Читать книгу ¿Qué hace un psicoanalista en un hospital? - Lorena Aguirre - Страница 6
Prólogo
ОглавлениеPor Mercedes Minnicelli
¿Qué hace un psicoanalista en un hospital? La pregunta que da título a este libro despierta la curiosidad de quienes –aún hoy– imaginan que un psicoanalista es un señor con barba y cabellos grises (barba gris y blanca, bien cuidada), sentado con un cuaderno en la mano, detrás de un diván. A poco de hojear las primeras páginas de este trabajo, cualquier lector/a/e/x se sorprenderá, tal como me sucedió a mí cuando comencé a leer esta obra que Lorena Aguirre generosamente me convoca a prologar.
Les quiero contar impresiones. En cada capítulo, encontramos una imagen-síntesis realizada por la autora que ilustra la escena conceptual, anticipando una posición, un desasosiego, una esperanza, una alternativa.
Este libro testimonia el camino de experiencias de Lorena Aguirre, en las que se encuentra la impronta de una trayectoria clínica de larga data –atravesada en el último período por la formación en Infancia e Instituciones–, que expone la riqueza del diálogo con textos provistos por distintos marcos de referencia, que permiten extender el horizontal para el abordaje de las presentaciones clínicas.
Desde el inicio, la autora relata el andar de una psicoanalista, que va ampliando al lector su campo de lecturas, en diálogo con estudios historiográficos, filosóficos y antropológicos, tejiendo el entramado de historias hospitalarias en la provincia de Santa Fe. No es un libro que necesariamente deba leerse en el orden de su Índice, lo que lo convierte, además, en un texto de consulta que de modo permanente convoca a la interrogación.
¿Qué sucede a las niñeces y adolescencias que concurren a un servicio hospitalario? ¿Quiénes consultan? ¿Cuáles son los motivos de atención? ¿Cómo se presentan los padecimientos infantiles actuales? Es muy amplio el tipo de consultas que atiende un servicio hospitalario. Lorena Aguirre nos dirá que se trata de niñeces con dificultades tempranas, con problemas en la adquisición del lenguaje, en el aprendizaje, en el lazo social; de adolescentes con consumo problemático, cortes y actos contra su propia vida. Se detiene en un tipo de presentación clínica que muestra la exposición e intromisión de la sexualidad adulta: los abusos, el narcotráfico, el maltrato infantil y la violencia. Dirá que “esta realidad no tiene límites ante la falta de propuesta simbólica de los adultos y la intolerancia a lo diferente. El maltrato, los abusos, la discriminación, el desvalimiento, el des-auxilio y el desamparo de estos pequeños sujetos se escucha por doquier”.
¿Qué hay de nuevo-viejo en estas presentaciones? ¿Cuál es el lugar que sostenemos como adultos, más allá del rol que cada quien desempeña? Estos son temas que la autora explora, por los que navega, se sumerge y emerge discursivamente, ofreciendo al lector la sensación de estar conversando en un diálogo distendido.
En tiempos en que la falta de los recursos necesarios para el área de niñeces, adolescencias y familias confronta con la emergencia de una “nueva minoridad”, Lorena ilustra, captura representaciones que regalan aquello que precisa ser visto, expuesto, visibilizado. En cada capítulo, la imagen del problema anuncia lo que luego se desplegará. Cada una de ellas nos ofrece el punto de vista de niñas y niños en la escena, que no es tan simple delimitar, recortar y sostener.
El diálogo convoca a quienes desean ingresar en un campo de estudios, de prácticas, de investigación y análisis tanto como a quienes lo venimos transitando desde hace tiempo.
Resulta prometedor que las nuevas camadas de candidatas, candidatos y candidates al ejercicio del oficio de analista cuenten con estos relatos, tan necesarios, tan frescos, tan deseosos de ser leídos en tiempos, además, en los que la pregunta por la sobredosis de imagen no puede sustraerse de los efectos de la pandemia.
En el recorrido de los capítulos de esta obra identificamos distintos momentos; algunos más vinculados a diálogos entre saberes que promueven el pensar en clave de infancia e institución(es) de discursividad, y otros vinculados a la experiencia clínica. Todos se alimentan entre sí y nutren el campo de la práctica hospitalaria que se transmite, se respira en cada renglón de este texto.
