Читать книгу Kafra y el derecho - Julio Picatoste Bobillo - Страница 11
III Breve semblanza de Kafka 1. AQUEL HOMBRE “TÍMIDO, MEDROSO, DULCE Y BUENO”60
ОглавлениеFranz Kafka nace el 3 de julio de 1883 en Praga, entonces capital del Reino de Bohemia, integrado en el Imperio austro-húngaro. Fue el mayor de seis hermanos, si bien solo sobrevivieron el propio Franz y tres hermanas. Dos hermanos varones murieron a muy temprana edad.
Nace en el seno de una familia judía; su padre, Hermann Kafka, nacido en la localidad checa de Wossek, en la Bohemia meridional, de origen muy modesto, fue hombre hecho a sí mismo, rudo, trabajador, cuya dedicación al comercio, de resultados prósperos, le permitió ascender socialmente. La madre, Julie Löwy, venía, sin embargo, de una familia acomodada. La casa natal de Franz Kafka estaba en el lado noroeste de la plaza de la Ciudad Vieja. En el año 1965 se colocó en la fachada del edificio una placa con un busto en bronce de Kafka, obra del escultor checo Karel Hladík.
Kafka vivió la mayor parte de su vida en Praga; solo al final, en 1923, residió un tiempo en Berlín donde se instaló con Dora Diamant, la mujer que le acompañó en los últimos días. Aunque bilingüe, escribió toda su obra en lengua alemana, que era la dominante en el ambiente cultural de Praga.
La relación de Kafka con su progenitor fue conflictiva; de ello es claro exponente su impresionante Carta al padre. La madre impidió que el texto llegase a manos de su marido. Hermann Kafka no aprobaba, ni entendía, la actividad literaria de su hijo.
Kafka ha sido calificado como “hombre profundamente paradójico y enigmático”61. Sin embargo, según testimonio de quienes le conocieron, no era un hombre sombrío y circunspecto como bien pudiera pensarse por su obra literaria. Su amigo íntimo, Max Brod62, nos previene contra la imagen falsa de un hombre de trato triste y desesperado. Son sus libros y sus diarios los que proyectan una imagen lúgubre, distinta de la que deparaba su trato cotidiano. Brod nos habla de un Kafka que, si bien en las reuniones numerosas era hombre callado, “en la conversación íntima se le soltaba a veces asombrosamente la lengua, llegando a entusiasmarse, a ser encantador; las bromas y las risas no tenían fin; reía a gusto y cordialmente, y sabía hacer reír a sus amigos (…) Era un amigo maravillosamente útil. Solo se sentía desorientado y desvalido consigo mismo”63.
Quienes le conocieron le describen como un hombre “delgado, esbelto, hermoso”; cuya “expresión tenía algo de enigma egipcio”64; “callado, torpe, tierno, vulnerable, intimidado como un colegial examinándose del bachillerato, convencido de la imposibilidad de cumplir las expectativas” que otros ponían en él65. De ojos grises y melancólicos, su fuerza estaba en aquella “sonrisa que emergía en su rostro seductor y triste”; para algunos era la suya la sonrisa clarividente de “un mensajero de un mundo superior, un mensajero particularmente elegido”; su sonrisa “era el espejo de una melancolía metafísica”66.
Milena Jesenská67, lúcida confidente de Kafka, con el que mantuvo una rica e intensa correspondencia, escribe, con ocasión de su muerte, un hermoso obituario donde dice de él: “Era tímido, medroso, dulce y bueno, pero los libros que escribió son crueles y dolorosos”68.
Aquellos que trataron a Franz Kafka le recuerdan como hombre auténtico, bueno, amante de la verdad. Según cuenta Max Brod, Kafka “poseía en grado sumo un sentido de la justicia, un amor a la bondad, una honradez llana, totalmente desprovista de pose”69. También Runfola afirma que “poseía el sentido de la justicia, una gran honradez y piedad por los hombres que encuentran tantas dificultades para ‘actuar con justicia’”70.
Gustav Janouch, que nos dejó amplio testimonio de sus conversaciones con el escritor checo, fue testigo de su silenciosa y amarga lucha por la existencia; le recuerda como “hombre auténtico, que luchaba por la verdad y por la vida”71. A propósito de la justicia, rememora estas palabras del escritor checo: “¿Cuántas injusticias no se cometen en nombre de la justicia? ¿Cuánto embrutecimiento no navega bajo la bandera de la ilustración?”72. Se quejaba también del abandono en que los hombres tenían a la justicia: “Todos participamos de él;” –decía– “lo intuimos. Muchos incluso lo saben. Pero nadie quiere reconocer que estamos viviendo en la injusticia. Por eso nos inventamos evasivas. Hablamos de injusticias sociales, espirituales, nacionales y no sé qué más, solo para disimular la única culpa, que es la nuestra”73.
Solo quien de verdad ama la justicia puede hablar así. Seguramente Kafka sabía que, al igual que le ocurría a sus personajes, iba tras lo inalcanzable, persiguiendo la utopía que se divisa allá a lo lejos, en la huidiza y sutil línea del horizonte. Y es que la injusticia es una suerte de pandemia secular de la humanidad, difícil de evitar mientras que los que se benefician de tal estado de cosas mantengan las condiciones para que aquella se perpetúe.