Читать книгу El hospital del alma - Lourdes Cacho Escudero - Страница 17

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Las casas del verano

El otoño cerraba las puertas a los besos. El jaleo se recogía en maletas envueltas por el paso del tiempo y la tristeza se acodaba en las esquinas de la calle y en las cuerdas vacías de los tendederos. El sonido de una guitarra se escondía en las rendijas de un banco de madera que a veces permanecía sobre el cemento a la espera de algún fin de semana donde el sol saliera de cuentas. Al principio, el silencio con las manos a la espalda saboreaba un beso o el resplandor rojizo de finales de junio, el nirvana de la segunda estación que, de nuevo, comenzaba su viaje hacia otras tierras. Desde la esquina donde un balón ocupó alegremente los años de mi calle, contemplaba aquella ceremonia de maletas que otra vez se llevaba el calendario. Entonces no contaban sino el agua y la risa, la dulce coincidencia de miradas que te hacían familia, cómplices de un territorio que yo aún no sabía que ocuparía un resto hasta el final, hasta igualar los años, las medidas de la respiración, el amor al fin y al cabo. La despedida guardaba los olores tras las puertas, el particular aroma de cada casa que salía a la calle en el verano: la lavanda poeta o el incienso de una vainilla virgen que nunca te empachaba. A veces me quedaba un ratito en la pared después de que el bullicio se hubiese marchado y cerraba los ojos y ponía nombre a los olores, que poco a poco a la vez que la tarde se acortaba se iban mezclando en la cercana humedad del invierno. Al abrigo de las cuatro, en los meses de frío, las cáscaras de almendrucos saltaban en la lumbre de los mayores mientras la escuela me refugiaba entre pupitres de números y volcanes. Las chimeneas hablaban como si fuesen recuerdos y los montes hacían más largos los aullidos de los lobos; entonces la soledad salía al escenario; como si la madera de mi pecho o el telón de mi memoria se abriera, los olores de cada casa del verano, del bullicio, de la alegría, caminaban despacio por un reloj de cuerda para representar su función, y el corazón, protagonista, aflojaba las tuercas a mis ojos en el primer acto de una obra que se llamaba Vida

El hospital del alma

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