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jueves 26 de marzo

casos confirmados: 100

muertes: 0

Lo he vuelto a hacer. Mira que se lo dije, ve tú hoy a comprar que también tienes que salir. No vete tú que necesitas salir más que yo, y trae unos calabacines para hacerlos con atún, tomate, aceitunas, ya sabes. Ah sí, qué rico. Y, bueno, por fin voy a descubrir a qué sabe el gintonic ese de pepino, que estaba tan de moda. Me lo voy a preparar con uno de los calabacines tan hermosos que he traído.

Retomo la crónica de ayer y sigo donde el pinchazo, pero recuerdo antes la visita del Papa. Vino en enero de 2018. Lo recuerdo porque fue como la señal definitiva de cambio para mí. Estaba acreditado para el paso de Su Santidad por Lima y Puerto Maldonado. Confiaba en que alguna agencia pudiera necesitar reforzar su plantilla ante las restricciones y ensaladas de poles que había. Ya había perdido la esperanza en los medios, que si el presupuesto, que si no entra publicidad porque se está yendo a las redes sociales... En ese momento decidí que si tenía que regalar mi trabajo lo haría a los que lo necesitan, y no a esa panda de pedigüeños incapaces de hacer bien su parte del trabajo, y que ni siquiera han sabido defender sus acciones en bolsa. Como conocía a unos cuantos que lo necesitaban, empecé con La Cocha de los Libros, pero esa es otra historia.

El caso es que me quedé en casa viendo en la televisión la visita del Papa, que oye, como los encierros en San Fermín, es donde mejor se ve. Y así fue como no creía lo que veía. El Papa cambiaba de carro, su sencillo Fiat 500, a mitad de camino entre el aeropuerto y Palacio. Venía de visitar Puerto Maldonado, donde hizo un llamamiento de defensa de los pueblos amazónicos, y, en Palacio, llamaría la atención sobre la corrupción en el país. Y ahí estaba la realidad peruana, persistente, cabezona, ajena a las teorías de la postverdad, en forma de clavo que se clavó en el neumático vaticano. Poco importan que vaciaran las calles, que pusieran un policía cada dos metros, que la caravana fuera protegida por tropas de élite. El clavo estaba ahí, o el bache, o lo que fuera, para recordarnos a todos que esto es Perú.

Ayer decía que el gobierno lo está haciendo bien. Después leí la publicación de FECONAMACH (Federación de Comunidades Nativas del Marañón y Chambira), donde se denuncia que las ayudas son para el ámbito urbano, y que el rural seguía en el mismo abandono y olvido de siempre. No lo está haciendo tan bien.

En la Cachina se pueden encontrar muchos más mimbres de los que está hecho el país. Y la mayoría, si no todos, a la venta, da igual lo que busques, que lo encuentras. No preguntes su procedencia, limítate a discutir el precio, calles llenas de la sobra del mundo unidas por callejones donde se amontona un mundo de sobras. Ayer esa venta se tomó un descanso. La Municipalidad de Lima fue con un ejército de señores con chaleco y un camión a limpiar las calles para su posterior desinfección. Entre ellos conocí a Gilbert Herrera, un venezolano que lleva ya dos años en Lima. El día anterior los había cumplido. Él trabajaba en una filial de Chevrolet, en la Valencia venezolana. En 2017 cerró, dejando en la calle a 2 800 trabajadores. Ningún tipo de indemnización ni convenio colectivo ni apoyo gubernamental. Todos regados por el mundo. Solo en Lima hay 30 de aquellos 2 800. De los mayores, muchos han muerto. Qué crónica más chunga me está saliendo hoy. Menos mal que a punto de salir de la Cachina recibo una llamada de Ancón II. Ancón es el penal conocido como Piedras Gordas. Allí están la mayor parte de españoles privados de libertad, presos. Vamos, que mira que hacemos esfuerzos para hablar sin ofender, como si cambiara algo los hechos. Me llama uno de ellos, están bien, qué alegría me da escucharlo. Bueno, sí, están bien, pero no tienen útiles de aseo ni limpieza ni nadie que se los proporcione. Ya no se permiten visitas, eso lo sabía, ni del Consulado, eso no lo sabía. Las paqueteras, esas mujeres que se ocupan de llevar los insumos que luego se venderán dentro, en las bodegas de los propios presos, sí están pasando los martes, viernes y sábados, que si podemos mandarles un paquete con cosas, que ya hasta lejía en presentación pequeña dejan pasar. Que dejemos en la puerta el paquete, a nombre de quien sea, y ya se lo darán, que los guardias hacen turnos de 48 horas y los cambian, que todos los precios han subido, que empieza a haber paranoia, que se dice que hay un caso en el módulo 2, que no tienen mascarillas ni guantes ni nada. Le deseo lo mejor, le digo que se cuiden, que echo de menos los espaguetis en su celda, que tenemos que preparar algo especial para cuando todo esto pase y celebrarlo. Pienso que es buen momento para repatriarlos, y de inmediato me imagino el grito en el cielo que pegarían todos los turistas y viajeros si por un momento fuera cierto que sus autoridades consulares están dedicando algunos segundos de pensamiento a algo que no sea la salud y bienestar de ellos. Pero están bien. Me da una alegría inmensa y me dirijo a Gamarra, esta vez para entrar por el acceso 7, por Huánuco con Unánue. ¿Dónde vas flaquito? A hacer unas fotos de las calles con el aislamiento. Es un desierto, dice bajando la voz. Y, es un desierto. Tampoco tanto, están abiertas las farmacias, bodegas y bancos. Encuentro a Máximo Agüero Diego. Usted es periodista. Sí. Hágame una entrevista. Sobre qué. Sobre esto, pregúnteme que pienso sobre esto ¿Y qué piensa? Que hay que hacer un bautismo general de todos los hombres en todo el mundo. Explíquese. Soy de la iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, con sede mundial en México; he venido por una misión a predicar a Sebastián Barranca. Pero si esto es 28 de julio, dice la señora del quiosco. He tenido una revelación de nuestro señor Jesucristo, soy el ungido, corona quiere decir codicia, robo, nacimiento, no puedes hacer cuarentena si no has nacido. ¿Quiere decir bautizado? Sí, nacido en dios, a mí me bautizaron católico, pues te tienen que volver a bautizar, porque lo hicieron de niño; a mí me bautizaron de niño católico y hace cuarenta años lo volví a hacer. ¿Y cuántos años tienes? 80. Carajo, ¿y por qué no llevas máscara? Porque estoy bautizado y dios me dijo: enciende la luz, junta a los hijos de Israel. Me voy. Máximo queda agradecido por haberle escuchado, tiene una bonita sonrisa y una piel que ya la quisiera la Preysler.


Gilbert Herrera, a la izquierda, en el mercado de la Cachina. Llegó hace dos años de Venezuela y trabaja como sereno en La Victoria.

Aún me falta contar un par de cosas, pero las dejaré para mañana, más mimbres para entender esta cesta. Voy a buscar una receta para ese gintonic de pepino. ¡Salud!

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