Читать книгу Los cuerpos partidos - Álex Chico - Страница 20
XIII
Оглавление¿Encontraron lo que buscaban? Esa es la pregunta que suelo hacerme. No hablo únicamente de beneficios económicos, que en muchos casos sí se lograron. Estoy pensando en otra cosa.
Lo que sí sé es que descubrieron algo que no pensaban encontrar. Una feliz o desafortunada serendipia. A veces ese azar jugó a su favor y en otras ocasiones actuó en su contra. Con el tiempo, trasformaron esas experiencias, las reinventaron. Cada uno explicaría a su manera lo que sucedió y, al hacerlo, pondría en marcha todos los mecanismos de la memoria.
Después de un viaje interminable, en trenes de madera, hacinados o escondidos en furgonetas, mientras cruzaban los Pirineos con o sin contrato de trabajo, después de esperar quince o veinte días para gestionar su visado, lo que hallaban en la ciudad de destino era un paisaje sumamente variado. Igual que sus futuros oficios: coser diez mil mangas al día o reconstruir ciudades arrasadas por la guerra, como les sucedió a los que llegaron a Núremberg. En medio, un enorme abanico de trabajos: chóferes, agricultores, vendedores ambulantes, mecánicos, criados, mulos de carga.
Los oficios que desempeñaban no solo los situaron en un plano social. También los abocaban a una nueva escala moral: la que se destina a los trabajadores culpables. Preventivamente culpables. Muchos emigrantes que se empleaban en las fábricas eran cacheados cada vez que salían del trabajo. Se los vigilaba para asegurarse de que no robaban nada. Así los convertían en seres sospechosos, en personas sobre las que caía toda la suspicacia del mundo. Las reglas se invertían: eran presuntamente culpables hasta que los cacheos demostraran lo contrario. Un racismo sutil, casi imperceptible, como el que impone la desconfianza. No un racismo violento, sino una clase de xenofobia sibilina. Algo que les recordaba continuamente lo que eran. Inmigrantes perpetuos. Perdedores radicales.
Sus habitaciones, en general, eran minúsculas, con varias literas en un mismo espacio y un armario metálico. En ocasiones, esas barracas donde se hospedaban habían sido, en otro tiempo, caballerizas, a las que habían añadido una cocina con hornillos. Las barracas solían dividirse en dos: una para hombres y otra para mujeres. La situación se complicaba aún más en algunos casos, sobre todo en aquellos matrimonios a los que se les obligaba a estar separados en dos pabellones distintos. No podían convivir juntos. Como los turnos no coincidían, sus encuentros no iban más allá de un breve espacio de tiempo, mientras entraban o salían de la fábrica. Eran citas de refilón, furtivas, apresuradas.
Varios testimonios nos hablan de las duchas al aire libre, soportando temperaturas extremas, especialmente los que viajaron más al norte. Tan extremas que muchos recuerdan haber visto cómo explotaban botellas de leche congeladas. La temperatura podría alcanzar los treinta y cinco grados bajo cero. Por eso volvían rápido a sus habitaciones y se resguardaban en la cama, mientras intentaban zafarse del frío y esperaban, allí estirados, un nuevo día que nunca llegaba.