Читать книгу Nunca vuelvas atrás - Lee Child - Страница 10
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ОглавлениеFort Dyer era una base del ejército que estaba muy cerca del Pentágono. La sargento le contó que, ocho años después de que él dejase el ejército, se había llevado a cabo un recorte de gastos que había hecho que el cuerpo de Marines que había cerca de Helsington House tuviera que trasladarse allí. Al complejo ampliado le habían puesto un nombre que, si bien era lógico, también era estúpido: Base Conjunta Dyer-Helsington House. En época de Reacher, tanto Dyer como Helsington House habían sido bases importantes por sí mismas, en las que trabajaban en su mayoría oficiales veteranos y personalidades muy importantes. Por aquella razón, la base de Dyer se parecía más a una tienda de lujo que a un Wal-Mart. Y había oído que el garito de los Marines era todavía mejor. Por lo tanto, era improbable que la nueva versión estuviera por debajo de aquel tótem social. Y lo más probable era que en sus celdas se encerrase a prisioneros de cierto nivel, nada de borrachos pendencieros o rateros de poca monta. Una comandante de la PM con algún problema sería un huésped de lo más corriente allí. Por lo tanto, cabía la posibilidad de que el rumor que había oído la sargento fuese cierto. La prisión de Dyer estaba situada al noroeste del Pentágono. Siguiendo una diagonal que cruzaba el cementerio. A menos de ocho kilómetros del cuartel general de la 110. A mucho menos.
—¿El ejército y los cabezas cuadradas de los Marines en el mismo sitio? ¿Y qué tal les va?
—Los políticos hacen lo que sea por ahorrarse unos dólares —respondió la sargento.
—¿Puede usted avisar de que voy?
—¿Va a ir? ¿Ahora?
—No tengo nada mejor que hacer, de momento.
—¿Tiene vehículo?
—De forma temporal.
Era una noche tranquila, oscura y suburbana, así que tardó menos de diez minutos en llegar a Dyer. Entrar en la Base Conjunta le llevó mucho más tiempo. La fusión había tenido lugar menos de cuatro años después del 11-S. Reacher no sabía en dónde habrían hecho los recortes pero, desde luego, en seguridad no. La entrada principal estaba en la zona sur del complejo y era impresionante. Había dientes de dragón de cemento por todos lados que canalizaban el tráfico por un carril estrecho, bloqueado por tres garitas dispuestas una detrás de la otra. Reacher iba vestido de civil, con ropa un tanto raída, y no tenía identificación militar. De hecho, no tenía ningún tipo de identificación, excepto un pasaporte roto y desgastado que hacía mucho que había expirado. Pero iba en un coche del gobierno, lo que daba una buena primera impresión. Además, los militares tenían ordenadores y les apareció como que estaba en el servicio activo desde aquella misma tarde. El ejército también tenía sargentos y, con una serie de llamadas, Leach había puesto en marcha la cadena de favores. Dyer tenía un Departamento de Investigación Criminal y, para sorpresa de Reacher, seguía habiendo gente que conocía a gente que conocía a gente que aún recordaba su nombre. Así, cuarenta y cinco minutos después de detenerse frente a la primera barrera ya estaba delante de un capitán de la PM en el primer despacho de la prisión.
El capitán era un tipo serio de tez oscura que tendría unos treinta años. En la placa de su uniforme de combate ponía que se apellidaba Weiss. Parecía honrado y decente, y tener una predisposición bastante amistosa hacia él, por lo que Reacher le dijo:
—Se trata de un asunto personal, capitán. Está muy lejos de ser algo oficial. Y lo más probable es que, en estos momentos, se me considere de lo más tóxico, por lo que le recomiendo que proceda con extrema cautela. No debería incluir usted esta visita en los registros. Y debería negarse a hablar conmigo.
—¿Tóxico en qué sentido?
—Algo que, por lo visto, hice hace dieciséis años ha vuelto para morderme en el culo.
—¿Qué es lo que hizo?
—No lo recuerdo. Aunque no me cabe duda de que alguien me lo recordará dentro de poco.
—En el ordenador solo pone que han vuelto a llamarle a filas.
—Y así es.
—Nunca había oído nada así.
—Yo tampoco.
—No tiene buena pinta. Es como si hubiera alguien que quisiera tenerlo bajo su jurisdicción a toda costa.
Reacher asintió.
—Es lo mismo que pienso yo. Como si quisieran extraditarme de la vida civil. Para afrontar algunas consecuencias. Ha sido un procedimiento de lo más sencillo. Ni siquiera se ha celebrado una vista.
—¿Cree que van en serio?
—De momento, eso parece.
—¿En qué puedo ayudarle?
—Estoy buscando a la comandante Susan Turner, de la 110 de la PM.
—¿Por qué?
—Como ya le he dicho, es personal.
—¿Tiene que ver con su problema?
—No, de ningún modo.
—Pero usted estuvo en la 110, ¿no es así?
—Muchísimo antes de que la comandante Turner llegara.
—¿Así que no pretende subvertir un testimonio o prepararlo?
—En absoluto. Es un asunto muy diferente.
—¿Son ustedes amigos?
—Tenía la esperanza de que la cosa llegara a algo. O no, dependiendo de la impresión que me dejara cuando la conociera.
—¿No la conoce?
—¿La tienen aquí?
—En una celda. Desde ayer por la tarde.
—¿Cuáles son los cargos?
—Aceptar un soborno.
—¿De quién?
—No lo sé.
—¿Para qué?
—No lo sé.
—¿Un soborno de cuánto?
—Yo soy un simple carcelero. Ya sabe cómo funciona esto. No me cuentan nada con pelos y señales.
—¿Puedo verla?
—El horario de visitas ha acabado.
—¿Cuántos huéspedes tiene esta noche?
—Solo a ella.
—Así que no está muy ocupado. Y esto no va a quedar en los registros, ¿no? Vamos, que nadie va a enterarse.
El capitán Weiss abrió una carpeta verde de tres anillas. Notas, procedimientos, órdenes recientes, algunas de ellas impresas, otras manuscritas.
—Parece que ella le estuviera esperando. Ha hecho llegar una petición mediante su abogado. Lo menciona a usted por el nombre.
—¿Cuál es la petición?
—A decir verdad, se trata más bien de una instrucción.
—¿Y qué dice?
—Que no quiere verle.
Reacher no dijo nada. Weiss miró la carpeta verde de tres anillas y leyó:
—Textual: «Por expresa petición de la acusada y en cualquier circunstancia, se le prohíben los privilegios de visita al comandante Jack Reacher, del Ejército de Estados Unidos de América, retirado, antiguo oficial al mando de la 110 de la PM.