La lectura hace posible identificar la apelación, entre líneas, a que cada analista, cada profesional pueda descubrir los puntos ciegos a los que, de un modo o de otro, confronta la experiencia narrada. Será en transferencia que el oficio pueda configurarse en cada caso, en cada oportunidad, en cada pregunta que incesantemente no puede responderse cuando se trata de excesos que recaen sobre los cuerpos infantiles.
En diversas ocasiones recordé cuando, en el año 2004, salió a la luz Infancias públicas. No hay derecho, en esta misma editorial. Ese texto planteó un mojón para revisar qué implica ir a contracorriente en las prácticas psicoanalíticas destinadas a niñeces y adolescencias en instituciones.
Pasados los años, quisiera –desearía– poder compartir la perspectiva esperanzadora de su autora, cuando expresa que preservar la subjetividad es algo propio de nuestra especie, aquello que nos hace humanos.
¿Qué es ir a contracorriente en el ámbito institucional? ¿Cómo se hace? Cada capítulo-ensayo de este libro hablará de las peripecias de un psicoanalista que trabaja con niños, niñas y adolescentes en una institución de Salud para ir a contracorriente, para preservar su subjetividad, lo propio de nuestra especie, aquello que nos hace humanos.
Lo que sí es esperanzador es que textos como el presente nos permitan renovar lectores, analistas, profesionales de diferentes campos, dispuestos a otorgar otro lugar a dispositivos y prácticas. Es una apelación a la que me sumo, en tanto año a año, caso a caso, institución por institución se constata que no hay generalización posible respecto de este tema. Entonces, mantener prácticas subjetivantes requiere una posición ética firme –como la de Lorena Aguirre– para que sostener la pregunta sea la consigna inclaudicable.
Y, ¿ante qué no podemos claudicar? Ante la escucha a las niñeces, a sus síntomas, a sus palabras y a sus silencios… A los efectos de los dispositivos que muestran la diferencia cuando producen sujetos que pueden sanar de sus heridas respecto de aquellos que solo las acrecientan.
Si partimos de considerar que instalar la pregunta marca la tarea, se tratará de hallar formas múltiples para intervenir mediante ceremonias mínimas. Hacer del trabajar con otros una acción cotidiana permitirá nuevos intercambios para producir la interlocución con colegas y otros profesionales que participan del caso a caso, más allá de las urgencias que inundan las instituciones y no deben constituir un justificativo.
Las instituciones de atención de los problemas que afectan a niñeces, adolescencias y sus familias requieren de un plus a ciertas prescripciones analíticas que no confundan la abstinencia (de los propios ideales morales, religiosos) con indolencia. En cada capítulo de este libro, Lorena Aguirre apela a la sensibilización de quienes se dedican a la atención en el campo de la Salud Mental.
De manera clara expresa que, en todos los casos posibles, es preciso sostener el deseo de apostar a la creación. En esta clínica, la intensidad es la constante, dado que no se trata con el desvalimiento imaginario, sino con aquel que la propia realidad de vidas difíciles expone al desnudo.
Si bien desde el tiempo en el que, en Infancias públicas. No hay derecho fue posible sumergirse en el cotidiano de los hogares convivenciales, el desborde de los comportamientos infantiles actuales expone de modo contundente que poco hemos avanzado al respecto, a pesar de contar en los últimos años con un mayor desarrollo teórico-clínico que puja por un lugar, cuando las tradiciones insisten en silenciar y enchalecar químicamente a las niñeces.
La pregunta a los/las lectores/as resulta más que necesaria: ¿desde qué paradigma piensa cada quien los padecimientos psíquicos en la infancia?
Aún es preciso dar batalla para que las prácticas de cuidado no sean solo una impostura burocrática (o burrocrática, deberíamos escribir).
Al recortar una ceremonia mínima que se reitera en el decir de quienes se encuentran a cargo de prácticas de cuidado en forma de sentencia (“Está mal visto que los quieras”), Lorena Aguirre advierte una vez más que el desamparo simbólico es una de las formas contemporáneas de expresión de lo real en los sujetos infantiles. Las instituciones requieren ser pensadas como escenario de posibilidad subjetivante, sin chances para experiencias de deshumanización. Hay mucho por hacer al respecto.
Los testimonios clínicos de este libro no solo nos exponen a la sensibilidad ética de su autora, sino a esa posición como analista que no cede ante el deseo de crear condiciones de posibilidad para el advenimiento subjetivo, efecto de acciones interdisciplinares.
