Читать книгу El fuego y el combustible - Juan José Álvarez Carro - Страница 17

Atxuri, Bilbao

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26 de diciembre de 1980

—Venga, pasa.

—¿Usted vive aquí, Santiago?

—Sí. ¿Te gusta mi casa? Mira. Ese es Farruco, mi gato.

—Yo ya estuve aquí. Aquí vivía un chico que estaba en mi clase antes.

—Pues sí. Ese era mi sobrino, seguro.

—¿Y adónde han ido, Santiago?

—Se volvieron a Galicia. Su madre es mi hermana. ¿Tú la conocías?

—¿Santiago? ¿Ya estás de vuelta? —pregunta una mujer joven que viene del lavadero.

—Y esa es Dora, mi mujer, Jabo.

—Que soy Aingeru.

—Eso, perdona. Aingeru. Mira, Dora. Te presento a Aingeru. Es hijo de Jabo Azpilcueta, del bar Txindoki.

Dora interroga con una mueca a su marido. Qué hace con un niño tan chico en casa un domingo a esa hora. Qué van a decir sus padres.

—Es que le he preguntado si había merendado mientras jugaba ahí en la calle y me ha dicho que no. Así que lo he invitado.

Dora sigue sin entender y lo censura con su mirada ruin mientras enchufa la tostadora. El sargento Oleiros se señala la mejilla izquierda para que Dora mire al chico. Trae una mano marcada en ese lado. La piel roja late con rabia.

—Aingeru me ha dicho que sus padres están ocupados en el bar y no ha merendado todavía. Le he dicho que haces unas tostadas con mantequilla y colacao muy ricas. Pero bueno, merendamos y bajamos otra vez. ¿A que sí?

El niño decide coger las tostadas tibias, las huele y se llena de mantequilla la nariz. Dora lo limpia y le abre la puerta. El chico baja las escaleras saludando. Vuelve al segundo tiempo de su partido.

—Ya lo he visto un par de veces, Dora. Jabo no sabe ser padre. He visto al chico esconderse debajo del mostrador del Txindoki. Y se lo he dicho.

—No te puedes meter en eso, Santi.

—No quiero meterme, Dora. Pero tampoco puedo dejar que haga lo que hace. Sobre todo cuando Marta no está.

—Es cosa de ellos. Ellos han decidido adoptar al niño y no es cosa tuya meterte en cómo lo hacen con él…

—Dora…

—…porque ha sido decisión suya.

—Dora…

—¿A ti te gustaría que viniera uno de fuera a decirte cómo criar a tu hijo?

—¡Dora! ¡Le pega! Este verano, cuando Marta se fue a Francia a su casa, una tarde tuve que quitarle al niño de las manos.

—Algo habría hecho, Santi. Y él es su padre.

—Un padre no pega de esa forma a un hijo de nueve años, Dora.

—Tiene que criarlo lo mejor que sabe.

—Bofetadas y cinturón, Dora. No creo que haya nada que un crío de nueve años pueda hacer para aguantar eso.

—El niño viene de un centro de acogida. Seguro que aguanta eso y más, Santi. No es cosa tuya…

—No se trata de que lo aguante él. Soy yo quien no lo aguanta, Dora.

El fuego y el combustible

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