qué se trataba todo esto de estar aislados del resto, cuando el Capitán ingresó al lugar y cerró la puerta.

—Caballeros, esto es lo que les anticipé esta mañana. A partir de hoy, ustedes almorzarán en este comedor ambientado para la ocasión y, aprovechando la buena idea que han tenido con la sigla que se han puesto, le asignaremos el nombre de “Comedor GOB-30”.

No sé por qué, pero todos aplaudimos respetuosamente.

—Señores, ninguna persona ajena al GOB-30 podrá instalarse aquí. No se aceptarán invitados. Esto es un premio solo para ustedes, por haber aceptado colaborar con esta obra y por “sudar” duro. Toda la comunidad carcelaria, en su conjunto, se verá favorecida con este nuevo edificio, gracias al esfuerzo de ustedes.

»Por las positivas consideraciones que ha vertido de ustedes el arquitecto Pucci, le hemos dispuesto un almuerzo diferenciado al resto de sus colegas del presidio —prosiguió el Capitán.

Aplausos nuevamente y tibios “bravo”, con murmullos y risitas incluidas.

—Podrán degustar platillos abundantes y variados. Y elegir para cada día una variedad de postres que habitualmente están reservados para uso exclusivo de la dirección y administración del “Palacio Negro”, como lo han apodado ustedes.

»Les pido, en lo posible, que sean discretos con este beneficio especial de la comida en sus almuerzos, para evitar celos con el resto de sus colegas. Caballeros, este almuerzo “VIP”, por calificarlo de cierta forma, continuará durante los tres meses que estimamos demandará la obra. Demás está decir que este ámbito debe ser cuidado tanto en lo material, como en el desenvolvimiento de cada uno de ustedes. Aquí deben respetar el reglamento, como en cualquier lugar del Palacio. Recuerden que continúan en el presidio, por si se les olvidó. ¿Lo captan, caballeros? Y les advierto: cualquier queja, comentario negativo o un comportamiento fuera de lo normal que nos mencione el arquitecto, su personal o el jefe Rosty, el almuerzo VIP, señores, “será cancelado”. ¿Han entendido?

—Sí, Capitán —dijimos los treinta a coro. O casi todos.

—Y aún más: un desliz que cometa uno de ustedes, lo pagarán todos. A buen entendedor… Amén.

»Caballeros, que disfruten su almuerzo. Buenas tardes.

Vimos que el Capitán y el jefe Rosty se retiraban. Entonces, nosotros comenzamos a cuchichear, a comentar las buenas noticias y beneficios que nos habían dado. El Capitán, estaba cumpliendo con su promesa. Si bien debíamos batallar rudo, solo demandaría tres meses, o tal vez algunas semanas adicionales, pero, teniendo en cuenta que el día se nos pasaba entretenido, sumado a esta nueva comida que nos prometieron, bien valía el esfuerzo. Ver para creer. En los próximos días lo sabríamos.

—¿Y? ¿Qué te dije, Charly? ¿Mi contacto estaba bien informado o no? Ya vez que nos están dando alicientes para gratificar nuestro trabajo gratis. ¡Al menos nos llenamos mejor la panza!

—Bueno, Jalisco, no te agrandes. Valoro tus contactos, pero tuvimos suerte también. Y para que veas que aprecio tu sugerencia, y hasta que me hayas convencido de que aceptara esta faena, te regalaré mi postre: lo comerás durante tres días, ¿eh, chavo? ¡Solo por tres días, güey! ¡Gratis!

—¡Muy bien...! ¡Gracias Charly! Eres una persona de palabra.

En ese momento, ingresaban varios meseros con carros y bandejas para distribuir los platos principales y los refrescos. Esto último era todo un lujo que el Capitán ni había mencionado. Nos servían como si estuviéramos almorzando en un restaurante de cinco estrellas y no en el comedor de la cárcel más jodida del país.

Los días fueron pasando, con idéntica rutina, al igual que los almuerzos que continuaron con la calidad y abundancia prometidas. El “GOB-30” prolongaba el trabajo en la obra y nos juramos cuidarnos entre todos porque, si cualquiera de nosotros se “saltaba” de las vías, perderíamos de manera instantánea los privilegios que habíamos conseguido.

A partir de la cuarta semana de trabajo, todos los viernes por la noche nos prometieron un nuevo beneficio: nos ofrecerían para el GOB-30 una cena VIP en el comedor Chicharito. El Capitán estaba muy conforme con nuestras tareas y la obra avanzaba a buen ritmo, según los plazos establecidos.

Nos enteramos que el arquitecto Pucci nuevamente había hablado muy bien de nosotros y, por ende, el Capitán nos obsequió un beneficio adicional. Todo el grupo se notaba feliz en ese aspecto.

Un día, mientras transcurría el almuerzo, se presentó por sorpresa el director.

—Caballeros, hoy se cumplen treinta días desde que iniciamos este proyecto, que en definitiva redundará en beneficio de ustedes y de sus colegas del presidio —seguía dando su discurso el Capitán, como si estuviera en acto de campaña—. Las noticias que me llegan es que vamos muy bien con el plan de tareas y ustedes, con su aporte, son los responsables de haber logrado el objetivo.

»Para que evalúen que el Presidio reconoce vuestras labores, se habrán dado cuenta que el viernes pasado les hemos concedido una nueva compensación, tanto por su buen desempeño como por la normativa y comportamiento de todos ustedes. Por ese motivo, les vamos a conceder otro premio especial —se oyeron chiflidos y palmas de todos nosotros que nos animábamos a expresarnos con mayor libertad.

—¡Gracias, Capitán! —respondieron varios cuates.

