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Atxuri, Bilbao

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27 de diciembre de 1980 Ambulatorio de Santutxu

—Hola, Santiago.

—Hola, paisana.

—Hoy no me viene solo, Santiago —dice la doctora mirando a Jabo.

—Vengo acompañado de un amigo mío del barrio. Aquí está mi amigo Jabo.

Jabo le tira de la manga a Santiago y le dice en voz muy baja que prefiere que le llamen Aingeru.

—Bueno, paisana. Mi amigo dice que prefiere que le llamen por su nombre de Vitoria, que es Aingeru.

—¿Y me viene a ver por Aingeru, entonces? ¿O es la espalda otra vez, Santiago? Esas horas de guardia y el peso del arma, ¿verdad?

—Hoy vengo realmente a hablar con usted, doctora.

Aingeru se concentra en un cartel que hay en la consulta, una foto enorme en la que se ve a una mujer joven con un bebé en brazos. Sin que el niño se dé cuenta, absorto en la foto, Santiago Oleiros le remarca a la doctora un derrame que cubre toda la mejilla izquierda, que abarca la oreja. La doctora entiende y pregunta. Santiago Oleiros sale al quite y dice que el muchacho le contó que se había dado un golpe jugando con otros niños en un parque detrás de su casa.

—Vaya, Aingeru. Hay que levantar la cabeza cuando se juega al fútbol. Si no, no ves a tu equipo ni sabes cómo hacer las cosas…

Le untó al niño una pomada a base de árnica montana, lo mejor de la abuela, y acabó por indicarle que se la pusiera tres veces al día. La médica empezó a buscar algo por la consulta. Rebuscó aquí y allá hasta que dio con un bolígrafo y un taco de notas que regalar al chiquillo. Mientras Jabo Aingeru salía de la consulta, el sargento Oleiros quedó atrás, entornando la puerta, para hablar unas palabras con ella a solas. La doctora se puso a escribir.

—Ahora me pongo con ello. Se lo acerco hoy cuando pase para casa, Santiago. Me llevará un rato, pero estará listo para entonces.

—Se lo agradezco, doctora. No espero que con esto se termine, pero no voy a pasarlo más.

Tres minutos más tarde, Aingeru y Santiago marchan a buen paso hacia el barrio. Santiago invita al niño a desayunar unos churros y chocolate, pero cuando pasan por el cine, Jabo se para a mirar la cartelera. De lejos ya ha visto caballos y sombreros. Es Frisco Kid, con Harrison Ford.

—¿Te gustan las de vaqueros, Jabo? Perdón. Aingeru.

Asiente con firmeza y decisión. El sargento Oleiros se vuelve hacia el cartel y comprueba los horarios. Una invitación al cine es un exceso. Sus padres… De pronto, recuerda. Sin mediar palabra, siguen los dos su camino hasta Atxuri. Al llegar a la esquina de su calle, entra en el bazar de Peio. En el escaparate había visto unas figuritas de plástico. Vaqueros, indios y caballos.

—Los que quepan en cien pesetas, Peio.

Al salir, Jabo Aingeru lleva una docena y media de figuritas. Todos indios menos un caballo y un sheriff.

El fuego y el combustible

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