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lunes 23 de marzo
casos confirmados: 32
muertes: 1
Hoy he vuelto a salir. He extremado las medidas de seguridad. Fotocheck de prensa visible, chaleco blanco identificado como prensa, tapabocas, braga para el cuello por encima, sombrero, manga larga, guantes de látex doble y una bolsa donde llevo unos pantalones cortos y un polo para cambiarme antes de entrar en casa. Y así hago, cuando entro por el garaje me desvisto y meto todo lo que ha estado expuesto en la calle a una bolsa que va de frente a la lavadora.
Podía haber sido tan cuidadoso al hacer la compra. Os cuento. Aprovecho que no hay cola en el Wong de Diagonal y compro para la semana. Rosa me pide pimientos y ajos, seis de cada, no son los pimientos verdes italianos pero son bien aparentes. Está haciendo frijoles con pulpo, rico rico. Le mete el cuchillo al pimiento y se ruboriza como una chiquilla de catorce años ante su primer piropo. Ya lo he hecho otra vez. He comprado rocoto en vez de pimiento. Pero oye, riquísimo, y he bebido toda el agua que he perdido por la mañana en la bicicleta.
Antes de comenzar a relatar el día un párrafo para resumir el fin de semana. Iba a aterrizar un avión de Iberia para llevarse a todos los españoles que cupieran (los que tuvieran billete de su compañía primero, eso sí, y ya en las otras plazas los demás). También iba a traer peruanos. Se sabía desde el viernes, el sábado salía de Barajas y el domingo del Jorge Chávez. Pues no, el gobierno peruano cerró el aeropuerto. Un jarro de agua fría para todos, sobre todo para los que, me consta, trabajaron dieciséis horas diarias, toda la semana anterior, en hacerlo posible. A malas uno lo piensa y lo entiende, el gobierno peruano busca medios a través de Cancillería, pero MINSA e INDECI dicen, y no les faltará razón, «cuidado, va a venir gente de un lugar que está en fase 4». Se siguen buscando soluciones y todos a superar rápido la estupefacción. Lo que no se supera tan fácilmente son los mensajes de peruanos diciendo a sus compatriotas que no vengan, que se queden allí, que son un peligro y unos irresponsables por querer regresar, que los peruanos somos muy grandes y algún hermano ya te apoyará. Porque todo el fin de semana me lo pasé atento a las páginas de consulados, embajadas, grupos de españoles... proponiendo la creación de una red de apoyo para los compatriotas que se han quedado lejos de su casa en Perú. No es tan fácil. No entiendo por qué, pero no es tan fácil. Bueno, yo tengo la formación de fotógrafo y, más aún, la de fotoperiodista. Las cosas hay que hacerlas cuando hay que hacerlas, y a la redacción se vuelve de la noticia con una foto, aunque sea una porquería. En el intento una española me pide el WhatsApp y me manda un audio de quince minutos contándome todas sus penalidades que empiezan mucho antes del coronavirus. No puedo ayudarla, no puedo ni darle aliento, sé que si lo hago va a esperar de mí algo que no voy a corresponder. Le digo que espero que todo se vaya resolviendo y mi respuesta no le gusta, empieza a escribirme de forma cada vez más agresiva sobre la decepción que le ha supuesto mi contestación y termino bloqueándola. Me duele entender que igual que ella hay un número, no sé si grande o pequeño, de compatriotas que se han quedado varados hace mucho tiempo entre la indigencia y el olvido. Su delgada capa de piel, que les protegía del tenue frío limeño, ha terminado de desaparecer con el coronavirus, y ahora sienten el mundo en carne viva. Y me doy cuenta de que no sé cómo ayudarles. Admiro tanto a Martín, por ello, puesto que lo hace de seguido y con toda naturalidad desde la Fundación +34.
Mercado número 2 de Surco.