Encontrar relatos de filmes, poemas, arte y texto atrapa en la lectura, que da señales claras de lo posible en la adversidad, de tomar la palabra ante la intemperie subjetiva, en la medida en que la relación de sujeto e institución se sostenga en el diálogo permanente que permite mantener vivo el enigma. Esto es viable, si el personal de Salud puede integrar un hacer en el que el cuidado de sí forme parte de lo que entendamos como el desempeño profesional en un hospital.
Ese es el desafío para acompañar a los niños, niñas y adolescentes que están en las instituciones y realizar prácticas que no solo los humanicen a ellos sino también a los trabajadores, ya que de esta manera se constituyen condiciones laborales dignas y reparadoras, que construyen salud en nosotros y relanzan deseos y apuestas, entusiasmándonos.
Retomemos la pregunta inicial: ¿qué hace un psicoanalista en un hospital? A esta altura, podríamos decir que su oficio es artesanal y se sirve del arte, el juego y la cultura como un nido simbólico, herramienta necesaria no solo para este pequeño sujeto en construcción sino para quienes se encuentren a cargo de acompañar todo aquello que conlleva una intervención. Dirá Aguirre, parafraseando a Graciela Montes (1999), que “lo que ofrece la cultura es habitar otro mundo; habitar la ficción es poder construir en el vacío”. Esta frase abre otra dimensión de trabajo completamente negada y desconocida en un hospital.
A pesar de tantas experiencias y constataciones fehacientes respecto de la eficacia de estas perspectivas, aún se sostiene el debate de dogmas, mitos y leyendas que impiden avances en materia de tratamientos en clave de producir ese efecto que es la salud mental.
La pandemia fue elocuente a la hora de confinar a las niñeces de un modo que no midió consecuencias. Probablemente sea este el tiempo en que debamos prestar la mayor atención para que el “efecto confinamiento en pandemia” no retorne como una nueva patologización de las niñeces. También para dar lugar al padecer propio de la pérdida de seres queridos.
Una frase convoca a un “nosotros, los que trabajamos con niños”… Ese “nosotros” recorta a un grupo, a un no-todos, en una posición subjetiva específica: la de la disponibilidad, la de la disposición, la del disponerse a… crear condiciones de posibilidad. Habilitar chances, oportunidades para que el juego pueda producirse como expresión del niño.
Quisiera detenerme en un punto por demás importante, destacado en la metodología de abordajes que propone Lorena Aguirre. Jugar no es sinónimo de entretenimiento, sino una actividad del pensar infantil que lo compromete de manera íntegra. El juego está lejos de ser analogable a lo placentero. El juego es intensidad, recreación de lo vivido pasivamente. El juego es repetición en su doble vertiente, la que compulsa a expulsar de sí lo insoportable, sin lograrlo, insistiendo una y otra vez en una vuelta sin fin, y esa otra que, ante el retorno de lo mismo, crea la hiancia para lo distinto. El niño se transforma a sí mismo en el juego, se reconstruye a partir de hacerle padecer activamente al objeto lo vivido pasivamente.
Sin embargo, no toda expresión infantil es analogable al juego, aunque no hay dudas de que jugar es el camino terapéutico que ningún sujeto infantil puede hacer a solas. Siempre es en transferencia, cerca de otros, sirviéndose de palabras, gestos y objetos que inviste de significación.
¿Qué nos aporta el psicoanálisis en estas consideraciones? Lorena Aguirre responde que “No podemos cambiar el mundo, pero podemos apostar a trabajar y cambiar una situación específica, a nuestro alcance, con acciones mínimas, pero no menores”.
Como probablemente nunca antes en la historia, ahora contamos con un marco normativo que permite sustentar dispositivos y prácticas en clave de derechos. Sin embargo, aún hay mucho por hacer.
La escucha clínica en espacios colectivos, trabajar en equipo y aceptar el diálogo entre saberes hace a una renovación posible de las prácticas del psicoanálisis en cualquier ámbito, en particular, en un hospital, como la autora expone en una singular práctica clínica que alimenta el oficio de cuidado en transferencia.
Retomo un aspecto de las ilustraciones; una a una, ellas cuentan cómo Lorena escribe sus prácticas: diseña escenas, las grafica, las comparte. Algo de alivio surge al encontrarnos con esas imágenes. Su perspectiva expone que no estamos solos ante aquello que tanto aflige.
Este libro sin duda aportará a otros posibles. Permitirá contar con una herramienta –más que necesaria en lo que tantas veces se vive como el desierto de palabras académicas– a quienes a diario se desempeñan en hospitales y otras instituciones.