Читать книгу El hospital del alma - Lourdes Cacho Escudero - Страница 16

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Noviembre

De todos sus santos, en noviembre, San Martín era mi preferido. No porque en algunas casas comenzara la moraga sino porque a la mía traía su veranillo. Las sayas de mi abuela eran un libro abierto de historias de otro tiempo, se acababan las misas por los muertos y el triste cementerio volvía a su tertulia con los cipreses. Noviembre comenzaba con flores amarillas, crisantemos en forma de cruz y algún que otro clavel en un tarro de cristal que fue morada del almíbar de septiembre. Mi madre sacaba brillo a la tumba de su abuela y yo la acompañaba, con las flores y el agua y la curiosidad de leer cada nombre que había sido vida o de dar movimiento a las fotografías que hacían de epitafio. Un extraño hormigueo recorría mi espalda y la edad de los muertos, relativa, a mí me parecía muy lejana pero a la vez me ponía en contacto con el silencio brutal del descanso eterno. Pulmonía, un cólico cerrado, escarlatina, un rayo, la cirrosis, el tufo de un brasero, se olvidó las cerillas y no salió del lago, el corazón, la rabia, las cornadas del hambre… Yo tenía a mi madre en un continuo trajín de la memoria, en una sala de autopsias y recuerdos, diagnosticando la causa de cada muerte: de la de la niña vestida de comunión, de la del joven que se parecía a Machado y que resultó ser mi tío abuelo, de la del niño rubio que tenía la piel tan blanca que parecía de porcelana. Al irnos, mi madre recorría las tumbas de los huérfanos de flores y ponía un puñado de pétalos en cada una para distraerlos del olvido. Y la escalera en casa, las rajas para ser plato de lumbre, la sopa de gallina o el arroz, el flan o las torrijas eran muda del uno de noviembre. En los días siguientes, una misa de siete acortaba aún más la luz del día y pedía a su dios recordar a sus hijos. Así que San Martín era como poner camisa blanca al otoño y sábanas limpias a la cama de un domingo, hacer bosque en la calle y encontrar un trébol de cuatro hojas entre la hierba de la ermita, recoger los enseres del duelo y aliviar por fin a los muertos del inevitable trance de ir de boca en boca…

El hospital del alma

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