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Equipo de La Cocha de los Libros Club Deportivo de Saramurillo.

Urarinas, Loreto.

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martes 17 de marzo

casos confirmados: 31

Tendría que hacer una crónica previa, la del primer día tras el anuncio de las medidas de aislamiento decretadas por el Gobierno de la República del Perú, presidido por Martín Vizcarra. El domingo 15 me pillo en Saramurillo, una comunidad en el distrito de Urarinas (Loreto). Sabía que tenía que salir el mismo día, pero quería fotografiar una vez más a los chibolos que jugaban al fútbol con sus uniformes nuevos, y ayudar a Zuleica y Xiomara a empezar el inventario de libros de la biblioteca de la Cocha. Además fui testigo y fotografié una ceremonia de bautismo evangélica en el Marañón, dirigida por el hermano Josué, con quien más tarde viajaría a Nauta.

Por hacerlo corto: El viaje de regreso a Lima empezó a las 2:00 de la madrugada del lunes, mientras esperábamos en la comunidad al ponguero −un rápido con capacidad para ochenta personas que venía de San Lorenzo. Llegamos a Nauta a las 9:30. Para viajar a Iquitos los colectivos han de llenarse, así que uno de siete plazas que tenía ya un pasajero fue lo mejor que se me ocurrió. Se nos unió otro hombre que tenía vuelo a Pucallpa a las 11:00 y fuimos de frente al aeropuerto. Si no nos matamos en ese viaje ya nada podía pasarnos. En el aeropuerto no dejaban pasar sin tarjeta de embarque. Seguí a la oficina de LATAM en la calle Próspero. Estaba cerrada. Me resigné y fui al hotel El Cauchero, donde me alojo cuando voy a Iquitos y me tratan como a un amigo. En la habitación probé una y otra vez de comprar el pasaje a través de la aplicación de LATAM, hasta que sonó la flauta y lo conseguí por 101.16 dólares, con asiento en la segunda fila y la posibilidad de llevar un bulto en bodega, cosa que no usé. Llegue a Lima a las 10:00 p.m., más o menos, y hasta conseguí un taxi que me llevó por la Costa Verde. El recorrido fue sorprendentemente tranquilo y llegué a casa sin señales de estar mareado, como es lo habitual con este tipo de servicios.

Y así llegamos al primer día de aislamiento en Lima. Salí a las 8:30 para comprar comida. Había que esperar cola para acceder. Iban dando paso conforme salía la gente. No me fijé cada cuántos. Dentro todo estaba con aspecto de normalidad: estantes no repletos, pero sí cubiertos. Hice la compra para varios días, aunque sin exagerar: un bonito y un pulpo para congelar en raciones, lentejas, frijoles y pasta, patatas y fruta, no mucho más, lo que podía llevar en dos bolsas. Pregunto a la cajera y me dice que ha tenido que venir andando desde su casa en Chorrillos, salir antes de las seis para llegar antes de las siete y media. No creo que lleguemos a darnos cuenta de lo agradecidos que debemos estar a personas como ella, que multiplican sus esfuerzos de esta manera. Regreso caminando. Todo tranquilo, apenas hay vehículos circulando, la avenida Grau está cortada por el Ejército y obligan a los carros a subir por Piérola. En casa ha sido una mañana bien aprovechada. Mientras Rosa teletrabaja hago caldo de pescado con el espinazo y la cabeza del bonito. Pongo en orden mesa y cocina, siempre llenas de cosas. Recojo el equipaje que ayer quedó tirado en medio del salón. Coordino la llegada de los libros a Yurimaguas y su traslado a la lancha para que lleguen a Saramurillo.

Veo las noticias de refilón. Escribo a algunos amigos y contesto a otros. Realmente me vuelvo a dar cuenta de lo afortunados que somos al tener recursos suficientes para prever las necesidades de la semana. Vivimos en un distrito que, además de hermoso, se deja caminar, y en el que todo está cerca.


Zuleica y Xiomara, bibliotecarias de La Cocha de los Libros, en Saramurillo.

Veré cuánto tiempo duro escribiendo mis días encerrado, que son como los vuestros. Espero sinceramente que sigan siendo crónicas aburridas en las que nunca pase nada. Y seguir leyéndoos a todos vosotros. No pido más.

Residuos del insomnio

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