—Caballeros, caballeros, por favor, que esto no es una fiesta de cumpleaños. Como les decía, a partir del próximo sábado por la noche, y únicamente los sábados, montaremos aquí un proyector para que ustedes vean una película de cine estrenada el último año, igual que las que pasan en la ciudad por estos días —nuevamente hurras y festejos—. Caballeros, por favor, mantengan el orden. Les vuelvo a refrescar que las reglas aquí son de acero. Cuando uno de ustedes sea sorprendido en falta, “Sanseacabó”. ¿Lo conocen a ese Santo?

—Sí, sí —dijeron la mayoría riéndose— Lo que les dije no es broma. A buen entendedor, pocas palabas. ¡Salud! —dijo alzando una copa—.Continúen con su almuerzo.

—Viste, Charly, ahora nos pondrán un cine. Solo nos faltarían unas botanas con un par de cervezas bien heladas, ¿no?

—No es mala idea Jalisco. La próxima vez, le podremos tirar la idea al jefe Rosty, para que lo convenza al Capitán.

Los días y las semanas transcurrieron con normalidad. El Capitán fue cumpliendo con todo lo que nos prometió. Teníamos nuestro almuerzo, cenas VIP los viernes y cine los sábados. En ese aspecto, no podíamos quejarnos de nada.

***

“Palacio Negro” de Lecumberri.

Jueves 19 de mayo de 2011.

A dos meses del inicio de la remodelación de la Biblioteca.

Aquella mañana de jueves, en el Palacio de Lecumberri, se cumplían dos meses desde la apertura de la reconstrucción de la Biblioteca. A las doce sonó el silbato del guardia indicando el mediodía. Era la hora de almorzar. Poco a poco, el equipo dejó sus tareas y se fue concentrando en el patio número once para pasar revista como todos los días, al tiempo que nos agrupábamos en el sector de siempre.

—Señores, por favor se ordenan y dejan de hablar. En fila bien alineados y callados. Formación seis por cinco, como de costumbre.

—Pero, güey —le animó uno del grupo, contestándole al guardia, para que escuche el jefe Rosty—, hace dos meses con la misma jodida historia. ¿Tú sabes por qué nos llaman “GOB-30”? Entonces, no nos jodas con tanta formación y siempre firmes, que tenemos hambre y queremos ir al comedor.

—Señores, esto está muy claro: si ustedes se rebelan, el Capitán sabrá de esta indisciplina más rápido de lo que canta un gallo, y ustedes saben también que, si al “Capi” lo agarramos cruzado, a ustedes se les acaban todos los privilegios.

Imposible rebatir esos fundamentos, así que, todos calladitos, nos reunimos como ordenaba el guardia y nadie más abrió la boca para quejarse.

—Gracias, señores —y comenzó el conteo—. Segundos después, la cara del guardia García cambió de semblante.

—Jefe Rosty, mi conteo suma 29. Nos falta un reo.

—Tal vez esté demorado por ahí terminando su chamba —saltó uno.

—Seguro está descompuesto y no puede dejar el baño —aportó otro.

Inmediatamente, el custodio habló por radio y, como por arte de magia, y no sé de dónde, surgieron ocho guardias armados y nos rodearon.

—¡Guardias! Revisen toda la obra, los baños, recovecos de aquí y de allá —señalando con el dedo y en un creciente estado de nerviosismo—. Quiero que encuentren al que falta y me lo traigan aquí de las bolas. Le vamos a recordar lo que es la puntualidad. ¡Rajen, ya!

—»Si hace falta levantar las baldosas y los inodoros, háganlo. Cualquier novedad me avisan por radio, en la frecuencia de seguridad —todos se cuadran en saludo militar—.¿Entendido?

—¡Sí, señor! —respondieron los ocho a coro y salieron disparados a la búsqueda del “impuntual”.

—Aquí García a Central de Control General ¿Me escuchan?, cambio.

—Lo escucho, García.

—¿Hay algún reporte, un acto que le llame la atención, escrito en el libro diario de anotaciones desde las 8:00 de la mañana de hoy?

—Aguarde que me fijo, señor.

Un instante después.

—Nada, señor García. Todo aparenta normal. Las mismas anotaciones de rutina de siempre. Nada diferente.

—Jefe Rosty, por favor, lleve a este grupo a una sala. Vamos a controlar nombre y apellido de cada uno para determinar quién falta.

—Sí, señor.

—Jefe Rosty, por su integridad, le sugiero que llame al Capitán Arnoux y le avise de esta situación, antes de que disparemos las sirenas. Y prepárese con lo que se viene, ¡nos va a querer comer crudos! —le apuntó un viejo guardia a Rosty, para salvar su pellejo.

—Guardia García a “equipo de búsqueda”. ¿Me escuchan?, cambio.

—Lo escucho, señor García.

—¿Tiene novedades?, cambio.

—Negativo. Ya estamos volviendo señor. El área de obra y el patio trasero están limpios y ordenados; no hay un hueco donde esconderse. Aquí no queda nadie. Cambio.

—¿Y en los sanitarios?

—Solo los inodoros, señor García. Vacíos.

—Gracias. Cambio y fuera.

—Aquí agente García a Central de Control General. ¿Me escuchan?, cambio.

—Lo escucho García.

—¡Alerta roja! ¡Alerta roja! ¡Ya mismo!

El ruido atronador de las sirenas comenzó a escucharse en todos los recovecos del Palacio Lecumberri, como hacía años que no sonaban, salvo para pruebas de funcionamiento o simulacros. Pero esta vez no era un ensayo. Era real.

Era la primera vez, en los últimos treinta años, que “estallaban” las alarmas y sirenas de esta manera. La cárcel de mayor seguridad del estado había sido burlada. Ni el Capitán ni el jefe Rosty recibirían la medalla de honor por lo que acababa de suceder. Todo lo contrario. Se avecinaba una guerra.

Las llaves de Lucy

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