Y empiezo a contar mi día, y mira que me cuesta arrancar. Ya os habréis aburrido la mitad y más de uno me habrá bloqueado. No os culpo. Hoy empecé por el mercado de Surco, el anexo 2. Un buen mercado, grande y ordenado, frente a la escuela de la FAP (Fuerza Aérea del Perú). Constato que la gente no termina de entender las medidas, llevan mascarilla y guantes pero bajan con sus hijos a comprar. Que se va de uno en uno... de uno en uno. ¿Y, qué hacen las madres solteras? Sí, es un problema, quiero escribir un artículo sobre todos los problemas que tiene Perú para afrontar esta crisis. Ya. También he oído que Shakespeare aprovechó una o dos cuarentenas para escribir no sé qué obras. Dentro se respira bastante normalidad. Más proximidad de la recomendada entre la clientela que espera en los puestos. Miembros de la Fiscalía fiscalizando a un señor que vende huevos en un puesto de calzoncillos, el puesto de muñequitos ahora vende alcohol y mascarillas a 3 soles, que tienen un proveedor en San Martín. Jorge Paintampome sigue vendiendo periódicos en papel en el puesto que su madre abrió hace sesenta años, cuando se fundó el mercado. Constato que la prensa sigue llegando a los quioscos. Bien por los colegas. Isaac Monte va a las cinco de la mañana a San Luis a por los pollos que vende al mismo precio que antes del aislamiento.
Salgo del mercado y voy a ver cómo están en Makro. Bendita bicicleta, cuántas cosas puedo hacer. En Makro bien, no hay colas ni lleno está el aparcamiento. Me dice el encargado que el abastecimiento es normal, que se ha reducido a la mitad el aforo y que algunos productos tienen limitada su compra a dos unidades. Que sí hubo nervios antes de las medidas de aislamiento, pero que ya no. Y le creo.
Hablo con los policías, que me preguntan cómo están las cosas en España. Mal, les digo, se reaccionó tarde y la población no lo tomo en serio. El técnico mira a sus hombres como diciendo «¿veis?». «¿Y cómo ve el Perú?», me pregunta de nuevo. «Las medidas me parecen las correctas y bien ejecutadas, pero me da miedo que en un país donde, por ejemplo, casi un millón de personas en Lima no tiene agua en sus casas, y sabe dios a cuántas otras se les está abasteciendo con camiones cisterna en los cerros, se pueda vencer al virus en tan solo quince días o un mes». De nuevo mira y asiente.
Atravieso Surco Viejo. Sigo por Ayacucho hasta Aviación, miro el tren que construyó Alan García en sus dos mandatos separados por ¿veinte años? Todo normal, en la normalidad del aislamiento. Sigo por Aviación tratando de aprovechar la sombra de la obra del autodesaparecido. Encuentro al alcalde de la Municipalidad de Surquillo, Giancarlo Casassa, quien dirige un grupo de desinfección y, parlante en mano, pide a los vecinos que no bajen en dos horas. Intercambiamos unas palabras, me intereso por la gestión de la municipalidad hacia los mayores y personas vulnerables. Me dice que cada siete días pasa personal del serenazgo para ver que todo vaya bien por sus domicilios y que hay un grupo de WhatsApp de la municipalidad, para el envío de avisos. Nos damos ánimos y nos despedimos. Cuando pase todo esto pienso ir a darle la mano que no le di hoy.
Sigo, las piernas ya pesan como imagino os pesan ahora los ojos. Llego a la Javier Prado y veo el funcionamiento normal del corredor naranja, control de acceso con apoyo del ejército para garantizar la distancia entre los pasajeros y que nadie viaje de pie. Ojalá lo hagamos todo bien, que eso del «duelo de Pantojas» del 3 de abril me interesa. Miráis las fotos después de leer, ¿no? Con el cariño con que las hago.
No llego a entrar en La Victoria, bajo por Javier Prado hacia San Isidro y encuentro en el límite entre ambos distritos a Rafael Celis, que vende mangos y papayas, a quince soles la caja de trece kilos de papaya. Rafael es colombiano y lleva en Perú ocho meses. Dice que esto está mucho más ordenado. Que aquello es muy movido por causa de la droga, que ya no lo aguantaba. Volveré a verle cualquier día de estos.
«Duelo de Pantojas», en el paradero de la línea naranja de Javier Prado.
Cruzada la Vía Expresa, que no tiene tránsito, sigo por Javier Prado y encuentro la embajada chilena. Unos pocos ciudadanos del país vecino esperan entrar. Me dicen que la embajada les ayuda con dinero, pero me lo dicen quejándose, que es poco, que a unos les da una cantidad y a otros otra, y siempre hay alguien más fregado. Dos mujeres peruanas que viven y trabajan allí desde hace años se encuentran en tierra de nadie, un país que es el suyo, donde no tienen nada, y sin poder volver a una vida en la que oficialmente no son reconocidas.
El resto de la mañana ha sido pedalear y pensar cuán afortunado soy. Bueno, rocoto incluido.